martes, 29 de mayo de 2007

Fin del ciclo

24 de mayo, 2007:

Presenté mi exposición el día lunes, como estaba previsto. Llegué con la mente en blanco, y no hice absolutamente nada. La maestra terminó dando toda la explicación. No salí preocupado ni nada, puesto que ya me habían anticipado que iba a ser un desastre. Sin embargo, regresar a la Universidad me provocaba rendir cuentas a todo mundo. Le comenté a Ulises al respecto todo lo que me sucedía, porque él ha sido el testigo de mis actos, él supo desde hacía ya tres años que amaba a Lidia en silencio. Fue él quien me dijo el 23 de mayo en la mañana, que no insistiera más; que ya no me aferrara, que no me humillara, porque Lidia no sabía cómo decirme que no quería saber nada de mí. Le dije a mi amigo que no se preocupara, porque en realidad ya me había caído el veinte.

El día 22 de mayo, fui a cenar solo, porque no me sentía del todo bien. Me daba vueltas la cabeza; me sentía desubicado. Esa noche, al esperar mi orden, un intenso pensamiento irrumpió mi mente. Sentí una ola de empatía, una ola de identidad con las premisas que me habían dado los mescaleros. Había llegado finalmente a la meta de sus enseñanzas: era uno con ellos como nunca lo había sido. Nunca había sido cuestión de que luchara contra ellos o sus conceptos, porque me eran revolucionarios o porque no cumplían con la linealidad de mis pensamientos.

Di un golpe sobre la mesa como si estuviera solo en la sala. La gente me observó y sonrió a sabiendas; no me importaba. Tenía en mente el concepto del Cambio drástico. Lidia me había otorgado esa oportunidad, supongo que ella habría sentido el mismo sentimiento que yo a esa hora. Ése era el quid de la interrupción de la continuidad. ¡Cuánta razón tenía mi maestro al decir que para quedarme atrás necesitaba toda mi fuerza, todo mi control, toda mi suerte y, sobre todo, los cojones de acero del mescalero!

Me sobrevino un nuevo estado de ánimo. ¡Estaba solo! Los mescaleros me habían dejado dentro de un sueño como su agente provocador. Sentía que mi cuerpo perdía su rigidez; empezó a hacerse flexible, grado por grado hasta que pude respirar profunda y libremente. Solté una carcajada. No me importaba que la gente me mirara y que esta vez no me sonrieran. Estaba solo y no había nada que pudiera hacer.

Ahora lo que me queda es agradecer a toda esa gente que me soportó en esta travesía. Existirá otra, pero no será la misma...

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