sábado, 1 de agosto de 2009

El cuerpo de Ensueño

"Hablemos ahora del cuerpo de ensueño. Los antiguos nauallis concentraron todos sus esfuerzos en explorar y explotar el cuerpo de ensueño. Y lograron usarlo como un cuerpo más práctico, lo que equivale a decir que se recreaban a sí mismos de maneras cada vez más extrañas".

Don Gaspar sostuvo que era un conocimiento general entre los nuevos nauallis que grandes grupos de los antiguos nauallis jamás regresaron después de despertar en una posición de ensueño de su preferencia. Dijo que era muy posible que todos murieron en esos mundos inconcebibles, pero que también era posible que aún siguiesen vivos, en sabe Dios qué desfiguradas formas o maneras. Dejó de hablar, me miró y soltó una gran carcajada.

"Te mueres por preguntarme qué hacían los antiguos nauallis con el cuerpo de ensueño, ¿no es verdad?" Preguntó alentándome a hacer la pregunta con un movimiento de su mentón. Don Gaspar declaró que don Celestino, siendo el maestro indisputable del estar consciente de ser, me había mostrado su cuerpo de ensueño muchas veces, mientras me encontraba en un estado de conciencia normal. El efecto que buscaba don Celestino con sus demostraciones era que mi esencia se moviera, no desde una posición de sueño suspendido, sino desde, su posición normal.

Luego, como si me estuviera dando a conocer un secreto, don Gaspar me dijo que don Celestino nos esperaba en unas arboledas cercanas a la casa, para mostrarme su cuerpo de ensueño. Repitió una y otra vez que yo me encontraba en el estado de conciencia ideal para ver y entender lo que realmente es el cuerpo de ensueño. Me hizo ponerme de pie, cruzamos el cuarto y llegamos a la puerta de la calle. Cuando yo estaba a punto de abrirla, me di cuenta de que alguien estaba acostado sobre una pila de petates.

Me acerqué a él y entonces noté que era don Celestino. Estaba profundamente dormido, roncando en paz, de cara al suelo.

"Despiértalo. Tenemos que irnos. Debe estar agotado".

Lo sacudí muy despacio. Lentamente se dio vuelta, haciendo los ruidos de alguien que despierta de un profundo sueño. Estiró los brazos y abrió los ojos. Involuntariamente grité y salté hacia atrás.

Los ojos de don Celestino no eran ojos humanos. Eran dos puntos de intensa luz ambarina. Mi susto fue tan tremendo que me mareé. Don Gaspar me golpeó la espalda con cierta fuerza y restauró mi equilibrio. Don Celestino se puso de pie y me sonrió. Sus rasgos estaban rígidos. Se movía como si estuviera borracho o le faltara coordinación física. Pasó a mi lado y se dirigió hacia la pared. Me encogí anticipando el choque, pero atravesó la pared como si ésta no estuviera ahí. Volvió al cuarto por la puerta de la cocina. Mientras lo observaba con un horror sin nombre, don Celestino caminó por las paredes, con el cuerpo paralelo al piso, y por el cielo raso, parado de cabeza.

Caí de espaldas al tratar de seguir sus movimientos. Desde esa posición ya no vi a don Celestino; veía en cambio una burbuja de luz que se movía por el cielo raso arriba de mí y por las paredes dándoles vueltas al cuarto. Era como si alguien paseara el haz de luz de una enorme linterna eléctrica por el cielo raso y las paredes. Finalmente, el haz de luz se apagó. Desapareció de vista desvaneciéndose contra la pared.

Miré a don Gaspar y le dirigí una pregunta muda. Comentó que mi miedo siempre saltaba fuera de toda proporción, y que tenía que luchar para llegar a controlarlo. Me ayudó a incorporarme, y dijo que me había portado muy bien. Había visto el cuerpo de ensueño de don Celestino como es en realidad, una burbuja de luz.

Le pregunté cómo podía estar tan seguro de que yo había visto una burbuja de luz. Contestó que él vio a mi esencia moverse, primero hacia su sitio normal para compensar mi susto, y luego la vio moverse a las profundidades del lado izquierdo, más allá del punto en el que no hay más dudas.

"En esa posición sólo hay una cosa que uno pueda ver: burbujas de energía. Pero del sueño suspendido a ese otro punto en la profundidad del lado izquierdo sólo hay un corto trecho. La verdadera hazaña es hacer que la esencia se mueva, de su sitio normal, al punto donde no hay más dudas".

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