lunes, 13 de julio de 2009

De segunda mano

Me sucedió algo que nunca me había puesto a analizar, o escribir, como ahora. No es nada extraño, nada para alarmarse. Se podría decir que es parte de la cotidianeidad, pero que aún así, pasaríamos por alto. Sé que es anormal ponerse a buscar analogías para todo, pero qué hay cuando esos sucesos te están dando una señal. Hacía mucho que no me sentaba a descifrar las señales; y ahora que lo hice (por todo lo que me estaba sucediendo desde el inicio de este año) me di cuenta de algunos detalles. En mis pláticas de apoyo con mis amigos, he recurrido a las analogías. En esas pláticas de apoyo en las que dejo que mi corazón hable por mí, recurro a unas analogías tremendas, que ni yo mismo me las creo, pero que al final, terminan agradando a mis amigos, quienes puntualizan: es una buena manera de ver las cosas.

Sobre el amor, el enojo, la tristeza, etc., con las palabras de aliento para aquellos que se creen derrumbados por una ligera racha, en tales conversaciones, debo admitir que a la hora de hablar sobre los romances y los desamores, no soy ningún experto. Todos mis comentarios son arrastrados por la imaginación, la intuición y la suposición, pues aunque no lo crean, carezco de tal experiencia, y advierto: soy un ciego guiando a otro ciego. Sin embargo, sé que no soy el único en realizar esto, cada uno de nosotros fingimos conocer un fragmento de las vivencias, transformándonos así en un pseudo psicólogo o un psiquiatra gratuito que sólo se limita a escuchar. Yo recurro igual a esa gente, quienes terminan diciéndome: "no soy un romántico igual que tú…" Y yo les digo que hago todo lo contrario: busco a esa gente que en vez de perder la cabeza, tiene en ese momento los pies en la tierra, y puede jalarme el hilo para no elevarme a la tropósfera y ser reventado por el sol.

No, no estoy divagando. Creo que cada comentario se me ha ido acumulando, abarrotando en el pensamiento y todo tiene que ver en este análisis. En efecto, la analogía de la que siempre he hablado y que he escrito en ocasiones son los libros. Los libros, así como contienen una historia, se asemeja a la vida de un individuo, sólo que con los libros podemos saltarnos hasta el final y enterarnos cómo termina la historia; con un individuo, obvio, no es posible.

La causa que me hizo meditar en esta analogía, fue la ocasión en que me topé con una amiga, que por casualidad, andaba mal de amores, y yo como todo buen pseudo psiquiatra, la animé a que externara sus dolencias. La chica había concluido la relación con su novio, y que, sin embargo, ya había otro aspirante a cubrir el vacío que habían dejado en su corazón. No obstante, de acuerdo a la descripción del perfil psicológico del aspirante, mis conclusiones fueron que el aspirante, también andaba en las mismas de rellanar su propio vacío con ella. Categorización: un jugador más que no convenía. Fue así donde surgió mi analogía: "los hombres encaprichados sólo queremos poseer, es como cuando vemos un libro y quieres comprarlo ahora; cuando lo tienes, lo lees y terminas arrumbándolo. Yo por eso busco libros de consulta, de cabecera. Busco libros que se vuelvan mi biblia, de esos para consultar y hacer mi vida".

Sí, pueden pensar lo que quieran con respecto a aquella analogía. Ahora, ¿qué hay de los libros que sin pensar, también se vuelven parte de nosotros? Tras notar un puesto de libros, mi curiosidad fue atraída como la gravedad, y me vi viendo títulos de libros que no puedo encontrar en una librería; por supuesto, se trataban de libros de segunda mano. Me compré una edición increíble de "Los cachorros" de Vargas Llosa, y algo que nunca me había atrevido a conseguir: la trilogía del señor de los anillos. Los había leído en el bachillerato, pero como los vi asequibles, decidí comprarlos, todo por $400 pesos. El problema fue que Los cachorros tenía despegada la tapa y para el colmo se estaba desencuadernado. Pues el librito era una edición de 1972. Y de la trilogía: "Las dos torres" tiene la mitad despegada. Todo eso lo descubrí al llegar a casa. En efecto, como ya se sabe: lo barato, sale caro.

Al poner en práctica mi habilidad de componer libros con un poco de pegamento, aunque no lo crean, no funcionó. Para Las dos torres, la terminé regando, pues pegué dos páginas que al despegarlas, las letras estaban encima de las otras. Hice un fuerte coraje, pero me tuve que relajar pensando que sólo eran libros, objetos, y que a sabiendas de que eran de segunda mano, no tenía por qué quejarme. Había sido mi decisión y en ella caía la responsabilidad de atenerse a las consecuencias. En ese momento me dije: después lo conseguiré (igual con "Noticias del Imperio": no tiene algunos capítulos, no los puedo mantener así en mi biblioteca)… Pero si son libros, ¡qué más da!

La analogía es entonces: mi vida con los libros de segunda mano. Si hay algo que cometí gravemente, fue arreglarlo por mí mismo, en vez de reconocer que debía dejar el libro tal cómo lo adquirí. Sí metería mano, siempre y cuando la compostura esté dentro de mis capacidades, y claro, no sea tan grave el problema. Pero qué hay con los amantes comparados a un libro de segunda mano: lo único que se puede hacer… es atenerse a las consecuencias; si ya sabes en qué condiciones está el libro, es tú responsabilidad de adquirirlo y sin quejas a futuro. Hay que admitir que existen cosas que no podemos arreglar.

Y ni modo, no aprenderé la lección, seguiré comprando cosas de segunda mano o seminuevas, por cuestiones de mantenerme informado, y sólo si no tuviera otra opción… o, ¡qué más da, son sólo libros! Bueno, hagan algo recomendable, si conviven con libros se les hará sencillo hacer las analogías: cuando se sientan en un momento agradable o desagradable, imagínense que el libro fuera la vida misma y sonrían al descifrar la señal.

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