domingo, 8 de julio de 2007

La muerte de un mescalero

Había muerto. Había enfrentado mi destino, y fallé. Nuevamente fallé.

Nunca me he considerado un buen mescalero. Creo que debo dejar este camino, y retomarlo posteriormente. Pero para eso, he de irme lejos. Nuevamente lejos.

Mi vida, toda mi vida, pasó y se recapituló en unos minutos: desde la primera persona que vi al abrir los ojos, hasta la última que conocí, y que sólo vi a través de una realidad aparte.

Había lastimado a tanta gente, a tantos amigos... y todo por no obedecer a mi maestro. Todo por querer aferrarme a lo mundano, y no aceptar mi camino de mescalero... Ahora lo estoy pagando. Siento que muero, y no estoy equivocado.

Sentí una sombra a travesar por el comedor, era Don Celestino, quien me encntró tirado en el suelo; me levantó y me llevó nuevamente a la cama. Me dijo que todo había acabado para mí. Que por favor, si quería seguir viviendo dejara de aferrarme a esta vida... No lo sé pero los mescaleros hablan con puras paradojas. Le pregunté por qué estaba así. Don Celestino meneó la cabeza con tristeza...

"Ya no hables, muchacho... ya no pienses en el porvenir... No hay pasado ni futuro, sólo el aquí y el ahora..."

Empecé a contarle a don Celestino la posible causa por la que me encontraba en tales condiciones. Me miró con ojos de indulgencia, y luego musitó...

"Estás más loco que una cabra. Tienes una tendencia insidiosa. Insistes en tratar de expli­carlo todo a tu satisfacción. No habías comido casi nada en una semana, y eso fue a causa de tu propia estupidez. ¿Sabes qué te sucedió?... lo que te sucedió anoche no fue un chiste ni una maldad. Tuviste un encuentro con el poder. La nie­bla, la oscuridad, el trueno y la lluvia tomaban parte en una gran batalla. Tuviste la suerte de un tonto. Un mescalero daría cualquier cosa por una batalla así".

Recordé de repente que había estado en un extraño lugar frente a una densa niebla, y un puente. Mi argumento fue que ese evento no podía haber sido una batalla, porque no había sido real.

Me preguntó entonces que qué cosa era real. Le respondí con voz agonizante que lo que estabamos viendo era real.

"Pero también lo era el puente que viste anoche, y también la selva y todo lo demás".

"Pero si eran reales. ¿Dónde están ahora?"

"Están aquí. Si tuvieras suficiente poder, podrías hacer que volvieran. En este momento no puedes porque te parece muy útil seguir dudando y discu­tiendo. No lo es, amigo mío. No lo es. Hay mundos sobre mundos, aquí mismo frente a nosotros. Y no son cosa de risa. Anoche si no te hubiera agarrado el brazo, habrías caminado por ése puente, quisieras o no. Y un poco más temprano tuve que protegerte del viento que te andaba buscando".

"¿Qué habría sucedido si usted no me hubiera protegido?"

"Como no tienes poder suficiente, el viento te ha­bría hecho perder el camino y a lo mejor hasta te mataba empujándote a un barranco. Pero la niebla fue, anoche, lo último. Dos cosas pudieron pasarte en la niebla. Pudiste cruzar el puente hasta el otro lado, o pudiste caerte y matarte. Pero una cosa es cierta. Si no te hubiera protegido, habrías tenido que caminar por ese puente fuera como fuera. Anoche, por ejemplo, el poder te habría forzado a cruzar el puente y habría estado a tu disposición para sostenerte mientras cruzabas. Te detuve porque sé que no tienes medios de usar el poder, y sin poder, el puente se hubiera caído. Sin embargo, estás muriendo..."

No me dio importancia a lo que me dijo al final. Le pregunté si había visto alguna vez ese puente.

"No. Nada más vi poder. Podría haber sido cual­quier cosa. El poder para ti, esta vez, fue un puente. No sé por qué un puente. Somos criaturas misteriosas".

"¿Ha visto usted alguna vez un puente en la nie­bla?"

"Nunca. Pero eso es porque no soy como tú. Vi otras cosas. Mis batallas son muy distintas de las tuyas".

"¿Qué vio usted, don Celestino? ¿Me lo puede decir?"

"Vi a mis enemigos durante mi primera batalla en la niebla. Tú no tienes enemigos. No odias a la gente. Yo sí, en aquel entonces, mi pasión era odiar gente. Ya no lo hago. He vencido mi odio, pero aquella vez mi odio estuvo a punto de destru­irme.

"Tu batalla, en cambio, fue nítida. No te consumió. Tú solo te estás consumiendo ahora, con tus ideas y tus dudas estúpidas. Ésa es tu manera de entregarte y sucumbir.

"La niebla fue impecable contigo. Tienes afinidad con ella. Te dio un puente estupendo, y ese puente estará allí en la niebla de ahora en adelante. Se te revelará una y otra vez, hasta que un día tendrás que cruzarlo. Te recomiendo mucho que, a partir de este día, no te metas solo en sitios con niebla hasta que sepas lo que haces.

"El poder es un asunto muy extraño. Para tenerlo y disponer de él, hay que tener poder por principio de cuentas. Es posible, sin embargo, irlo juntando poco a poco, hasta tener lo suficiente para sostenerse en una batalla. Pero ahora es tarde... muchacho..."

Me quedé mirando el techo de mi habitación. Don Celestino tenía una mirada de decepción sobre mí; suspiró y me dijo que ya no me aferrara más a esta vida. Que me dejara morir. Le pregunté que qué había con mis conocidos, con mi familia. Me dijo que estaba solo, que por eso no había nadie en casa.

"Nadie te necesita, muchacho. ¿Recuerdas lo que te dijo Gaspar al final?"

Don Gaspar... mi maestro. Se me salieron unas pequeñas lágrimas al recordar su nombre. Jamás quise mencionarlo, pero don Celestino me lo recordó.

"No me extrañes, porque yo no te voy a extrañar", le dije a Don Celestino. Don Celestino asintió con la cabeza y me musitó... "Descansa en paz, Fabián..."

0 comentarios: