martes, 24 de marzo de 2009

Grito Silencio

Ella aparecía en mi pensamiento sólo como el simulacro de “qué sucedería si...”. Poco a poco me di cuenta de que ese juego se convertía en un hábito. Jugábamos juntos… yo la soñaba, me la encontraba en un autobús, me la encontraba en un parque, o simplemente, yo aparecía de repente en su camino y le trazaba palabras románticas, deseando que cayera en mis brazos para poderla apretar fuerte y unirla a mi alma; hacerla real y dejar de crearla como un ente onírico. Así todo se producía dentro de mi imaginación, dentro de mis sueños. Esos sueños que me llenaban de aliento; que me emborrachaban de valor para seguir dibujando su rostro metafísico, y su alma artificiosa. Una musa diseñada para mí nada más. Una amante flexible a mis deseos.

Sin embargo, cuando la encontraba en la realidad, la veía encerrada en su mundo. Encerrada en un caparazón capaz de repeler a cualquier ser idéntico a mí. No era posible. Al acercarme, o mejor dicho, al intentar aproximarme a ella, se levantaba y me daba cuenta de que era un gigante. Mi corazón palpitaba de miedo a que me devorase para siempre, dando fin a mis sueños…


Dejé de escribir… no quería continuar escribiendo eso, me parecía tan insustancial… No tenía inspiración. Realmente lo que me motivaba a desperdiciar aquella noche eran las voces que imperaban mi pensamiento. Esas voces eran mi propia voz multiplicada, instigándome a actuar en las cosas pendientes que no tenía anotadas en una oscura agenda laberíntica llena de obstáculos y espinos. Mareaba escuchar aquellas voces. Deseaba que se callaran y me dejaran arreglar las cosas a mi manera. Deseaba con ahínco un dolor de cabeza. No, deseaba con devoción un golpe que me dejara inconsciente en la cama, para ya no tener que erosionar mi almohada por tantas vueltas. ¡Quiero dormir, chingadamadre!

Entonces, recosté mi cabeza en el escritorio y cerré los ojos. Ojalá me quedará dormido aquí. Ya no me importa lo que pase. Entonces, regresaron las malditas voces y, de repente, las vi. Vi a todas ellas (eran hermosas, pero crueles conmigo… ¿o será viceversa?). Presentía que una de las voces era un fulano que estaba pendiente de mi vida… con voz de eco escuché que alguien le preguntó: ¿Qué acaso eres mi biógrafo? Y otra voz como queriendo llamar la atención, me daba a entender que era la voz poeta… y me recitaba una composición inspirada en la escena de mi problema.

Grito silencio a las estúpidas voces creadas en mi interior,
grito silencio para que me dejen de una vez y me permitan descansar.

Grito silencio a ese simulacro para que me aleje callado y ella se quede en su mundo.

Grito silencio a la gente que no me deja escuchar el llanto de la lluvia.

Grito silencio a aquella bruja que se atraviesa en mi camino y se burla de mis capacidades.

Grito silencio a los querubines glotones que se caen de sus nubes y lloran como estúpidos.

Grito silencio a mi corazón que intenta convencerme que trate una y otra vez de encontrar a ese ente onírico que me da la oportunidad de demostrar lo que realmente es el universo en colisión.

Grito silencio a mis heridas que no dejan de quejarse del maldito dolor que ellas mismas se provocan al despellejar su convalecencia.

Le grito silencio una vez más a esas voces que no me permiten llevar a mi creatividad a la cama para copular juntos y sudar cuentos, gemir poemas, y alcanzar el placer con historias descabelladas, capaces de estimular a nuestros lectores, mientras seguimos garabateando el AMOR en la alcoba de la imaginación.

Y te grito silencio a ti ente metafísico… porque ya no quiero recaer en la misma trama del insomnio.

1 comentarios:

[Saori] dijo...

ay mi querido Fabian, ese es el insomnio del que me hablabas... ahora lo voy carburando...