martes, 29 de mayo de 2007

El séptimo principio

27 de mayo, 2007

Pensé que me resultaría inútil tener qué pensar en otras cosas que no tuvieran relación con Lidia. Todo estaba superado. Sin embargo, caí en un pequeño problema, trivial, pero que me estaba matando: había identificado a una personita distinta a Lidia, y la ausencia de mis amigos. Siempre he considerado a mis amigos como mis puntos de referencia. No obstante, tras caer en una pequeña negación, me di cuenta que mis amigos, siempre estuvieron ahí. Una vez que logré mantener cierto equilibrio, corrí hacia la casa de doña Alvina. Había recordado que aún teníamos un asunto pendiente, antes de irme por un tiempo a Oaxaca. Obviamente que el viaje a Oaxaca, consiste, más que ir de turista, en recapitular como ya me lo habían indicado, para regresar renovado a mi nuevo campo de batalla.

Al llegar a la casa de doña Alvina, me percaté que no sentía ningún escalofrío, como siempre me había sucedido cada vez que Pablo o Yolanda me llevaban.

Doña Alvina abrió la puerta y me dijo que me estaba esperando, aunque me confesó que me estaba demorando, no sabía si en verdad mis heridas aún no habían sanado. Le dije que estaba bien, que ya no había problema con nada. Me miró con ojos burlones, como si hubiese encontrado un nuevo sentimiento dentro de mí...

"Eso es lo que tú crees. Nuestros desafíos jamás se agotarán. Además como te he venido repitiendo, lo que te sucedió no fue ninguna maldición, sino todo lo contrario, aprovéchalo de esta manera..."

Nos sentamos en la sala, y en la mesita del centro, doña Alvina tenía una jarra de agua de tamarindo. Le pregunté cómo es que sabía que yo tenía cierto gusto por el tamarindo. Ella nada más me sonrió...

"Bueno, como podrás darte cuenta, has aplicado los principios que te hemos enseñado. Mira, Primero atraíste a Lidia a tu campo de batalla, donde te encontrabas a tu merced; ahora, ya sabes eliminar todo lo que no te es esencial, te juegas la vida con cada decisión, te mantienes calmado, entras en un nuevo y optimista estado de ánimo, comprimes el tiempo, y, por último, jamás dejarás ver tu juego, jamás te pondrás al frente de nada. Este último es el séptimo principio, y para aplicarlo tienes que emplear los primeros seis.

"Espero que para esas alturas te hayas dado cuenta que sólo un maestro de la contemplación puede ser un maestro del desatino controlado. El desatino controlado no significa embaucar a la gente. Significa, como me lo explicó mi benefactor, que los mescaleros aplican los siete principios básicos del arte de la contamplación en cualquier cosa que hacen, desde, los actos más triviales hasta las situaciones de vida o muerte.

"Aplicar estos principios produce tres resultados. El prime­ro es que los mescaleros contempladores aprenden a nunca tomarse en serio: aprenden a reírse de sí mismos. Puesto que no tienen miedo de hacer el papel de tontos, pueden hacer tonto a cualquiera. El segundo es que los mescaleros contempladores aprenden a tener una pa­ciencia sin fin. Los mescaleros contempladores nunca tienen prisa, nunca se irritan. Y el tercero es que los mescaleros contempladores aprenden a tener una capacidad infinita para improvisar".

Doña Alvina se puso en pie. Como de costumbre. Al instante supuse que la conversa­ción había concluido. Me dijo que había otro tema más que debía presentarme, antes de despedirnos. Me sirvió un vaso de agua de tamarindo y luego me llevó a otro patio dentro de la casa, un lugar que jamás había visto.

Doña Alvina me mencionó un concepto que ya había escuchado antes con mi benefactor. Cuando mi maestro me describió el concepto de voltear la cabeza del mescalero para enfrentar una nueva dirección, yo lo había entendido como una metáfora que señalaba un cambio de actitud. Doña Alvina me dijo que mi idea era correcta, pero que no se trataba de una metáfora. Era verdad que los mescaleros contempladores voltean la cabeza; sin embargo, no lo hacen pa­ra enfrentar una nueva dirección, sino para enfrentarse al tiempo de una manera distinta. Los mescaleros encaran el tiempo que llega. Normalmente encaramos el tiempo cuando éste se va de nosotros. Sólo los mescaleros contempladores pueden cambiar es­ta situación y enfrentar el tiempo cuando éste avanza hacia ellos.

Doña Alvina me explicó que voltear la cabeza no significa que uno ve el futuro, sino que uno ve el tiempo como algo concre­to, pero incomprensible. Todo esto ten­dría sentido cuando yo pudiera percibir la totalidad de mí mismo y tuviese entonces la energía necesaria para descifrar ese misterio.

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Fin del ciclo

24 de mayo, 2007:

Presenté mi exposición el día lunes, como estaba previsto. Llegué con la mente en blanco, y no hice absolutamente nada. La maestra terminó dando toda la explicación. No salí preocupado ni nada, puesto que ya me habían anticipado que iba a ser un desastre. Sin embargo, regresar a la Universidad me provocaba rendir cuentas a todo mundo. Le comenté a Ulises al respecto todo lo que me sucedía, porque él ha sido el testigo de mis actos, él supo desde hacía ya tres años que amaba a Lidia en silencio. Fue él quien me dijo el 23 de mayo en la mañana, que no insistiera más; que ya no me aferrara, que no me humillara, porque Lidia no sabía cómo decirme que no quería saber nada de mí. Le dije a mi amigo que no se preocupara, porque en realidad ya me había caído el veinte.

El día 22 de mayo, fui a cenar solo, porque no me sentía del todo bien. Me daba vueltas la cabeza; me sentía desubicado. Esa noche, al esperar mi orden, un intenso pensamiento irrumpió mi mente. Sentí una ola de empatía, una ola de identidad con las premisas que me habían dado los mescaleros. Había llegado finalmente a la meta de sus enseñanzas: era uno con ellos como nunca lo había sido. Nunca había sido cuestión de que luchara contra ellos o sus conceptos, porque me eran revolucionarios o porque no cumplían con la linealidad de mis pensamientos.

Di un golpe sobre la mesa como si estuviera solo en la sala. La gente me observó y sonrió a sabiendas; no me importaba. Tenía en mente el concepto del Cambio drástico. Lidia me había otorgado esa oportunidad, supongo que ella habría sentido el mismo sentimiento que yo a esa hora. Ése era el quid de la interrupción de la continuidad. ¡Cuánta razón tenía mi maestro al decir que para quedarme atrás necesitaba toda mi fuerza, todo mi control, toda mi suerte y, sobre todo, los cojones de acero del mescalero!

Me sobrevino un nuevo estado de ánimo. ¡Estaba solo! Los mescaleros me habían dejado dentro de un sueño como su agente provocador. Sentía que mi cuerpo perdía su rigidez; empezó a hacerse flexible, grado por grado hasta que pude respirar profunda y libremente. Solté una carcajada. No me importaba que la gente me mirara y que esta vez no me sonrieran. Estaba solo y no había nada que pudiera hacer.

Ahora lo que me queda es agradecer a toda esa gente que me soportó en esta travesía. Existirá otra, pero no será la misma...

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Sin fuerzas

23 de mayo, 2007:

El día domingo 20 sería el día en que mi cuerpo haría la transición que todo mescalero tiene que realizar. Pablo vino a verme cerca de las 5 de la mañana, calculé que había dormido una hora y media por lo menos, desde que Addiel me trajo a casa. Pablo me dijo que no había problema, porque pensaba llevarme a casa de doña Alvina, así que podía dormir todo lo que quisiera en todo el trayecto. Le confesé que era imposible ir a casa de doña Alvina, porque tenía pendiente una exposición el día lunes, y que realmente el encuentro con Lidia me estaba matando, no podía pensar en otra cosa más que ella.

"Ese es el motivo por el cual iremos a visitar a doña Alvina. Al parecer no lograste entender cuál era el objetivo de tu encuentro con Lidia. Te dejaste llevar por tu autocompasión... pero estamos perdiendo el tiempo, agarra tus cosas, y larguémonos".

A pesar de mis insistencias, Pablo terminó agarrando mis apuntes que tenía sobre la cama y algunos discos, según él para distraernos. Nos aventuramos a casa de doña Alvina, y yo me quedé dormido en todo el trayecto.

Cuando llegamos, no tenía ganas de entrar. Sentía una extraña sensación de que si entraba iba a desmoronarme. A empujones, Pablo me hizo entrar. Y una vez cruzado el umbral, mis fuerzas rebosaron dentro de mi cuerpo, y me vino una imagen extraña: me vi en el interior del carro con Lidia; me vi claramante como si yo hubiese sido testigo del acto. Me embargó mucho el sentimiento que caí sentado en el suelo.

"¡Maldita sea! ¡Maldita Lidia! Ella tiene la culpa después de todo, cómo es que no terminó matando a este pendejo... ¡Miren nada más cómo lo dejo! Todo un pinche muerto viviente. Hubiera sido mejor que estuviera muerto... Pero no, le diste una apariencia de un ser lastimoso para que no te diera con un golpe mortal".

Gritaba Yolanda en el vestíbulo. Pablo y doña Alvina intentaron calmar a Yolanda, porque estaba dispuesta a matarme ahí mismo. "¡Te lo dije!, ¡Te dije que no te confiaras! Pero no, lo quisiste hacer a tu manera..."

"Yolanda, lo hecho, hecho está. Quieres calmarte. Mira mejor ve a la cocina y trae agua de tamarindo para este muchacho". Le dijo doña Alvina.

Esa mujer siempre me ha traído paz con su mirada. Pero como me recuerda a la mirada de Lidia, decidí mejor apretar los ojos para no verla.

"Mira muchacho, has pasado a tu nuevo ciclo, debes estar orgulloso. Yo lo estoy. Pero te estás dejando vencer. Lidia no te golpeó muy fuerte. Y te puedo asegurar que la contienda sigue pendiente, aunque esta vez, tú debes mostrar la fortaleza del mescalero".

En ese instante llegó Yolanda con el vaso de agua de tamarindo...

"Mira mescalito, si es lo que tanto deseas..." me tiró el agua de tamarindo en la cara, se dio la vuelta y se dirigió a la cocina. Con la cara humedecida, le comenté a doña Alvina lo que había hecho posteriormente, al dejar a Lidia. Le dije que me metí bajo la ducha y dejé que el agua fría corriera por todo mi cuerpo durante una hora. Quería pensar racional y tranquilamente acerca de lo que me pasaba, pero no podía. Los pensamientos pare­cían haberse borrado de mi mente. Estaba sin pensa­mientos, y a la vez lleno hasta más no poder de sensacio­nes que me sobrevenían y que era incapaz de examinar. Todo lo que podía hacer era sentir sus golpes y dejar que pasaran por mí.

Entonces, al ver asentir a doña Alvina, intensos pensamientos empezaron a aparecer en mi mente. Tenían la cualidad única de aclarar problemas. El primero que surgió tenía que ver con algo que me había molestado siempre. Doña Alvina lo describió como algo que ocurre usualmente entre los mescaleros hombres: mi incapacidad de recordar sucesos que habían tenido lugar mientras estaba en un estado de sueño suspendido.

Doña Alvina había explicado que el sueño suspendido era un desplazamiento mínimo de mi ser que se lograba, cada vez que visitaba a mi benefactor, al darme un golpecito en la espalda. Un desplazamiento de esta naturaleza tenía dos resultados para mí: una agudeza extraordinaria de pensamiento y percepción, y la incapacidad de recordar, una vez que volvía a mi estado de conciencia normal, lo que había ocurrido durante el otro estado. por ejemplo, las relaciones con estos mescaleros. Había tenido interacción con ellos sólo durante estados de sueño suspendido. La claridad y el ámbito de nuestra interacción eran magníficos.

La única falla para mí era que en mi vida cotidiana existían como recuerdos vagos conmovedores que me llenaban de desesperación, de ansiedad y expectativas. Podría decir que en mi vida normal andaba siempre en busca de alguien que iba a apare­cer de pronto delante de mí, quizá saliendo de un edificio, quizá dando la vuelta en una esquina y cho­cando contra mí.

"Mira muchacho, el mundo de los mescaleros no es un mundo inmutable, donde la palabra es final, sin cambio, sino que es un mundo de fluctuación eterna donde nada puede darse por hecho. El encuentro con Lidia, ha modificado tu cognición tan drásticamente que ahora permitirá la entrada de posibili­dades indescriptibles y portentosas. Recuerda que tu Cambio drástico no es nada más que un beneficio para poder cruzar este umbral, y aceptar las nuevas tareas que te esperan. Te esperan millones de desafíos, y puedes dar por seguro que estás a punto de levantarte otra vez".

"Obviamente que tú no fuiste el único beneficiado. Lidia, te apuesto, está en las mismas ascuas, sólo que no sufre como tú, porque ella es mujer". Me dijo Pablo que aún estaba en el umbral viéndome.

"Debo decirte que en estos momentos tu energía fluye en todo tu cuerpo porque te estás fragmentado lentamente. Cada fragmento vive un rango específico de un ámbito total de actividad, y los sucesos que experimentas en cada fragmento tienen que unirse al­gún día para formar una visión completa, consciente, de todo lo que ha pasado en tu vida total".

Estuve en el piso, sudando profusamente, ca­vilando inútilmente, haciendo preguntas que no podían te­ner respuesta. ¿Cómo era todo esto posible? ¿Cómo llegué a estar fragmentado de tal manera? ¿Quiénes somos, en ver­dad? Ciertamente no las personas qué nos han hecho creer que somos. Tuve recuerdos de sucesos que nunca ocurrie­ron, en lo que a un centro mío concernía. Ni siquiera podía llorar. "El mescalero llora cuando está fragmentado. Cuando está completo, lo sobrecoge un escalofrío que puede, por ser tan inten­so, acabar con su vida".

Estaba experimentando tal escalofrío. Dudaba volver a encontrarme con mis amigos. Se me hacía que todos se habían ido. Estaba solo. Quería reflexionar, llorar la pérdida, dejarme ir en esa tristeza, complaciente como siempre había sido. No podía. No había nada que la­mentar, nada para entristecerse. No importaba nada.

To­dos nosotros éramos mescaleros y a todos nos ha­bía tragado el infinito.
"Será mejor que duermas, muchacho. No te preocupes, tu exposición será tu siguiente tarea. Harás el ridículo, quedarás humillado. Pero tienes que soportarlo. Así te caerá el veinte de que has pasado al siguiente nivel". Me dijo doña Alvina, y junto con Pablo me llevaron a la cama.

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Efectos secundarios

Dormí hasta pensar que estaba en otro lugar. Cada vuelta que me daba en la cama, pensaba que estaba en la casa de mi tío, allá en Oaxaca. Incluso sentía el olor de aquel pueblo.

Cuando desperté, sentí que no había sucedido nada, es decir, mi encuentro con Lidia, pensé que sólo había sido un sueño. Traté de concentrarme en repasar mi exposición, sin embargo, cada vez que leía, me venía un extraño sentimiento. Supe de inmediato que estaba entregándome a mis malos hábitos, a mi peor vicio. Corrí por un vaso de agua, para calmarme, pero era demasiado tarde, la conversación con Lidia me vino a la mente. Y no fue la conversación completa, sino frases que según yo, eran las que me habían lastimado fuertemente.

Caí en la cama y no pude tomar mis apuntes y revisar los libros. Cerré fuertemente los ojos para olvidar todo respectivamente (incluso la exposición). Me dije que el domingo retomaría mi hilo cotidiano, porque en estos momentos, me sentía terriblemente.

Llegó el mediodía y no sentí apetito. Llegó el ocaso y fue el momento en que sentí que mis fuerzas fluían a través de mi cuerpo hasta darse a la fuga. Recordé una típica frase, que no creía aplicar en esos momentos, porque me la habían dado para calmar mi ira: "un mescalero sabe que nadie le hace nada a nadie; que uno mismo se hace daño con la gente y con los sentimientos".

Llegó la noche y me sentía completamente abatido, no podía respirar, no podía hacer nada. Realmente estaba muriendo en vida. Estuve en la red para platicar con alguien, pero fue peor, me entregué a mi vicio, y hasta supongo que contagié a las personas con el mismo sentimiento que tenía.

Tuve que recurrir a la única técnica que mis amigos me habían enseñado para calmar ese tipo de actitud. Me topé con Addiel en la red, y le insistí que saliéramos, que necesitaba aire de la bahía, y que al mismo tiempo necesitaba conversar con alguien lo más pronto posible. Addiel accedió sin más y me dijo que pasaría a buscarme.

Eran exactamente las 2:00 am cuando pasó por mí, y durante todo el trayecto Addiel intentó darme ánimos contándome su historia personal, me contó todo acerca de un noviazgo que había acaecido en la preparatoria. Le dije a mi amigo que ojalá hubiese sido un encuentro así, porque todo lo que me contaba, a mi juicio, era una típica historia color rosa. Cuando llegó mi momento, le confesé que no tenía el más mínimo recuerdo de lo que platiqué con Lidia. Me sugirió comenzar desde el primer día en que la vi, hasta el encuentro. Hice el intento, y concluimos en que sería mejor y que la plática no era nada, si no teníamos cervezas. Así que llegamos a una vinatería y yo compré el six.

Addiel escuchó con atención toda mi aflicción y me sugirió que le diera tiempo al tiempo, sin embargo, me dijo que mejor olvidara a esa chica, que no valía la pena, que hay más en el mundo esperándome, o que haga el intento (por lo menos) de volver a buscar una que me convenciera. Le reclamé que Lidia valía la pena. Addiel me dijo que nada salía bien a la primera, así que lo más recomendable es que sea paciente, pero que es posible que al final termine fijándome en otra chica. En realidad, Addiel sentía tanta lástima por mí porque me vio realmente afligido.

Cuando revise la hora vi que eran las 3:00 am. Le dije que ya no quería más cerveza y que era hora de largarnos. Addiel asintió y me dijo que tenía trabajo pendiente, y que yo, mi exposición. Le dije que era hora de dormir, para volver a recuperar fuerzas.

Addiel me llevó a casa, y me dijo que posiblemente el viernes continuaríamos la plática. Le dije que aparentemente me sentía bien, porque en verdad necesitaba platicar con alguien.

"Tú siempre quieres platicar".

Cuando se alejó el vehículo, al abrir la reja, recordé otra frase: "si un mescalero necesita alivio, simplemente elige a cualquiera y le expresa a esa persona cada detalle de su tumulto. Después de todo, el mescalero no busca que lo entiendan o le ayuden; con hablar simplemente busca aliviar su presión. Eso es, siempre y cuando el mescalero sea dado a hablar; si no lo es, no le dice nada a nadie."

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Confrontación

21 de mayo, 2007:

Defino "confrontación" al acto de dos personas con dos energías en busca de una confluencia energética en su ser interior, este acto se desarrolla a través de una conversación, y ésta se realiza con el fin de eliminar los sentimientos innecesarios. Esta confluencia de energía es mejor conocida como el Cambio drástico, el único acto que permite la ruptura de nuestras vidas (una descontinuación), esto es eliminar toda nuestra actitud que le demostramos a la gente, y sacar la verdadera esencia, y esto mismo, conlleva a la disolución de las rutinas. Mi benefactor ya me lo había anticipado antes, me dijo que llegaría el momento en que tendría que llegar a mi cambio drástico, pero antes tenía que padecer un sentimiento: conocer a Lidia.

Lidia es una hermosa mujer, sobre todo fuerte, que se atravesó en mi camino hace ya tres años. Sin darme cuenta esta mujer me enganchó, quedé perdidamente enamorado de ella, que no hallaba la forma de acercarme. En ese mismo instante que quedé enganchado mi benefactor me felicitó, porque pensaba que mi "confrontación" había surgido de una manera rápida, nada más tenía que vencerla para poder avanzar en el camino del mescalero.

Lamentablemente, en vez de demostrar la fortaleza de todo lo que había aprendido, demostré ser un estúpido, porque me dejé llevar por la timidez y el miedo al fracaso. Durante esos tres años, mi voz interior me decía que sólo tenía que confesar tales sentimientos a Lidia para poder romper con todo lo que me ataba con ella, porque de todas maneras, no iba a poder convencerla de que estuviera conmigo. La respuesta era simplemente no.

Extrañadamente, mientras me iba acercando a mi confrontación con Lidia, empecé a tener reminiscencias en las que me explicaban cómo actuar a la hora de estar frente a Lidia. Lamentablemente, a mi juicio, creo que no las apliqué al cien por ciento, porque como me dijo una vez Yolanda: Lidia me daría un golpe tan tremendo que sentiría fluir mi energía como una fuga de agua.

Acepté de una vez por todas que pasara lo que pasara iba a morir en el acto, o perder mi fuerza para siempre. Al ver que ya no tenía oportunidad, pues la conversación si iba aplazando, mi voluntad se tuvo que encargar de todo, es decir, pude tener acceso a la soledad de Lidia. Sin querer el día 18 de mayo me la encontré. Lidia se había ofrecido a darme un aventón hasta mi casa, fue ahí la señal. Era una noche calurosa, y Lidia había estado apreciando la luna, me preguntó si era creciente, le dije que sí. En todo el trayecto Lidia fue conversando acerca de problemas que estábamos pasando en la Universidad.

Al llegar a mi casa, Lidia me preguntó si había alguien en casa, yo como vi la luz prendida, supuse que sí. Sin más rodeos, le dije a Lidia que me hubiera gustado platicar de lo que ya habíamos pactado. Me dijo que estaba bien, que ella ya lo sabía. Le confesé todo mi afecto, le dije que estaba con este dolor desde hace tres años, así que sólo le pedía que me diera oportunidad de conocerla para posteriormente tener una relación seria y formal; le pregunté también principalmente, que si no tenía alguien en su vida. Ella me dijo sinceramente que salía con alguien con el que había terminado desde hacía tiempo. Que se estaban reconciliando. Le dije que eso era suficiente para desengañarme. Lidia rió y me descalificó como una persona dramática.

La verdad es que así me he considerado siempre, una persona cursi, dramática, y sobre todo, tímida. Lidia volvió a reírse y me dijo que no lo aparentaba. Cuando escuché eso y confirmármelo, recordé que tenía que aplicar mi silencio interno. Sin embargo era tarde, algo me había punzado en el estómago. Me quedé sin palabras y lo último que escuché fue que Lidia me había solicitado que tras esta conversación no me alejara, que no repercutiera en la amistad que ya habíamos construido, porque había visto en mí a una persona amable.

Sin nada que me viniera a la mente, le dije a Lidia que lo que me había llamado la atención, era su fortaleza. Lidia volvió a reír. Sin más, sentí que mi cuerpo me hacía salir del carro, abrí la puerta, y le dije:

"Lidia, sé que tienes prisa. Lo sé porque alguien te espera…"

Lidia me dijo que era cierto, que la habían llamado unas amigas para salir a cenar, pero que no sabía todavía que iba a hacer porque tenía otros asuntos pendientes.

Le dije que yo también tenía pendiente mi exposición… me deseó suerte y yo también; nos despedimos. Al mismo tiempo que me decía que posiblemente tendríamos una nueva conversación, porque cinco minutos no eran suficientes, sentí que el cuerpo me había jalado fuera del vehículo, ya estaba apunto de desfallecer, pero algo me mantuvo de pie. Me miré los pies, como si estuviera verdaderamente ebrio; vi una extraña sombra que estaba debajo del automóvil, me apreciaba. Entonces cerré la puerta y le dije adiós a Lidia.

Lidia sin más, me correspondió la despedida, y salió disparada, se alejó y ni siquiera tuve la oportunidad de ver que se alejara de mi mundo, porque sin darme cuenta ya estaba dentro de la casa. Me sentía conmocionado; la cabeza me palpitaba y mi cuerpo me estaba sofocando.

"Vamos, vamos, date una ducha para que te recuperes. Tu energía está rebozando y si no callas tu mente, vas a terminar en shock".

No me extrañé al ver a Pablo dándome indicaciones. Entré rápido al baño, abrí la regadera, y dejé que el agua fría eliminará toda mi memoria del encuentro.

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El Adiós

20 de mayo, 2007:

Era un día nublado, cuando me encontré caminando por el campus. Me senté en una banca frente a la explanada de la Universidad, maestros y alumnos de repente dejaron de transitar y me encontré solo. El día estaba húmedo. Revisé la hora en mi móvil y me di cuenta que ya serían cerca de las once de la mañana, le marqué a Lidia para ver si podía tener la oportunidad de platicar con ella. Se encontraba durmiendo, y me dijo que no había problema en haberla despertado, pero con respecto a la plática, me dijo que nos veríamos en la Universidad por la tarde, cerca de las cuatro o posiblemente después de las diez de la noche. Cuando finalicé la llamada, como si hubiera detenídose el tiempo, maestros y alumnos, servicio de limpieza y guardias, empezaron a circular en la Universidad. Me quedé un rato más en la banca esperando posiblemente una señal que me dijera que era hora de marcharse. La brisa marina estaba fresca, y de repente me hizo recordar un aire de soledad, un recuerdo que me hizo recapacitar que estaba solo en ese lugar.

En tal recuerdo, me vi apreciando el paisaje de Tonalá en la cima del cerro de la Cueva de las flores. No se por qué, pero recordé todos esos suce­sos como si hubieran pasado hacía un instante. Estaba con mi benefactor y yo estaba gritando a todo pulmón. Al terminar mis gritos, mi soledad era algo inexpre­sable. Estaba llorando desconsoladamente. Mi benefactor me explicó con gran paciencia que la sole­dad es inadmisible para un mescalero. Dijo que los mescaleros pueden contar con un ser sobre el cual pueden enfocar todo su afecto, todo su cariño; el mismo ser que permite a los mescaleros emprender el viaje definitivo.

"No soporto la idea de que se vaya". El sonido de mi voz y lo que había dicho me aver­gonzó. Cuando empecé a sollozar involuntariamente, de­bido a mi autocompasión, me sentí aún peor. "¿Qué me pasa? No soy así de costumbre".

"Lo que te pasa es que tu conciencia está de nuevo al nivel de tus talones", me replicó, riéndose.

Entonces perdí el último ápice de dominio y me en­tregué por completo a mis sentimientos de decaimiento y desesperanza.

"Me voy a quedar solo. ¿Qué va a pasar conmigo?"
"Veámoslo de esta manera. Para que yo deje esta tierra y me enfrente a lo desconocido, necesito de toda mi fuerza, de todo mi dominio, de toda mi suerte; pero sobre todo, necesito cada ápice de los cojones de acero de un mescalero. Para quedarte aquí y pelear como un mescalero necesitas todo lo que yo mismo necesito. Aventu­rarse allí afuera adonde vamos nosotros no es broma, pero tampoco lo es quedarse aquí".

Tuve un arranque de emoción y lo abracé fuertemente.

"¡Ya, muchacho! ¡No más falta que me hagas un pinche altar!"

La angustia que me sobrevino cambió mi estado de autocompasión a un sentimiento de pérdida sin igual.

"¡Se va usted! ¡Se va para siempre!"

En aquel momento mi benefactor me hizo algo que me había hecho repetidas veces desde el día en que lo cono­cí. Se le infló la cara como si el profundo suspiro que to­maba lo hubiera inflado. Me dio un toque fuerte en la espalda, con la palma de su mano izquierda y dijo: ¡Levántate de tus talones! ¡Levántate!

Al instante, estaba yo de nuevo coherente, completo, con total dominio. Sabía lo que me esperaba. Ya no ha­bía vacilación por mi parte, ni preocupación por mí mis­mo. No me importaba lo que me iba a pasar cuando se fuera. Sabía que su partida era inminente. Me miró, y en esa mirada me lo dijo todo.

"Nunca más volveremos a vernos. Ya no necesitas mi ayuda; y no te la ofrezco, porque si vales como mescalero, me escupirás en la cara por ofrecértela. Más allá de ciertos parámetros, la única felicidad de un mescalero es su estado soli­tario. No quisiera que tú trataras de ayudarme tampoco. Una vez que me vaya, estaré ido. No pienses más en mí porque yo no voy a pensar más en ti. Si eres un mescalero que vale lo que pesa, ¡sé impecable! Cuida tu mundo. Hónralo; vigílalo con tu vida".

Se alejó de mí. El momento estaba más allá de la autocompasión o de las lágrimas o de la felicidad. Mo­vió la cabeza como para despedirse o como si recono­ciera lo que yo sentía.

"Olvídate del Yo y no temerás nada, no importa el nivel de conciencia en que te encuentres", me dijo.

Tuvo un arranque de levedad. Me hizo una última broma sobre esta tierra: "¡Ojalá encuentres amor!", me dijo.

Levantó su palma hacia mí y estiró los dedos como un niño, contrayéndolos luego contra la palma. "Adiós".

Sabía que era inútil sentir tristeza o lamentarme y que era tan difícil quedarme como para él irse. Los dos estábamos dentro de una maniobra energéti­ca irreversible que ninguno de los dos podía detener. Sin embargo, quería unirme con mi maestro, seguirlo a donde fuera. Se me ocurrió la idea de que si me moría él me lle­varía con él.

Entonces vi cómo el benefactor caminó al interior de la cueva y desapareció en la niebla de aquel cerro. Vi cómo se convertía en un globo luminoso y ascendía y flotaba encima del cerro de la Culebra como luz fantasma en el cielo. Dio una vuelta sobre la cima del cerro tal como había dicho que lo haría; su última vista, la que es sólo para sus ojos; su últi­ma vista de esta tierra maravillosa. Y luego se desvane­ció.

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Contemplación

Doña Alvina me confesó que siempre se ha considerado hermosa. "La belleza es un demonio que se engendra y prolifera cuando se le admira. Aunque no lo creas, ese demonio es el más difícil de vencer, y si examinas a la gente hermosa, encontrarás a los seres más infelices que puedas imaginar". No quería discutir con ella, pero tenía un deseo sumamen­te intenso de decirle que era bastante dogmática. Debió darse cuenta de mis sentimientos. Me guiñó un ojo.

"Son seres desdichados, créemelo. Aguijonéa­los. Dales a saber que no estás de acuerdo con su idea de que son hermosos y por eso importantes. Vas a ver lo que pasa".

Doña Alvina me miró y sonrió. Guardó silencio durante unos momentos.

"El primer principio del arte de la contemplación es que los mescaleros eligen su campo de batalla. Un mescalero sólo entra en batalla cuando sabe todo lo que puede acerca del campo de lucha. En la confrontación que tendrás con Lidia, tienes que aplicar el primer principio de la contemplación... Eliminar todo lo innecesario es el segundo principio del arte." Me dijo, sin darme tiempo de decir nada.

"Los mescaleros no tienen al mundo para que los proteja, como lo tienen otras personas, así es que tienen que tener la regla. Sin embargo, la regla de los contempladores se aplica a cualquiera.

"El primer precepto de la regla es que todo lo que nos rodea es un misterio insondable.

"El segundo precepto de la regla es que debemos de tra­tar de descifrar esos misterios, pero sin tener la menor espe­ranza de lograrlo.

"El tercero es que un mescalero, consciente del insondable misterio que lo rodea y consciente de su deber de tratar de descifrarlo, toma su legítimo lugar entre los misterios y él mismo se considera uno de ellos. Por consiguiente, para un mescalero el misterio de ser no tiene fin, aunque ser signifique ser una piedra o una hormiga o uno mismo. Esa es la humil­dad del mescalero. Uno es igual a todo".

Tuvo lugar un silencio largo y forzado. Doña Alvina sonrió, jugando con la punta de su larga trenza. Me dijo luego que ya habíamos hablado lo suficiente.

La siguiente vez que fui a casa de doña Alvina, ella me esperaba en el vestíbulo. "Te he contado acerca de los principios del arte de la contemplación" me dijo, tan pronto como tomamos asien­to en el sofá de su sala. "Ahora, tú tienes que hacer lo mis­mo. ¿Cómo te los enseñó Loreto?" Le dije que no podía recordar al instante. Tenía que pen­sar, y no podía pensar. Mi cuerpo estaba asustado.

"No compliques las cosas" me dijo con tono autoritario. "El tiro es la simpleza. Aplica toda la concentración que tie­nes para decidir si entras o no en la confrontación, porque cada ba­talla es de vida o muerte. Este es el tercer principio del arte de la contemplación. Un mescalero debe de estar dispuesto y listo para entrar en su última batalla, al momento y en cualquier lugar. Pero no así nomás a la loca".

Yo no podía organizar mis pen­samientos. Estiré las piernas y me tendí en el sofá. Inhalé profundamente varias veces para calmar la agitación de mi estómago, que parecía estar hecho nudos.

"Bien, veo que estás aplicando el cuarto principio del arte. Descansa, olvídate de ti mismo, no tengas miedo a nada. Sólo entonces los poderes que nos guían nos abren el camino y nos auxilian".

Luché por recordar cómo Loreto me había enseñado los principios del arte de la contemplación. Por alguna razón inexplicable mi mente se rehusaba a concentrarse en experiencias pasadas. Loreto sólo era un vago recuerdo. Me puse en pie y empecé a examinar el salón.

El cuarto en que nos hallábamos había sido arreglado ex­quisitamente. El piso estaba hecho con grandes baldosas; el que lo hizo debió ser un excelente artesano. Estaba a punto de examinar los muebles. Avancé hacia una bella mesa marrón oscuro. Doña Alvina saltó a mi lado y me sacudió vigorosamente.

"Has aplicado correctamente el quinto principio. No te dejes llevar por la corriente".

"¿Cuál es el quinto principio?"
"Cuando se enfrentan a una fuerza superior con la que no pueden lidiar, los mescaleros se retiran por un momento. Dejan que sus pensamientos corran libremente. Se ocupan de otras cosas. Cualquier cosa puede servir. Eso es lo que acabas de hacer. Pero ahora que lo has lo­grado, debes aplicar el sexto principio: los mescaleros com­primen el tiempo, todo cuenta, aunque sea un segundo. En una batalla por tu vida, un segundo es una eternidad, una eternidad que puede decidir la victoria. Los mescaleros tratan de triunfar, por tanto comprimen el tiempo. Los mescaleros no desperdician ni un instante".

De repente, una enormidad de recuerdos erupcionó en mi mente. Agitadamente le dije a doña Alvina que ya podía re­cordar la primera vez que Loreto me puso en contacto con esos principios. Doña Alvina se puso los dedos en los labios con un gesto que exigía mi silencio. Dijo que sólo había estado intere­sada en ponerme cara a cara con los principios, pero que no quería que le relatase esas experiencias.

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Doña Alvina

16 de mayo, 2007:

Me siento deprimido. No logré definirme para poder unirme a mi doble y así confrontar a Lidia. Las horas están pasando, y lo único que he logrado es confesarle lo que siento a través de la maldita internet. No me siento bien, me siento enfermo y estúpido. Lástima que nadie de esa gente que siempre se me aparece, está en estos momentos para que me reprochen. Aunque la voz de mi interior me dice que es natural que lo haga. Estoy realmente desesperado.

Al final del día, y estar dando vueltas por mi habitación, opté por recostarme en la cama y poner mi música para pensar en cosas de la Universidad. Sin embargo, me vinieron a la mente reminiscencias. Extraños encuentros que pienso son un sueño, sin embargo, cuando veo a estos seres, siento que todo ha sido real. En fin... Recordé que un día mi benefactor y don Celestino me dejaron a la puerta de la casa de Yolanda. Ella me dijo que entrara, porque doña Alvina me esperaba en el interior.

"Es un honor conocerla". Le dije a la mujer que me esperaba en el corredor, y además fue lo primero que se me vino a la mente.

"Yo soy Alvina..." Se presentó y acto seguido, nos miramos en silencio. Me había quedado estupefacto. Mi estado de conciencia estaba más agudo que nunca. Y jamás he vuelto a experimentar una sensación comparable.

"Qué nombre tan bello". Pude decirle con una voz quebrada, pero quería decir mucho más que eso.

El nombre no me parecía raro, simplemente no había conocido a nadie, hasta ese día, que fuera la esencia de ese nombre. A la mujer que se hallaba frente a mí le quedaba como si lo hubieran hecho para ella, o quizás era como si ella hubiese he­cho que su persona encajara en el nombre. Me percaté que doña Alvina es físicamente idéntica a Yolanda, a excepción de que doña Alvina parece tener más confianza en sí misma, y más autori­dad. Es muy alta y esbelta (de acuerdo con mi estatura). Tiene la piel clara; de ascendencia española, o quizá francesa. Es ya de edad, y sin embargo no es débil ni avejentada. Su cuerpo es ágil, flexible y delgado. Piernas largas, rasgos angu­lares, boca pequeña, una nariz bellamente esculpida, ojos oscuros, cabello trenzado y completamente blanco. Ni papa­da ni piel colgante en el rostro y cuello. Es vieja como si la hubieran arreglado para parecer vieja.

Al tener este recuerdo (de manera retrospectiva) de mi primer encuentro con ella, me viene a la mente algo completamente sin relación pero a propósito. Doña Alvina (en mi juicio subjetivo) es como la primera imagen de una actriz de cine, una muchacha maquillada para verse vieja.

"¿Qué es lo que tenemos aquí?". Me preguntó, pellizcándome. "No pareces gran cosa. Flojo. Lleno de pecadillos chiquitos y unos cuantos grandes, ¿eh?"

Su franqueza me recordó a la de Lidia, al igual que la fuerza interna de su mirada. Se me había ocurrido, revisando mi vida con la imagen de Lidia, que sus ojos siempre estaban en reposo. Era imposible ver agitación en ellos. No es que los ojos de Lidia fueran bellos. He visto que sean ojos deslumbrantes, pero nunca había descubierto que digan algo como los de Lidia. En cambio, los ojos de doña Alvina, me daban la sensación de que habían visto todo lo que se puede ver; eran serenos, pero no dulces. La excitación en esos ojos se había hundido hacia dentro y se había convertido en algo que sólo puedo describir como vida interna.

Doña Alvina me llevó a través de la sala hasta un patio techado. Nos sentamos en unos cómodos sillones. Sus ojos parecían buscar algo en mi cara.

"¿Sabes quién soy yo y lo que se supone que debo hacer contigo?"

Le dije que todo lo que sabía acerca de ella, y su relación conmigo, a lo que mi benefactor había bosquejado. En toda mi explicación la traté de doña Alvina. Aunque no creo dejar de hacerlo, porque siente respeto hacia ella.

"No me llames doña Alvina". Me pidió con un gesto in­fantil de irritación y embarazo. "Todavía no estoy tan vieja, y ni siquiera tan respetable".

Le pregunté cómo quería que la tratase.
"Tan sólo Alvina. En cuanto a quién soy, te pue­do decir inmediatamente que soy una mescalera que conoce los secretos de la contemplación. Y en cuanto a lo que se supone que debo de hacer contigo, te puedo decir que voy a enseñarte los pri­meros siete principios de la contemplación, los tres primeros principios de la regla para los contempladores, y las tres primeras maniobras de la contemplación".

Agregó que para cada mescalero lo normal era olvidar lo que acontece cuando las acciones ocurren en el lado izquierdo, y que me llevaría años llegar a comprender lo que iba a enseñar­me. Dijo que su instrucción era apenas el principio, y que algún día terminaría sus enseñanzas pero bajo condiciones diferentes. Le pregunté si le molestaba que le hiciera preguntas.

"Pregunta lo que quieras. Todo lo que necesito de ti es que te comprometas a practicar. Después de todo, de una manera u otra ya sabes muy bien lo que vamos a tratar. Tus defectos consisten en que no tienes confianza en ti mismo y en que estás dispuesto a reclamar tu conocimiento como poder. El naualli, siendo hombre, te hipnotizó. No puedes ac­tuar por tu propia cuenta. Sólo una mujer te puede liberar de eso".

"Empezaré contándote la historia de mi vida, y, al hacerlo, las cosas se te van a aclarar. Tengo que contártela en pedacitos, así es que tendrás que venir seguido aquí".

Su aparente disposición a hablar de su vida me sorprendió porque era lo contrario a la reticencia que los demás mos­traban por revelar cualquier cosa personal. Recordé entonces (dentro de ese recuerdo) que después de años de estar con ellos, yo había aceptado sus maneras de ser tan indisputablemente que ese intento voluntario de revelarme su vida personal me fue inquietante. La aseveración me puso inmediatamente en guardia.

"Perdón, ¿dijo usted que piensa revelarme su vida personal?"
"¿Porqué no?"

Le respondí con una larga explicación de lo que mi benefactor me había dicho acerca de la abrumadora fuerza de la historia personal, y de la necesidad que tienen los mescaleros de borrarla. Concluí todo diciéndole que mi benefactor me había prohibido terminantemente hablar de mi vida. Se rió con una voz muy aguda. Parecía estar encantada.

"Eso sólo se aplica a los hombres. Por ejemplo, el no-hacer de tu vida personal consiste en contar cuentos inter­minables pero ninguno de ellos sobre tu verdadera identidad. Como ves, ser hombre significa que tienes una sólida historia tras de ti. Tienes familia, amigos, conocidos, y cada uno de ellos tiene una idea definida de ti. Ser hombre significa que eres responsable. No puedes desaparecer tan fácilmente. Para poder borrar tu historia necesitas mucho trabajo. Mi caso es distinto. Ser mujer me da una espléndida ven­taja. No tengo que rendir cuentas. ¿Sabías tú que las mujeres no tienen que dar cuentas?"

"No sé qué quiera decir con rendir cuentas".

"Quiero decir que una mujer puede desaparecer fácilmente. Una mujer puede, si no hay más, casarse. La mujer pertenece al marido. En una familia con muchos hijos, las hijas se descartan con facilidad. Nadie cuenta con ellas y hasta es posible que ellas un día desaparezcan sin dejar rastro. Su desaparición se acepta con facilidad. Un hijo, por otra parte, es algo en lo que uno invierte. A un hijo no le es tan fácil escabullirse y desaparecer. Y aun si lo hace, deja huellas tras de sí. Un hijo se siente culpable por desaparecer. Una hija, no.

"Cuando el naualli te entrenó a no decir una palabra acerca de tu vida personal, lo que él trataba era ayudarte a vencer esa idea que tienes de que le hiciste mal a tu familia y a tus amigos, que contaban contigo de una forma u otra. Después de luchar toda una vida, el mescalero termina, por supuesto, borrándose, pero esa lucha deja mellas en el hom­bre. Se vuelve reservado, siempre en guardia contra sí mismo. Una mujer no tiene que lidiar con esas privaciones. La mujer ya está preparada a esfumarse en pleno aire. Y por cierto, eso es lo que se espera que haga tarde o temprano.

"Siendo mujer, los secretos no me importan un pepino. No me siento obligada a guardarlos. La obsesión por los se­cretos es la manera como pagan ustedes los hombres por ser importantes en la sociedad. La contienda es sólo para los hombres, porque los agravia el tener que borrarse y encuentran maneras curiosas de reaparecer, como sea, de vez en cuando. Mira lo que te pasa a ti, por ejemplo; ahí andas dando lecciones y hablando con todo el mundo.

"No te sientes muy bien conmigo, ¿verdad?". Su pregunta definitivamente me tomó por sorpresa. Reí. Su tono no era belicoso en lo más mínimo.

"Sí"
"Ah, es perfectamente comprensible. Estás acostumbrado a ser hombre. Para ti la mujer se hizo sólo para tu uso. ¿Tú crees que la mujer es estúpida por naturaleza?. Y el hecho de que eres hombre y mescalero te hace las cosas todavía más difíciles".

Me sentí obligado a defenderme. Pensé que era una dama obstinada y quería decírselo en la cara. Empecé muy bien, pe­ro me desinflé casi al instante al oír su risa. Era una risa gozo­sa y juvenil como la de Loreto. Sin embargo, la risa de doña Alvina tenía una vi­bración distinta a la de Loreto. No había ninguna premura, ninguna presión en ella.

"Mejor vámonos adentro. No debe haber nada que te distraiga. El naualli ya te ha distraído lo sufi­ciente, te ha mostrado el mundo; eso era importante para lo que te tenía que decir. Yo tengo otras cosas que decirte, que requieren otro ambiente".

Nos sentamos en un sofá con asientos de cuero, en una ha­bitación con puerta al patio. Me sentí muy a gusto allí. Ella de inmediato comenzó con la historia de su vida.

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Preludio

13 de mayo, 2007:

Me acabo de dar cuenta que mis miedos los calmo con tragos de mezcal, porque cuando me llevó Yolanda frente a una señora que según tiene 50 años (cuando en realidad aparenta unos 35), mi corazón empezó a latir aceleradamente, mi piel se erizó, y sentí ganas de salir corriendo. No obstante, mis pies no tenían la fuerza para moverse. Doña Alvina me agarró de los hombros, y me dijo que mi doble es el que quería quedarse en casa, y mi ser físico tenía ganas de huir.

"Debes controlarte, muchacho. ¿Sabes por qué estás aquí?" No podía responder, no porque no tenía idea, sino simplemente no podía abrir mi boca para pronunciar aunque sea un gemido. Sin embargo, escuché mi voz desde el fondo de la cocina de doña Alvina. Escuché claramente que estaba en ese lugar para poder definirme de una vez por todas. Que mi confrontación con la personita estaba cerca. Al escucharme, mi cuerpo revoloteó como un pájaro, y doña Alvina y Yolanda me agarraron fuertemente para que dejara de moverme.

"Creo que sí le das un poco de mezcal a este Fabián, se le quitará lo miedoso". Me escuché decir desde la cocina.

Mi vista se desconcentró al ver salir a un hombre del baño; era un hombre que se me hacía familiar. Yolanda me dijo después que se trataba de don Celestino, aunque la verdad, el nombre no me hacía recordar absolutamente nada. Don Celestino sacó de un cajón de su trastero una hermosa botella dorada. Reconocí que era una de las botellas que vendía Loreto.

"Bébelo, muchacho. Así seco, para que te recuperes más rápido".

Don celestino abrió mi boca, como si yo fuera un niño que se rehusaba a tomar su medicamento; me empinó la botella y escuché que en el interior de mi cuerpo salía un sonido como cuando el agua fría cae sobre una superficie caliente. Caí en el suelo. Don Celestino y doña Alvina ríeron escandalosamente, como si se tratara de una parvada de pájaros en busca de un árbol para dormir.

Don Celestino me revolvió el cabello, y me dijo que estaba en la casa para poder recapitular los consejos que me había dado mi benefactor. Me llevé como una hora y media en recordar (con dificultad) las escenas en las que mi voluntad triunfaba. Y una vez que finalicé, doña Alvina me dijo que fuésemos a la cocina, porque mi doble estaba esperándome para darme las nuevas instrucciones.

Había olvidado completamente a mi "doble", por una extraña razón, mis miedos se disiparon. Y sin nada que me pasara por la mente, me dirigí sin titubeos, supongo que fue el efecto del mezcal, porque no paso por mi mente el miedo de verme sentado en la mesa. Pero ahí estaba yo. No era un reflejo como el espejo. Estaba tan lleno de vida, que pensaba que era una persona parecida a mí.

"Somos uno solo, Fabián. El camino no finalizará jamás, pero estamos avanzando." Fue raro escuchar su voz en esa habitación, porque su voz no era como la mía, era más gruesa y ronca, parecía que a propósito hacía vibrar sus cuerdas vocales.

Algo, de repente, me cayó como un balde de agua fría. Le dije sin sentarme, que él tenía mis respuesta a todas mis preguntas. Me dijo que era obvio, porque él era el lado de mi conciencia, la contraria a la razón: se decía llamar Fabio.

"Tú eres el buen Fabián, mescalito, y yo soy el buen Fabio, el naualli..."

Entonces le pregunté si iba a tener éxito en mi confrontación. Me dijo que primero teníamos que definir el nombre de la personita. Le dije que se llamaba... pero me callaron los cuatro seres que estaban sentados a la mesa.

"Se llama Lidia. Y tienes que pedirle una cita". Me dijo doña Alvina, de manera escueta.

"¿Lidia?"
Entonces recordé que en varias ocasiones, estos personajes se cambiaban de nombre, o simplemente daban un nombre tipo código como referencia en sus pláticas. Pero, recordando la confrontación, había creído que tal acto sería lo mismo que llegar frente a ella e iniciar la batalla. Fabio me dijo que no, que no estaba entendiendo las cosas. Lo que tenía que hacer exactamente, era pedirle una cita a como diera lugar, y de la manera que más me plazca.

Le dije que no tenía la menor idea, además, pedirle una cita ¿no era lo mismo que empezar de una vez por todas la confrontación?

"De verdad que eres un estúpido, Fabián". Me reprochó Yolanda.
"Tú harás lo que te dije. Y no te preocupes, porque yo estaré contigo para confrontarla. Estaremos los dos juntos, para que sobrevivamos juntos".

Me dijo que después de pedirle la cita, que pensara en mi apariencia, para que él pudiera unirse a mí. Sentí miedo de repente, y don Celestino me dijo que era natural. Me puso la botella de mezcal y yo bebí sin parar.

"Otra cosa. Después de que hayas pactado la cita. Deberás tomarla por sorpresa, es decir, que llegarás frente a ella un día antes, y le dirás lo que sientes". Me dijo doña Alvina, mientras que yo me sacaba los labios. Después todos se levantaron, excepto Fabio.

"Ya tengo ansias de que el mes se acabé. Después de todo, cumples lo que prometes. Te enfrentarás a ella a mediados de mayo, como le dijiste al benefactor".

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Soledad

06 de mayo, 2007:

Llegué temprano a la Universidad. Había llegado temprano para una clase que finalmente no se pudo impartir. Me quedé en el campus porque, sinceramente, no tenía ganas de regresar a casa. Empecé a definir un extraño sentimiento de nostalgia, y a la vez de soledad. Extrañadamente, me sentía solo. Tenía ganas de tener a alguien cerca para poder conversar. Como no había tal, empecé a leer los cuentos de Guadalupe Dueñas. No pude concentrarme en la lectura, sin embargo, me vinieron imágenes, reminiscencias. Era una conversación con mi benefactor y yo; estábamos paseando en una plaza de Oaxaca. Era temprano por la tarde de un día nublado. Hacía un calor seco y cómodo. Ha­bía mucha gente. Había tiendas alrededor de la plaza. A pesar de las muchísimas veces que había estado en Oaxaca, nunca me había fijado en aquellas tiendas. Sabía que estaban allí, pero su presencia no era algo de lo cual estaba consciente. Ese día, al pasear con mi benefactor, traté de identificar y localizar las tiendas. Buscaba algo que podría utilizar como medio mnemónico que suscitara luego mi recuerdo.

"Como te he dicho anteriormente y repetidas veces, cada mescalero que conozco, hombre o mujer, en un mo­mento u otro llega al Cambio drástico de su vida."
"¿Quiere usted decir que sufren algo así como una crisis mental?"

"No, no" dijo, riéndose. "Las crisis mentales son para aquellas personas que se entregan a sí mismas. Los mescaleros no son personas. Lo que quiero decir es que, en un momento dado, la continuidad de sus vidas tiene que romperse para que se establezca el silencio interno y se haga una parte activa de sus estructuras.

"Es muy, muy, importante, que tú mismo deliberadamente llegues a ese Cambio drástico, o que lo crees, artificiosamente, inteligente­mente".

"¿Qué quiere decir con eso?" le pre­gunté, porque me sentí atrapado por su intrigante razonamiento.

"Tu Cambio drástico, es descontinuar tu vida tal como la conoces. Has hecho todo lo que te he dicho, acertada y obedientemente. Si tienes talento, nunca lo demuestras. Ése parece ser tu estilo. No eres lento, pero te comportas como si lo fueras. Estás muy seguro de ti mismo, pero te comportas como si fueras inseguro. No eres tímido y sin embargo, te comportas como si le tuvieras miedo a la gente. Todo apunta a un solo lugar: tu necesidad de romper con todo eso, despia­dadamente".

"Pero, ¿cómo? ¿Qué propone usted?" le pregunté genuinamente frenético.
"Creo que todo se reduce a un acto. Tie­nes que dejar a tus amigos. Tienes que despedirte de ellos para siempre. No es posible que continúes en el ca­mino, cargando contigo tu historia personal, y a menos que descontinúes tu manera de vida, no voy a poder seguir con mi instrucción".

"Momento, momento, momento, espere. Tengo que frenarlo. Me pide usted que haga algo demasiado difícil. Para serle muy sincero, no creo que pueda hacerlo. Mis amigos son mi familia, mis puntos de referencia".

"Precisamente, precisamente. Son tus puntos de referencia. Por consecuencia, tienen que irse. Los mescaleros tienen un solo punto de referencia: el in­finito."
"¿Pero cómo quiere que proceda?"

"Simplemente tienes que marcharte" me dijo, como si nada. "Márchate de la manera que puedas".

"Pero, ¿adónde me voy?"
"Mi recomendación es que alquiles una habitación en uno de esos hoteles baratos que conoces. Cuan­to más feo el lugar, mejor. Un hotel comparable al que te mostré aquella vez en Chetumal".

"¿Qué quiere que haga allí?"
"Un mescalero utiliza un lugar de ésos para morir. Nunca has estado solo en tu vida. Éste es el momento de hacerlo. Te quedarás en ese cuarto hasta que te mueras".

Su petición me asustó, pero a la vez me hizo reír.
"No es que lo vaya a hacer, pero ¿cuál sería el criterio para saber que estoy muerto (a me­nos que quiera que me muera físicamente)?"

"No, no quiero que tu cuerpo muera físi­camente. Quiero que muera tu persona. Son dos asuntos muy distintos. En esencia, tu persona tiene muy poco que ver con tu cuerpo. Tu persona es tu mente, y créeme, tu mente no es tuya".

"¿Qué tontería es esta, de que mi men­te no es mía?"
"Algún día lo sabrás, pero no mientras es­tés protegido por tus amigos. El criterio que indica que un mescalero ha muerto es cuando no le importa si tiene compañía o si está solo. El día que ya no busques la compañía de tus amigos que usas como escudo, ése es el día en que tu persona ha muerto. ¿Qué dices? ¿Juegas o no juegas?"

"No puedo hacerlo. Es inútil que le mienta. No puedo dejar a mis amigos."
"Está bien, no te preocupes" me dijo sin perturbarse. Mi declaración parecía no haberle afectado en lo míni­mo. "Ya no podré hablarte, pero no podemos negar que durante nuestro tiempo juntos has aprendido mu­chísimo. Has aprendido cosas que te van a fortalecer, no importa si regresas o si te vas para siempre".

Me dio una palmadita en la espalda y se despidió. Dio la vuelta y simplemente desapareció entre la gente de la plaza como si se hubiera convertido en uno con ellos. Por un instante tuve la extraña sensación de que la gente de la plaza era como un telón que él había abier­to para desaparecer detrás. El final había llegado como todo lo demás en el mundo de mi benefactor: imprevisible y velozmente. De pronto estaba sobre mí, yo estaba en medio de él, y ni siquiera sabía cómo había llegado allí.

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Apariencias

05 de mayo, 2007:

El día Jueves, de ayer, decidí irme caminando a casa, a pesar de que uno de mis amigos se ofrecía a darme un aventón hasta mi colonia. Ya me estaba acostumbrando a caminar en la oscuridad, sin embargo, no a que me asustaran. Esta vez tuve la visita de la chica que se encargó de reestablecerme o de "armarme" (según ella) en la casa de Pablo. Su nombre es Yolanda. Una chica de mi misma edad. Al parecer, entrenada al mismo tiempo que yo. Según Yolanda, es mi contraparte femenina. No le quise comprender en ese asunto, puesto que no me sentía de humor en ese instante. Le dije que la "confrontación" que tenía pendiente la había aplazado una vez más.

"¡Eres un imbécil!" Me gritó. Era la clásica actitud de mis "compañeros" los cuales jamás había visto en mi vida, hasta este momento, tras sus repentinas apariciones. Insistí en que no estaba de humor, y de manera escueta le dí las gracias por haberme ayudado a recuperarme. Como si no me hubiese escuchado, Yolanda me dijo que me dejara de estupideces y que empezara a tomar en serio mis tareas, porque era la prioridad para avanzar a través de este camino de espinas.

Le dije que mi tarea era la "confrontación" y punto. Le pregunté si sólo había venido a cazarme para reprocharme que voy lento en mi camino. Me dijo que no. Que simplemente estaba ahí para enseñarme a intentar las apariencias.

"Muchos de los consejos que te han dado la mayoría de los mescaleros, incluyendo nuestro benefactor, se te están olvidando, Fabián..."

Me extrañé que Yolanda supiera mi verdadero nombre. Le pregunté el porqué los demás me habían llamado de distintas maneras.

"Porque tú les dijiste que así te llamabas. Yo en cambio te conozco como la palma de mi mano..."

Le dije que tales comentarios eran trillados. Sin embargo, estaba sorprendido.

"Tu voluntad está disminuyendo, así que para poder administrarla y ahorrarla, necesitas aplicar una apariencia nueva ante la realidad. Necesitamos que te dejes de estupideces y actues de una vez".

Le pedí a Yolanda que me hiciera una demostración... aquella chica hermosa, rió como el aullido de un coyote. La piel se me erizó y me dieron ganas de salir corriendo del campus. Yolanda me tomó del antebrazo derecho y me recordó que yo le había solicitado tal ejemplo.

"Intentar las apariencias es dejar de ser lo que demostramos ser. Lo que eres ahora: un estudiante universitario, te hace encadenar el rol y la actitud ante la gente que te rodea. Por eso te pidieron que te unieras a ellos, no para que los remedes, sino para que te dieras cuenta que debes empezar a ser despiadado contigo mismo".

Fingí no haber puesto atención al comentario. Le pregunté cómo le había hecho para reír de semejante manera.

"No hay tiempo para ello. ¿En qué te gustaría transformarte?"

Le advertí que ibamos de prisa, porque jamás me habían enseñado primero a "doblarme", y claro, recurrir a ese tipo de hazañas sería un paso mortal.

"Siempre te has 'doblado', apuesto que no sabes quién asistió a tus clases, mientras te morías de fiebre en casa de Pablo".

Me quedé sorprendido.

"Mira chico, tu tarea es diseñar una apariencia para que puedas confrontar a la personita".

"¿La que yo desee?"

"La que tú desees, siempre y cuando no la vayas a asustar, porque sería mortal que ella recurriera a defenderse. Morirías instantáneamente. Recuerda que el golpe de la mujer provoca una muerte lenta y certera; no es física, sino es un golpe interno que te hará un agujero y estarás decantando todo tu energía a fuga de agua".

Le dije que no tuviera cuidado. Que ya estaba imaginando en qué apariencia....

"No creas que se trata de un pinche animal. Es tu actitud. Si actúas como tal, ella pensará que eres tal, ¿comprendes?"

Creí que la comprendía con perfecta claridad, y mi mente se tambaleó bajo el impacto de mi comprensión. Yolanda me clavó la vista y me advirtió que tuviera cuidado con cierta reacción que afecta típicamente a los mescaleros: el frustrante deseo de explicar la experiencia de nuestro mundo en términos coherentes y bien razonados. Le pregunté el porqué me decía eso. Me dijo que la apariencia consistía además de nuestra energía, en la definición de nosotros mismos, esto significaba sondearse internamente para descubrir la personalidad que llevamos en el fondo.

"La experiencia de los mescaleros es tan descabellada que ellos acostumbran a contemplarse a sí mismos con ella, haciendo hincapié en el hecho de que somos perceptores y de que la percepción tiene muchas más posibilidades de las que puede concebir la mente".

"¿Percepción?" pregunté y ella frunciendo los labios, me dijo después...

"A fin de protegerse de esa inmensidad de la percep­ción, los mescaleros aprenden a mantener una mezcla perfecta de no tener compasión, de tener astucia, de tener paciencia y de ser simpáticos. Estas cuatro bases están entrelazadas de modo inextricable. Los mescaleros las cultivan a través de su voluntad".

Sentía que la cuestión se dirigía nuevamente al hecho de la "sensibilidad", algo que según Loreto, aún no había logrado dominar. Yolanda dijo que para alcanzar ese tipo de sensibilidad se tenía que "jugar" a intentar las apariencias a través del pensamiento, ya que todo acto realizado por un mescalero es deliberado en pensamiento y realización, y está, por de­finición, gobernado por cuatro principios fundamentales de la contemplación. Los mescaleros usan esas cuatro disposiciones de la contemplación como guías para poder desarrollar tal acto. De pronto, tras la explicación, la chica pareció fastidiada. Le pregunté si era mi actitud desdeñosa lo que le molestaba.

"Explicar es una lata. Nuestra racionali­dad nos pone entre la espada y la pared. Nuestra tendencia es a analizar, a sopesar, a averiguar. Y no hay modo de hacer eso desde el interior de nuestro mundo." Sonrió; sus ojos brillaban como dos puntos de luz.

"Dentro del arte de la contemplación, existe una técnica muy usada por los mescaleros: el desatino controlado. Ellos aseguran que esa es la única técni­ca con que cuentan para tratar consigo mismos en la bóveda solar y con la gente en el mundo de la vida cotidiana".

Nuestro benefactor me había definido el desatino controlado como el arte del engaño controlado o el arte de fingirse completamente inmerso en el acto del momento; fin­giendo tan bien que nadie podría diferenciar esa imita­ción de lo genuino. El desatino controlado no es un engaño en sí, me había dicho, sino un modo sofisticado y artístico de separarse de todo sin dejar de ser una parte integral de todo.

"El desatino controlado es un arte. Un arte sumamente molesto y difícil de apren­der. Muchos mescaleros no tienen aguante para eso, no porque tenga nada de malo, sino porque hace falta mu­cha energía para ejercitarlo".

Yolanda admitió que ella lo practicaba a conciencia, aunque no le gustaba mucho, quizá porque nuestro benefactor había sido muy adepto a ello. O tal vez era porque su per­sonalidad que, según decía ella, era básicamente tortuosa y mezquina simplemente carecía de la agilidad necesaria para practicar el desatino controlado. Ella dejó de hablar y me clavó la mirada.

"Para cuando llegamos a este nivel, nuestra perso­nalidad ya está formada" dijo, encogiéndose de hom­bros como para indicar resignación, "y solamente nos resta practicar el desatino controlado y reírnos de noso­tros mismos.

"Los mescaleros que practican el desatino controla­do creen que, en cuestiones de personalidad, toda la espe­cie humana cae dentro de tres categorías".

"Eso es absurdo." le dije, "La conducta humana es demasiado compleja como para establecer categorías tan simples".

"Los mescaleros dicen que no somos tan complejos como creemos y también dicen que todos per­tenecemos a una de esas tres categorías".

Reí de puro nerviosismo. Por lo común habría to­mado esa afirmación como una broma, pero, debido a la extrema claridad de mi mente y a la intensidad de mis pensamientos, sentí que hablaba en serio. "¿Hablas en serio?"

"Completamente en serio", replicó, y se echó a reír, fue una risa diferente a la del aullido; rió como la personita.

Su risa me tranquilizó un poco, y ella continuó expli­cando el sistema de clasificación de los mescaleros. Dijo que las personas de la primera categoría son los perfectos secretarios, ayudantes y acompañantes. Tienen una personalidad muy fluida, pero su fluidez no nutre. Sin embargo, son serviciales, cuidadosos, totalmente domésti­cos, e ingeniosos dentro de ciertos límites; chistosos, de muy buenos modales, simpáticos y delicados. En otras palabras, son la gente más agradable que existe, salvo por un enorme defecto: no pueden funcionar solos. Necesitan siempre que alguien los dirija. Con dirección, por dura o antagónica que pueda ser, son estupendos. Por sí mismos, perecen.

La gente de la segunda categoría no tiene nada de agradable. Los de ese grupo son mezquinos, vengativos, envidiosos, celosos y egocéntricos. Hablan exclusivamente de sí mismos y habitualmente exigen que la gente se ajuste a sus normas. Siempre toman la iniciativa, aunque esto los haga sentir mal. Se sienten totalmente incómodos en cualquier situación y nunca están tranqui­los. Son inseguros y jamás están contentos; cuanto más inseguros se sienten, más desagradable es su comporta­miento. Su defecto fatal es que matarían con tal de estar al mando.

En la tercera categoría están los que no son ni agra­dables ni antipáticos. No sirven a nadie, pero tampoco se imponen a nadie. Más bien, son indiferentes. Tienen una idea exaltada de sí mismos basada solamente en sus fantasías. Si son extraordinarios en algo es en la facultad de esperar a que las cosas sucedan. Por regla general espe­ran ser descubiertos y conquistados; tienen una estupen­da facilidad para crear la ilusión de que se traen grandes cosas entre manos; cosas que siempre prometen sacar a relucir, pero nunca lo hacen, porque, en realidad, no tie­nen nada.

Yolanda dijo que, decididamente, ella pertenecía a la segunda clase. Luego me pidió que me clasificara a mí mismo y al oír eso, me puse nervioso. Yolanda casi se caía de la risa. Me instó de nuevo a que me clasificara, y de mala gana sugerí que podía ser una combinación de las tres categorías.

"No me vengas con combinaciones" me dijo, sin de­jar de reír "Somos seres simples; cada uno de nosotros pertenece a una de las tres. Y yo diría que tú definitiva­mente perteneces a la segunda clase, por algo eres como yo".

Empecé a gritar, protestando que su sistema de clasi­ficación era denigrante. Pero me detuve justo en el mo­mento en que iba a lanzar una larga diatriba. Comenté en cambio, que, si en verdad sólo había tres tipos de perso­nalidades, todos estábamos atrapados por vida en una de esas tres categorías, sin esperanzas de cambio ni de rendi­ción. Reconoció que ese era exactamente el caso, en cierta medida, pero que sí existía un camino de redención. Los mescaleros habían descubierto que sólo nuestra imagen de sí caía en una de esas categorías.

"El problema con nosotros es que nos tomamos demasiado en serio. Cualquiera que sea la categoría en que cae nuestra imagen de sí, sólo tiene sig­nificado en vista de nuestra importancia personal. Si no tuviéramos importancia personal no nos atañería en ab­soluto en qué categoría caemos. Yo soy una mescalera que no se toma en serio, mientras que tú todavía lo haces".

Yo estaba indignado. Quería discutir con ella, pero no podía reunir mi energía.

"Pero no me has dicho nada acerca de cómo cambiar mi apariencia".

Yolanda guardó silencio, e hizo un extraño berrinche, que no supe si realmente era desesperación por no haber entendido o simplemente ya se estaba hartando de mí.

"Ah, esta vez tendrás que esforzarte tú mismo. Te he hablado de la ruptura de la imagen de sí, que no te debes tener compasión, y cómo llegar al centro de nuestro conocimiento; y de los estados de ánimo que les dan seriedad. El manejo de la voluntad es algo más velado, es el arte de la contemplación en sí, es la impeca­bilidad".

Asentí como si entendiera todo. Yolanda asintió también y dijo que era hora de irse. Yolanda me miró con ojos burlones y volvió a reír como el aullido de un coyote; mi cuerpo, inconscientemente hizo que saliera disparado como alma que lleva el diablo; corrí hasta mantenerme alejado de aquella chica, y salí del campus en busca de un taxi que me llevara no a mi casa precisamente, sino lejos de aquella presencia.

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Contradicciones

02 de mayo, 2007:

Salí un lunes a las 8 de la noche de la primera sesión de un curso denominado Literatura indígena. Sabía que alguien me esperaba en el interior del campus, pero no imaginaba de quién se trataba. Simplemente me sentía paranoico. El caso es que no pude ir al paredero por un taxi y largarme de la Universidad, porque apareció un contratiempo. Una maestra que tenía fracturada la mano derecha, y tenía que terminar una exposición que presentaría mañana en una clase de maya, me solicitó ayuda para termnirle de teclear las diapositivas. Salí del edificio cerca de las 9 de la noche, y sentí que alguien me observaba; vi sombras que me seguían a través del área.

Cuando llegué al paradero, no había un maldito taxi. Cerca del paradero hay una banca bajo un enorme árbol. Ahí estaba sentada una sombra que luego, gracias a la luz de los coches que pasaban, logré ver de que se trataba de un hombre enjuto.

"Buenas noches, mi estimado mescal..."

Me sorprendió que me llamara de esa manera, aunque confesó que "Yef" no era el nombre que le había revelado. Recordé que Magaly, cuando estaba en Huajuapan, me había llamado "Yef", aún no he entendido el por qué. Pero este sujeto, me extrañó más, por denominarme como Mescal. Ante la sorpresa, le pregunté quién era. Me dijo que se llama Pablo. Que al parecer había, yo, olvidado por completo a mis amigos. Jamás en mi vida había visto a Pablo. Él aseguraba que sí. Le pregunté si venía por parte de don Pascual.

Me dijo que no, pero que de ese sujeto venía hablarme. Me dijo que era hora de conversar en la oscuridad. Me dirijí hacia la banca.

Le comenté a Pablo, que cuando salía del edificio, sentí que algunas sombras venían acechándome durante todo el trayecto hacia el paradero. Pablo asintió. "Ya sabes muy bien lo que son estás cosas, mescal".

Miré a mi alrededor, para demostrarle a Pablo, en caso de que encontrara una de las sombras. La vi. Estaba entre los árboles.

"Enfoca tu atención en las sombras fugaces que puedes ver".

Le confesé a Pablo que esas sombras fugaces termi­narían con mi vida racional. Las veía por todas partes desde la aparicón de don Pascual. Desde aquella vez que lo conocí, me era incapaz dor­mir en la oscuridad. Dormir con las luces encendidas no me molestaba en absoluto. Sin embargo, en cuanto las apagaba todo a mi alrededor comenzaba a dar saltos. Nunca veía figuras o formas completas. Todo lo que veía eran sombras fugaces negras.

"La mente del desafiante no te ha abandonado. Ha sido seriamente injuriada. Está hacien­do lo posible por restablecer su relación contigo. Pero algo en ti se ha roto para siempre. El desafiante lo sabe. El verdadero peligro está en que la mente del desafiante te puede vencer agotándote y forzándote a abandonar ju­gando con la contradicción entre lo que ella te dice y lo que ya te han dicho".

Entonces, supe a lo que Pablo se refería. Aquel encuentro con don Pascual y la Sombra, me parecía demasiado extraño. Pablo continuó:

"Te digo, la mente del desafiante no tiene competido­res. Cuando propone algo, está de acuerdo con su propia proposición, y te hace creer que hiciste algo de valor. La mente del desafiante te dirá que lo que Loreto o tu benefactor, o el resto de nosotros te está diciendo es puro disparate, y luego la misma mente estará de acuerdo con su propia proposición. 'Sí, por supuesto, es un disparate', dirás. Así nos vencen".

Me quedé pensando en lo que me decía Pablo, sentía que tenía algo de coherencia, pero le pregunté qué era ese Desafiante del que me hablaba.

"Los desafiantes son una parte esencial del universo, y deben tomarse como lo que son realmente: asombrosos, monstruosos. Son el medio por el cual el universo nos pone a prueba.

"Somos sondas creadas por el universo, y es porque somos poseedores de energía con conciencia, somos los medios por los que el universo se vuelve consciente de sí mismo. Los desafiantes son seres implacables. No pueden ser considerados de ninguna otra forma. Si lo logramos, el universo nos permite continuar".

Al ver Pablo, intentar comprender todo lo que me decía, me miró fijamente y me dijo: "El bombardeo terminó la última vez que estuviste en Oaxaca; no hay más qué decir acerca de los desafiantes. Es tiempo de otra clase de maniobra".

La noche estaba muy calurosa. Los mosquitos y las moscas a mi alrededor parecían bombarderos suicidas que apuntaban a mi nariz, a mis ojos y a mis orejas. Pablo me dijo que no les presta­ra atención a sus zumbidos.

"No trates de espantarlos con tus manos. Intenta que se alejen. Forma una barrera energética a tu alrededor. Estáte en silencio, y desde ese silencio se construirá la barrera. Nadie sabe cómo se hace. Es una de esas cosas que los mescaleros lla­man hechos energéticos. Para tu diálogo interno. Eso es todo lo que se necesita".

"Quiero proponerte una idea un poco rara". Me dijo Pablo al ver que todavía intentaba esquivar los zumbidos de los mosquitos, a pesar de que me estaba concentrando.

"Tengo que insistir en que es una idea rara que en­contrará en ti infinita resistencia. Debo advertirte que no la aceptarás con facilidad. Pero no por el he­cho de que es rara debes rechazarla. Eres un estudiante de lingüística. Por lo tanto, tu mente está siempre abierta a la investigación, ¿verdad?"

Sentí que Pablo se estaba burlando de mí desvergonzada­mente. Definitivamente lo estaba haciendo, pero no me molestaba. Su sarcasmo se deslizaba sobre mí, y en lugar de molestarme, me hacía reír. Mi atención total estaba enfocada en lo que él decía, y los insectos, o bien dejaron de molestarme porque había in­tentado una barrera a mi alrededor, o porque estaba tan ocupado escuchando a Pablo, que ya no me molesta­ban sus zumbidos.

"La idea rara es que todo ser humano en esta Tierra parece tener las mismas reacciones, los mismos pensa­mientos, los mismos sentimientos. Parecen responder de la misma manera a los mismos estímulos. Esas reac­ciones parecen estar en cierto modo nubladas por el len­guaje que hablan, pero si escarbamos esa superficie son exactamente las mismas reacciones que asedian a cada ser humano en la Tierra. Me gustaría que esto te causara curiosidad como investigador, por supuesto, y que veas si puedes explicar esta homogeneidad".

Yo me encontraba absorto pensando en la tarea que él me había delineado. Comencé por pensar si conocía algún artículo o trabajo sobre el tema. Supuse que debía investigarlo, y decidí que comenzaría por leer todo lo escrito sobre carácter nacional. Me entusiasmé de ma­nera fortuita con el tema, y quería volver en seguida a mi casa y emprender la tarea con seriedad; sin embargo, Pablo no dijo nada por un rato. Yo no comprendía por qué se había quedado callado.

"La tarea del día, para ti, es una de las tareas más misteriosas de los mescaleros, algo que va más allá del lenguaje, más allá de las explicaciones. Recuerda que todo acto de un mescalero debe ser amortiguado con lo mundano. Debe partir de la nada, y debe volver nuevamente a la nada. Ése es el arte del mescalero: pasar por el ojo de una aguja sin ser notado. Por tanto, prepárate acomodando tu espalda contra este árbol. Estaré cerca de ti, en caso de que te desmayes o te caigas".

Le pregunté qué estaba tramando. Me dijo que me callara y que mejor me concentrara aplicando el silencio interno.

Me era bastante difícil entrar en un estado de silencio interno sin quedarme dormido. Luché contra el casi in­vencible deseo de dormir. Logré evitarlo, y me encontré mirando el fondo del campus desde la impenetrable oscuri­dad que me rodeaba. Y luego vi algo que me estremeció hasta los huesos. Vi una sombra gigantesca, quizá de un ancho de cinco metros, saltando en el aire y luego aterri­zando con un golpe ahogado y silencioso. Sentí el golpe en mis huesos, pero no lo oí.

"Son verdaderamente pesados", me dijo Pablo al oído. Me estaba agarrando del brazo izquierdo, lo más fuerte que podía.

Vi algo, como una sombra de barro meneándose en el suelo, y luego dio otro salto, quizá de unos quince metros, y volvió a aterrizar con el mismo silencioso gol­pe. Estaba aterrorizado más allá de todo lo que racional­mente pudiera usar como descripción. Mantuve mis ojos fijos en la sombra saltando en el fondo del área. Luego escuché un zumbido peculiar, una mezcla entre el sonido de un batir de alas, y el sonido de una radio que no ha sintonizado la frecuencia de una estación, y el golpe que siguió fue algo inolvidable. Nos sacudió a Pablo y a mí hasta los huesos. Una gigantesca som­bra de barro negra acababa de aterrizar a nuestros pies.

"No te asustes. Mantén tu silencio interno y la sombra se irá".

Yo temblaba de pies a cabeza. Tenía la clara impre­sión de que si no mantenía mi silencio interno activo, la sombra me envolvería como una cobija y me sofocaría. Sin perder la oscuridad a mi alrededor, grité con toda mi fuerza. Nunca había sentido tanto enojo, tanta frustración. La sombra dio otro salto, claramente hacia el final del edificio de antropología. Continué gritando mientras sacudía mis piernas. Quería deshacerme de lo que fuera que viniera a comerme. Mi estado nervioso era tal, que perdí la noción del tiempo. Quizá me desmayé.

Cuando recuperé el sentido, estaba recostado en un catre, en casa de Pablo. Tenía una toalla, empapada de agua helada, envuelta sobre la frente. Ardía de fiebre. Una chica hermosa me frotaba la espal­da, el pecho y la frente con alcohol, pero no sentía nin­gún alivio. El calor que sentía provenía de mí mismo. La impotencia y la ira lo generaban.

Pablo reía como si lo que me sucedía fuera lo más gracioso en el mundo. Sus carcajadas resonaban una tras otra.

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La Sombra

Mientras don Pascual regresaba del baño, yo me había quedado en la banca reflexionando acerca de la "confrontación" que tenía que realizar con aquella personita. Y como si don Pascual hubiese leído mis pensamientos, dijo mientras se aproximaba hacia la banca, que me dejara de estupideces, que no pensara, simplemente actuara.

"Definitivamente, muchacho, estás perdiendo el tiempo. Pensándolo bien, creo que no te conviene enfrentarte con ella. Tu destino es muy distinto, y no la mereces".

Le dije que trataba el asunto como si supiera lo que sentía...

"Tu concentración ha sido invadida por ese ser, durante 3 años, ¡¡3 años!! y jamás te atreviste a confesarle lo que sentiste. Eso es una señal".

Le dije que tenía la mala suerte de enamorarme de personitas, al parecer, inalcanzables. Pero tenía la desgracia de que algunas personitas sintieran atracción hacia mí. Obviamente, yo no era de aceptar chicas que me pidieran ser su novio. Le confesé a don Pascual que al parecer estaba pagando por lo que le había hecho a ellas.

"Estás exagerando, muchacho. De todas formas, necesitas aprender a eliminar todo recuerdo innecesario de la gente que creíste confiar alguna vez. No. Creo que lo correcto será que suprimas todo, incluyéndote".

Le pregunté a don Pascual si tal ejercicio ayudaría a recuperar la confianza en mí mismo.

"No, no lo creo, muchacho. Aunque viéndolo de esta manera te dejará actuar con seguridad y ya no como el idiota que siempre pretendes ser".

Después de que me quedé un rato en silencio, don Pascual chasqueó la lengua y señaló que ya era hora de dejarnos de pendejadas. Que era hora de conocer el mundo que me había sido vedado hace un año. Me quedé petrificado porque sabía que se refería al mundo de las sombras. Le conté que la última vez, una de las sombras se había materializado en mi abuela materna.

"Pues no sé en qué se materialice esta vez, pero tienes que comprender que en ese mundo, se encuentra nuestro complemento como mescaleros. Sino la haces tuya, jamás serás un mescalero completo".

Me pidió don Pascual que respirara hondamente y cerrara los ojos. Que él me haría abrir el portal instántaneamente, porque él era el custodio de la bóveda solar.

Repentinamente dejé de sentir la brisa marina que corre a través de la Universidad. Comencé a sentir un aire extremadamente gélido. Don Pascual me pidió que abriera los ojos, y me sorprendí estar parado frente a un ocaso hermoso. Le pregunte a don Pascual en dónde nos encontrabamos. Me dijo que no importaba, porque de todas maneras seguíamos en Quintana Roo.

"Ahí te está esperando la sombra... escúchala; mantén abierto bien los ojos. Recuerda que necesita ser tuya para adquirir tu complemento".

Al decir eso, miré hacia un árbol que de repente apareció en mi visión. Detrás de ese árbol estaba una sombra. Desde lo lejos sentí una mirada aterradora, pero familiar.

Vi acercarse la sombra, y por primera vez, sin que nadie me lo dijera, vi a la sombra tomar la forma de uno de mis parientes. Casi me pongo a llorar, porque aquel ser se figuró en mi bisabuelo. Al virar en busca de don Pascual, éste había desaparecido.

"No temas. Estás aquí porque yo le pedí que te trajera. Quiero explicarte que la bóveda solar es el santuario en el que logramos descansar en paz."
"Esto es... ¿el paraíso?"

Aquel ser que fingía ser mi bisabuelo, rió exactamente como lo hacía. Una risa tranquila, no burlona.

"No, no es el paraíso. Este es el premio que alcanzas al lograr dominar tu voluntad, para alcanzar la libertad".

No comprendía en su totalidad tal sentencia. Pero le dí mi confianza. Le pregunté el por qué había deseado que don Pascual me hubiese traído. Sin esperar respuesta, le dije también que don Pascual me había dicho que la sombra era mi complemento para poder ser un mescalero total.

"Así es, hijo. Pero no libraremos la escaramuza ahora. Sinceramente careces de mucha energía, cairías muerto en el intento de vencerme. Estás aquí porque (aunque no lo creas) se acerca el final de tu ciclo. Empiezas a recobrar la razón y la responsabilidad: tus armas para enfrentarme. Así que como buen contendiente sólo quiero pedirte que dejes de pensar en actuar. Creo que eso ya lo tienes claro. Pero lo necesitas aplicar a la vida cotidiana que llevas. Elimina todo sentimiento, necesitas ser despiadado. Recuerda que estás solo, que no necesitas ayuda de nadie. Por eso le dije a Pascual que sea tu 'manager'".

Me quedé inerte ante la sombra.

"Lo único que debes hacer como todo mescalero es liberarte de tus conocidos. Haz dejado cuentas pendientes con ellos. Llegó la hora de que confieses todo lo que sientes a cada uno de ellos. No para que conozcan tu historia, sino para devolverles y para que tú deseches todo sentimiento".

Dejé de mirar al que fingía ser mi bisabuelo y concentré mi mirada a aquel ocaso. "Te estamos esperando para finalizar un ciclo".

De repente, sonó el celular, y me di cuenta que estaba sentado otra vez en la banca, con los artículos en mano. Posteriormente, leí el mensaje: "Te vemos en la biblioteca..."

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Encuentro reflexivo

23 de abril, 2007:

Ya ha sucedido aproximadamente una semana que regresé de Oaxaca, y pensando que me iba a acoplar de manera automática a mis rutinas y olvidar todo lo referente al mundo abstracto de mi benefactor y Loreto, me topé con una persona que asegura conocerme. No le doy mucha importancia, sin embargo, la plática que mantuvimos me hizo reflexionar, ver el mundo ahora con nuevos ojos.

Había llegado cerca de las 3 de la tarde a la Universidad, no había ningún estudiante o maestro, salvo los encargados de la limpieza y uno que otro guardia cerca del lugar donde me fui a sentar. Dedico el tiempo a algunas lecturas para desaburrirme, pero en este caso leía para presentar una exposición que tengo aún pendiente, y que presentaré en la primera semana de mayo.

La persona que se acercó furtivamente hacia donde estaba, se presentó como don Pascual, y me dijo que me andaba buscando desde hacía una mes. Pensé que era algún trabajador del aseo. Le pregunté la importancia que tenía de localizarme.

En realidad no urgía el encuentro y no valía la pena para iniciar recuentos, simplemente estaba ahí para ayudarme a "volver a tener confianza en mí mismo". Me advirtió que mantuvieramos la conversación por lo menos una hora, que era suficiente para "recapitularme." Le dije que no sufría problemas de autoestima, sin embargo daba la impresión de ser un pesimista, aunque en realidad mi actitud es algo realista. Don Pascual comenzó a reírse.

"Mira, muchacho. Ya sé que tienes nuevas tareas. Pero creo que necesitas un 'manager', sé que le has estado echando ojo a ciertas personitas... (ya sabes a lo que me refiero), has estado indagando de tu posible éxito con la gente que tienes cerca... créemelo, no progresarás si sigues con cierta actitud".

Le dije que a esas tales personitas, más de lo que él imaginaba, para mí, simplemente existía cierta admiración. Que de la tal personita, sólo me agradaba su carácter. Don Pascual volvió a reírse.

"Sí, es cierto, pero ¿has hablado con ella? Dime, ¿alguna vez te ha dirigido ella la palabra? Te tiene miedo, y tú le tienes miedo a ella. Recuerda que la timidez nos obliga a aferrarnos a algo que sólo existe en nuestra mente. Muchacho, no te dejes llevar por lo que ves, tienes que hablar con la gente para saber cómo es realmente".

Le pregunté a don Pascual si me estaba sugiriendo a arriesgarme hablar con tal personita. Me dijo que no, que en realidad el riesgo es con toda la gente que creo admirar.

"Seamos sinceros. Estoy aquí, porque tu último encuentro con Loreto, te dejó algo apendejado. Viste visiones que creían ser el futuro [se carcajeó], y ahora crees que puedes ver las señales. No m'hijo. No es nada de lo que tú crees. Los consejos que te dieron en Oaxaca, de volver a crear el puente para estar con la gente, se supone que era psicología inversa, pero al parecer no entiendes las indirectas".

Le dije que tales instrucciones las empleo al pie de la letra, porque mi benefactor me lo había indicado así.

"No, no, no, y no. Te vas a meter en un lío... o te destruyes, te apendejas más, o vas a terminar destruyendo la vida de los que te rodean".
"¿Está sugiriendo que tengo que retirarme de mis conocidos?".
"¿No alguien te dijo una vez que no hagas preguntas de respuestas que ya sabes?"
"No lo sé todo, don Pascual..."

Don Pascual chasqueó la lengua, y me preguntó que era lo que estaba leyendo. Le explique que eran artículos de Flores Farfán y Rose Lema, el primero era acerca de las replicas sintácticas que realizan los indígenas al hablar español y el segundo acerca de la ergatividad de la lengua maya. Meneó la cabeza y me dijo que perdía el tiempo.

"¿Perder el tiempo, dice?"
"Pierdes el tiempo en concentrarte en cómo actuar con la gente. Nosotros no pensamos en actuar, simplemente actuamos. Apuesto que has metido la pata en cosas que no te incumben. Pero tu lengua es tan chismosa que no mide lo que dice..."
"Entonces quiere que piense antes de hablar... ¡Qué contradicción!"
"Eres un imbécil... lo que te pido es que escuches la voz del espíritu, tu voluntad necesita activarse".
"Y qué sugiere..."
"Confronta a esa personita, y sabrás lo que te digo..."

Le advertí que no hacía tal cosa por el temor de perder su amistad. Me dijo que ese era el chiste, además mi cambio drástico aún no venía, y que lo necesitaba para poder pasar a las siguientes tareas. Me dijo que me apresurara y que no me dejara embargar por las decepciones, que siguiera adelante, sin importar la reacción de los demás.

Luego de un breve silencio, don Pascual me pidió que lo esperara un segundo, porque tenía que ir al baño...

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Un Huizache

13 de abril, 2007:

Antes de salir de Oaxaca, me dirigí a la sabinera, el parque donde me encontré con Fidencio. Sentía que necesitaba hacer algo antes de irme. Para mi sorpresa, Loreto estaba en el columpio, balanceándose y fumando un cigarrillo. "No sabía que fumabas" le mencioné atónito. Ella se sonrió y me dijo que los malos hábitos llegan por sí solos. Le entendí su indirecta, pero no le dí importancia.

"Ni creas que te preguntaré acerca de tu encuentro con Magaly... lo que viviste con ella es para ti, ya si quieres compartirlo es tu problema, por mi parte, no encuentro ninguna novedad a esos sucesos. Magaly tiene un poder excepcional, que como mujer ha logrado definir su forma, su esencia, en pocas palabras se ha convertido en un huizache".

"¿Un huizache?".
"No sé por qué te sorprendes, ¿no sabes lo que es un huizache?".

Le dije que sí sabía, pero que no entendía el porqué Magaly se había convertido en un huizache. Me dijo que algún día lo comprendería. "Vale más descubrirlo por tí mismo a que te den la respuesta." Loreto me dijo que antes de partir, tenía que dejar todo lo que pertenecía a Oaxaca, incluyendo mis botellas de mezcal. Que me empezara a deshacer de todo lo que me ata a los mundos abstractos que posiblemente asustarían a mis conocidos.

"Espero que hayas tomado en cuenta los consejos de la Huizache. Estás gordo, recuerda que un mescalero pierde su poder cuando se pone gordo: envejece rápido, se hace lento y estúpido".

Los consejos de Magaly habían resonado en mi mente, que nada más pensaba en ello. Tenía que ponerme en forma, ya que las pruebas que me esperaban me iban a dar una sacudida tremenda, eran pruebas mortales.

Es increíble que enfrentarse con un ser humano común, sea un desgaste de energía. Además sentía que mi cuerpo ya había recibido un cambio a la fuerza, debido a los golpes que me había dado Fidencio. Según Loreto, me había moldeado.

"Aunque no lo creas, este será nuestro último encuentro. Me podrás volver a ver cuando traigas a esa personita. Esa es tu tarea. Regresar con una Huizache como Magaly. Además, habrán próximos encuentros. Conocerás el resto de los mescaleros".

Vaya sorpresa. No me esperaba una nueva tarea, y más de esa magnitud. Buscar una Huizache. Ante toda aquella sorpresa, le dije que no aceptaba la propuesta de dejar mis botellas de mezcal, porque en realidad ello había sido el factor que me habían permitido regresar a Oaxaca, y toparme nueveamente con Loreto. "Pretextos, muchacho, son sólo pretextos..."

Le pregunté entonces por qué me los había vendido, era obvio que todo tenía sentido para mí; sin embargo, mis preguntas eran para rogarle que por lo menos me dejara llevar una botella. Se sonrío al descubrir mi estrategia.

"No sé cómo le hagas, muchacho, pero tienes el poder de convencer... No funciona con todos, eh, pero conmigo sí. De acuerdo, sé que no es tanto para ti aquel mezcal, dejaré que te lleves por lo menos uno". Me emocioné y abracé a Loreto. Le di las gracias y le dije que en casa me esperaban Tareas reales antes que abstractas. Aún así, no le prometí conseguir aquella huizache, porque a lo mejor mi búsqueda suceda en otro lugar...

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Despertando

09 de abril, 2007:

"Tu egocentrismo te pide muchas explicaciones. Eso te impide callar la mente y regresar al camino en el que ya se te había colocado. Debemos romper con esa membrana que cada vez se está poniendo rígida al rededor de tu ser".

Me dijo Magaly cuando nos sentamos en la sala. Le pedí que me explicara el porqué Fidencio me había atacado en la cueva de las flores, cuál era el fin realmente.

"Reincides, Yef. ¿No te digo? Quieres buscar un significado a todo. Te crees el personaje principal, el héroe al que le sucede todo tipo de escenas fantásticas, ¿o me equivoco? Aún así, te seré algo breve con respecto al acto de Fidencio.

"Fidencio te atacó porque es lo que necesitas: un empujón. La vida nos golpea más fuerte de lo que nos golpearía una persona. Loreto le pidió a Fidencio que te golpeara para que descubrieras que ya es hora de despertar. Estás adolorido y no es tu cuerpo, sino tu energía".

Le dije a Magaly que empezaba a entender con respecto al acto de Fidencio. Me aplaudió y me vitoreó, que después de todo sí tenía la mente abstracta. Le pregunté cómo eran las señales que esperaba ver...

"Yef, de nada me sirvé aplaudirte, si luego-luego, caes en las preguntas bobas...
"Calla tu mente. Regresa a los objetivos que te habían impuesto. Te piden que seas sensible... supongo que ya sabes cuál es la definición del concepto... En fin, enfréntate a tus miedos. Lo que sí me preocupa, es que estás regordete. Necesitamos que empieces a hacer ejercicio..."

La verdad no entendía cómo Magaly podía ayudarme. Suponía que su nivel estaba igual al mío, pero me equivoqué, ya que ella era como en el karate: una cinta más avanzada a la mía. Cuando me empezaba a recordar los distintos eventos en los que yo triunfaba gracias a mi voluntad, supe que no iba a ser sencillo recuperarme.

Descubrí que Magaly durante todo la plática me hacía entender acerca de ser sensible.
"Te llegó la hora de volar..." me advirtió Magaly, y de repente se puso a cantar una extraña melodía, al parecer en mixteco.

"Sabes que el mixteco pertenece a la familia otomangue..." le comenté, sin embargo, pareció no importarle porque de repente cerró los ojos, y al volver abrirlos, despidió un fulgor extraño de color ámbar. Mi cuerpo se sacudió. Me vi nuevamente en la cueva de las flores, pero sin la presencia de Fidencio; Me percate que no estaba dentro de un recuerdo.

Ahí estaba Magaly en el interior de la cueva, cantando en mixteco; vi las pinturas rupestres despedir nuevamente ese brillo hipnotizante.

"Salta, Yef. Déjate elevar. Salta del cerro..." me pareció escuchar a Magaly pronunciar aquel mandato. Pero, al ver que no me movía, Magaly se levantó y me dijo que necesitaba el "empujón". Así que con las palmas de las manos, me golpeó en el pecho y salí disparado del cerro. Floté y sentí miedo, era obvio que no temblaba nada más por el aire frío de Tonalá.

Vi el cielo, estaba colmado de nubes rosadas; el sol ya empezaba a ocultarse... quise gritar "voluntad", pero pronuncié "Magaly".

La muchacha flotó hacia mí y me tomó del brazo, ambos surcamos el cielo.
"Quiero que te veas..."

Eso hice, me vi sentado en la biblioteca de la Universidad, ¿estaba leyendo?. Luego vi a una chica que conversaba conmigo, y yo le sonreía. Le comenté a Magaly acerca de la escena, y me instó concentrarme en donde yo estaba. Eso hice, y de repente al enfocar la mirada de mi otro yo, me ví corriendo en un cerro desierto.
"Eso, concéntrate en esa imagen..."

Empecé a sentir calambre en los pies. Le pregunté a Magaly que si todo esto era un sueño. Me dijo que no. Sin darme cuenta, dejé de correr. Me señaló que era hora de regresar, no a su casa, sino a Chetumal. Que mi reto ya me estaba llamando. Que me librara de toda preocupación, porque ya había visto las respuestas a todas mis preguntas. Me instó a que la aprovechara, que no era un ser cualquiera.

"Somos hijos de la noche, y tú Yef, has despertado..."

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Señales abstractas

Cuando me levanté de la cama, me miré en el espejo: ningún amorotamiento por los golpes de Fidencio; mi ropa estaba limpia. Sin embargo, estaba adolorido; no podía incluso caminar. Me dí un buen masaje con un bálsamo que encontré en el ropero de mi primo. Me percaté que me había levantado a las tres de la mañana. El aire estaba fresquecito que me hacía tiritar de frío. Recordé lo que me había dicho Fidencio, que buscara a Magaly en Huajuapan.

Así que me dí una ducha, y salí temprano para poder alcanzar un taxi que me llevara de Tonalá a Huajuapan, ya que es una hora de viaje. Sin despertar a mis tíos, dejé una nota sobre la mesa, en la que indicaba que no se preocuaparan, que iría con unos amigos a Huajuapan.

Cuando llegué al paradero, me percaté que ahí estaba Fidencio dentro de su camioneta, echándose un cigarrillo.

"Veo que después de la madriza que te puse, tienes fuerzas para llegar hasta el paradero".

Le dije que estaba adolorido, pero que me valía; después de todo, tenía que conocer a esa tal Magaly. Fidencio se ofreció llevarme hasta la ciudad, si prometía quedarme callado en todo el camino. Acepté la oferta.Me quedé dormido durante todo el trayecto, hasta que me despertó Fidencio, señalándome que ya estabamos llegando a la ciudad, así que tenía que tener los ojos bien abiertos.

Me dejó en la catedral y me dijo que esperara a Magaly, que ella vendría a buscarme para llevarme a su casa.Quise entrar a la catedral, pero aún permanecía cerrada. Me aburría de estar parado esperando a Magaly. Momentos después, vi que tres muchachas se acercaban lentamente hacia mí... rápido supe que la de en medio era ella. Magaly es dos años mayor que yo, incluso más alta que yo.

"Tú debes ser Magaly..." le dije cuando estaba ya a cinco pasos de mí.

"Sí, así es y tú debes ser... Yef".
"hmmm, me llamo Fa..."
"No me interesa... Tú eres Yef, y punto".

Me pidió que las acompañara, ya que sus amigas Mary y Paty iban de regreso a Tlaxiaco; que iban a la terminal de la suburban, frente a la Normal. Accedí, y mientras las acompañaba, parecía que yo no existía, porque hablaban de sus intimidades y cómo la habían pasado la noche anterior.

Cuando las dejamos, caminamos de regreso sin pronunciar palabra alguna. Hasta que...

"¿En qué consiste tu parte?" le pregunté cuando cruzabamos el atrio de la catedral...
"¿Perdón?"

Le explique que Fidencio me había mandado a encontrarme con ella para que terminara mi lección. Magaly me dijo que no tenía nada que enseñarme, sino que me iba a revelar las dudas que me tenían atado al mundo "corriente".

"Para empezar, estás gordo. Eso es señal de que has perdido todo, Yef. Recuerdo que la última vez que te vi, eso fue casi ya año y medio, estabas delgado. Nos conmocionó mucho, porque pensamos que habías manipulado tu voluntad".

En realidad, yo no recordaba haberla conocido antes, sin embargo se me hacía familiar.

"Noto que cojeas, ja, me imagino que Fidencio se encargó de darte una buena tunda. Suele hacerlo en su lugar favorito, en la cueva, me refiero".

Le dije que no se preocupara por eso, pero sí estaba intrigado porque no tenía ni un moretón en el cuerpo, aunque sí sentía un fuerte dolor. Antes de que me dijera algo más, ya habíamos llegado a su casa. Ella abrió el portón sin hacer ruido, posiblemente no quería que la escucharan.

"Lo que viste en las paredes de la cueva son las señales abstractas. Signos de la voluntad misma. Si tantas ganas quieres saber de tu destino, ellas te lo pueden decir, o si lo deseas... aconsejar. Por eso escuchaste las voces. Te hablaban acerca de cómo volverte sensible, pero no quisiste comprender..."

Estaba atónito, no sabía cómo Magaly estaba al tanto del asunto, me preguntaba si tal vez a ella le cayeron a palos alguna vez ahí en el cerro.

"Te estás desvíando, Yef. Sé que estudias Lingüística, se supone que te ayudaría a tener una mente abstracta. En fin, te desvías, porque ya no puedes controlar tu vista. Observas a la gente para buscar significados, ¿qué mérito tiene? Estás aquí conmigo para que te entrene la mente a mí manera, claro. Pero antes, hay que desayunar, no quiero que te dé el soponcio en plena dinámica..."

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