viernes, 7 de agosto de 2009

Ver (4)

Olvidas con demasiada facilidad. El camino del conocimiento se anda a la mala. Para aprender necesitamos que nos echen espuelas. En el camino del conocimiento siempre estamos peleando con algo evitando algo, preparados para algo; y ese algo es siempre inexplicable, más grande y poderoso que nosotros. Las fuerzas inexplicables vendrán a ti. En este momento no tienes otra tarea que el prepararte a la lucha.

El mundo está en verdad lleno de cosas temibles, y nosotros somos criaturas indefensas rodeadas por fuerzas que son inexplicables e inflexibles. El hombre común, en su ignorancia, cree que se puede explicar o cambiar esas fuerzas; no sabe realmente cómo hacerlo, pero espera que las acciones de la humanidad las expliquen o las cambien tarde o temprano. Un naualli, en cambio, no piensa en explicarlas ni en cambiarlas; en vez de ello, aprende a usar esas fuerzas. Un naualli se ajusta los remaches y se adapta a la dirección de tales fuerzas. Ese es su truco. Ser naualli no es gran cosa cuando le hallas el truco. Un naualli apenas anda mejor que un hombre de la calle. Ser naualli no lo ayuda a vivir una vida mejor; de hecho yo diría que le estorba; le hace la vida incómoda, precaria.

Al abrirse al conocimiento, un naualli se hace más vulnerable que el hombre común. Por un lado, sus semejantes lo odian y le temen y se esfuerzan por acabarlo; por otro lado, las fuerzas inexplicables e inflexibles que a todos nos rodean, por el derecho de que estamos vivos, son para el naualli la fuente de un peligro todavía mayor. Que un semejante lo atraviese a uno duele, cómo no, pero ese dolor no es nada en comparación con el topetazo de un aliado. Un naualli, al abrirse al conocimiento, pierde sus resguardos y se hace presa de tales fuerzas y sólo tiene un medio de equilibrio: su voluntad; por eso debe sentir y actuar como un mescalero. Te lo repito una vez más: sólo como mescalero es posible sobrevivir en el camino del conocimiento. Lo que ayuda a un naualli a vivir una vida mejor es la fuerza de ser mescalero.

Es mi obligación enseñarte a ver. No porque yo personalmente quiera hacerlo, sino porque fuiste escogido; tú me fuiste señalado por el Infinito. Sin embargo, mi deseo personal me fuerza a enseñarte a sentir y actuar como mescalero. Yo personalmente creo que ser mescalero es más adecuado que cualquier otra cosa. Por tanto, he procurado enseñarte esas fuerzas como un naualli las percibe porque sólo bajo su impacto aterrador puede uno convertirse en mescalero. Ver sin ser antes un mescalero te debilitaría; te daría una mansedumbre falsa, un deseo de hundirte en el olvido; tu cuerpo se echaría a perder porque te harías indiferente. Mi obligación personal es hacerte mescalero para que no te desmorones.

Te he oído decir una y otra vez que siempre estás dispuesto a morir. No considero necesario ese sentimiento. Me parece una entrega inútil. Un mescalero sólo debe estar preparado para la batalla. También te he oído decir que tus padres dañaron tu espíritu. Yo creo que el espíritu del hombre es algo que se daña muy fácilmente, aunque no con las mismas acciones que tú llamas dañinas. Creo que tus padres sí te dañaron, haciéndote indulgente y flojo y dado a quedarte sentado más de la cuenta.

El espíritu de un mescalero no está engranado para la entrega y la queja, ni está engranado para ganar o perder. El espíritu de un mescalero sólo está engranado para la lucha, y cada lucha es la última batalla del mescalero sobre la tierra. De allí que el resultado le importa muy poco. En su última batalla sobre la tierra, el mescalero deja fluir su espíritu libre y claro. Y mientras libra su batalla, sabiendo que su voluntad es impecable, el mescalero ríe y ríe.

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