martes, 29 de mayo de 2007

Contemplación

Doña Alvina me confesó que siempre se ha considerado hermosa. "La belleza es un demonio que se engendra y prolifera cuando se le admira. Aunque no lo creas, ese demonio es el más difícil de vencer, y si examinas a la gente hermosa, encontrarás a los seres más infelices que puedas imaginar". No quería discutir con ella, pero tenía un deseo sumamen­te intenso de decirle que era bastante dogmática. Debió darse cuenta de mis sentimientos. Me guiñó un ojo.

"Son seres desdichados, créemelo. Aguijonéa­los. Dales a saber que no estás de acuerdo con su idea de que son hermosos y por eso importantes. Vas a ver lo que pasa".

Doña Alvina me miró y sonrió. Guardó silencio durante unos momentos.

"El primer principio del arte de la contemplación es que los mescaleros eligen su campo de batalla. Un mescalero sólo entra en batalla cuando sabe todo lo que puede acerca del campo de lucha. En la confrontación que tendrás con Lidia, tienes que aplicar el primer principio de la contemplación... Eliminar todo lo innecesario es el segundo principio del arte." Me dijo, sin darme tiempo de decir nada.

"Los mescaleros no tienen al mundo para que los proteja, como lo tienen otras personas, así es que tienen que tener la regla. Sin embargo, la regla de los contempladores se aplica a cualquiera.

"El primer precepto de la regla es que todo lo que nos rodea es un misterio insondable.

"El segundo precepto de la regla es que debemos de tra­tar de descifrar esos misterios, pero sin tener la menor espe­ranza de lograrlo.

"El tercero es que un mescalero, consciente del insondable misterio que lo rodea y consciente de su deber de tratar de descifrarlo, toma su legítimo lugar entre los misterios y él mismo se considera uno de ellos. Por consiguiente, para un mescalero el misterio de ser no tiene fin, aunque ser signifique ser una piedra o una hormiga o uno mismo. Esa es la humil­dad del mescalero. Uno es igual a todo".

Tuvo lugar un silencio largo y forzado. Doña Alvina sonrió, jugando con la punta de su larga trenza. Me dijo luego que ya habíamos hablado lo suficiente.

La siguiente vez que fui a casa de doña Alvina, ella me esperaba en el vestíbulo. "Te he contado acerca de los principios del arte de la contemplación" me dijo, tan pronto como tomamos asien­to en el sofá de su sala. "Ahora, tú tienes que hacer lo mis­mo. ¿Cómo te los enseñó Loreto?" Le dije que no podía recordar al instante. Tenía que pen­sar, y no podía pensar. Mi cuerpo estaba asustado.

"No compliques las cosas" me dijo con tono autoritario. "El tiro es la simpleza. Aplica toda la concentración que tie­nes para decidir si entras o no en la confrontación, porque cada ba­talla es de vida o muerte. Este es el tercer principio del arte de la contemplación. Un mescalero debe de estar dispuesto y listo para entrar en su última batalla, al momento y en cualquier lugar. Pero no así nomás a la loca".

Yo no podía organizar mis pen­samientos. Estiré las piernas y me tendí en el sofá. Inhalé profundamente varias veces para calmar la agitación de mi estómago, que parecía estar hecho nudos.

"Bien, veo que estás aplicando el cuarto principio del arte. Descansa, olvídate de ti mismo, no tengas miedo a nada. Sólo entonces los poderes que nos guían nos abren el camino y nos auxilian".

Luché por recordar cómo Loreto me había enseñado los principios del arte de la contemplación. Por alguna razón inexplicable mi mente se rehusaba a concentrarse en experiencias pasadas. Loreto sólo era un vago recuerdo. Me puse en pie y empecé a examinar el salón.

El cuarto en que nos hallábamos había sido arreglado ex­quisitamente. El piso estaba hecho con grandes baldosas; el que lo hizo debió ser un excelente artesano. Estaba a punto de examinar los muebles. Avancé hacia una bella mesa marrón oscuro. Doña Alvina saltó a mi lado y me sacudió vigorosamente.

"Has aplicado correctamente el quinto principio. No te dejes llevar por la corriente".

"¿Cuál es el quinto principio?"
"Cuando se enfrentan a una fuerza superior con la que no pueden lidiar, los mescaleros se retiran por un momento. Dejan que sus pensamientos corran libremente. Se ocupan de otras cosas. Cualquier cosa puede servir. Eso es lo que acabas de hacer. Pero ahora que lo has lo­grado, debes aplicar el sexto principio: los mescaleros com­primen el tiempo, todo cuenta, aunque sea un segundo. En una batalla por tu vida, un segundo es una eternidad, una eternidad que puede decidir la victoria. Los mescaleros tratan de triunfar, por tanto comprimen el tiempo. Los mescaleros no desperdician ni un instante".

De repente, una enormidad de recuerdos erupcionó en mi mente. Agitadamente le dije a doña Alvina que ya podía re­cordar la primera vez que Loreto me puso en contacto con esos principios. Doña Alvina se puso los dedos en los labios con un gesto que exigía mi silencio. Dijo que sólo había estado intere­sada en ponerme cara a cara con los principios, pero que no quería que le relatase esas experiencias.

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