domingo, 29 de julio de 2007

Sueño # 1

Era increíble la capacidad de poder soñar con tanta libertad. Había recordado ciertas leyes de los mescaleros, pero algo me decía que jugaba con fuerzas de otra índole. El primer sueño tiene un anfitrión, y al parecer así se irán desarrollando tales sueños: la revelación de una gran verdad.

Me encontré caminando por aquellos caminos de terracería, en un amanecer fresco. Tenía que caminar tantos kilometros para tener acceso a la comunidad. No pasaba ningún automóvil que me pudiera dar un aventón. Iba tan concentrado pensando en mis planes; voces de una asesora me reprochaba, sabía que después de todo estaba soñando.

Un perro comenzó a ladrarme, había surgido de la nada. Encontré una piedra para poder ahuyentarlo, y antes de que lanzará mi defensa, un hombre con escopeta en mano emergió de la selva. Tranquilizó a su perro, y yo para darle confianza le pregunté si me faltaba mucho para llegar a la comunidad. El hombre me dijo que me faltaban 5 kilometros aún.

Le pregunté como se llamaba, me dijo que Silverio. Me dio la espalda después y se internó en la selva, me gritó en su lengua que lo acompañara, pero le respondí que necesitaba llegar a la comunidad cuanto antes. Me apuntó descaradamente con su escopeta, me amenazó y me dijo que era vital que lo acompañara. Sin encontrar otra opción, tuve que acceder. Me preguntó mi nombre y le respondí que me llamaba "Yef", don Silverio empezó a reírse y decir que mi nombre era extraño. De hecho lo era, y no me explicaba el por qué decidí utilizar tal nombre.

"Iré al grano... no puedes entrar a la comunidad por que estancas el progreso..." Me dijo don Silverio en un claro español. Le pregunté a qué se refería con "estancar el progreso." Meneó la cabeza con reprobación.

"Debes tener cuidado con todo lo que sucede... debes mantener la mente centrada sobre lo que se supone se debe hacer cuando se está haciendo un acto. Si dejas que tu pensamiento se dirija hacia donde sientes que pasa algo interesante, algo novedoso o distinto a lo que antes habías sentido, tu energía seguirá a tu mente e interferirá con la tendencia que tiene el cuerpo a alcanzar un balance natural por sí mismo.

"No esperes a que pase algo; no dejes que tu mente se nuble con las mil sensaciones que van a acontecer. Muchas de esas cosas son simplemente fantasmas y respuestas que el mismo cuerpo tenderá a anular cuando se equilibre tu energía. Le has dado valor a lo pasajero olvidando lo que perdura. No debes comenzar a analizar o evaluar los fenómenos preguntándote el por qué de las cosas... Ten cuidado con lo que pase pero no te pierdas en ese estado permanente de atención.

"Si solamente ves el camino, pierdes el ritmo de tus pasos, porque deseas acomodarlo a las imperfecciones del camino. Es por ello que debes tener una actitud de regulación sin regular, del control sin controlar".

Me quedé en silencio, todo eso me recordaba a las enseñanzas de los mescaleros. La verdad no entendía tales consejos, para qué me iba a servir. Justo cuando pensaba aquello, el perro me saltó y sus fauces se dirigieron a mi cara, sentía que el perro me deshacía todo el rostro. Luché por quitármelo, pero sentía un dolor electrizante. Don Silverio tomó su escopeta y disparó contra el perro. Al levantarme, no tenía ningún rastro de sangre. En cambio el perro respiraba cortantemente. Me quedé asustado y justo cuando le iba a preguntar a don Silverio la actitud de su perro, me calló y me dijo que prestara atención...

El perro según había atacado uno de los problemas que tanto me afligen. Para mi sorpresa el perro comenzó a hablar, dándonos el diagnóstico a don Silverio y a mí.

"Tiene un problema de regulación del pensamiento".

Miré a don Silverio extrañado y él me aclaró mi duda.

"El aspecto emocional de la mente es muy poderoso y cualquier idea está fuertemente conectada con el lugar en donde nació... su origen, pues".

El perro continuó hablando con un extraña voz imperiosa.

"Si no cortas las ideas de su fuente, tu pensamiento estará determinado por una atadura psicológica; seguramente no podrás regular tu energía, porque tus pensamientos estarán rígidos y atados a tu cuerpo o a las formas externas. Debes darte cuenta de que aún cuando detengas el flujo aleatorio de pensamientos que atraviesan por tu mente, nuevas ideas y nuevos pensamientos se generarán".

"Así es, el pensamiento nunca para". Dijo don Silverio de manera airosa.

"Te asombrarás al darte cuenta de que no sabes ni cómo ni cuando, ni siquiera en que etapa de los actos, todo inicia. Simplemente está ahí. Sucede como cuando cierras los ojos y estás acostado, ves colores y quisieras que no se movieran; ese azul o ese destello morado quieres conservarlo pero ahora tiende a ser verde y por más que intentas conservar el color lo pierdes. Eso se llama perder el centro, y perder el movimiento circular de la luz.

"Mientras no suceda así, mil colores, formas y pensamientos pasarán. Todos los pensamientos te llevan al origen que está oculto en tu inconsciente o en tus ataduras arquetípicas, y por lo tanto no podrás llegar a ellas de manera consciente." Dijo el perro y murió.

Don Silverio asentía con la cabeza y terminó el sermón de aquel perro.

"...Es por ello que el espíritu consciente te lleva al palacio de los demonios. Por ello te sentirás confuso, disperso, con miedos frecuentes y finalmente te sentiras intranquilo y cansado. Tu estado emocional se romperá y deberás dejar tus actos para otra ocasión".

Le pregunté a don Silverio qué era lo que trataba de decirme.

"No seas terco a los planes e ideas. Debes ser consciente de lo que está ocurriendo, pero no le debes prestar atención. Todo esto te servirá para tus encuentros futuros, por favor, analízalos".

Salí de la selva, y me encontré sentado en la cama, mirando mi único vínculo con la voz distante. Estaba despierto, eran las cuatro de la mañana, para mí más que un sueño fue una especie remembranza. Sé que había escuchado todo eso antes...

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sábado, 28 de julio de 2007

De la selva

Fue un cambio tan de repente, pero que ya estaba programado desde el año pasado. Inicié un viaje que no fue como todas las veces: caminar en los cerros desérticos y apreciar la naturaleza muerta, la imponencia de los órganos y el misterio de las cuevas, sino un viaje hacia el punto del origen.

Los rayos solares le dieron un color distinto al follaje de los árboles. Aquellos amaneceres me dieron un estado de tranquilidad efímera. El canto de las aves invisibles me musitaban una extraña bienvenida. Al caminar los senderos de aquellos lugares inaccesibles, me llega el olor del humo matutino de los pueblos ancestrales. Por un momento sentí ganas de gritar de desesperación por la enorme energía de aquellos lugares distantes. Sentí también una enorme tristeza por ver aquellos hombres, mujeres y niños convertirse en sombras huidizas. Mi sangre salió de mis venas, transpiró en sudor y se fusionó con la tierra... "He regresado..."

Tras cuatro años de ausencia, la selva me volvió a cobijar. Sentí miedo por la reacción de mi cuerpo, pero todo, absolutamente todo era inevitable. Un cambio emergente sucedía en todos mis pensamientos. Vi imágenes de seres que se alejaban y de seres que iba a conocer muy pronto, en esa nueva etapa. El viento me dio la señal: yo estaba ahí para quedarme y descubrir los antiguos caminos. Me aferré a que aún no he aprendido a descifrar esas señales...

Fue tanta mi ineptitud que el sol se enojó tanto conmigo que me hizo dudar de todas mis pequeñas victorias.

Al terminar aquellas jornadas, me sentaba bajo los árboles y dejaba que mis oídos apreciaran las risas apagadas de aquellos niños de antaño; las historias de aquellos viejos y las aventuras de los nuevos jóvenes... era esa lengua mística que me ataba a lo que ahora parece que no vale la pena ser... un mescalero... ¿Quién soy en este mundo?...

Y al terminar esas horribles reflexiones me daba cuenta que aquellos lugares eran pueblos fantasmas. Ni un alma se asomaba en las ventanas... El viento dejó de soplar, y las hormigas se detuvieron. Las avizpas me zumbaban cerca de la cabeza. Y de repente, mi cuerpo se sacudió. El típico sentimiento emergió de nuevo: Estoy solo; me siento solo ahora, más que nunca...

Me preguntaba si así era el destino: cruel y despiadado. En lo más recóndito de mi memoria todo había desaparecido; todo mi aprendizaje era obsoleto en tal situación: algo me estabaa frenando. Llegué a concluir que estaba en nuevos territorios.

Cerré los ojos aquel día tan inesperado, después de una jornada difícil. Apareció un fantasma a mi lado: un anciano de 87 años, que era habitante de aquel lugar: fue chiclero en su juventud, y se llamaba don Delio.

Aquella piel cobriza y arrugada se comparó a la mía y me dijo que no distabamos del mismo destino. Arrimó nueve piedras frente a mí y me dijo que el sufrimiento de todo hombre al final de cuentas es estar solo. Le dije que lamentaba no estar de acuerdo con tal idea, porque yo era un ser diferente a él: soy un mescalero.

"¿Un mescalero? ¿Qué chingada madre es eso? Has vivido en tu imaginación toda tu vida. Dime, ¿no te crees que te estás lastimando demasiado con esas ideas estúpidas?"

Aquella lengua mística parecía más un canto que un reproche. No me sentí tan culpable por mi decisión de seguir pensando de que algún día cambiaría mi modo de vivir. Sin embargo, al apreciar aquellas piedras, sentí una extraña desesperación de convocar toda mi energía y activar mi voluntad, para demostrarle a aquel anciano que yo no era un ser al que se le debe subestimar tan fácilmente. No obstante, el anciano pareció captar mi estado de ánimo, y me arrinconó al tronco del árbol, y me detuvo. Meneó la cabeza con reprobación.

Don Delio tomó una de las piedras y me la puso cerca de la cara.

"Esto que ves, es más que una simple roca. Así como las ves ahora, así se te reflejarán. Son tus 9 sueños y en cada sueño descubrirás una gran verdad, muchacho..."

Era hora de partir de aquel lugar. Me alejé sin darle la espalda a aquel anciano. Sentí mucho miedo, algo en mi ser me unía a una nueva conexión...

En las noches escuchaba la voz distante. Quería que me diera fuerza y me hiciera olvidar de todo lo que me sucedía, pero al parecer la voz estaba en las mismas condiciones que yo...

Mi energía comenzó a fluir y empecé a soñar...

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jueves, 19 de julio de 2007

En alas de la divagación

La vida está lleno de encuentros y desencuentros. De uno depende adquirir el conocimiento de cada conversación que se realiza con esos seres mágicos que de repente aparecen para aconsejarte. Mi vida ha estado plagada de aquellos encuentros, de aquellas conversaciones. Y eso me dice que mi rueda del tiempo aún no se detiene.

Malú, una persona con la que me he identificado bastante, pronto iniciará un viaje que los mescaleros denominan “la encrucijada”, no es nada malo, simplemente es el tiempo de retomar las riendas que alguna vez soltamos, la recuperación de los caminos. Estoy en el mismo caso, porque este camino jamás lo abandonaré. Pero eso no significa que voy a ser esclavo de un sistema, porque somos guerreros que luchan por obtener nuestra libertad. Mis encuentros con Malú fueron como ensueños, porque encuentraba las respuestas, y una charla que me recuperaba el ánimo cuando estaba preocupado. Ella es una excelente divagadora, y eso es lo que me ha inspirado demasiado para continuar escribiendo. ¿Cómo fue mi encuentro con ella? Lo recordaré en su estilo… Caigo abatido por el dolor y escucho una voz: “¿Qué pasó, mescalero? ¡Levántate! Estoy contigo…” susurro su nombre… Ella me dice que sí. Malú me levanta. Le digo que no me gusta este mundo; ella nada más sonríe y me dice: “Es tu campo de batalla.” Escucho el sonido de una campana, y le digo a Malú que ese sonido me da miedo, porque sé que es dedicado a mí. Me musitó dulcemente: “Así como las temporadas cambian, recuerdo cómo solía ser…” Le digo que ya no puedo avanzar, ni siquiera volver a comenzar. Ya no tengo ningún sentimiento, sólo sé que mi corazón está vacío. “Eres un guerrero, aún herido, debes seguir luchando…” Le digo a Malú que ya no hay nada más para mí… que me lleven lejos o que me dejen aquí tirado. La campana volvió a sonar. Malú me miró con una expresión de gravedad. Le dije que no se preocupara, porque ese sonido... ya no me importaba. “Malú, ya no hay ningún camino que me lleve a donde sea, lo sé. Sin una luz… temo que tropezaré en la oscuridad, y creo que una vez caído, decidiré no continuar". Entonces… Malú cerró los ojos enfurecida, y extendió unas enormes alas; se elevó hacia el cielo, y desde lo alto, en la distancia, su voz me llamó y me dijo: “Recuerda quién eres… si te sientes perdido, tu coraje pronto seguirá. Así que debes ser fuerte esta noche… Recuerda quién eres… eres un guerrero peleando una batalla para ser libre una vez más… eso es por lo que ambos estamos peleando constantemente…” Despierto y me percato de que estoy en la cama. Busco por toda mi habitación, no está. Pensé que estaba con ella. ¿La había visto acaso en el sueño suspendido? Cada vez que escucho su voz, mi corazón palpita aceleradamente, me pongo nervioso; Cada vez que leo sus mensajes, tengo un nudo en la garganta. Camino en la calle y la siento. Sé que está ahí entre la multitud, caminando pensativa entre la gente. La busco desesperadamente, sé que ahí está; está cerca… Y el insomnio gana. El sol se levanta y me descubre contemplando la inmensidad del mar. Sólo preguntas me pasan por la mente: ¿Dónde está Malú? Quizá esté abriendo sus ojitos y mirando hacia la ventana, pensando: “Un día más…” La brisa marina de la mañana, me arrebata mis pensamientos, y me hace dibujar una sonrisa en la arena. Malú está bien. Ahora está divagando. Cierro los ojos para apaciguar los rayos del sol; escucho en mi interior su risa coqueta, y río con ella. Entonces me concentro, junto toda mi energía para realizar lo imposible, lo que jamás practiqué; le pido a mi ser que se eleve --quiero verla, quiero escucharla, quiero leerla… Con la ayuda del vuelo abstracto, surco el cielo y llego hasta donde está ella. Está concentrada, mirando al vacío. No me ve, porque no me reconoce… le digo: “Hola, Malú…” y ella sin necesidad de buscar mi presencia, me corresponde el saludo, con una enorme sonrisa.

Había pasado tanto tiempo, cada quien había tenido sus propias batallas, y al parecer habíamos sobrevivido. Ella estaba tan diferente… De repente el lugar cambió, y en un abrir y cerrar de ojos, nos transportamos al espacio. Contemplamos los planetas y los astros; nos detuvimos en la luna. Malú me sonrió y me dijo: “¡Alas nuevas!”, giró y me dio la espalda; extendió sus alas, y las batió con todas sus fuerzas. Luego sonrío levemente y se puso a cantar dulcemente; me miró y me extendió la mano… me invitó a volar con ella. …Miro los ojos de Malú y me pierdo en ellos. La abrazo fuertemente, no quiero que se vaya. La beso... la beso por todo el cuerpo. Le digo que es hermosa; recuesto mi cabeza sobre su pecho y escucho a su corazón, su palpitación se sincroniza con el mío. Acaricio su cabello y sus mejillas; le beso los ojos. Medimos nuestros dedos, y estrechamos nuestras manos. Nos enlazamos hasta sentirnos uno solo. Su aliento me da fortaleza y me llena de vida. Es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Es inefable a veces todo esto que siento; es absurdo explicar lo abstracto. Pero tengo la impresión de que al escribir todo esto, Malú está a mi lado, susurrando en mi oído todas estas palabras…

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miércoles, 18 de julio de 2007

Los mescaleros del porvenir

Caminaba, cerca de las doce del día, por todo el malecón. Apreciaba la tranquilidad del mar, y dejé que la brisa marina haga su trabajo: llevarse los pensamientos lejos. No obstante, ver el mar, me daba la impresión de que algo me estaba esperando en esa eternidad. Medio cerré los ojos y susurré voluntad. Alguien me tocó el hombro; me dijo que no virara a verlo, pero era obvia aquella voz: "ya es hora..."

Delante de mí, el mar se tornó en un color sangre; el aire era asfixiante. Sentía un enorme bochorno como si estuviera en el infierno. Pensé que mi alma había fallecido. Luego de esa sensación, todo se oscureció y llegó la frialdad. Estaba en la bóveda solar. Estaba sentado en un extraño suelo, parecía una arena movediza; no obstante, estaba en su superficie.

"Bienvenido una vez más, Mescalito..." Me dijo una voz ronca, que ya había logrado identificar. Me puse de pie y viré para ver si estaba seguro de quién se trataba. Cuál fue mi sorpresa al ver a todos los mescaleros. Fidencio, Magaly, Loreto, don Gaspar, don Celestino, doña Alvina, Yolanda, Pablo... y otras siete personas que jamás había visto en mi vida. Sonreí al verlos, sentía ganas de llorar por la emoción. "¿No vas a preguntar por qué estamos aquí?" Me preguntó Loreto con una voz suave y dulce. Yo negué con la cabeza, y dije que me daba gusto volver a verlos... "Ya ha pasado un año... ¿no es así, Fabián?"

Me quedé extrañado al mirar a la persona que me había preguntado. Me pregunté un año de qué. Todos se comenzaron a reír. Le pregunté que quién era, me dijo que se llama Vicente...

Quedé extrañado. Jamás lo había conocido en toda mi vida...

"Son los mescaleros del porvenir..." me dijo don Gaspar. "Por el momento verás a estos tres... ya los conoces, no personalmente, pero los conoces..."

Entonces dieron un paso al frente los otros dos. Loreto se sonrió de mí, y me dijo: "Este es Vicente; él es Miguel y ella es Susana..."

Conocía muy bien esos nombres. Caí al suelo y cerré los ojos para calmar toda la sacudida de mi cuerpo.

"¿Por qué están aquí?"

"Porque queremos que veas, que tu camino tiene que ser muy difícil, para poder transmitirles a estos mescaleros todo el conocimiento que estás acumulando..."

"Pero si ya están en la bóveda... se supone que ya son mescaleros..."

"Aún no. Ellos han sido traídos aquí para que no desesperen y se den cuenta que tú estás al pendiente de ellos".

"¿Quiénes son las otras siete?"

"Esos los conocerás después... por el momento, a petición tuya y de los mescaleros del porvenir, hemos realizado este encuentro, para que no te rindas. Retoma el camino, retoma tus desafíos. ¿Quieres ser un hombre común toda tu vida? Está cerca el tiempo de los seres extraordinarios..."

Pensé que me era más cómodo ser un hombre común. Pero como la regla así lo pide, el camino que comenzamos, jamás, jamás se debe dejar a medias...

Vicente, Miguel y Susana me miraron, me contemplaron, y me dijeron: "ánimo... El tiempo de los Extraordinarios está cerca, no renuncies a tus desafíos... te estamos esperando, y tú sabes que camino tomar... ese es el camino. No dejes que nos convirtamos en polvo de ese camino que jamás querrás recorrer..."

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sábado, 14 de julio de 2007

Nauyaca

Fue en un verano, lo recuerdo bien, pero fechas no. Recuerdo que me di cuenta de que estaba recostado en una cama de palos. Estaba sudando, y no sentía mi cuerpo. Vi que alguien me ponía trapos húmedos en la cabeza y en el cuello. Intenté preguntar a aquella persona que quién era, y qué hacía yo en ese lugar. "shhhhh, ma'ka chi' xi'ipal". me dijo en un susurro. Cerré los ojos entonces, y me dejé llevar por el sueño.

Desperté, era de noche, y aquel hombre me miraba desde la penumbra; sus ojos brillaban como los de un gato, me estaba mirando. Su respiración era como la de un perro. Pensé que estaba dormido, pero con aquellos ojos era obvio que no. Formulé mi pregunta, y salió débil: "¿Quién es usted...? ¿Qué hago aquí?" No me quiso responder. Sentí una leve comezón en el cuello. Quise rascarme, pero el hombre se abalanzó sobre mí y me detuvo la mano. "¡¡Ma'!!"

Al día siguiente vi a una muchacha que estaba secándome el sudor de la frente. Le pregunté que qué me ocurría. Me dijo que había sido mordido por una cuatronarices en el cuello, una serpiente muy venenosa de la región. Quedé sorprendido por la noticia, y cuando estaba a punto de tocarme la herida y saber si era cierto, la muchacha me gritó que no lo hiciera. Le pregunté que quién era el hombre que me estaba cuidando, me negó la respuesta con la cabeza, pero me dijo que ella se llama Yolanda.

Aquel hombre que vi aquella noche, entró a la casa, se quitó el sombrero y habló nuevamente en maya. El hombre me habló en un pésimo español que yo había estado al borde de la muerte, que él me curó y que ahora estaba en deuda con él. Sino le pagaba, no terminaría el tratamiento de la picadura. Me dejaría morir en la selva, donde me encontró.

Le respondí, al hombre, en maya, y le pregunté que cuánto tenía que pagarle por su servicio. El hombre se quedó boquiabierto, y se salió de la casa. Al parecer no esperaba que yo le hablara en maya.

Yolanda apareció de repente, y me dijo lo que había pensado. Su maestro había buscado al último del grupo de los mescaleros por tanto tiempo, y que al parecer, su búsqueda había finalizado; con que yo le haya hablado en maya, daba la señal de que yo era esa persona. Un mescalero para poder entrar al grupo tiene que estar al borde de la muerte y ser curado por el Benefactor. Tuve ganas de reírme por tal historia, pero tenía ahora un fuerte dolor en el cuello.

Le pregunté a Yolanda que qué era un mescalero... me negó la respuesta. Me dijo que después de que me recuperara, haríamos mi proceso de iniciación. Quise reírme, porque en cierta manera sentía que me estaban gastando una broma. "Entonces... ¿Soy el último?", Yolanda asintió, dijo que ella era la penúltima, mi contraparte femenina... le dije en son de broma que era entonces el hermano menor de la familia... era un mescalerito...

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viernes, 13 de julio de 2007

Mala noche

Tuve una fuerte discusión con mis padres. Sé que los lastimé con mis comentarios, pero ahora estoy reflexionando en el techo de la casa, para que el viento me brinde poder para aclarar mis errores. Sé que el viento en la noche es un ente peligroso que puede destruirnos, pero aun así lo quise retar.

Descubrí cuál fue el factor que hizo que todo se convirtiera en discusión: fue mi voz. Mi voz, al hablar, se escucha como si fuese un ser irascible, imperativo, etc., etc. ... No me creía a mí mismo. No podía ser mi voz, pero realmente lo era...

"Tienes que modular tu voz..." Me escuché decir a mí mismo. Me reproché que mi voz es tan natural, que yo no tenía la culpa de que mi voz sonara a la de un ser amargado. "No puedo modularla..."

"Sí puedes modularla... has modulado muchas cosas, muchacho. Has modulado tu defecto de sesear; has modulado... no tengo que decirte todo... tu voluntad es un ejemplo de ello..."

De repente me vi sentado en el pasto, mirando la inmensidad de la selva. Don Gaspar estaba sentado detrás de mí. Le daba la espalda, al parecer no quería que tuviésemos una conversación frente a frente. Quise mirarlo cuando me dijo que un aprendiz tiene la prioridad de manipular su voluntad, pero me dijo que no virara a verlo. De repente sentí una leve comezón en el cuello. Tenía una gasa. Algo me había sucedido...

"Tienes un problema muchacho, tienes baja la moral... y ese es tu problema..."

"¿De qué está hablando?"

"Te veo... un niño que ha sido lastimado, ha sido doblegado, y se siente fracasado... su voluntad está dañada..."

Le dije que yo no sufría de baja autoestima. Que me sentía de lo más normal. Don Gaspar se río de mí. "Has memoria..." Hice lo que me pidió, pero no recordaba nada, o simplemente yo no quería acceder a mi pasado.

"Sí. Es un niño incomprendido, terminas las actividades a tiempo, y no dejas a los demás trabajar. La maestra te regaña por eso. Tus dibujos, te dice que no los hiciste tú, que tu padre los hizo por ti. No te dejan ayudar a los demás, te dicen que te crees muy listo cuando... eres un zopenco... Al parecer la maestra te odia tanto, te reprobó... has perdido un año. Y mira... nos regresamos antes de la primaria, y te han mandado a una escuela especial... Te crees un niño retardado por pertenecer a esa escuela, te da miedo hablar de eso..."

Le pedí que se callara, que ya era suficiente. Pero don Gaspar prosiguió. Quise levantarme y algo no me dejó mover. Don Gaspar se carcajeaba, me imaginaba que hasta las lágrimas se le escurrían por las mejillas de tanto reír. "Suficiente..."

"No, no es suficiente. Reprobaste, y mira, otra maestra, y es peor, peor que una mula. Te exhibe, te llama sabelotodo. Increíble, de verdad que tu vida no es el mundo académico... tus maestros te han humillado, y cargas ese peso para toda tu pinche vida. Ahora eres callado. Te odias a ti mismo; Te reservas... ya no te crees capaz de nada. Has perdido tus habilidades... humillas a los demás, te ríes de ellos... los frenas..."

"Ya cállese, don Gaspar. ¿Cuál es el fin de esos recuerdos? ¿Por qué me tortura con ellos?"

El sol empezó a emerger de entre los árboles. Mis ojos empezaron a cerrarse para que no me lastimaran los rayos. Escuché la sonrisa de don Gaspar. "Me lastima el sol..."

Me pidió que me quedara quieto en mi lugar. "Te he dicho todo esto porque estás aquí conmigo para emprender un viaje en el cual jamás regresarás. Ya diste el primer pasó y demostrarte ser fuerte. Eres un aprendiz, y lo que debe saber un aprendiz, es que nada le hace nada a nadie, un aprendiz sólo se hace daño con los sentimientos".

"¿Aprendiz de qué...?

"¿Por qué te haces pendejo?" Viré para ver a don Gaspar, y lo vi con unas gafas para sol. Se comenzó a carcajear de mí, y yo me levanté irritado, porque ya no soportaba los rayos solares.

"Tienes que modular tu voluntad, muchacho. La voluntad, recuerda, es lo que puede darte el triunfo cuando tus pensamientos te dicen que estás derrotado. La voluntad es lo que te hace invulnerable".

"La voluntad... sé qué es la la voluntad..."

Don Gaspar chasqueó la lengua, se puso de pie y me tomó del hombro.
"Cuando te enojas, te crees en lo justo, ¿verdad? Esto es lo que debes saber, este es tu nuevo camino: La voluntad es algo que un hombre usa, por ejemplo, para ganar una batalla que, según todos los cálculos, debería perder. Tiene que ver con hazañas asombrosas que desafían nuestro sentido común..."

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martes, 10 de julio de 2007

Los mescaleros muertos

Qué libertad tiene uno al recordar. No son sucesos del pasado, sino actos del pasado. La experiencia que se va enlazando en este mundo misterioso. Aún recuerdo mi encuentro con don Gaspar, y su despedida aún la mantengo fresca. Pero no me martiriza, sino que ese acto final posee una enseñanza. No sabía que el mismo movimiento por el que pasó mi maestro, la tenía que padecer yo también. El recuerdo de la vivencia cuando me contó lo que pasó, me hace cotejar mi experiencia y poder decir... esto es real.

"Los mescaleros luchan por tener continuidad y esa es la lucha más dramática del mundo. Es dolorosa y cara. Muchas, pero muchas veces, le ha cos­tado la vida a los mescaleros".

Don Gaspar me explicó hace ya cuatro años que, para que un mescalero tuviera completa certeza acerca de sus acciones, o acerca de su posición en el mundo de los mescaleros, o acerca de su capacidad de utilizar inteligentemente su nueva continuidad, debe invalidar la continuidad de su vida cotidiana.

"Los mescaleros llaman a ese proceso de invalidar la vida cotidiana "el Cambio drástico" o la muerte simbólica, pero muy definitiva, del mescalero. Yo, personalmente, conseguí mi cambio drástico en aquel campo. Lo tenue de mi nueva continuidad me costó la vida".

"Pero ¿murió o sólo se desmayó?"

"Me morí en ese campo. Sentí que mi conciencia salía flotando de mí y se encaminaba hacia el infinito, y como había recapitulado mi vida, el infinito no aceptó mi conciencia. Puesto que mi cuerpo estaba muerto en el campo, y un mescalero no puede dejar el cuerpo atrás, el infinito no me dejó pasar a la libertad. Fue como si me in­dicara regresar y tratar otra vez. Ascendí a las cumbres de la negrura y descendí otra vez a la luz de la tierra".

Dijo que en su regreso se sentía fuerte y decidido. Sabía que tenía que volver a casa de su benefactor. Pero antes de iniciar el viaje de retorno, deseaba ver a su familia y explicarles que era un mescalero y, por ese motivo, no podía quedarse con ellos. Quería explicarles que su perdición había sido no saber que los mescaleros jamás pueden tener un puente para reunirse con la gente del mundo. Pero, si la gente desea hacerlo, pueden tender un puente para reunirse con los mescaleros.

Le pregunté cuánto tiempo había permanecido muerto. Me respondió que al parecer murió todo un día. Su familia adoptiva había desaparecido, puesto que ya sabían que él deseaba la muerte, y que al obtenerlo, ya no tenían nada qué hacer ahí.

Me recordó que me había enseñado cómo actúan los mescaleros en tales situaciones. Dan lo mejor de sí y des­pués, sin remordimientos ni lamentos, se quedan tran­quilos y dejan que el espíritu decida el resultado.

Le pregunté si se atrevió a ir en busca de ellos.

"No. Los mescaleros nunca buscan a nadie. Y yo era un mescalero. Había pagado con la vida el error de no darme cuenta de que los mescaleros jamás se acercan a nadie.

"Desde ese día sólo he aceptado la compañía o los cuidados de gente o de mescaleros que están muertos, como yo".

Don Gaspar dijo que volvió a la casa de su benefactor, donde todos lo trataron como si nunca se hubiera ido y comprendieron instantáneamente lo que él había descubierto.

"Mi benefactor me dijo entonces que el cambio de un mescalero para ir a la impecabilidad es su muerte. Que él mismo había pagado con la vida ese cambio, como todos los demás en su casa. Y que ahora éramos iguales en nuestra condición de ser candidatos a ser libres.

"Y también dijo que el gran truco de los mescaleros es estar totalmente conscientes de que están muertos. Su viaje definitivo debe estar envuelto en puro entendimiento."

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El paso de don Gaspar

Había dos co­sas que le preocupaban a don Gaspar cuando abandonó su camino a los 23 años: primero, que aún no se había acostado con una mujer; segundo, que sentía una tre­menda pero inexplicable urgencia de viajar hacia el norte. No sabía por qué, sólo que en algún lugar hacia el norte algo lo estaba esperando. La sensación se hizo tan fuerte que al fin se vio obligado a rechazar la estabilidad del empleo permanente para poder continuar su viaje.

Su gran fuerza física y una extraña e inexplicable as­tucia, recientemente adquirida le permitieron hallar tra­bajo aun donde no lo había, mientras iba en camino ha­cia el norte. Llegó así al estado de Sinaloa. Y allí terminó su viaje. Conoció a una viuda joven; ayudó a la viuda y a sus hijos; y sin darse cuenta, fue asumiendo el papel de pa­dre y esposo.

Esas nuevas responsabilidades representaron una gran carga para él. Perdió su libertad de movimiento e incluso su necesidad de viajar más al norte. Se sintió compensado por esa pérdida con el profun­do afecto que sentía por la mujer y por sus hijos.

Experimentó momentos de sublime felicidad como esposo y como padre. Pero fue en esos momentos cuando notó que algo andaba muy mal. Comprendió que estaba perdiendo la sensación de abandono, de frialdad, de audacia que adquirió en la casa de su maestro. Ahora se hallaba identificado con la gente que le rodeaba.

Don Gaspar comenzó sintiendo un profundo, aunque reservado, afecto por la mujer y sus hijos. Ese de­sapegado afecto le permitía desempeñar el papel de padre y esposo con abandono y placer. Con el correr del tiempo, su desapegado afecto se convirtió en una pasión desespe­rada que lo hizo gastar toda su energía. En cuestión de un año perdió todo vestigio de su nueva personalidad.

Una vez que hubo desaparecido el desapego, que era lo que le daba el poder de amar, sólo le quedaron las ne­cesidades mundanas: la miseria y la desesperación, ras­gos distintivos del mundo cotidiano. Para hacer las cosas aún peores, también desapareció su espíritu de empresa.


Pero la pérdida más aguda fue su energía física. Sin estar enfermo, un día quedó completamente paralizado. No sintió dolor alguno ni tampoco sintió pánico. Mien­tras yacía desvalido en cama, no hizo sino pensar y llegó a comprender que había fracasado porque no tenía un propósito abstracto. Se dio cuenta, por primera vez, que los mesacaleros eran extraordinarios porque perseguían la libertad como propósito abstracto. No com­prendía qué era la libertad, pero sí sabía que era lo contra­rio de sus necesidades concretas.

Su falta de un propósito abstracto lo había vuelto tan débil e ineficaz que no podía rescatar a su familia adoptiva de su abismal pobreza. Por el contrario, ellos lo arrastraron otra vez a la misma miseria y desesperación que había conocido antes.

Al repasar su vida, cobró conciencia de que la única vez que no fue ni pobre ni tuvo necesidades concretas fue durante los años pasados con su maestro. Y supo en­tonces que la pobreza es un estado de ser y que lo había reclamado cuando sus necesidades concretas lo abru­maron.

Hizo una reca­pitulación total de su vida. Comprendió entonces por qué amaba y no podía dejar a esos niños, y también por qué no podía seguir con ellos, y por qué no podía actuar ni de un modo ni del otro.

Don Gaspar se dio cuenta de que había entrado en un callejón sin salida, y de que morir como mescalero era el único acto congruente con lo que había aprendido en la casa de su benefactor. Cada noche, tras una frustrante jor­nada de trabajo agotador y sin sentido, aguardaba pacientemente la llegada de la muerte.



"No la desees, ni pienses en ella. Simplemente, espera hasta que venga. No trates de imaginar cómo es la muerte. Quédate quieto hasta que llegue a ti y te atrape en su flujo irresistible".



Una inexplicable oleada de energía lo dejó con la nítida sensación de que su muerte era inminente. Supo que no tendría tiempo de ver otra vez a su familia adoptiva. Les pidió disculpas, nom­brándolos en voz alta, por no haber tenido la fortaleza y la sabiduría necesarias para salvarlos de su infierno te­rrenal.

Se arrodilló de cara al sudeste. Dio gracias a su benefactor y le dijo al espíritu que estaba tan avergon­zado. Y con su último aliento se despidió del mundo que hubiera podido ser maravillo­so si hubiese tenido sabiduría. Una ola inmensa vino hacia él entonces. Primero, la sintió. Después, la oyó. Por fin la vio acercarse desde el sudeste, por sobre los campos. Llegó a él y su negrura lo cubrió. Y la luz de su vida se apagó. Su infierno había terminado. ¡Por fin estaba muerto! ¡Por fin era libre!

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domingo, 8 de julio de 2007

La muerte de un mescalero

Había muerto. Había enfrentado mi destino, y fallé. Nuevamente fallé.

Nunca me he considerado un buen mescalero. Creo que debo dejar este camino, y retomarlo posteriormente. Pero para eso, he de irme lejos. Nuevamente lejos.

Mi vida, toda mi vida, pasó y se recapituló en unos minutos: desde la primera persona que vi al abrir los ojos, hasta la última que conocí, y que sólo vi a través de una realidad aparte.

Había lastimado a tanta gente, a tantos amigos... y todo por no obedecer a mi maestro. Todo por querer aferrarme a lo mundano, y no aceptar mi camino de mescalero... Ahora lo estoy pagando. Siento que muero, y no estoy equivocado.

Sentí una sombra a travesar por el comedor, era Don Celestino, quien me encntró tirado en el suelo; me levantó y me llevó nuevamente a la cama. Me dijo que todo había acabado para mí. Que por favor, si quería seguir viviendo dejara de aferrarme a esta vida... No lo sé pero los mescaleros hablan con puras paradojas. Le pregunté por qué estaba así. Don Celestino meneó la cabeza con tristeza...

"Ya no hables, muchacho... ya no pienses en el porvenir... No hay pasado ni futuro, sólo el aquí y el ahora..."

Empecé a contarle a don Celestino la posible causa por la que me encontraba en tales condiciones. Me miró con ojos de indulgencia, y luego musitó...

"Estás más loco que una cabra. Tienes una tendencia insidiosa. Insistes en tratar de expli­carlo todo a tu satisfacción. No habías comido casi nada en una semana, y eso fue a causa de tu propia estupidez. ¿Sabes qué te sucedió?... lo que te sucedió anoche no fue un chiste ni una maldad. Tuviste un encuentro con el poder. La nie­bla, la oscuridad, el trueno y la lluvia tomaban parte en una gran batalla. Tuviste la suerte de un tonto. Un mescalero daría cualquier cosa por una batalla así".

Recordé de repente que había estado en un extraño lugar frente a una densa niebla, y un puente. Mi argumento fue que ese evento no podía haber sido una batalla, porque no había sido real.

Me preguntó entonces que qué cosa era real. Le respondí con voz agonizante que lo que estabamos viendo era real.

"Pero también lo era el puente que viste anoche, y también la selva y todo lo demás".

"Pero si eran reales. ¿Dónde están ahora?"

"Están aquí. Si tuvieras suficiente poder, podrías hacer que volvieran. En este momento no puedes porque te parece muy útil seguir dudando y discu­tiendo. No lo es, amigo mío. No lo es. Hay mundos sobre mundos, aquí mismo frente a nosotros. Y no son cosa de risa. Anoche si no te hubiera agarrado el brazo, habrías caminado por ése puente, quisieras o no. Y un poco más temprano tuve que protegerte del viento que te andaba buscando".

"¿Qué habría sucedido si usted no me hubiera protegido?"

"Como no tienes poder suficiente, el viento te ha­bría hecho perder el camino y a lo mejor hasta te mataba empujándote a un barranco. Pero la niebla fue, anoche, lo último. Dos cosas pudieron pasarte en la niebla. Pudiste cruzar el puente hasta el otro lado, o pudiste caerte y matarte. Pero una cosa es cierta. Si no te hubiera protegido, habrías tenido que caminar por ese puente fuera como fuera. Anoche, por ejemplo, el poder te habría forzado a cruzar el puente y habría estado a tu disposición para sostenerte mientras cruzabas. Te detuve porque sé que no tienes medios de usar el poder, y sin poder, el puente se hubiera caído. Sin embargo, estás muriendo..."

No me dio importancia a lo que me dijo al final. Le pregunté si había visto alguna vez ese puente.

"No. Nada más vi poder. Podría haber sido cual­quier cosa. El poder para ti, esta vez, fue un puente. No sé por qué un puente. Somos criaturas misteriosas".

"¿Ha visto usted alguna vez un puente en la nie­bla?"

"Nunca. Pero eso es porque no soy como tú. Vi otras cosas. Mis batallas son muy distintas de las tuyas".

"¿Qué vio usted, don Celestino? ¿Me lo puede decir?"

"Vi a mis enemigos durante mi primera batalla en la niebla. Tú no tienes enemigos. No odias a la gente. Yo sí, en aquel entonces, mi pasión era odiar gente. Ya no lo hago. He vencido mi odio, pero aquella vez mi odio estuvo a punto de destru­irme.

"Tu batalla, en cambio, fue nítida. No te consumió. Tú solo te estás consumiendo ahora, con tus ideas y tus dudas estúpidas. Ésa es tu manera de entregarte y sucumbir.

"La niebla fue impecable contigo. Tienes afinidad con ella. Te dio un puente estupendo, y ese puente estará allí en la niebla de ahora en adelante. Se te revelará una y otra vez, hasta que un día tendrás que cruzarlo. Te recomiendo mucho que, a partir de este día, no te metas solo en sitios con niebla hasta que sepas lo que haces.

"El poder es un asunto muy extraño. Para tenerlo y disponer de él, hay que tener poder por principio de cuentas. Es posible, sin embargo, irlo juntando poco a poco, hasta tener lo suficiente para sostenerse en una batalla. Pero ahora es tarde... muchacho..."

Me quedé mirando el techo de mi habitación. Don Celestino tenía una mirada de decepción sobre mí; suspiró y me dijo que ya no me aferrara más a esta vida. Que me dejara morir. Le pregunté que qué había con mis conocidos, con mi familia. Me dijo que estaba solo, que por eso no había nadie en casa.

"Nadie te necesita, muchacho. ¿Recuerdas lo que te dijo Gaspar al final?"

Don Gaspar... mi maestro. Se me salieron unas pequeñas lágrimas al recordar su nombre. Jamás quise mencionarlo, pero don Celestino me lo recordó.

"No me extrañes, porque yo no te voy a extrañar", le dije a Don Celestino. Don Celestino asintió con la cabeza y me musitó... "Descansa en paz, Fabián..."

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sábado, 7 de julio de 2007

El sueño de un mescalero

Sentí que había dormido por miles de años. Cuando desperté, mi cuerpo estaba engarrotado, parecía que no podía mover ningún músculo. Mis ojos me revelaron que estaba en mi cuarto. Los tragaluces daban una excelente claridad, como si las lámparas estuviesen encendidas. Eran las 5 pm. Lo sé porque miré el reloj de la pared. Sin saber cómo, concentré mi energía en mis pies y logré bajar de la cama. Caí. No podía caminar. Sin duda, algo extraño me había ocurrido, pero no sabía qué era. No había nadie en casa. Estaba yo, completamente solo. Me dirigí, reptando, hacia el espejo que estaba frente del baño. Quería verme...

Quedé horrorizado. Mi cara estaba envejecida, como si me hubiese vuelto un anciano; tenía ojeras, mi piel parecía escurrirse. Grité de terror y caí de espaldas... "¿Qué ocurrió? ¿Estoy dentro de un sueño?"

Cerré los ojos para intentar recordar qué me había sucedido en la mañana o en el día anterior. Nada. Ninguna remembranza. No obstante, me hablé a mí mismo, y algo me ordenó que cerrara los ojos y viera...

Ahí estaba yo, entre la selva. Un lugar que ni siquiera sé si alguna vez pisé físicamente. No estaba solo, estaba con mi maestro. Habíamos hablado de algo muy serio, según vi la cara de mi benefactor.

"No pienses en nada más. El resto te lle­gará solo".

Me dijo, y se puso en pie ; me dio palmaditas en la cabeza y dijo con voz muy suave:

"Te voy a enseñar a hacerte mescalero del mismo modo que te he enseñado a cazar. Pero te hago la ad­vertencia de que aprender a cazar no te ha hecho ca­zador, ni el aprender a ser guerrero te hará mescalero".

No sé por qué, pero experimenté un sentimiento de frustración, una desazón física que bordeaba en la angustia. Me quejé de los vívidos sueños y pesadillas que tenía. Mi maestro pareció deliberar un momento y volvió asentarse.

"Son sueños raros", le dije.

"Siempre has tenido sueños raros".

"Le digo, esta vez son de veras más raros que cua­lesquiera que haya tenido".

"No te preocupes. Sólo son sueños. Como los sue­ños de cualquier soñador común y corriente, no tie­nen poder. Conque ¿de qué sirve preocuparse por ellos o hablar de ellos?"

Le confesé que me molestaban. Le pregunté si no hay algo que pue­da yo hacer para detenerlos.

"Nada. Déjalos pasar. Ya es tiempo de que te hagas accesible al poder, y vas a comenzar abordando el soñar. Nunca te he dicho del soñar, porque hasta aho­ra sólo me proponía enseñarte a ser cazador. Un cazador no se ocupa de manipular poder; por eso sus sueños son sólo sueños. Pueden calarle hondo, pero no son soñar.

"Un mescalero, en cambio, busca poder, y una de las avenidas al poder es el soñar. La decisión de quién puede ser guerrero y quién puede ser sólo cazador, no depende de nosotros. Esa decisión está en el reino de los poderes que guían a los hombres".
"¿Qué propone usted que haga?" le pregunté.

"Hacerte accesible al poder; abordar tus sueños. Los llamas sueños porque no tienes po­der. Un mescalero, siendo un hombre que busca poder, no los llama sueños, los llama realidades".

"¿Quiere usted decir que el mescalero toma sus sue­ños como si fueran realidad?"

"No toma nada como si fuera ninguna otra cosa. Lo que tú llamas sueños son realidades para un mescalero. Debes entender que un mescalero no es ningún tonto. Un mescalero es un cazador inmaculado que anda a caza de poder; no está borracho, ni loco, y no tiene tiempo ni humor para fanfarronear, ni para mentirse a sí mismo, ni para equivocarse en la jugada. La apuesta es demasiado alta. Lo que pone en la mesa es su vida dura y ordenada, que tanto tiempo le llevó perfeccionar. No va a desperdiciar todo eso por un estúpido error de cálculo, o por tomar una cosa por lo que no es.

"El soñar es real para un mescalero porque allí puede actuar con deliberación, puede escoger y rechazar; puede elegir, entre una variedad de cosas, aquellas que llevan al poder, y luego puede manejarlas y usarlas, mientras que en un sueño común y corriente no puede actuar con deliberación".

Le pregunté si entonces si lo que quería decir era que el soñar es real. Me dijo que sí era real.

"¿Tan real como lo que estamos haciendo ahora?"

"Si se trata de hacer comparaciones, yo diría que a lo mejor es más real. En el soñar tienes poder; puedes cambiar las cosas; puedes descubrir incontables hechos ocultos; puedes controlar lo que quieras..."

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miércoles, 4 de julio de 2007

La decisión de un mescalero

Magaly se puso de pie, y me pidió que observara las pinturas rupestres de la Cueva de las flores. Le obedecí. Me dijo que era hora de que aprendiera a pedirles consejo. Concentré entonces mi mirada en las pinturas, y de repente escuché a Magaly cantar aquella melodía en mixteco. De repente, las pinturas comenzaron a brillar y despedir un hermoso color hipnotizante. Escuché una voz muy familiar, diría yo conocida. Esa voz que surgía del muro de la cueva, era obvio, era la voz de...

"Ahora debes despegarte". Escuché aquella hermosa voz, femenina por supuesto. Sin temor alguno le pregunté de qué tenía que despegarme. "Despégate de todo". me respondió.

Le dije que eso era imposible, porque no quería convertirme en un ermitaño.

"Ser ermitaño es una entrega y jamás me referí a eso. Un ermitaño no está despegado, pues se abandona volunta­riamente a ser ermitaño.

"Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego su­ficiente para que sea incapaz de abandonarse a nada. Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para que no pueda negarse nada. Pero un hombre de tal suerte no ansía, porque ha adquirido una lujuria callada por la vida y por todas las cosas de la vida. Sabe que su muerte lo anda cazando y que no le dará tiempo de adhe­rirse a nada, así que prueba, sin ansias, todo de todo.

"Un hombre despegado, sabiendo que no tiene posibilidad de poner vallas a su muerte, sólo tiene una cosa que lo res­palde: el poder de sus decisiones. Tiene que ser, por así decirlo, el amo de su elección. Debe comprender por com­pleto que su preferencia es su responsabilidad, y una vez que hace su selección no queda tiempo para lamentos ni recriminaciones. Sus decisiones son definitivas, simplemente porque su muerte no le da tiempo de adherirse a nada.

"Y así, con la conciencia de su muerte, con desapego y con el poder de sus decisiones, un mescalero arma su vida en forma estratégica. El conocimiento de su muerte lo guía y le da desapego y lujuria callada; el poder de sus decisiones de­finitivas le permite escoger sin lamentar, y lo que escoge es siempre estratégicamente lo mejor; así cumple con gusto y con eficiencia lujuriosa, todo cuanto tiene que hacer.

"¡Cuando un hombre se porta de esa manera puede de­cirse con justicia que es un mescalero y que ha adquirido pa­ciencia!"

Le dí la razón a aquella voz, y le dije sin pensarlo que estaba sufriendo, que tenía un extraño dolor en el estomágo cada vez que pensaba en...

"Cuando un mescalero ha adquirido paciencia, está en camino hacia la voluntad. Sabe cómo esperar. Su muerte le acon­seja, en formas misteriosas, cómo escoger, cómo vivir estratégicamente. ¡Y el mescalero espera! El mescalero aprende sin apuro porque sabe que está esperando su volun­tad; y un día logrará hacer algo que por lo común es impo­sible de ejecutar. Ni siquiera advierte su acto extraordinario. Pero conforme sigue ejecutando actos impo­sibles, o siguen pasándole cosas imposibles, se da cuenta de que una especie de poder está surgiendo. Un poder que sale de su cuerpo conforme progresa en el camino del conocimiento. Al principio es como una comezón en la barriga, o un calor que no puede mitigarse; luego se convierte en un dolor, en un gran malestar. A veces el dolor y el malestar son tan grandes que el mescalero tiene convulsiones durante meses; mientras más duras sean, mejor para él. Un magnifi­co poder es siempre anunciado por grandes dolores.

"Cuando las convulsiones cesan, el mescalero advierte que tiene sensaciones extrañas con respecto a las cosas. Advierte que puede tocar cualquier cosa que quiera con una sensa­ción que sale de su cuerpo por un sitio abajo o arriba de su ombligo. Esa sensación es la voluntad, y cuando el mescalero es capaz de agarrar con ella, puede decirse con justicia que está completo y que ha adquirido voluntad".

Cesó la voz. Miré a Magaly y la vi sonriéndo por lo que había sucedido. Me dijo que ella también había escuchado lo que me habían advertido las pinturas. Me dijo que ellas lo explican mejor que nuestros maestros. Me vi las manos, y parecía que todo eso no era un sueño. Magaly me reprochó de que no era un sueño que era real. Me hizo ver el sol del atardecer, y sentí una ligera comezón en mis ojos.

"¿Qué piensas al respecto?" Le respondí que no creía estar realmente en Tonalá, así nada más porque sí. Me dio un golpe en la cabeza, y me dijo que no se refería a eso. Le dije que la sola idea de despegarme de todo lo que conozco me daba escalofríos.

"¡Has de estar bromeando! Lo que debería darte esca­lofríos es no tener nada que esperar más que una vida de hacer lo que siempre has hecho".

Me tomó de los hombros y me hizo dar un giro, hasta quedar frente a los campos que quedan fuera del pueblo.

"Piensa en el hombre que planta maíz año tras año hasta que está demasiado viejo y cansado para levantarse y se queda echado como un perro viejo. Sus pensamientos y sentimientos, lo mejor que tiene, vagan sin ton ni son y se fijan en lo único que ha hecho: plantar maíz. Para mí, ése es el desperdicio más aterrador que existe.

"Somos mescaleros y nuestra suerte es aprender y ser arro­jados a mundos nuevos, inconcebibles".

"¿Hay de veras algún mundo nuevo para nosotros?"

"No hemos agotado nada. Ver es para hombres impecables. Templa tu espíritu, llega a ser un mescalero, aprende a ver, y entonces sabrás que no hay fin a los mundos nuevos para nuestra visión".

Extrañadamente, estaba viendo la computadora. No me percaté a qué hora me quedé dormido, de hecho, que yo recuerde, jamás había estado frente a la computadora. Ahora que lo estoy, me doy cuenta que había creado este relato. Ahora que lo reviso, me asusto. Todo fue tan real. punto y aparte.

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martes, 3 de julio de 2007

La voluntad de un Mescalero

Me quedé callado en mi habitación. Sentía que moría. Cerré los ojos fuertemente, que detuve tanta depresión. Estaba sufriendo un caos emocional, y no entendía el por qué. Sé que me quedé dormido en algún momento, porque posteriormente, supe que estaba dentro de un sueño. Estaba en el desfiladero del Cerro de la Cueva de las flores. Magaly estaba sentada arrinconada contra el muro de la cueva.

La miré y recordé muchas cosas que Loreto me había advertido: "Magaly se ha convertido en una Huizache". Quise preguntarle acerca de tal concepto pero me miró con unos extraños ojos. Su voz resonó por toda la cueva, y sentí un extraño dolor en el estómago.

"Debes actuar como un mescalero", me dijo, mientras yo me estrujaba de dolor. Con el poco aire que acumulé, le pregunté "¿Cómo?"

"Uno aprende a actuar como mescalero actuando, no hablando".

Le pregunté que qué podía hacer para poder vivir como un mescalero. Le dije que no sabía cómo cambiar. Que por eso le pedía que me dijera cómo vivir, para poder buscar la manera de adaptarme a esa forma de vida. Me explicó que si yo trataba de ver a lo loco, antes de sanar las heridas que recibí luchando, lo más probable era que volviese a encontrarme con mi desafío aunque no anduviera buscándolo. Magaly me aseguró que nadie en esa posición podría sobrevivir tal en­cuentro.

"Un mescalero tiene que usar su voluntad y su paciencia para olvidar. De hecho, no tiene más que su voluntad y su paciencia, y con ellas construye todo lo que quiere".

"Pero yo no soy un mescalero".

Me dijo que eso no era cierto, porque ya había empezado a aprender las técnicas. Que ya no me queda más tiempo para retiradas ni para lamentos. Que sólo tengo tiempo para vivir como un mescalero y trabajar por la paciencia y la voluntad, quiera o no quiera.

Le pregunté cómo trabaja un mescalero por ellas.

"Creo que no hay manera de hablar de eso. Y menos de la voluntad. La voluntad es algo muy especial. Ocurre misteriosamente. No hay en realidad ma­nera de decir cómo la usa uno, excepto que los resultados de usar la voluntad son asombrosos. Acaso lo primero que se debe hacer es saber que uno puede desarrollar la vo­luntad. Un mescalero lo sabe y se pone a esperar. Tu error es no saber que estás esperando a tu voluntad.

"Loreto decía que un mescalero sabe que espera y sabe lo que espera. En tu caso, tú sabes que esperas. Lle­vas años aquí conmigo, pero no sabes qué estás esperando. Es muy difícil, si no imposible, que el hombre común y corriente sepa lo que está esperando. Pero un mescalero no tiene problemas; sabe que está esperando a su voluntad".

Le pregunté qué es exactamente la voluntad. Pregunté si era "determinación", como la determinación de tener una mujer que se ame perdidamente.

"No. Eso no es voluntad. Eso nada más es una forma de entregarse. La voluntad es otra cosa, algo muy claro y poderoso que dirige nues­tros actos. La voluntad es algo que un hombre usa, por ejemplo, para ganar una batalla que, según todos los cálcu­los, debería perder".

"Entonces la voluntad debe ser lo que llamamos valor".

"No. El valor es otra cosa. Los hombres valientes son hombres dignos de confianza, hombres nobles perennemente rodeados de gente que se congrega en torno suyo y los admira; pero muy pocos hombres valientes tienen voluntad. Por lo general son hombres sin miedo, dados a hacer acciones temerarias de sentido común; casi siempre, un hombre valiente es también temible y temido. La voluntad, en cambio, tiene que ver con hazañas asombrosas que desa­fían nuestro sentido común".

"¿Es la voluntad el dominio que podemos tener sobre nosotros mismos?" Me dijo que se podría tomar como una especie de dominio.

"¿Crees que yo pueda ejercitar mi voluntad, por ejemplo, negándome ciertas cosas?"

"No. Negarte es una entrega, y no te recomiendo ninguna cosa por el estilo. Si te forzara a parar de preguntar, podrías torcer tu voluntad tratando de obedecer. Entregarse a la negación es el peor de todos los modos de entrega; nos fuerza a creer que estamos haciendo cosas buenas, cuando en efecto sólo estamos fijos dentro de nosotros mismos. Dejar de hacer preguntas no es la voluntad de la que te hablo. La voluntad es un poder. Y como es un poder, tiene que ser controlado y afinado, y eso toma tiempo. Lo sé y soy paciente contigo. A tu edad, yo era igual de impulsiva. Pero he cambiado. Nuestra voluntad opera a pesar de nuestra indulgencia".

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