viernes, 16 de noviembre de 2007

8 mescaleros

Después de ver que el taxi de Erika se alejó, miré la bolsa con el libro de Madame Bovary, y continué caminando sobre la avenida Héroes, con la decodificación de mis pensamientos. Nuevamente sentí que alguien me seguía. Pensé que aquel dolor de cabeza que se había liberado, era el factor que me hacía sentir paranoico. Aquella presencia la había sentido incluso cuando salimos de la librería, sólo que no quise mencionarlo, por el temor de asustar a Erika. Aceleré más el paso para dirigirme al paradero de autobuses que está ubicado en el mercado. Mis pensamientos se desvancieron y tenía ganas de virar para encontrarme con aquella esencia que me seguía los pasos.

Caminé entre la multitud. Notifiqué la hora en los relojes de pared que tenían en exhibición, eran las 11: 45 am. Cuando llegué al paredero, me dí cuenta que había llegado a tiempo. Aún no se iba el autobús. Abordé y le pagué el pasaje al conductor. Intenté ver por la ventanilla si pasaba aquella esencia, mientras me buscaba un asiento. Me senté y miré a toda la gente que iba de un lado a otro; vendedores ambulantes pregonando; y los charcos de lluvia que hubo en la mañana daban una extraña sensación de perder el pensamiento nuevamente. El autobús comenzaba a moverse; yo miraba a través de la ventanilla, en realidad tenía la mirada perdida, porque brinqué cuando sentí que alguien se había sentado a mi lado. Fue un choque ligero, y sé que mi cuerpo reaccionó de tal manera ya que estaba en guardia. El que se había sentado a mi lado era la esencia que me venía siguiendo. "Por poco y no alcanzo el bus..." dijo musitando y como invitando a la conversación.

Miré aquel hombre. Realicé rápidamente un escrutinio: tenía un sombrero texano, gafas de sol; su edad posiblemente era alrededor de los cincuenta años. "Deja de pendejear quieres..." me dijo con toda seriedad, y yo me quedé sorprendido. Era obvio que aquel tipo me conocía, por eso me seguía. Sin embargo, no podía reconocerlo. Quizá por las gafas de sol. El tono de voz me dio una idea de quién se trataba, pero no soporté perseguir ratones dentro de mi cabeza. Así que estaba a punto de levantarme de mi asiento y cambiarme de lugar cuando el señor me detuvo del hombro.

"Siéntate, siéntate. No te asustes hombre. Eso es lo malo contigo, sabes que tienes las respuestas dentro de tu mente, y lo pones en duda. Sé que te recomendaron poner en duda todas tus conjeturas, pero creo que te estás pasando de la raya. Abusas de tu idiotez..."

Increíble. Me dejé llevar por sus palabras y me di cuenta que aquella persona era don Goyo. Nunca había tenido oportunidad de platicar con él, porque no tenía ninguna función para mí, sino para otros mescaleros, y esa función consistía en ser el director de los mitotes. De repente, dejamos de conversar. Don Goyo miraba hacia el pasillo, quizá observando el camino de frente. Escuché su voz, y cuando viré a verlo, me di cuenta que no estaba moviendo la boca, sino que su voz la estaba escuchando sólo en mi mente.

"Tus amigos me hicieron venir a verte, porque presienten que necesitas ayuda de veteranos." Iba a preguntar quiénes eran, cuando vi a la izquierda de don Goyo a Efraín y a Fernanda. Me saludaron. Recordé que eran aprendices de don Goyo, iba a saludarlos, cuando aquel don, me dijo que no los mirara. Que era mejor que concentrara mi vista en otra cosa. "Sí, aquí están presentes algunos de tus amigos, si quieres buscarlos, cierra los ojos y verás..." Accedí y súbitamente empecé a sentir un extraño calor. Ubiqué la esencia de don Goyo que lo tenía a mi lado, luego el de Efraín y Fernanda. Eran unas esencias diferentes que no había tenido la oportunidad de apreciarlas, eran fríos. Escuché la voz de don Goyo justificando que aquellas esencias eran frías debido a que eran guardianes. Luego mi concentración siguió buscando, ubiqué dos esencias muy conocidas, eran cálidas. Sí. Eran Pablo y Yolanda. Yolanda estaba detrás de don Goyo y Pablo detrás de Fernanda. Sin embargo, habían dos esencias que pueden calificarse como húmedas. Aquellas esencias las desconocía totalmente. Estaban sentados en los asientos con ventanillas y acompañaban uno a Yolanda, y otra a Pablo. Entonces ellos eran los que habían solicitado a don Goyo para conversar conmigo.

"Sabes que algunos mescaleros acceden a estas cosas, no todos. Estamos aquí vigilándote, por las acechanzas de aquellas sombras. Sí, estás sentenciado para enfrentarte con una de ellas, y supongo que ya sabes el por qué..."

Le dije que aquel enfrentamiento era para que yo alcanzara mi totalidad y convertirme en un mescalero completo. Don Goyo asintió. "Así es. Sólo que hay pequeños detalles que aún no se complementan. La llegada de tu testigo y tu férreo entrenamiento. Has olvidado la ley de los mescaleros y te has concentrado en búsquedas ajenas, yo díría que pierdes el tiempo. Porque sé que no estás ubicando a la Huizache. Sino que te dejas llevar por extrañas pasiones. Concéntrate en lo que tienes pendiente. Deja de estar jugando como un chiquillo".

Todo lo que me decía don Goyo pasaba en mi mente como vagos recuerdos. Y me di cuenta que el sermón que me estaba dando lo cotejé con los golpes que me había plantado Fidencio, allá en Oaxaca: en la cueva de las flores. "Sí, es casi lo mismo, mescalito, casi lo mismo. Sin embargo, sabes muy bien, y no me dejarás mentir, que para poder alcanzar esos falsos objetivos o pérdida de tiempo como yo diría, necesitas alcanzar tu totalidad misma. Si no tienes esa totalidad, no lograrás nada, y todo el empeño que le pongas a tus quehaceres serán en vano".

"Sé que andas tras un objetivo insano. Yo diría que aunque lo encuentres no lograrás nada, será una victoria efímera. Sabes muy bien a lo que me refiero, mescalito. Concéntrate en tu entrenamiento, que es lo único que tienes por el resto de tu vida. Quizá dentro de unos meses tu llamado surgirá. La niebla en tu ojo seguirá apareciendo, y no lo tomes como tortura. Recuerda que a un mescalero nadie lo mueve ni lo presiona".

Le dije que me parecía contradictorio todo lo que me decía, ya que el llamado y el testigo eran las señales para mi futuro encuentro con la sombra, para alcanzar mi totalidad. Don Goyo guardó silencio por unos minutos y luego dijo:

"Actúas como un ser ordinario. ¿Por qué quieres dejar todo hasta el final? Si no empiezas a entrenarte, si no recorres de nuevo el sendero del mescalero --que ya no lo tienes consciente para aplicarlo--, jamás podrás moverte más allá de los linderos de lo desconocido..."

Don Goyo se levantó. Me dijo que cerrara los ojos o que leyera el libro que tenía en las manos. Iban a bajarse del autobús. "Ah, por cierto. Deja de preocuparte por nimiedades. Los regalos son sólo regalos. Nosotros si tenemos la oportunidad de dar un regalo, es porque lo tenemos a nuestro alcance. No tienes por qué ser tan dramático. Algunos dan sin esperar una recompensa. Si sientes que esa persona realiza un acto por esperar una recompensa, o se lo devuelves o mejor lo dejas de frecuentar como amistad. ¿De acuerdo?" Los siete mescaleros bajaron por la parte trasera del autobús. Y yo saqué el móvil, estaba a punto de realizar una llamada, pero de repente algo me dijo que aún no era la hora para gastar la saliva.

1 comentarios:

Erikita dijo...

Gracias por escribir sobre mí.
Pienso q demuestra amistad y por qué no, gratitud, así pasen los años no olvidarás a Erika Bovary.
Un abracito desde este rinconcito del cielo... la chula Puebla.
Con cariño, Mebarak