sábado, 7 de marzo de 2009

3

No me sentía agotado; ni siquiera ligeramente cansado. Me puse de pie de un salto; sólo entonces advertí que no estábamos en la casa. Ahora nos encontrábamos de nuevo en el parque. Di un paso y estuve a punto de caer. Había tropezado con un cuerpo. Era una de las muchachas. Al tocarla, me percaté que estaba muy caliente. Parecía tener fiebre. Traté de hacerla sentar, pero estaba desmayada. Otra de las chicas estaba a su lado. A diferencia de la otra, estaba fría como el hielo. Coloqué a la una sobre la otra y las mecí. Ese movimiento les hizo recobrar el conocimiento.

La mescalera había dado con la tercera chica y le estaba ayudando a incorporarse. A los pocos minutos, todos estábamos de pie.

Ahora no me quedaba otro recurso que disponer mi ánimo para aceptar que había volado. Entonces la mescalera formó a las muchachas en una fila. Luego me atrajo a su lado. Todas ellas cruzaron los brazos tras la espalda. Hube de imitarlas. Me estiró los brazos hacia atrás todo lo que fue posible, para que me agarrara a cada antebrazo con la mano del lado opuesto fuertemente y muy cerca de los codos. La mescalera, entonces hizo el sonido de un ave. Era una señal. Una de las muchachas se lanzó hacia la calle oscura, sus movimientos me recordaron los de una patinadora. Caminaba veloz y silenciosamente y en pocos minutos desapareció de mi vista.

La mescalera repitió el sonido en dos ocasiones: las dos chicas restantes se marcharon tal como lo había hecho la primera. Me dijo que no me apartase de ella. Reprodujo el sonido una vez más y ambos nos pusimos en camino. Me sorprendía la suavidad de mi propio caminar. Todo mi equilibrio estaba centrado en mis piernas. El llevar los brazos detrás, en vez de estorbar mis movimientos, me ayudaba a conservar una curiosa estabilidad. Pero lo que más me asombraba era el silencio de mis pasos.

Cuando llegamos a la avenida comenzamos a caminar normalmente. Nos cruzamos con dos hombres que iban en dirección opuesta. La mescalera los saludó y ellos respondieron. Al llegar a la casa de la mescalera, nos encontramos a las muchachas junto a la puerta: no se atrevían a entrar. La mescalera les hizo saber que, si bien yo no era capaz de controlar a los aliados, podía llamarlos u ordenarles partir y que ya no nos molestarían. Las muchachas le creyeron, cosa que a mí no me era posible hacer en ese caso.

Entramos. Silenciosas y eficientes, se fueron a duchar con agua fría en todo el cuerpo y se pusieron ropa limpia. La mescalera me instó a hacer lo mismo. Increíblemente, la mescalera me dio ropa a mi medida. Todos estábamos alegres. Le pedí a la mescalera que me explicara lo que habíamos hecho.

"Más tarde hablaremos de eso", dijo en tono firme.


"Eres descuidado; es por eso que nunca me gustaste", me reclamó una de las chicas, trocando la sonrisa por el ceño. "Nunca me saludaste con cariño ni con respeto. Cada vez que nos encontrábamos, te limitabas a fingir que te hacía feliz verme".

Hizo una parodia de mi saludo, de una efusividad evidentemente artificial; un saludo que debía haber empleado con ella incontables veces en el pasado.

"¿Por qué nunca me preguntaste qué hacía aquí?" La mescalera intercedió, alegando que la razón por la cual jamás había dirigido más de dos palabras a la chica ni a ninguna de las otras dos era porque estaba acostumbrado a hablar únicamente con mujeres de las que estuviese enamorado, en uno u otro sentido. Agregó que don Gaspar le había dicho que debían responderme en caso de que yo les preguntara algo directamente, pero que en tanto no lo hiciera no tenían por qué decirme nada.

Otra de las chicas aseveró que yo no le gustaba porque estaba siempre riendo y tratando de ser divertido. La otra añadió que, puesto que nunca antes me había visto, yo le desagradaba por que sí, sin ningún motivo especial.

"Quiero que sepas que no te acepto como naualli", me dijo la primera chica. "Eres demasiado estúpido. No sabes nada. Yo sé más que tú. ¿Cómo podría respetarte?"

Afirmó que, por lo que a ella tocaba, le daba igual que yo regresara al lugar del cual había salido o me arrojase a un lado.

Las otras dos no dijeron nada. A juzgar por la expresión seria y concentrada de sus rostros, sin embargo, parecían estar de acuerdo con su compañera.

"¿Cómo puede guiarnos este hombre?" preguntó la chica a la mescalera. "No es un verdadero naualli. Es un hombre. Nos va a convertir en idiotas semejantes a él".

Según hablaba, la expresión vil en el gesto de las otras dos chicas se me iba haciendo más evidente. Intervino la mescalera para explicarles lo que había visto esa tarde acerca de mí. Terminó diciendo que mejor debían de cuidarse de no caer en mis redes. Tras la manifestación inicial de animosidad hacia mi persona, realizada por aquella chica, auténtica y bien fundamentada, me causó estupor ver con cuanta facilidad se sometía a las observaciones de la mescalera. Me sonrió. Es más, fue a sentarse a mi lado.

"Tú eres como nosotros, ¿no?" me preguntó ya cerca de mí. No sabía qué decir. Temía cometer un error garrafal. Era evidente que aquella chica acaudillaba a las otras dos. En el momento en que me sonrió, las otras parecieron adoptar la misma postura hacia mí.

La mescalera le dijo que no se preocuparan por mis preguntas; que, a cambio, yo no me pondría nervioso cuando ellas se dedicasen a hacer lo que más les gustaba: abandonarse a sí mismas. Las tres fueron a sentarse cerca de mí. Pedí a la chica dura que me disculpara por mis torpezas pasadas, y a todas ellas que me contasen cómo habían llegado a ser aprendices de don Celestino. Para que no se sintieran incómodas yo les conté cómo había conocido a don Gaspar.

La chica dura comentó que todas habían tenido la posibilidad de marcharse del mundo de don Celestino, pero habían elegido quedarse. Por lo que hacía a ella, en particular, siendo la primera de las aprendices, había tenido sobradas ocasiones para irse. Don Celestino le había señalado la puerta, aclarándole que, de no utilizarla en ese preciso momento, se cerraría para no volver a abrirse nunca.

"Mi destino quedó sellado en el instante en que se cerró. A ti te sucedió algo semejante".

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