viernes, 6 de marzo de 2009

Elevación

Me tomó un buen rato recobrar la estabilidad física. Tenía la ropa empapada en sudor. No era yo el único afectado. Todas las muchachas estaban exhaustas y bañadas en sudor. La mescalera era la más serena, pero hasta su control parecía al borde del derrumbe. Las oía respirar por la boca, incluso a la mescalera.

Cuando recuperé por completo el control, todas se hallaban sentadas en su sitio, y me miraban fijamente. Vi de soslayo que la mescalera tenía los párpados entornados. Fue ella quien, sin el menor ruido, rodó hasta mi lado y me susurró al oído que debía ejecutar mi llamado de cigarras, insistiendo en ella hasta que los aliados arribaran a la casa y estuviesen a punto de lanzarse sobre nosotros.

Vacilé un instante. Me indicó, siempre quedamente, que no había modo de alterar el curso de los acontecimientos y que debíamos terminar con lo que habíamos iniciado. Tras quitarme el rebozo que rodeaba mi cintura, regresó a su sitio y se sentó.

Me cubrí la boca con la mano izquierda e intenté reproducir el llamado. Al principio me resultó muy difícil. Tenía los labios y las manos húmedas, pero tras la torpeza inicial sobrevino una sensación de vigor y bienestar. El sonido fluyó más impecablemente que nunca. Me recordó a aquella presencia que respondió a mi señal en el parque. Tan pronto como dejé de hacerlo, oí la réplica, desde todas las direcciones.

La mescalera me ordenó con un gesto que prosiguiera. Repetí el llamado tres veces. La última fue totalmente magnética. No necesité tomar aire para soltarlo en pequeñas dosis, como había estado haciendo hasta entonces. El sonido salió de mi boca sin el menor esfuerzo.

De pronto, la mescalera se precipitó hacia mí, me alzó por las axilas y me llevó al centro de la habitación. Advertí que una de las muchachas estaba asida a mi brazo derecho, otra al izquierdo y la tercera estaba de espaldas ante mí, y me aferraba por la cintura extendiendo los brazos hacia atrás. La mescalera se hallaba detrás de mí. Me hizo alargar las manos hacia ella y apoderarme de los extremos de su rebozo, con el cual se había envuelto cuello y hombros al modo de un arreo.

En ese momento me di cuenta de que en el lugar había algo además de nosotros, pero no alcanzaba a determinar de qué se trataba. Las muchachas temblaban. Comprendí que ellas tenían conciencia de una presencia que yo no era capaz de distinguir. Súbitamente, sentí que el viento que penetraba por el ojo de la puerta nos empujaba. Me sujeté con todas mis fuerzas al rebozo de la mescalera, en tanto las muchachas hacían lo propio conmigo. Girábamos, caíamos y oscilábamos como una gigantesca hoja carente de peso.

Abrí los ojos y comprobé que teníamos el aspecto de un bulto. Tanto podíamos estar en posición vertical como yacer horizontalmente en el aire. Era imposible precisarlo, pues no tenía puntos de referencia sensorial. Entonces, tan de improviso como habíamos sido alzados, se nos dejó caer. Todo el peso del descenso se hizo sentir en la línea media de mi cuerpo. Aullé de dolor y mis alaridos se sumaron al de las muchachas. Me dolía la parte posterior de las rodillas. Una presión insoportable se ejercía sobre mis piernas de forma que pensé que se me habían fracturado.

Mi siguiente impresión fue la de que algo me entraba en la nariz. Todo estaba muy oscuro y me encontraba tumbado boca arriba. Me senté. Descubrí que la mescalera me hacía cosquillas con una ramita en las fosas nasales.

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