martes, 23 de octubre de 2007

Máscaras

El día viernes 19 de octubre, desperté como se diría con el pie izquierdo. Me percaté que me estaba metiendo en problemas, o más bien, me estaban metiendo en problemas, y no sólo eso: involucré puntos de referencia. Aún así, esa mala racha se ha ido prolongando, y mis armas para combatirla: recurrir a mis mundos de sueño suspendido. Platiqué con la voz distante para apaciguar mi mente y aclarar mi estado en el que estoy emergido. El sábado me ocurrieron ciertos eventos en el que no tuve más remedio que demostrar una actitud violenta. El día lunes, o sease, ayer: se llegó a un punto en el que al paracer, sólo liberé a mis compañeros de las represalias.

Cuando terminó aquella reunión en la Universidad, eran cerca de las 20: 38 pm, lo sé porque miré la hora del móvil. Mario me había dicho que lo esperará, porque iría a presentar una breve evaluación. La verdad no quise esperarlo, decidí llamar a mi hermana para que me diera un aventón a casa, mientras caminaba hacia el paradero. Fue así que me topé con Pablo. Estaba en el cofre de un auto, fumando un cigarrillo. Me saludó, y yo le correspondí. Sabía por qué estaba esperándome. Le comenté todo lo que me estaba sucediendo, y cómo yo había actuado inconscientemente. Me reprochó que estaba dejándome vencer por mi enemigo. Por alguna extraña razón, me dí cuenta de que yo estaba hablando nuevamente sin pensar las cosas antes. Mencioné la palabra racionalidad y fue ahí donde Pablo me dijo:

"Te lo he dicho y repetido mil veces que ser dema­siado racional es una desventaja. Los seres humanos tienen un sentido muy profundo de lo sobrenatural. So­mos parte de lo misterioso. La racionalidad es sólo un barniz, un baño de oro en nosotros. Si rascamos esa superficie encontramos que debajo hay un mescalero. Algunos de nosotros, sin embargo, tenemos una gran dificultad para llegar a ese nivel bajo la superficie; otros, en cambio, lo hacen con absoluta facilidad. Ahora que lo veo, Gaspar y tú son muy pare­cidos en este respecto: los dos tienen que sudar sangre antes de soltarse de su imagen de sí".
Le expliqué que, para mí, aferrarme a la racionalidad había sido siempre una cuestión de vida o muerte. Más aún al tratarse de mis experiencias en el mundo de los mescaleros.

Comentó que aquel día en que actúe violentamente, me estaba observando; que mi racionali­dad le había resultado especialmente fastidiosa. Desde el comienzo, tuvo que hacer uso de todo tipo de recursos a su alcance para socavarla. A fin de lograrlo, comenzó por mandarme a un taxista borracho para que agrediera a mi padre, y así posteriormente yo sintiera coraje e irme contra el agresor. Esa brusca maniobra fue la primera sacudida a mi cuerpo. Y eso, junto con el descontrol que me causaba su falta de continuidad, perforó mi racionalidad.

"Perforar tu racionalidad no bastaba. Yo sabía que, para forzarte a que llamaras tú mismo al espíritu a que moviera tu esencia al sitio donde no hay compasión, yo tendría que romper hasta el último vestigio de mi continuidad. Fue entonces cuando me volví realmente cruel y te hice bajar del auto para gritarle al taxista borracho.
"Te quedaste helado, pero ya ibas camino hacia una instantánea recuperación cuando le di al espejo de tu imagen de sí lo que debería haber sido el golpe final. Hice que golpearas al taxista. Me había olvidado de tu violencia".

Dijo que, pese a mis apuradas y mal pensadas tácticas de recuperación, mi esencia llegó al sitio donde no hay compasión cuando me enfurecí con la conducta del taxista. O tal vez fue lo contrario: me enfurecí porque mi esencia había llegado al sitio donde no hay compasión. Realmente no importaba. Lo que contaba era que mi esencia había llegado a ese sitio, y yo había aceptado los requisitos de la voluntad: un abandono y una frialdad totales.

Una vez allí, mi conducta cambió radicalmente. Me volví frío, calculador, indiferente con respecto a mi segu­ridad personal.

Le pregunté a Pablo si él había visto todo eso. No recordaba habérselo contado a algún mescalero o a mis amigos. Respondió que, para saber lo que yo sentía, le había bastado la introspección y el acordarse que su propia experiencia pasó bajo condi­ciones similares.

Señaló que mi esencia quedó fija en su nueva posición en el momento que el taxista yacía en el suelo. Para entonces, mi convicción de que su con­tinuidad era inmutable había sufrido una conmoción tan profunda que la continuidad normal ya no funciona­ba como fuerza cohesiva. Y fue en ese momento, desde su nueva posición, que mi esencia me permitió construir otro tipo de continuidad, que expresé con una dureza extraña, indiferente, desapegada; un abandono y una frialdad que, de allí en adelante, se convirtió en mi modo normal de conducta.

"La continuidad es tan importante en nuestra vida que, si se rompe, siempre se repara instantáneamente. En el caso de los mescaleros, en cambio, una vez que sus esencias llegan al sitio donde no hay compasión, la continuidad ya no vuelve a ser la misma.

"Puesto que tú eres lento por naturaleza, no has no­tado todavía que, desde aquel día, entre otras cosas, has adquirido la capacidad de aceptar cual­quier tipo de discontinuidad después de una breve lucha con tu razón, naturalmente.

"Fue también ese día cuando aprendiste a enmas­carar el no tener compasión. Tu máscara no estaba tan bien desarrollada como está ahora, por su­puesto, pero lo que adquiriste entonces fueron los rudimentos de lo que se convertiría en tu máscara de gene­rosidad.

Traté de protestar. No me gustaba la idea de no tener compasión y menos aún la idea de que la tenía enmasca­rada.
"No uses tu máscara conmigo. Guárdala para alguien mejor, para alguien que no te co­nozca.

Me instó a acordarme exactamente el momento en que la máscara vino a mí, pero yo no pude.

"Vino al instante en que sentiste que esa furia fría se apoderaba de ti, y tuviste que enmascararla. ¿Qué hiciste, entonces? Caminaste tranquilamente hasta tu auto y te subiste como si nada hubiese ocurrido.

"Y no, no estabas a punto de desmayarte cuando llegaste a casa. Estabas a punto de entrar en un estado de ensueño y de ver al espíritu por tu propia cuenta, pero no lo hiciste porque eres un idiota. En vez de esto, decidiste pensar en todo lo que habías cometido.

Realmente al recordar lo que había hecho todos esos días, me hacía pensar que tenía que hacer algo para tranquilizarme, y eso fue lo primero que se me ocurrió.

"Pero eso es exactamente lo que vengo diciéndote: tu generosidad no es auténtica".

Y, para fastidio mío, se echó a reír. Le dije que ahora es posible lastimar a todo ser que se aproxime ante mí con ganas de destruirme. Pablo asintió con la cabeza. En eso ví que el auto de mi hermana se aproximaba. Cuando viré para despedirme de Pablo, él ya no estaba.

0 comentarios: