martes, 29 de mayo de 2007

Soledad

06 de mayo, 2007:

Llegué temprano a la Universidad. Había llegado temprano para una clase que finalmente no se pudo impartir. Me quedé en el campus porque, sinceramente, no tenía ganas de regresar a casa. Empecé a definir un extraño sentimiento de nostalgia, y a la vez de soledad. Extrañadamente, me sentía solo. Tenía ganas de tener a alguien cerca para poder conversar. Como no había tal, empecé a leer los cuentos de Guadalupe Dueñas. No pude concentrarme en la lectura, sin embargo, me vinieron imágenes, reminiscencias. Era una conversación con mi benefactor y yo; estábamos paseando en una plaza de Oaxaca. Era temprano por la tarde de un día nublado. Hacía un calor seco y cómodo. Ha­bía mucha gente. Había tiendas alrededor de la plaza. A pesar de las muchísimas veces que había estado en Oaxaca, nunca me había fijado en aquellas tiendas. Sabía que estaban allí, pero su presencia no era algo de lo cual estaba consciente. Ese día, al pasear con mi benefactor, traté de identificar y localizar las tiendas. Buscaba algo que podría utilizar como medio mnemónico que suscitara luego mi recuerdo.

"Como te he dicho anteriormente y repetidas veces, cada mescalero que conozco, hombre o mujer, en un mo­mento u otro llega al Cambio drástico de su vida."
"¿Quiere usted decir que sufren algo así como una crisis mental?"

"No, no" dijo, riéndose. "Las crisis mentales son para aquellas personas que se entregan a sí mismas. Los mescaleros no son personas. Lo que quiero decir es que, en un momento dado, la continuidad de sus vidas tiene que romperse para que se establezca el silencio interno y se haga una parte activa de sus estructuras.

"Es muy, muy, importante, que tú mismo deliberadamente llegues a ese Cambio drástico, o que lo crees, artificiosamente, inteligente­mente".

"¿Qué quiere decir con eso?" le pre­gunté, porque me sentí atrapado por su intrigante razonamiento.

"Tu Cambio drástico, es descontinuar tu vida tal como la conoces. Has hecho todo lo que te he dicho, acertada y obedientemente. Si tienes talento, nunca lo demuestras. Ése parece ser tu estilo. No eres lento, pero te comportas como si lo fueras. Estás muy seguro de ti mismo, pero te comportas como si fueras inseguro. No eres tímido y sin embargo, te comportas como si le tuvieras miedo a la gente. Todo apunta a un solo lugar: tu necesidad de romper con todo eso, despia­dadamente".

"Pero, ¿cómo? ¿Qué propone usted?" le pregunté genuinamente frenético.
"Creo que todo se reduce a un acto. Tie­nes que dejar a tus amigos. Tienes que despedirte de ellos para siempre. No es posible que continúes en el ca­mino, cargando contigo tu historia personal, y a menos que descontinúes tu manera de vida, no voy a poder seguir con mi instrucción".

"Momento, momento, momento, espere. Tengo que frenarlo. Me pide usted que haga algo demasiado difícil. Para serle muy sincero, no creo que pueda hacerlo. Mis amigos son mi familia, mis puntos de referencia".

"Precisamente, precisamente. Son tus puntos de referencia. Por consecuencia, tienen que irse. Los mescaleros tienen un solo punto de referencia: el in­finito."
"¿Pero cómo quiere que proceda?"

"Simplemente tienes que marcharte" me dijo, como si nada. "Márchate de la manera que puedas".

"Pero, ¿adónde me voy?"
"Mi recomendación es que alquiles una habitación en uno de esos hoteles baratos que conoces. Cuan­to más feo el lugar, mejor. Un hotel comparable al que te mostré aquella vez en Chetumal".

"¿Qué quiere que haga allí?"
"Un mescalero utiliza un lugar de ésos para morir. Nunca has estado solo en tu vida. Éste es el momento de hacerlo. Te quedarás en ese cuarto hasta que te mueras".

Su petición me asustó, pero a la vez me hizo reír.
"No es que lo vaya a hacer, pero ¿cuál sería el criterio para saber que estoy muerto (a me­nos que quiera que me muera físicamente)?"

"No, no quiero que tu cuerpo muera físi­camente. Quiero que muera tu persona. Son dos asuntos muy distintos. En esencia, tu persona tiene muy poco que ver con tu cuerpo. Tu persona es tu mente, y créeme, tu mente no es tuya".

"¿Qué tontería es esta, de que mi men­te no es mía?"
"Algún día lo sabrás, pero no mientras es­tés protegido por tus amigos. El criterio que indica que un mescalero ha muerto es cuando no le importa si tiene compañía o si está solo. El día que ya no busques la compañía de tus amigos que usas como escudo, ése es el día en que tu persona ha muerto. ¿Qué dices? ¿Juegas o no juegas?"

"No puedo hacerlo. Es inútil que le mienta. No puedo dejar a mis amigos."
"Está bien, no te preocupes" me dijo sin perturbarse. Mi declaración parecía no haberle afectado en lo míni­mo. "Ya no podré hablarte, pero no podemos negar que durante nuestro tiempo juntos has aprendido mu­chísimo. Has aprendido cosas que te van a fortalecer, no importa si regresas o si te vas para siempre".

Me dio una palmadita en la espalda y se despidió. Dio la vuelta y simplemente desapareció entre la gente de la plaza como si se hubiera convertido en uno con ellos. Por un instante tuve la extraña sensación de que la gente de la plaza era como un telón que él había abier­to para desaparecer detrás. El final había llegado como todo lo demás en el mundo de mi benefactor: imprevisible y velozmente. De pronto estaba sobre mí, yo estaba en medio de él, y ni siquiera sabía cómo había llegado allí.

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