martes, 29 de mayo de 2007

Sin fuerzas

23 de mayo, 2007:

El día domingo 20 sería el día en que mi cuerpo haría la transición que todo mescalero tiene que realizar. Pablo vino a verme cerca de las 5 de la mañana, calculé que había dormido una hora y media por lo menos, desde que Addiel me trajo a casa. Pablo me dijo que no había problema, porque pensaba llevarme a casa de doña Alvina, así que podía dormir todo lo que quisiera en todo el trayecto. Le confesé que era imposible ir a casa de doña Alvina, porque tenía pendiente una exposición el día lunes, y que realmente el encuentro con Lidia me estaba matando, no podía pensar en otra cosa más que ella.

"Ese es el motivo por el cual iremos a visitar a doña Alvina. Al parecer no lograste entender cuál era el objetivo de tu encuentro con Lidia. Te dejaste llevar por tu autocompasión... pero estamos perdiendo el tiempo, agarra tus cosas, y larguémonos".

A pesar de mis insistencias, Pablo terminó agarrando mis apuntes que tenía sobre la cama y algunos discos, según él para distraernos. Nos aventuramos a casa de doña Alvina, y yo me quedé dormido en todo el trayecto.

Cuando llegamos, no tenía ganas de entrar. Sentía una extraña sensación de que si entraba iba a desmoronarme. A empujones, Pablo me hizo entrar. Y una vez cruzado el umbral, mis fuerzas rebosaron dentro de mi cuerpo, y me vino una imagen extraña: me vi en el interior del carro con Lidia; me vi claramante como si yo hubiese sido testigo del acto. Me embargó mucho el sentimiento que caí sentado en el suelo.

"¡Maldita sea! ¡Maldita Lidia! Ella tiene la culpa después de todo, cómo es que no terminó matando a este pendejo... ¡Miren nada más cómo lo dejo! Todo un pinche muerto viviente. Hubiera sido mejor que estuviera muerto... Pero no, le diste una apariencia de un ser lastimoso para que no te diera con un golpe mortal".

Gritaba Yolanda en el vestíbulo. Pablo y doña Alvina intentaron calmar a Yolanda, porque estaba dispuesta a matarme ahí mismo. "¡Te lo dije!, ¡Te dije que no te confiaras! Pero no, lo quisiste hacer a tu manera..."

"Yolanda, lo hecho, hecho está. Quieres calmarte. Mira mejor ve a la cocina y trae agua de tamarindo para este muchacho". Le dijo doña Alvina.

Esa mujer siempre me ha traído paz con su mirada. Pero como me recuerda a la mirada de Lidia, decidí mejor apretar los ojos para no verla.

"Mira muchacho, has pasado a tu nuevo ciclo, debes estar orgulloso. Yo lo estoy. Pero te estás dejando vencer. Lidia no te golpeó muy fuerte. Y te puedo asegurar que la contienda sigue pendiente, aunque esta vez, tú debes mostrar la fortaleza del mescalero".

En ese instante llegó Yolanda con el vaso de agua de tamarindo...

"Mira mescalito, si es lo que tanto deseas..." me tiró el agua de tamarindo en la cara, se dio la vuelta y se dirigió a la cocina. Con la cara humedecida, le comenté a doña Alvina lo que había hecho posteriormente, al dejar a Lidia. Le dije que me metí bajo la ducha y dejé que el agua fría corriera por todo mi cuerpo durante una hora. Quería pensar racional y tranquilamente acerca de lo que me pasaba, pero no podía. Los pensamientos pare­cían haberse borrado de mi mente. Estaba sin pensa­mientos, y a la vez lleno hasta más no poder de sensacio­nes que me sobrevenían y que era incapaz de examinar. Todo lo que podía hacer era sentir sus golpes y dejar que pasaran por mí.

Entonces, al ver asentir a doña Alvina, intensos pensamientos empezaron a aparecer en mi mente. Tenían la cualidad única de aclarar problemas. El primero que surgió tenía que ver con algo que me había molestado siempre. Doña Alvina lo describió como algo que ocurre usualmente entre los mescaleros hombres: mi incapacidad de recordar sucesos que habían tenido lugar mientras estaba en un estado de sueño suspendido.

Doña Alvina había explicado que el sueño suspendido era un desplazamiento mínimo de mi ser que se lograba, cada vez que visitaba a mi benefactor, al darme un golpecito en la espalda. Un desplazamiento de esta naturaleza tenía dos resultados para mí: una agudeza extraordinaria de pensamiento y percepción, y la incapacidad de recordar, una vez que volvía a mi estado de conciencia normal, lo que había ocurrido durante el otro estado. por ejemplo, las relaciones con estos mescaleros. Había tenido interacción con ellos sólo durante estados de sueño suspendido. La claridad y el ámbito de nuestra interacción eran magníficos.

La única falla para mí era que en mi vida cotidiana existían como recuerdos vagos conmovedores que me llenaban de desesperación, de ansiedad y expectativas. Podría decir que en mi vida normal andaba siempre en busca de alguien que iba a apare­cer de pronto delante de mí, quizá saliendo de un edificio, quizá dando la vuelta en una esquina y cho­cando contra mí.

"Mira muchacho, el mundo de los mescaleros no es un mundo inmutable, donde la palabra es final, sin cambio, sino que es un mundo de fluctuación eterna donde nada puede darse por hecho. El encuentro con Lidia, ha modificado tu cognición tan drásticamente que ahora permitirá la entrada de posibili­dades indescriptibles y portentosas. Recuerda que tu Cambio drástico no es nada más que un beneficio para poder cruzar este umbral, y aceptar las nuevas tareas que te esperan. Te esperan millones de desafíos, y puedes dar por seguro que estás a punto de levantarte otra vez".

"Obviamente que tú no fuiste el único beneficiado. Lidia, te apuesto, está en las mismas ascuas, sólo que no sufre como tú, porque ella es mujer". Me dijo Pablo que aún estaba en el umbral viéndome.

"Debo decirte que en estos momentos tu energía fluye en todo tu cuerpo porque te estás fragmentado lentamente. Cada fragmento vive un rango específico de un ámbito total de actividad, y los sucesos que experimentas en cada fragmento tienen que unirse al­gún día para formar una visión completa, consciente, de todo lo que ha pasado en tu vida total".

Estuve en el piso, sudando profusamente, ca­vilando inútilmente, haciendo preguntas que no podían te­ner respuesta. ¿Cómo era todo esto posible? ¿Cómo llegué a estar fragmentado de tal manera? ¿Quiénes somos, en ver­dad? Ciertamente no las personas qué nos han hecho creer que somos. Tuve recuerdos de sucesos que nunca ocurrie­ron, en lo que a un centro mío concernía. Ni siquiera podía llorar. "El mescalero llora cuando está fragmentado. Cuando está completo, lo sobrecoge un escalofrío que puede, por ser tan inten­so, acabar con su vida".

Estaba experimentando tal escalofrío. Dudaba volver a encontrarme con mis amigos. Se me hacía que todos se habían ido. Estaba solo. Quería reflexionar, llorar la pérdida, dejarme ir en esa tristeza, complaciente como siempre había sido. No podía. No había nada que la­mentar, nada para entristecerse. No importaba nada.

To­dos nosotros éramos mescaleros y a todos nos ha­bía tragado el infinito.
"Será mejor que duermas, muchacho. No te preocupes, tu exposición será tu siguiente tarea. Harás el ridículo, quedarás humillado. Pero tienes que soportarlo. Así te caerá el veinte de que has pasado al siguiente nivel". Me dijo doña Alvina, y junto con Pablo me llevaron a la cama.

0 comentarios: