miércoles, 4 de julio de 2007

La decisión de un mescalero

Magaly se puso de pie, y me pidió que observara las pinturas rupestres de la Cueva de las flores. Le obedecí. Me dijo que era hora de que aprendiera a pedirles consejo. Concentré entonces mi mirada en las pinturas, y de repente escuché a Magaly cantar aquella melodía en mixteco. De repente, las pinturas comenzaron a brillar y despedir un hermoso color hipnotizante. Escuché una voz muy familiar, diría yo conocida. Esa voz que surgía del muro de la cueva, era obvio, era la voz de...

"Ahora debes despegarte". Escuché aquella hermosa voz, femenina por supuesto. Sin temor alguno le pregunté de qué tenía que despegarme. "Despégate de todo". me respondió.

Le dije que eso era imposible, porque no quería convertirme en un ermitaño.

"Ser ermitaño es una entrega y jamás me referí a eso. Un ermitaño no está despegado, pues se abandona volunta­riamente a ser ermitaño.

"Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego su­ficiente para que sea incapaz de abandonarse a nada. Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para que no pueda negarse nada. Pero un hombre de tal suerte no ansía, porque ha adquirido una lujuria callada por la vida y por todas las cosas de la vida. Sabe que su muerte lo anda cazando y que no le dará tiempo de adhe­rirse a nada, así que prueba, sin ansias, todo de todo.

"Un hombre despegado, sabiendo que no tiene posibilidad de poner vallas a su muerte, sólo tiene una cosa que lo res­palde: el poder de sus decisiones. Tiene que ser, por así decirlo, el amo de su elección. Debe comprender por com­pleto que su preferencia es su responsabilidad, y una vez que hace su selección no queda tiempo para lamentos ni recriminaciones. Sus decisiones son definitivas, simplemente porque su muerte no le da tiempo de adherirse a nada.

"Y así, con la conciencia de su muerte, con desapego y con el poder de sus decisiones, un mescalero arma su vida en forma estratégica. El conocimiento de su muerte lo guía y le da desapego y lujuria callada; el poder de sus decisiones de­finitivas le permite escoger sin lamentar, y lo que escoge es siempre estratégicamente lo mejor; así cumple con gusto y con eficiencia lujuriosa, todo cuanto tiene que hacer.

"¡Cuando un hombre se porta de esa manera puede de­cirse con justicia que es un mescalero y que ha adquirido pa­ciencia!"

Le dí la razón a aquella voz, y le dije sin pensarlo que estaba sufriendo, que tenía un extraño dolor en el estomágo cada vez que pensaba en...

"Cuando un mescalero ha adquirido paciencia, está en camino hacia la voluntad. Sabe cómo esperar. Su muerte le acon­seja, en formas misteriosas, cómo escoger, cómo vivir estratégicamente. ¡Y el mescalero espera! El mescalero aprende sin apuro porque sabe que está esperando su volun­tad; y un día logrará hacer algo que por lo común es impo­sible de ejecutar. Ni siquiera advierte su acto extraordinario. Pero conforme sigue ejecutando actos impo­sibles, o siguen pasándole cosas imposibles, se da cuenta de que una especie de poder está surgiendo. Un poder que sale de su cuerpo conforme progresa en el camino del conocimiento. Al principio es como una comezón en la barriga, o un calor que no puede mitigarse; luego se convierte en un dolor, en un gran malestar. A veces el dolor y el malestar son tan grandes que el mescalero tiene convulsiones durante meses; mientras más duras sean, mejor para él. Un magnifi­co poder es siempre anunciado por grandes dolores.

"Cuando las convulsiones cesan, el mescalero advierte que tiene sensaciones extrañas con respecto a las cosas. Advierte que puede tocar cualquier cosa que quiera con una sensa­ción que sale de su cuerpo por un sitio abajo o arriba de su ombligo. Esa sensación es la voluntad, y cuando el mescalero es capaz de agarrar con ella, puede decirse con justicia que está completo y que ha adquirido voluntad".

Cesó la voz. Miré a Magaly y la vi sonriéndo por lo que había sucedido. Me dijo que ella también había escuchado lo que me habían advertido las pinturas. Me dijo que ellas lo explican mejor que nuestros maestros. Me vi las manos, y parecía que todo eso no era un sueño. Magaly me reprochó de que no era un sueño que era real. Me hizo ver el sol del atardecer, y sentí una ligera comezón en mis ojos.

"¿Qué piensas al respecto?" Le respondí que no creía estar realmente en Tonalá, así nada más porque sí. Me dio un golpe en la cabeza, y me dijo que no se refería a eso. Le dije que la sola idea de despegarme de todo lo que conozco me daba escalofríos.

"¡Has de estar bromeando! Lo que debería darte esca­lofríos es no tener nada que esperar más que una vida de hacer lo que siempre has hecho".

Me tomó de los hombros y me hizo dar un giro, hasta quedar frente a los campos que quedan fuera del pueblo.

"Piensa en el hombre que planta maíz año tras año hasta que está demasiado viejo y cansado para levantarse y se queda echado como un perro viejo. Sus pensamientos y sentimientos, lo mejor que tiene, vagan sin ton ni son y se fijan en lo único que ha hecho: plantar maíz. Para mí, ése es el desperdicio más aterrador que existe.

"Somos mescaleros y nuestra suerte es aprender y ser arro­jados a mundos nuevos, inconcebibles".

"¿Hay de veras algún mundo nuevo para nosotros?"

"No hemos agotado nada. Ver es para hombres impecables. Templa tu espíritu, llega a ser un mescalero, aprende a ver, y entonces sabrás que no hay fin a los mundos nuevos para nuestra visión".

Extrañadamente, estaba viendo la computadora. No me percaté a qué hora me quedé dormido, de hecho, que yo recuerde, jamás había estado frente a la computadora. Ahora que lo estoy, me doy cuenta que había creado este relato. Ahora que lo reviso, me asusto. Todo fue tan real. punto y aparte.

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