martes, 11 de agosto de 2009

Tips

Cuando abrió la puerta gritó: ¡Felicidades! Y me abrazó fuertemente. No entendía por qué su efusividad. Tenía una vaga idea, sin embargo, la idea era errónea, porque cuando le pregunté, me dijo que yo había llegado a su casa sin la necesidad de que ella me buscara. Era cierto, llegué a la casa de la mescalera intempestivamente. Al sentarnos en la sala, la mescalera no dejaba de verme, diría yo que su mirada pareciera de rayos X porque sentí algo eléctrico. Temblé como si me hubiera dado un escalofrío, y la mescalera al verme sacudir el cuerpo comenzó a reír.

"Es increíble que aún no te saques de la mente a Hilda. Por lo que veo, has recurrido a bastante gente para pedir un tip: cómo acercarte a ella o cómo actuar para convencerla de que salga contigo, ¿no es así? Y ahora vienes a pedir el mío. ¿Cómo te atreves a dejarme de último?"

Me quedé estupefacto. ¿Cómo le había hecho para saber todo eso? Le pregunté si en realidad poseía un poder sobrenatural de ver más allá, o de ver nuestro interior. Volvió a reírse. Dijo que todos (como mescaleros) teníamos un don/maldición. El de ella obviamente era ver las cosas internas, sentimientos, historia personal, etc.; el mío en cambio, según ella, consistía en ver las cosas con antelación. Es decir, podía interpretar la reacción de la gente al realizar un movimiento intencional. Mi don/maldición era conocer el movimiento de mis semejantes con anticipación, para que al descifrarlo, yo sepa hacia dónde moverme. Me pareció interesante aquella descripción de mi poder. Aunque claro, la mescalera remató diciendo que yo en vez de entrenar aquel don/maldición, lo que había hecho era degenerar las cosas y tomarme los movimientos de mis semejantes como algo personal.

Al analizar bien las cosas, me di cuenta que tenía toda la razón. Suspiré profundamente. La mescalera aplaudió como para sacarme de mi meditación. Me dijo que su consejo mataría dos pájaros de un tiro. Primero: su consejo era algo que yo ya conocía y que al parecer me obstinaba en aplicarlo; y segundo: que si yo actuaba de tal manera, disiparía mi obsesión. La mescalera puso una mirada de engreída y con voz seria me dijo:

"Mi consejo para ti, nagualito, es que te remitas al secreto de los grandes mescaleros. Y ese secreto consiste en ponerse al alcance, y fuera del alcance, en la vuelta justa del camino. Debes aprender a ponerte adrede al alcance y fuera del alcance. Como anda tu vida ahora, estás todo el tiempo al alcance sin saberlo".

A pesar de que era un buen consejo, protesté. Ella dijo que yo no lo había comprendido, y que ponerse fuera del alcance no significaba ocultarse ni guardar secretos, sino ser inaccesible.

"Deja que te lo diga de otro modo. No tiene caso esconderte si todo el mundo sabe que estás escondido. Tus problemas de ahora surgen de allí. Cuando estás escondido, todo el mundo sabe que estás escondido, y cuando no, te pones en medio del camino para que cualquiera te dé un golpe".

Empezaba a sentirme amenazado, y apresuradamente intenté defenderme.

"No des explicaciones. No hay necesidad. Todos somos tontos, toditos, y tú no puedes ser diferente. En un tiempo, igual que tú, me ponía en medio del camino una y otra vez, hasta que no quedaba nada de mí para ninguna cosa, excepto si acaso para llorar".

La mescalera me miró misteriosamente y suspiró fuerte.

"Pero un buen día me cansé y cambié. Digamos que un día, cuando me estaba haciendo mescalera, aprendí el secreto de estar al alcance y fuera del alcance. Debes ponerte fuera del alcance. Debes rescatarte de en medio del camino. Todo tu ser está allí, de modo que no tiene caso esconderte; sólo te figuras que estás escondido. Estar en medio del camino significa que todo el que pasa mira tus ires y venires".

Su metáfora era interesante, pero al mismo tiempo oscura. Al ver la mescalera que pedía más explicaciones, me dijo:

"Te voy a contar una anécdota que presencié cuando don Gaspar era mi benefactor…".

0 comentarios: