viernes, 9 de noviembre de 2007

Algeo alsi

Cuando desperté en la mañana, recordé un pequeño párrafo de José Luis González. Me dirigí a aquella página, era el cuento "¿Qué se hicieron los aztecas?" y subrayé: "No es reproche, no: bien me consta cuánto ha ayudado a salvarme del tedio de la vida el prurito redentor de las mujeres. Entre las de aquella orilla, sobre todo, era mi falta de sentido práctico lo que solía atizar su vocación protectora. ¡Cómo se esforzaron casi todas por enseñarme a vivir con lo pies en la tierra! Las que no lo hicieron, y podría jurar que no sumaron multitudes, fueron sin duda las que nunca aspiraron a adueñarse de mi desatentado corazón." Reí, en qué estaba pensando en esos momentos. Luego me vino la escena de aquella noche...

Aquella noche... ni sé cómo llegamos a ese lugar... el aire estaba fresco, quizá frío para nosotros. La miré. Ella sí sentía frío al parecer: Tenía su chamarra de mezclilla; las manos dentro del pantalón, y la mirada perdida, supongo observaba el césped de aquel parque mientras caminábamos. Yo no cargaba nada para soportar aquel aire, sólo me dejaba llevar por el olor del césped recién podado. Aquel aroma me hizo despertar mi sentido del olfato, y percibí su perfume. Al caminar, había situaciones de silencio, y luego de conversación. Temas no interesantes, siempre académicos.

Ella me dijo a manera de comentario que ya iba a la mitad de su tesis. No sé si era necesario reír cuando mencionó que su asesor en vez de hacerle críticas, le daba libros y más libros. Me llegó un olor a fresa, y recordé lo que había musitado cuando desperté: "el día tiene un olor a fresa..." Sonreí para mí mismo, y Ella al verme, preguntó: "¿Qué sucede?" Negué con la cabeza.

Había algo que me había sucedido antes de esto. Asistí a una fiesta infantil, cosa que no había hecho hacía mucho. Fue el cumpleaños de la hija de mi prima. Y no sé si fue un espejismo, pero ahí estaba Ella, motivando a los niños a hacer fila para romper la piñata. La misma sonrisa, los mismos ojos, el mismo cuerpo, quizá el mismo tono de voz. El carácter, la edad... a lo mejor no eran los mismos, pero para mí era Ella... ¿Tenemos un gemelo en este mundo? ¿Algunos son fabricados con el mismo molde y colocados en distintos estilos de vida?

Apresuramos el paso como para jugar competencias de atletismo, sólo para llegar a los columpios. Al sentarnos, Ella seguía con las manos en los bolsillos; seguía mirando el césped. Me sorprendía sobremanera. Yo suelo a veces perder la mirada en el vacío y redactar todo lo que me llega a la mente, pero en ese momento no cargaba mi bloc de notas. Sólo tenía la memoria para rescatar lo más significante de aquella noche. "¿Escribes?"

Solía hacerlo, ahora ando en proyectos y trabajos finales que me impiden retornar a imaginar y crear universos. Recordé que un profesor me dijo que para él escribir una novela era demasiado complejo porque implica construir un mundo para los personajes... la historia, ese es el punto básico para escribir. "No es fácil escribir, ¿verdad?" Le dije que cada quién tiene distintas capacidades y pasiones diferentes... "No me hagas caso, sólo escribe el que siente que puede, la verdad ya ni sé..." Sonrió. Sólo dibujó una sonrisa y se desvaneció.

Sólo eran charlas breves, como de todo ser metafísico que arriba intempestivamente a mi mundo. "¿Metafísico? ¿Crees que soy alguien metafísico?" Me preguntó. Yo miré el césped. Soy un imbécil, pensé. Negué con la cabeza. Lo que quiero decir es que cuando te encuentras con una persona, la percibes como un ser homogéneo, pero a través del tiempo lo vas descubriendo, analizando parte por parte como un rompecabezas, hasta darte cuenta que siempre había sido un ser heterogéneo. Sonrió y meneó la cabeza con reprobación... "Loco..." musitó y la alcancé a oír. Ahora era yo quién reía. Quise cambiar de tema rápidamente y le pregunté si tenía frío. Asintió.

"Aunque esto no es nada, sabes, he estado en lugares más fríos... 20 grados no es nada, y mírame, ya estoy tiritando..."

Le dije que tenía razón, bueno, eso se debía a que Ella ya estaba adaptada al clima del Caribe. Una vez sentí un frío que ni poniéndome más abrigos encima podía frenar. Lo recuerdo, sí, fue en San Andrés, Putla, en Oaxaca. Había salido en la madrugada para abordar el autobús... Bostezó. Mejor me quedé callado. Me preguntó la hora, y sin mirar mi móvil, le dije que ya era tarde. "Ah, entonces, es hora que me vaya a casa..."

Se levantó del columpio. Me sonrió y me dijo buenas noches. Le correspondí, y se alejó. "Nos vemos..." y me quedé sentado en el columpio, viéndo que se alejara.

0 comentarios: