martes, 29 de mayo de 2007

Contradicciones

02 de mayo, 2007:

Salí un lunes a las 8 de la noche de la primera sesión de un curso denominado Literatura indígena. Sabía que alguien me esperaba en el interior del campus, pero no imaginaba de quién se trataba. Simplemente me sentía paranoico. El caso es que no pude ir al paredero por un taxi y largarme de la Universidad, porque apareció un contratiempo. Una maestra que tenía fracturada la mano derecha, y tenía que terminar una exposición que presentaría mañana en una clase de maya, me solicitó ayuda para termnirle de teclear las diapositivas. Salí del edificio cerca de las 9 de la noche, y sentí que alguien me observaba; vi sombras que me seguían a través del área.

Cuando llegué al paradero, no había un maldito taxi. Cerca del paradero hay una banca bajo un enorme árbol. Ahí estaba sentada una sombra que luego, gracias a la luz de los coches que pasaban, logré ver de que se trataba de un hombre enjuto.

"Buenas noches, mi estimado mescal..."

Me sorprendió que me llamara de esa manera, aunque confesó que "Yef" no era el nombre que le había revelado. Recordé que Magaly, cuando estaba en Huajuapan, me había llamado "Yef", aún no he entendido el por qué. Pero este sujeto, me extrañó más, por denominarme como Mescal. Ante la sorpresa, le pregunté quién era. Me dijo que se llama Pablo. Que al parecer había, yo, olvidado por completo a mis amigos. Jamás en mi vida había visto a Pablo. Él aseguraba que sí. Le pregunté si venía por parte de don Pascual.

Me dijo que no, pero que de ese sujeto venía hablarme. Me dijo que era hora de conversar en la oscuridad. Me dirijí hacia la banca.

Le comenté a Pablo, que cuando salía del edificio, sentí que algunas sombras venían acechándome durante todo el trayecto hacia el paradero. Pablo asintió. "Ya sabes muy bien lo que son estás cosas, mescal".

Miré a mi alrededor, para demostrarle a Pablo, en caso de que encontrara una de las sombras. La vi. Estaba entre los árboles.

"Enfoca tu atención en las sombras fugaces que puedes ver".

Le confesé a Pablo que esas sombras fugaces termi­narían con mi vida racional. Las veía por todas partes desde la aparicón de don Pascual. Desde aquella vez que lo conocí, me era incapaz dor­mir en la oscuridad. Dormir con las luces encendidas no me molestaba en absoluto. Sin embargo, en cuanto las apagaba todo a mi alrededor comenzaba a dar saltos. Nunca veía figuras o formas completas. Todo lo que veía eran sombras fugaces negras.

"La mente del desafiante no te ha abandonado. Ha sido seriamente injuriada. Está hacien­do lo posible por restablecer su relación contigo. Pero algo en ti se ha roto para siempre. El desafiante lo sabe. El verdadero peligro está en que la mente del desafiante te puede vencer agotándote y forzándote a abandonar ju­gando con la contradicción entre lo que ella te dice y lo que ya te han dicho".

Entonces, supe a lo que Pablo se refería. Aquel encuentro con don Pascual y la Sombra, me parecía demasiado extraño. Pablo continuó:

"Te digo, la mente del desafiante no tiene competido­res. Cuando propone algo, está de acuerdo con su propia proposición, y te hace creer que hiciste algo de valor. La mente del desafiante te dirá que lo que Loreto o tu benefactor, o el resto de nosotros te está diciendo es puro disparate, y luego la misma mente estará de acuerdo con su propia proposición. 'Sí, por supuesto, es un disparate', dirás. Así nos vencen".

Me quedé pensando en lo que me decía Pablo, sentía que tenía algo de coherencia, pero le pregunté qué era ese Desafiante del que me hablaba.

"Los desafiantes son una parte esencial del universo, y deben tomarse como lo que son realmente: asombrosos, monstruosos. Son el medio por el cual el universo nos pone a prueba.

"Somos sondas creadas por el universo, y es porque somos poseedores de energía con conciencia, somos los medios por los que el universo se vuelve consciente de sí mismo. Los desafiantes son seres implacables. No pueden ser considerados de ninguna otra forma. Si lo logramos, el universo nos permite continuar".

Al ver Pablo, intentar comprender todo lo que me decía, me miró fijamente y me dijo: "El bombardeo terminó la última vez que estuviste en Oaxaca; no hay más qué decir acerca de los desafiantes. Es tiempo de otra clase de maniobra".

La noche estaba muy calurosa. Los mosquitos y las moscas a mi alrededor parecían bombarderos suicidas que apuntaban a mi nariz, a mis ojos y a mis orejas. Pablo me dijo que no les presta­ra atención a sus zumbidos.

"No trates de espantarlos con tus manos. Intenta que se alejen. Forma una barrera energética a tu alrededor. Estáte en silencio, y desde ese silencio se construirá la barrera. Nadie sabe cómo se hace. Es una de esas cosas que los mescaleros lla­man hechos energéticos. Para tu diálogo interno. Eso es todo lo que se necesita".

"Quiero proponerte una idea un poco rara". Me dijo Pablo al ver que todavía intentaba esquivar los zumbidos de los mosquitos, a pesar de que me estaba concentrando.

"Tengo que insistir en que es una idea rara que en­contrará en ti infinita resistencia. Debo advertirte que no la aceptarás con facilidad. Pero no por el he­cho de que es rara debes rechazarla. Eres un estudiante de lingüística. Por lo tanto, tu mente está siempre abierta a la investigación, ¿verdad?"

Sentí que Pablo se estaba burlando de mí desvergonzada­mente. Definitivamente lo estaba haciendo, pero no me molestaba. Su sarcasmo se deslizaba sobre mí, y en lugar de molestarme, me hacía reír. Mi atención total estaba enfocada en lo que él decía, y los insectos, o bien dejaron de molestarme porque había in­tentado una barrera a mi alrededor, o porque estaba tan ocupado escuchando a Pablo, que ya no me molesta­ban sus zumbidos.

"La idea rara es que todo ser humano en esta Tierra parece tener las mismas reacciones, los mismos pensa­mientos, los mismos sentimientos. Parecen responder de la misma manera a los mismos estímulos. Esas reac­ciones parecen estar en cierto modo nubladas por el len­guaje que hablan, pero si escarbamos esa superficie son exactamente las mismas reacciones que asedian a cada ser humano en la Tierra. Me gustaría que esto te causara curiosidad como investigador, por supuesto, y que veas si puedes explicar esta homogeneidad".

Yo me encontraba absorto pensando en la tarea que él me había delineado. Comencé por pensar si conocía algún artículo o trabajo sobre el tema. Supuse que debía investigarlo, y decidí que comenzaría por leer todo lo escrito sobre carácter nacional. Me entusiasmé de ma­nera fortuita con el tema, y quería volver en seguida a mi casa y emprender la tarea con seriedad; sin embargo, Pablo no dijo nada por un rato. Yo no comprendía por qué se había quedado callado.

"La tarea del día, para ti, es una de las tareas más misteriosas de los mescaleros, algo que va más allá del lenguaje, más allá de las explicaciones. Recuerda que todo acto de un mescalero debe ser amortiguado con lo mundano. Debe partir de la nada, y debe volver nuevamente a la nada. Ése es el arte del mescalero: pasar por el ojo de una aguja sin ser notado. Por tanto, prepárate acomodando tu espalda contra este árbol. Estaré cerca de ti, en caso de que te desmayes o te caigas".

Le pregunté qué estaba tramando. Me dijo que me callara y que mejor me concentrara aplicando el silencio interno.

Me era bastante difícil entrar en un estado de silencio interno sin quedarme dormido. Luché contra el casi in­vencible deseo de dormir. Logré evitarlo, y me encontré mirando el fondo del campus desde la impenetrable oscuri­dad que me rodeaba. Y luego vi algo que me estremeció hasta los huesos. Vi una sombra gigantesca, quizá de un ancho de cinco metros, saltando en el aire y luego aterri­zando con un golpe ahogado y silencioso. Sentí el golpe en mis huesos, pero no lo oí.

"Son verdaderamente pesados", me dijo Pablo al oído. Me estaba agarrando del brazo izquierdo, lo más fuerte que podía.

Vi algo, como una sombra de barro meneándose en el suelo, y luego dio otro salto, quizá de unos quince metros, y volvió a aterrizar con el mismo silencioso gol­pe. Estaba aterrorizado más allá de todo lo que racional­mente pudiera usar como descripción. Mantuve mis ojos fijos en la sombra saltando en el fondo del área. Luego escuché un zumbido peculiar, una mezcla entre el sonido de un batir de alas, y el sonido de una radio que no ha sintonizado la frecuencia de una estación, y el golpe que siguió fue algo inolvidable. Nos sacudió a Pablo y a mí hasta los huesos. Una gigantesca som­bra de barro negra acababa de aterrizar a nuestros pies.

"No te asustes. Mantén tu silencio interno y la sombra se irá".

Yo temblaba de pies a cabeza. Tenía la clara impre­sión de que si no mantenía mi silencio interno activo, la sombra me envolvería como una cobija y me sofocaría. Sin perder la oscuridad a mi alrededor, grité con toda mi fuerza. Nunca había sentido tanto enojo, tanta frustración. La sombra dio otro salto, claramente hacia el final del edificio de antropología. Continué gritando mientras sacudía mis piernas. Quería deshacerme de lo que fuera que viniera a comerme. Mi estado nervioso era tal, que perdí la noción del tiempo. Quizá me desmayé.

Cuando recuperé el sentido, estaba recostado en un catre, en casa de Pablo. Tenía una toalla, empapada de agua helada, envuelta sobre la frente. Ardía de fiebre. Una chica hermosa me frotaba la espal­da, el pecho y la frente con alcohol, pero no sentía nin­gún alivio. El calor que sentía provenía de mí mismo. La impotencia y la ira lo generaban.

Pablo reía como si lo que me sucedía fuera lo más gracioso en el mundo. Sus carcajadas resonaban una tras otra.

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