jueves, 4 de octubre de 2007

Miedo

Salí a prisa de la casa. Miré que se venía un aguacero seguro, y por lo tanto, no iba a poder conseguir un taxi para irme a la Universidad. Ni aún con mi intento de prevenir las cosas, lograba conseguir el transporte. Taxis ocupados, otros te ignoraban, y de repente, ninguno transitó. Miré hacia el cielo y escuché los truenos en la lejanía. Miré hacia la carretera, y nada. De repente vi una camioneta, una ranger verde de doble cabina. Se detuvo donde yo estaba y reconocí al conductor. Era Pablo, y llevaba como acompañante a una simpática muchacha. La joven bajó el vidrio de la ventana y Pablo me dijo: "No lo pienses más, hombre. ¡Súbete!"

Me subí en los asientos de atrás, y saludé. Pablo me saludó y luego le reprochó a la chica que llevaba delante por qué no me saludaba. Le dije que no había problema. Hice a un lado las cosas que estaban en el asiento conmigo: era una maleta de tae kwon do y un peto. "Nada más dejo a Norma en el dojo y te dejo en la Universidad". Agradecí y le dije que por mí no había problema. Le expliqué que había salido temprano de casa cuando vi que las nubes estaban amenazantes.

Me preguntó que cómo estaba. Le dije todo lo que había pasado desde la última vez que conversé con él. Le confesé el estado en el que me encontraba y que también Yolanda ya estaba al tanto. "Sí. Estás empezando a comprender, Mescal. Estás aprendiendo, mi buen..."

Le dije que por alguna razón tenía una respuesta de por qué estaba así, pero que mejor me daba a la tarea de seguir dudando. "Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su inten­ción es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.

"Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conoci­miento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.

Al escuchar el discurso de Pablo, me pasó por la mente la palabra "miedo." Luego sentí la mirada de Norma. Me miraba por el espejo retrovisor. La miré y noté que me observaba hoscamente.

"El primer enemigo: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterra­do en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda".

"¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?" Preguntó Norma, que se decidió a hablar ya que estábamos a unas cuantas cuadras de llegar a su academia. Pablo se río, pero no le reprochó de que se metiera en la conversación, sino todo lo contrario. Yo, en realidad, estaba tan concentrado en mis pensamientos y no analizaba mucho el discurso de Pablo. Me interesó la pregunta que Norma había realizado. Pablo le respondió:

"No le pasa nada, sólo que jamás aprenderá. Nunca llega­rá a ser una persona fuerte. Llegará a ser un ma­leante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asus­tado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias".
"¿Y qué puede hacer para superar el miedo?" Pregunté a sabiendas.

"La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea ate­rradora. Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido al Miedo."

"¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?" Preguntó Norma.

"No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto..."

Habíamos llegado al destino de Norma. La dejamos y yo me pasé adelante con Pablo.

Me reveló que Norma era su sobrina. Pero sentí que me estaba gastando una broma. Me dijo que apenas había ingresado a la preparatoria. Yo sorprendido le pregunté la edad, porque la veía muy grande. De hecho pensé que era algún desliz de Pablo. Se sonrío, y me dijo que tenía apenas 15 años, y para rematarla, dijo que nunca había visto tanta capacidad para comprender temas que sólo los mescaleros podemos conocer...

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