miércoles, 15 de agosto de 2007

Sueño # 9

Alguien tocó a la puerta. Me desperté. Era de noche. Durante un momento no pude recordar dónde me hallaba. Había algo en mí que parecía distante, era como si una parte de mí siguiera dormida, y sin embargo estaba completamente despierto. Por la ventana brillaba la luz de la luna.

Salí a la calle para ver quién andaba por ahí. No encontré a nadie. Entonces miré al cielo para ver a mi estrella. ¡Cuál fue mi sorpresa al verla convertirse en una estrella fugaz! Sentí ganas de llorar, pero decidí morderme los labios. En ese momento comprendí el sentimiento de aquel hombre con el que aprecié aquella noche estrellada. Me desplomé, y caí sentado en la acera. Me quedé recapitulando todo, hasta que me alcanzó la mañana. Musité a los recuerdos de la voz distante "Gracias. Gracias por dejarme demostrar mi afecto..."

El cielo estaba nublado, y la neblina empezó a cubrir toda la calle. De repente, escuché un extraño aleteo. Me pareció extrañó, porque cuando vislumbré quién emitía tan extraño sonido, descubrí que era una... Me quedé atónito.

Definitivamente, lo que se movía era una mariposa nocturna. Yo podía distinguir con claridad todos sus detalles. Seguí su vuelo tortuoso y lento hasta que pude ver cada partícula de polvo en sus alas. Algo me sacó de mi total absorción. Justo a mis espaldas sentí un parpadeo, un ruido silencioso, como si tal cosa fuera posible. Me volví y descubrí a una mujer casi de mi edad. "Hola, me llamo Esperanza, no temas..."

No le correspondí el saludo. En realidad me sentía sin ganas de conversar con alguien en ese momento.

"Sé por lo que estás pasando en este momento, Yef. Pero quiero decirte, que todo lo que te ha sucedido, es la prueba de que es hora de regresar. Es hora de que te levantes y vuelvas a ser un mescalero".

Le dije que en realidad estaba triste. Porque después de haber interpretado la señal, mi corazón dejo de ver las cosas como eran. Ya no le encontraba sentido a nada. Ni siquiera sentía las ganas de seguir avanzando, ya no tenía ningún motivo para pertenecer a este mundo. ¿Cuál es el mérito de todo esto? No tengo ganas ni de seguir existiendo, porque siento que mi vida cotidiana será muy difícil de retomar. Al fin y al cabo, sé que había regresado al mismo terreno en el que me había dejado una vez mi benefactor: en la soledad.

"El terreno está despejado, Yef. Debes saber que en la vida de los mescaleros es extremadamente natural el estar triste sin ninguna razón aparente, y siempre, un mescalero presiente su destino final cada vez que se rompen las fronteras de lo conocido. En ocasiones, la melancolía resultante es tan intensa que puede provo­car la muerte. Sabes que la mejor manera de deshacerse de la melan­colía es reírse de ella".

Sentía tanto odio de mí mismo. Esperanza se sentó junto a mí y me sonrió como una niña de cinco años. Me dio palmaditas en la espalda y me dijo que me calmara, que respirara profundo. No sé porqué pero accedí a su petición.

"Tengo fe en que serás un gran mescalero y que todo lo que piensas es posible. Sé que algún día verás a esa persona. Por el momento, sólo quiero que recuerdes que siempre debes buscar el camino que tiene ese corazón, sino lo tiene, no puedes caminar sobre él. Así como has abandonado el camino del mescalero, así algunos caminos te han abandonado. Ante esto, ahora, debes tener muy en cuenta que los mescaleros deben buscar intencionalmente el cambio.

"Tu predilección es vivir como lo haces. Estimulas tu razón examinando tu inventario, muy a la ligera, y oponiéndo­lo a los inventarios de tus amigos. Esas maniobras te dejan muy poco tiempo para hacer un examen de ti mismo y de tu destino. Tendrás que renunciar a todo eso, a partir de este momento".

Le dije que tenía ganas de desaparecer. Esperanza asintió y me dijo que en realidad mi cuerpo sabía lo que tenía que realizar.

"Quiero que recuerdes que un naualli es alguien lo suficientemente flexible para ser cualquier cosa. Entre otras cosas, ser un naualli significa no tener puntos qué defen­der. Es decir, un naualli no tiene obsesiones".

"Una de las fuerzas más grandes en la vida de los mescaleros es el miedo. Los impulsa a aprender." Recordé mientras Esperanza se reía levemente.

Esperanza se levantó, y me dijo que ya era hora de partir, que ya había hecho mis actos de agradecimiento con todos mis puntos de referencia. Incluso había recordado todo, aunque yo no estaba consciente totalmente. "¿Recuerdas lo que te dijo don Gaspar la última vez que lo viste?"

Asentí, y le dije en voz baja:

"Nunca más volveremos a vernos. Ya no necesitas mi ayuda; y no te la ofrezco, porque si vales como mescalero, me escupirás en la cara por ofrecértela. La única felicidad de un mescalero es su estado solitario. No quisiera que tú trataras de ayudarme tampoco. No pienses más en mí porque yo no voy a pensar más en ti. Si eres un mescalero que vale lo que pesa, ¡sé impecable! Cuida tu mundo. Hónralo; vigílalo con tu vida".

Esperanza me sonrió y me dijo que lo tomaría como una despedida. Me levanté y Esperanza me tomó de la mano. Me dijo que me acompañaría hasta el puente. Caminamos entre la niebla. Y mientras nos dirigíamos, me preguntó si sabía cuál era la función del puente. Le dije que era un puente que de acuerdo a mi desafío, había creado para poder pasar del mundo cotidiano al mundo abstracto. Me felicitó. Y cuando llegamos, la niebla se disipó y me reveló un hermoso puente de piedra. "Es todo tuyo. Regresa".

Miré a Esperanza, y ella me sonrió. Acaricié el parapeto del puente. Mi corazón empezó a palpitar, me embargaba un nuevo sentimiento de felicidad. Cuando pude apoyarme del puente, cerré los ojos y me dejé guiar hasta el otro lado. "Los mescaleros se preparan para tener conciencia, y la conciencia total sólo les llega cuando ya no queda en ellos nada de importancia perso­nal. Sólo cuando son nada se convierten en todo". Me musité para mí mismo. Me dieron ganas de regresarme y no atravesar el puente. Pero entonces abrí los ojos y vi un resplandor. Fruncí el ceño, y me armé de valor, corrí por el puente y dejé que aquella luminosidad me absorbiera.

Abrí los ojos, era un ocaso. Sentí el olor de lo cotidiano. Miré y reconocí los edificios. Me percaté que tenía libros en mis manos. Contemplé por un segundo el aire mover las ramas de los árboles, y escuchar los graznidos de las aves vespertinas, listas para dormir. Miré el sol esconderse por el horizonte, y me dejé llevar. "Soy un mescalero." Me dije. Miré tantos rostros sin nombres, tanta actividad; suspiré y me perdí entre la multitud de la Universidad.

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