martes, 29 de mayo de 2007

Preludio

13 de mayo, 2007:

Me acabo de dar cuenta que mis miedos los calmo con tragos de mezcal, porque cuando me llevó Yolanda frente a una señora que según tiene 50 años (cuando en realidad aparenta unos 35), mi corazón empezó a latir aceleradamente, mi piel se erizó, y sentí ganas de salir corriendo. No obstante, mis pies no tenían la fuerza para moverse. Doña Alvina me agarró de los hombros, y me dijo que mi doble es el que quería quedarse en casa, y mi ser físico tenía ganas de huir.

"Debes controlarte, muchacho. ¿Sabes por qué estás aquí?" No podía responder, no porque no tenía idea, sino simplemente no podía abrir mi boca para pronunciar aunque sea un gemido. Sin embargo, escuché mi voz desde el fondo de la cocina de doña Alvina. Escuché claramente que estaba en ese lugar para poder definirme de una vez por todas. Que mi confrontación con la personita estaba cerca. Al escucharme, mi cuerpo revoloteó como un pájaro, y doña Alvina y Yolanda me agarraron fuertemente para que dejara de moverme.

"Creo que sí le das un poco de mezcal a este Fabián, se le quitará lo miedoso". Me escuché decir desde la cocina.

Mi vista se desconcentró al ver salir a un hombre del baño; era un hombre que se me hacía familiar. Yolanda me dijo después que se trataba de don Celestino, aunque la verdad, el nombre no me hacía recordar absolutamente nada. Don Celestino sacó de un cajón de su trastero una hermosa botella dorada. Reconocí que era una de las botellas que vendía Loreto.

"Bébelo, muchacho. Así seco, para que te recuperes más rápido".

Don celestino abrió mi boca, como si yo fuera un niño que se rehusaba a tomar su medicamento; me empinó la botella y escuché que en el interior de mi cuerpo salía un sonido como cuando el agua fría cae sobre una superficie caliente. Caí en el suelo. Don Celestino y doña Alvina ríeron escandalosamente, como si se tratara de una parvada de pájaros en busca de un árbol para dormir.

Don Celestino me revolvió el cabello, y me dijo que estaba en la casa para poder recapitular los consejos que me había dado mi benefactor. Me llevé como una hora y media en recordar (con dificultad) las escenas en las que mi voluntad triunfaba. Y una vez que finalicé, doña Alvina me dijo que fuésemos a la cocina, porque mi doble estaba esperándome para darme las nuevas instrucciones.

Había olvidado completamente a mi "doble", por una extraña razón, mis miedos se disiparon. Y sin nada que me pasara por la mente, me dirigí sin titubeos, supongo que fue el efecto del mezcal, porque no paso por mi mente el miedo de verme sentado en la mesa. Pero ahí estaba yo. No era un reflejo como el espejo. Estaba tan lleno de vida, que pensaba que era una persona parecida a mí.

"Somos uno solo, Fabián. El camino no finalizará jamás, pero estamos avanzando." Fue raro escuchar su voz en esa habitación, porque su voz no era como la mía, era más gruesa y ronca, parecía que a propósito hacía vibrar sus cuerdas vocales.

Algo, de repente, me cayó como un balde de agua fría. Le dije sin sentarme, que él tenía mis respuesta a todas mis preguntas. Me dijo que era obvio, porque él era el lado de mi conciencia, la contraria a la razón: se decía llamar Fabio.

"Tú eres el buen Fabián, mescalito, y yo soy el buen Fabio, el naualli..."

Entonces le pregunté si iba a tener éxito en mi confrontación. Me dijo que primero teníamos que definir el nombre de la personita. Le dije que se llamaba... pero me callaron los cuatro seres que estaban sentados a la mesa.

"Se llama Lidia. Y tienes que pedirle una cita". Me dijo doña Alvina, de manera escueta.

"¿Lidia?"
Entonces recordé que en varias ocasiones, estos personajes se cambiaban de nombre, o simplemente daban un nombre tipo código como referencia en sus pláticas. Pero, recordando la confrontación, había creído que tal acto sería lo mismo que llegar frente a ella e iniciar la batalla. Fabio me dijo que no, que no estaba entendiendo las cosas. Lo que tenía que hacer exactamente, era pedirle una cita a como diera lugar, y de la manera que más me plazca.

Le dije que no tenía la menor idea, además, pedirle una cita ¿no era lo mismo que empezar de una vez por todas la confrontación?

"De verdad que eres un estúpido, Fabián". Me reprochó Yolanda.
"Tú harás lo que te dije. Y no te preocupes, porque yo estaré contigo para confrontarla. Estaremos los dos juntos, para que sobrevivamos juntos".

Me dijo que después de pedirle la cita, que pensara en mi apariencia, para que él pudiera unirse a mí. Sentí miedo de repente, y don Celestino me dijo que era natural. Me puso la botella de mezcal y yo bebí sin parar.

"Otra cosa. Después de que hayas pactado la cita. Deberás tomarla por sorpresa, es decir, que llegarás frente a ella un día antes, y le dirás lo que sientes". Me dijo doña Alvina, mientras que yo me sacaba los labios. Después todos se levantaron, excepto Fabio.

"Ya tengo ansias de que el mes se acabé. Después de todo, cumples lo que prometes. Te enfrentarás a ella a mediados de mayo, como le dijiste al benefactor".

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