martes, 10 de julio de 2007

Los mescaleros muertos

Qué libertad tiene uno al recordar. No son sucesos del pasado, sino actos del pasado. La experiencia que se va enlazando en este mundo misterioso. Aún recuerdo mi encuentro con don Gaspar, y su despedida aún la mantengo fresca. Pero no me martiriza, sino que ese acto final posee una enseñanza. No sabía que el mismo movimiento por el que pasó mi maestro, la tenía que padecer yo también. El recuerdo de la vivencia cuando me contó lo que pasó, me hace cotejar mi experiencia y poder decir... esto es real.

"Los mescaleros luchan por tener continuidad y esa es la lucha más dramática del mundo. Es dolorosa y cara. Muchas, pero muchas veces, le ha cos­tado la vida a los mescaleros".

Don Gaspar me explicó hace ya cuatro años que, para que un mescalero tuviera completa certeza acerca de sus acciones, o acerca de su posición en el mundo de los mescaleros, o acerca de su capacidad de utilizar inteligentemente su nueva continuidad, debe invalidar la continuidad de su vida cotidiana.

"Los mescaleros llaman a ese proceso de invalidar la vida cotidiana "el Cambio drástico" o la muerte simbólica, pero muy definitiva, del mescalero. Yo, personalmente, conseguí mi cambio drástico en aquel campo. Lo tenue de mi nueva continuidad me costó la vida".

"Pero ¿murió o sólo se desmayó?"

"Me morí en ese campo. Sentí que mi conciencia salía flotando de mí y se encaminaba hacia el infinito, y como había recapitulado mi vida, el infinito no aceptó mi conciencia. Puesto que mi cuerpo estaba muerto en el campo, y un mescalero no puede dejar el cuerpo atrás, el infinito no me dejó pasar a la libertad. Fue como si me in­dicara regresar y tratar otra vez. Ascendí a las cumbres de la negrura y descendí otra vez a la luz de la tierra".

Dijo que en su regreso se sentía fuerte y decidido. Sabía que tenía que volver a casa de su benefactor. Pero antes de iniciar el viaje de retorno, deseaba ver a su familia y explicarles que era un mescalero y, por ese motivo, no podía quedarse con ellos. Quería explicarles que su perdición había sido no saber que los mescaleros jamás pueden tener un puente para reunirse con la gente del mundo. Pero, si la gente desea hacerlo, pueden tender un puente para reunirse con los mescaleros.

Le pregunté cuánto tiempo había permanecido muerto. Me respondió que al parecer murió todo un día. Su familia adoptiva había desaparecido, puesto que ya sabían que él deseaba la muerte, y que al obtenerlo, ya no tenían nada qué hacer ahí.

Me recordó que me había enseñado cómo actúan los mescaleros en tales situaciones. Dan lo mejor de sí y des­pués, sin remordimientos ni lamentos, se quedan tran­quilos y dejan que el espíritu decida el resultado.

Le pregunté si se atrevió a ir en busca de ellos.

"No. Los mescaleros nunca buscan a nadie. Y yo era un mescalero. Había pagado con la vida el error de no darme cuenta de que los mescaleros jamás se acercan a nadie.

"Desde ese día sólo he aceptado la compañía o los cuidados de gente o de mescaleros que están muertos, como yo".

Don Gaspar dijo que volvió a la casa de su benefactor, donde todos lo trataron como si nunca se hubiera ido y comprendieron instantáneamente lo que él había descubierto.

"Mi benefactor me dijo entonces que el cambio de un mescalero para ir a la impecabilidad es su muerte. Que él mismo había pagado con la vida ese cambio, como todos los demás en su casa. Y que ahora éramos iguales en nuestra condición de ser candidatos a ser libres.

"Y también dijo que el gran truco de los mescaleros es estar totalmente conscientes de que están muertos. Su viaje definitivo debe estar envuelto en puro entendimiento."

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