martes, 2 de octubre de 2007

Donde no hay compasión

Miro mi cara fragmentada por una gota terminal de las lluvias. El cielo nocturno no tiene estrellas, está cubierto por nubes grises. Sin embargo, la luna intenta brillar. "Las lunas de octubre son las más hermosas..." Escuché decir por ahí. Me levanto y siento el aire gélido provenir del oeste. Hay un nuevo cambio. Mi piel muda y sacudo mi crótalo para advertir que estoy en guardia contra todo. Vuelvo a mirar mi rostro y noto ese nuevo brillo en mis ojos. Ese brillo hipnotizante que alguna vez vi en aquella mirada preceptora. ¡Qué extraño cambio! Nunca lo vi nacer; esperó a que yo estuviera distraído para arremeterse contra mi esencia.

Camino entre esa penumbra y escucho pisadas entre la humedad. Miro en lontananza y descubro una procesión. Trémulas llamitas iluminan aquellos rostros pálidos. Son sombras que caminan errantemente, quizá hacia el infinito. Sé que aún no es mi turno de caminar con ellos, aún no he alcanzado mi totalidad para seguir adelante. Quizá no empleo las palabras exactas, porque mi mente no se concentra en lo que debe ser; sólo escuchó en mi interior aquellos gritos que quieren liberarse lo más pronto posible. Todo lo que quise pasó ante mí a una velocidad increíble. Medito y me doy cuenta que estoy atorado en este mundo por miles de años más. Creo que ya no podré esperar toda una eternidad. Y ahí está esa sombra que sigo reconociendo; está frente a mí esperándome. La miro, y me doy cuenta que mis miedos se han ido, y al irse me han dejado desnudo en esta oscuridad.

¡Qué extraño, pero siento una portentosa seguridad! Siento un calor en mi cuerpo: es un fuego interno que arde y me da brillo: es el que enciende esa mirada. Recapacito y descifro: es una señal. Entonces pregunto: Si hay respuestas a mis preguntas, ¿por qué sigo sorprendiéndome? ¿Por qué lo denomino como Extraño, si parece ser tan familiar? Había luchado constantemente para llegar a este lúgubre páramo, pero es sólo una tétrica habitación más en la que para poder salir necesito brillar. Una habitación de las tantas que hay en esta casa, de la que quizá algún día podré salir, y si mi voluntad me lo permite, de la misma casa también: Esa es la misma esencia del espíritu; de lo que me hace ser un mescalero; de lo que me motiva a alcanzar mi propia libertad y reunirme con ellos.

Escruto el umbral de esta nueva habitación, y en su interior alcanzo a ver aquellos entes que me miran hoscamente, ¿acaso son mis nuevos desafíos? Posiblemente. Este es un mundo del que siempre me hablaron: un mundo sin descanso en que las heridas tardan en sanar y que los desafíos están atacando sin detenerse. Para ser fuerte, necesito ser despiadado; dejar toda armadura y romper la imagen de sí: ese espejo que todos cargamos y que nos hace ser más vanidosos. Ser cruel... obtener la cordura. Respiro hondamente, y acaricio la perilla; abro la puerta y miro la habitación. Sí, ahora lo entiendo. Estoy en el lugar donde no hay compasión...

0 comentarios: