miércoles, 7 de noviembre de 2007

Palabras huecas

Rosaura Barahona


Alguna vez dije en esta columna que he aprendido mucho sobre México y los mexicanos gracias a los extranjeros que nos visitan. Para quienes vienen con otras costumbres y tienen otra cosmovisión, las cosas que nosotros percibimos como obvias no lo son tanto.

Durante muchos años me ha tocado trabajar con profesores visitantes y todos ellos se extrañan ante las cosas lejanas a su cultura. Sin embargo, algo en lo que todos coinciden es en la desaparición que les provoca la habilidad (¿defecto?, ¿capacidad?, ¿enfermedad?) de los mexicanos para entender y generar dobles mensajes.

El lector recordará que en el doble mensaje se dice una cosa y se entiende otra (pero quien la dice y quien la escucha lo saben). Quizá todo empieza con el "no te va a doler" que antecede a la primera inyección infantil. O con el: "Ahorita venimos, vamos al doctor", que los padres utilizan para engañar al niño. El niño aprende el significado real de tales enunciados, no lo que sus papás quieren que entienda Y de ai pa'l real.

Los dobles mensajes los usamos en todos lados y a todas horas: en lo social, en lo académico, en lo administrativo, en lo comercial, en lo político, en lo deportivo. Los mexicanos no estamos acostumbrados a hablar con la verdad en la mano. Casi siempre la presentamos como una píldora dorada, como una parábola barroca e incomprensible o como un texto lleno de eufemismos que busca dar a entender pero no decir.

Por eso nos parecen tan rudas las culturas que dicen las cosas como son. No reconocemos que si aprendiéramos algo de ellas, nos ahorraríamos litros de saliva, millones de horas hombre, toneladas de papel y simplificaríamos nuestra existencia porque no habría que interpretar ambigüedades sino textos claros.

La tarea no es sencilla. Imagínese usted que en algo tan simple como una llamada laboral, usted tomara el teléfono y al escuchar la voz del otro lado preguntara si se había o no informado tal contrato. Su contraparte le contestaría de mala gana y empezaría a gastar energía pensando por qué lo trataba usted con esa frialdad. ¿Estaría enojado, ofendido, molesto? ¿Sabría usted algo que él ignoraba? ¿Lo irían a correr y por eso ya no lo saludaba antes de preguntarle algo?

Así es nuestra cultura: desperdiciamos no sé cuánto tiempo en fórmulas de cortesía que nada añaden a nuestra eficiencia ni a nuestra productividad (aunque sí a nuestro buen ambiente de trabajo porque si no ¡imagínese!).

El Presidente Zedillo aconsejado por sus asesores de imagen ha decidido ofrecer conferencias de prensa periódicas. En ellas los periodistas, muy a la americana, pueden hacerle preguntas directas sobre tal o cual tema. El Presidente contesta personalmente. El problema es que en gran medida contesta con el doble discurso que va implícito en todo texto político mexicano.

Los malosos, los sacadólares, los saqueadores, los extranjerizantes, los oscurantistas y los mensajeros del pasado son sólo unas cuantas expresiones que no significan, significaron ni significarán nada en este amado País porque se trata de que nosotros --el Pueblo-- entendamos que nuestro Guía (con mayúscula) sabe quiénes son pero no nos lo puede decir porque todavía estamos muy chiquitos.

El carpintero nos dice que volvamos mañana por la silla reparada. Nosotros volvemos a la semana porque sabemos que mañana no estará. A la semana nos pide que volvamos mañana y caemos en una especie de espiral viciosa de la que sólo salimos cuando nos peleamos con él o nos llevamos la silla. En el mercado nos ofrecen las cosas a un precio superior porque saben que regateamos. Si no regateamos los vendedores se sienten desilusionados. Y si no nos hacen una rebaja (que no lo es), nosotros no compramos. Pero cruzamos el Río Bravo y a nadie se le ocurre regatear (a menos que los vendedores sean latinos o chinos, lo cual hace suponer al mexicano ipso facto que le quieren ver la cara).

Ocuparse de estos vericuetos del lenguaje en un momento tan crítico para el País puede parecer una frivolidad. No lo es. Y no lo es porque de los significados ocultos que subyacen en nuestros textos más simples, depende en gran medida nuestra condición actual.

Seguimos sin saber cuál fue el error de diciembre pero como no podemos entenderlo, en vez de reconocer la frustración que eso nos provoca y la impotencia en que nos hunde, lo agarramos a choteo. ¿Será porque la cultura popular dice que los mexicanos nos reímos de todo? Quién sabe.

Lo que sí sabemos es que gracias a estas ambigüedades lingüísticas seguimos nadando en un mar de palabras huecas que ahuecan nuestro espíritu. Nadie puede cultivar su parcela si no conoce el tipo de tierra que hay en ella. Y nosotros ni siquiera sabemos qué terreno pisamos.

Las conferencias de prensa del Presidente son, en principio, algo positivo. Esperemos que paulatinamente el lenguaje que impere en ellas sea directo y claro. Sólo así tendrán sentido.


El norte,
martes 27 de junio de 1995

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