martes, 29 de mayo de 2007

El séptimo principio

27 de mayo, 2007

Pensé que me resultaría inútil tener qué pensar en otras cosas que no tuvieran relación con Lidia. Todo estaba superado. Sin embargo, caí en un pequeño problema, trivial, pero que me estaba matando: había identificado a una personita distinta a Lidia, y la ausencia de mis amigos. Siempre he considerado a mis amigos como mis puntos de referencia. No obstante, tras caer en una pequeña negación, me di cuenta que mis amigos, siempre estuvieron ahí. Una vez que logré mantener cierto equilibrio, corrí hacia la casa de doña Alvina. Había recordado que aún teníamos un asunto pendiente, antes de irme por un tiempo a Oaxaca. Obviamente que el viaje a Oaxaca, consiste, más que ir de turista, en recapitular como ya me lo habían indicado, para regresar renovado a mi nuevo campo de batalla.

Al llegar a la casa de doña Alvina, me percaté que no sentía ningún escalofrío, como siempre me había sucedido cada vez que Pablo o Yolanda me llevaban.

Doña Alvina abrió la puerta y me dijo que me estaba esperando, aunque me confesó que me estaba demorando, no sabía si en verdad mis heridas aún no habían sanado. Le dije que estaba bien, que ya no había problema con nada. Me miró con ojos burlones, como si hubiese encontrado un nuevo sentimiento dentro de mí...

"Eso es lo que tú crees. Nuestros desafíos jamás se agotarán. Además como te he venido repitiendo, lo que te sucedió no fue ninguna maldición, sino todo lo contrario, aprovéchalo de esta manera..."

Nos sentamos en la sala, y en la mesita del centro, doña Alvina tenía una jarra de agua de tamarindo. Le pregunté cómo es que sabía que yo tenía cierto gusto por el tamarindo. Ella nada más me sonrió...

"Bueno, como podrás darte cuenta, has aplicado los principios que te hemos enseñado. Mira, Primero atraíste a Lidia a tu campo de batalla, donde te encontrabas a tu merced; ahora, ya sabes eliminar todo lo que no te es esencial, te juegas la vida con cada decisión, te mantienes calmado, entras en un nuevo y optimista estado de ánimo, comprimes el tiempo, y, por último, jamás dejarás ver tu juego, jamás te pondrás al frente de nada. Este último es el séptimo principio, y para aplicarlo tienes que emplear los primeros seis.

"Espero que para esas alturas te hayas dado cuenta que sólo un maestro de la contemplación puede ser un maestro del desatino controlado. El desatino controlado no significa embaucar a la gente. Significa, como me lo explicó mi benefactor, que los mescaleros aplican los siete principios básicos del arte de la contamplación en cualquier cosa que hacen, desde, los actos más triviales hasta las situaciones de vida o muerte.

"Aplicar estos principios produce tres resultados. El prime­ro es que los mescaleros contempladores aprenden a nunca tomarse en serio: aprenden a reírse de sí mismos. Puesto que no tienen miedo de hacer el papel de tontos, pueden hacer tonto a cualquiera. El segundo es que los mescaleros contempladores aprenden a tener una pa­ciencia sin fin. Los mescaleros contempladores nunca tienen prisa, nunca se irritan. Y el tercero es que los mescaleros contempladores aprenden a tener una capacidad infinita para improvisar".

Doña Alvina se puso en pie. Como de costumbre. Al instante supuse que la conversa­ción había concluido. Me dijo que había otro tema más que debía presentarme, antes de despedirnos. Me sirvió un vaso de agua de tamarindo y luego me llevó a otro patio dentro de la casa, un lugar que jamás había visto.

Doña Alvina me mencionó un concepto que ya había escuchado antes con mi benefactor. Cuando mi maestro me describió el concepto de voltear la cabeza del mescalero para enfrentar una nueva dirección, yo lo había entendido como una metáfora que señalaba un cambio de actitud. Doña Alvina me dijo que mi idea era correcta, pero que no se trataba de una metáfora. Era verdad que los mescaleros contempladores voltean la cabeza; sin embargo, no lo hacen pa­ra enfrentar una nueva dirección, sino para enfrentarse al tiempo de una manera distinta. Los mescaleros encaran el tiempo que llega. Normalmente encaramos el tiempo cuando éste se va de nosotros. Sólo los mescaleros contempladores pueden cambiar es­ta situación y enfrentar el tiempo cuando éste avanza hacia ellos.

Doña Alvina me explicó que voltear la cabeza no significa que uno ve el futuro, sino que uno ve el tiempo como algo concre­to, pero incomprensible. Todo esto ten­dría sentido cuando yo pudiera percibir la totalidad de mí mismo y tuviese entonces la energía necesaria para descifrar ese misterio.

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