sábado, 25 de agosto de 2007

Categoría 5

El sol brillaba y su calor era insoportable. Calles bloqueadas. Postes caídos. Árboles levantados desde la raíz. Casas destruidas. Espectaculares deshechos. La belleza de la ciudad había sido arrasada. La gente apreciaba junto conmigo el desastre. Uno que otro aún tomaba fotografías de lo que había provocado la naturaleza. La reconstrucción no tenía tiempo para respirar. Grúas levantaban postes de luz; arrancaban ramas de árboles. Y los automóviles creaban un sonido irritante. Todos buscaban una salida. Todos buscaban regresar a su modo de vida cotidiana entre los escombros.

La energía eléctrica pronto regresó. Era horrible dejar que la noche nos atrapara y nos dejaramos guiar por las velas. El calor aún nos asfixiaba, y en el aire se sentía una vaga esperanza. Todo perdido, todo humedecido. Anegados, incomunicados. Sólo voces lejanas tenían la dicha de preguntar qué había sucedido. Una vez, afuera, en la calle: un cielo nublado intentando apagar el sol. "¿Cómo la pasaron? ¿Todo está bien?" La gente salió a limpiar por su propia cuenta el capricho de la naturaleza. ¿Estamos vivos? Paz y silencio. Pero, miremos, por suerte, algo había sucedido: no fue la total destrucción... no fue lo que se había pronosticado. Sobrevivimos, y no hubo pérdidas humanas que lamentar.

La radio daba las alertas, el paso del huracán Dean. Chetumal no descansaría, sentiría los vientos huracanados; sentiría lo que es el dolor. El ojo pasaría por Bacalar. Xkalac y Mahahual serían los primeros en sufrir, y si es posible desaparecer. Puse las baterías a la radio para escuchar si la vida aún estaba ahí. Nos resguardamos en los peldaños de la escalera. Eran las 5 am, y el sonido del viento que arrastraba los proyectiles, que levantaba árboles y techos, cobró fuerza; y sentimos que el final del evento estaba cerca. Sólo quedaba esperar y contemplar el vacío. Rezando si es que se podía articular. Aunque entre el viento se escuchaba la voz del pueblo: "No pasará nada. Estemos tranquilos..."

Me recosté porque no pude dormir. El viento comenzaba a silbar. Fueron las 2 am cuando la luz huyó y nos dejó a oscuras. Por lo menos pude contemplar y conversar con la gente que estimaba. La histeria empezaba a apoderarse de los habitantes. Nacía un coraje, un enojo y una impotencia. Posiblemente, la defensa contra el miedo ante lo inesperado. Risas, bromas, entre los amigos. La juventud inexperta sentiría por fin un fenómeno de tal magnitud. "Al fin y al cabo somos una cultura que sabe qué hacer ante un huracán..." "Sí, pero que no sabe cómo actuar después de uno..."

Colocamos la antena de aire para sintonizar la televisora local. Subimos los muebles en caso de que se inundara la planta baja. Realizamos planes en caso de un probable impacto. El movimiento del meteoro era dudoso: amenazaba al norte o amenzaba al sur. ¿Qué hacer? Entre lo incierto, descubrí que la ficción se construía más rápido. "Sólo conservo los recuerdos que me sirven para sentirme bien. Los que me dejan una enseñanza..."

"Por eso te has vuelto tan ingrato".

"No. He borrado todo mi pasado".

"¿Recuerdas cuando aplacamos a aquel mocoso que te molestaba?" Mi padre conversaba, al mismo tiempo que realizabamos planes y sellabamos nuestro refugio.

Es posible que cada 50 años sucederá esto, en caso de que llegara impactar este huracán a Chetumal. Hicimos las compras de pánico. ¿Nos iremos a otra parte? Es la misma categoría de hace 50 años. Ese fue el renacimiento de Chetumal. Risas, todo en calma, un calor insoportable. Despedidas. Peticiones. Deseos... una llamada más, y una carcajada... un lamento...

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