jueves, 29 de noviembre de 2007

Refugio

Aquella imagen era una excelente metáfora: Estaba yo caminando por un extraño callejón, con un libro grueso en la mano. Aquel libro era color blanco. Cuando me percaté que tenía aquel libro, lo abrí y comencé a leer su contenido en voz alta. Recuerdo que era legible y tenía fluidez aquel texto, sin embargo, ahora que trato de recordar, no logro recuperar cuál era el tema o mensaje. Pasé las hojas rápidamente, y cuando quise detenerme en una página cualquiera, el libro comenzó a deshojarse. De manera extraña, empecé a sentir un extraño dolor en mi cuerpo, como si me hubiera fragmentado.

Estaba boca abajo, el suelo estaba frío. No había ninguna duda que aquella imagen había sido un sueño. Cuando abrí los ojos me di cuenta que el lugar en donde me encontraba, estaba totalmente oscuro. Por un momento pensé que estaba ciego, y sordo también, porque no percibía un ruido en lo más mínimo. Cuando me puse de pie, alguien me tocó el hombro y me preguntó si me encontraba bien. Me quejé como un niño, por no poder ver entre la oscuridad. No obstante, reconocí aquella voz, era la de Juanito. Me dijo sin rodeos que estaba en uno de los tantos mundos oscuros en el que él se entrenaba como mescalero. Le pregunté quiénes eran los otros dos de aquella noche. No me quiso decir, sólo se carcajeó. "Pronto podremos ver. Nomás hay que esperar que venga Refugio".

Le pregunté quién era Refugio. Quizá una mescalera que jamás había conocido, aunque realmente no conocía completamente quiénes conformaban el grupo de don Goyo. "No. Refugio no es ninguna mescalera. De hecho no sé si es hombre o mujer. Sólo que le puse así porque fue el primer ente amigable que he conocido en estos lugares. Me dijo: Bienvenido, Juanito. Yo soy parte de tu refugio".

Sentía una extraña respuesta emerger de mi mente, como afirmando haber entendido aquella oración. Juanito me sacudió y me dijo, aquí está Refugio. "Dile que quieres ver y ella te ayudará." Accedí sin más y de repente escuché una voz femenina con eco. Me dijo: El sol brilla de día, la luna alumbra de noche. El guerrero brilla por su armadura y el que busca el camino brilla con su meditar en silencio. Comprendí claramente que tenía que apaciguar mi mente. Dejé de sentir la mano de Juanito en mi hombro. Sentí que cerré los ojos, puesto que no sabía si los tenía abiertos o cerrados. Y al aplicar mi silencio interior, logré ver a Juanito al lado de mí y enfrente de nosotros estaba una mujer flotando. Era hermosa, pero diáfana. Sus cabellos flotaban. No sabía si sentir pánico o contemplar su belleza. Quien no tiene apego, y se sumerge en lo que es agradable, no ve con claridad la verdadera figura de las cosas. Quien se aparta del apego ve con claridad las cosas. Para el alma que está libre de apegos, las cosas recobran un nuevo sentido.

Por un momento aquellas frases se me habían hecho familiar. Las había oído en alguna parte. Recordé que fue de don Gaspar, pero no en ese sentido. Él me exigía separarme de mis puntos de referencia. Le dije a Juanito que aquel mundo iluminado por Refugio, era muy interesante, me hacía recordar cosas que pensé había olvidado. Sin embargo, mi felicidad fue efímera y de repente me sentí golpeado por un recuerdo donde todos los que quería se habían distanciado de mí y yo me había distanciado de ellos. Refugio se acercó flotando hacia mí y pude ver sus ojos azul celeste. Si hay tristeza, hay alegría; si hay alegría hay tristeza. Cuando desaparecen la tristeza y la alegría, el bien y el mal, es cuando el alma logra su plena libertad. Tenía la razón. Miré a Juanito, y sus ojos brillaban llenos de alegría, parecía estar demasiado feliz compartiendo su mundo conmigo. Refugio era una joya, y al parecer, todo ese conocimiento ya había sido transmitido en los discípulos de don Goyo. Yo recordé a Loreto, a don Gaspar y a don Celestino, en aquellas ocasiones en que solían acercarse a mí y conversar.

Cuando mitigué mi dolor, miré a Refugio y le confesé que su conocimiento lo había leído en algún libro. Juanito me miró con una mirada de confusión. Me justifiqué que quizá mi benefactor me había dado esa enseñanza de una manera distinta. Juanito miró a Refugio y le dijo, a manera de que yo me enterara de lo que ellos ya sabían de mí: "Refugio, ahora le daremos una lección qué él jamás ha querido aplicar en su camino de mescalero". Refugio, aquel ente transparente me dijo: El que ansía el porvenir, y el que añora y lamenta el pasado, es como la flor cortada que se marchita y se seca. No lamentes los días pasados ni te ilusiones con el porvenir. No anticipes los problemas futuros. Pisa fuerte en el presente y así el cuerpo y el alma estarán sanos.

Juanito me miró y me dijo:"Te estás desviando, mescal. Quizá estos mundos no son para ti, te estás llenando de orgullo. Sé que eres más avanzado a mí, pero siento una extraña energía ahora en tu interior. ¿Qué te ocurre?"

Negué con la cabeza. Yo me sentía normal, incluso le dije a Juanito que los mescaleros teníamos presente que no hay futuro ni pasado, sólo el aquí y el ahora. No hay porque perseguir el pasado ni esperar el futuro. Hay que vivir con la mente puesta en el presente. Sin dejar lo que tienes que hacer hoy, vive el día en su plenitud. Es el modo de vivir un buen día.

Le di las gracias a Refugio por su conocimiento. Miré a Juanito y le dije que era mejor que yo regresara a casa. Que en realidad, quizá estos mundos oscuros estaban aún reservados para otra ocasión.

0 comentarios: