domingo, 12 de agosto de 2007

Sueño # 7

Caminaba entre la urbanidad, viendo a la gente y descubriendo su modo de vida. Sin embargo, al llegar al palacio municipal de aquella zona, me topé con fotografías de antaño. Cuadros abstractos, y leyendas muy conocidas. Fue en un parpadeo, porque de repente estaba caminando en un camino de terracería en la selva misma.

Caminé con inseguridad, por supuesto, debido a que no sabía dónde realmente me encontraba. De repente escuché el llanto de una niña. Una niña simpática de nombre Emilia. Le pregunté el por qué lloraba. Me dijo que se había perdido y que no sabía por cuál lado de la calle dirigirse. Le dije que estaba en las mismas, y que por favor dejara de llorar. Que juntos buscaríamos la comunidad en la que vivía. Caminamos en la dirección que mi corazón me dictaba. Hicimos una media hora de camino. Empezaba a desesperarme porque parecía que no había ninguna comunidad, quizá había emprendido mal la dirección.

"Tengo miedo..." Me susurró la niña. Le dije que se calmara, que no tendría por qué temer, porque yo la protegería. Emilia negó con la cabeza. "Tengo miedo de los monstruos, de los fantasmas, del diablo..."

Le tomé la mano a la niña, y volvimos a caminar. Pasada otra media hora, Emilia se detuvo y me dijo: "Ya mero va a oscurecer... tengo miedo..."

Sentí tristeza por aquella niña. El temor de no encontrar un lugar que tuviera gente, me estaba embargando. Le pregunté, para quizá apaciguar su temor, a quién realmente le tenía miedo. "Tengo miedo de ti..."

Me quedé pasmado. Le pregunté el por qué tenía miedo de mí. Me dijo que yo era un demonio. Que yo la había llevado a ese lugar para cuando llegue la noche, me la comiera. Me sonreí. Pero algo pasó por mi mente. Era un sueño. Había descubierto que la niña era el señuelo para poder sentirme mal. Y así como si nada, la noche cayó. Emilia salió corriendo por la dirección que ya habíamos recorrido. Quise detenerla, pero no. De hecho, la vi alejarse hasta perderse en la oscuridad.

Cuando estaba a punto de tomar el camino que había decidido, un extraño aullido me erizó la piel. Me quedé quieto, y vi acercarse una hermosa mujer. "Hola, Yef... andas perdido, ¿Verdad?" Retrocedí algunos pasos. La mujer era realmente hermosa. "Ven, yo te llevaré a la casa de mi patrón para que descanses..." Un extraño seseo soltó aquella mujer al terminar aquella sentencia. Me dieron ganas de salir corriendo, pero por un breve instante, me sentí convencido.

Cuando la mujer me tomó de la mano, vi en sus ojos un extraño brillo. Su sonrisa manifestó su maldad. Ya era tarde cuando me di cuenta. Estaba siendo atacado por una enorme serpiente. Me sentí desfallecer, pero vi borrosamente a Emilia golpeándole con su zapatito a aquella enorme serpiente. Me liberó, y caí sin energía.

Emilia susurró algo en la lengua maya, cuando intentaba incorporarme. "Apresúrese, señor... que vienen los otros niños..."

Como supe que estaba dentro del sueño, tomé la mano de Emilia y salimos los dos corriendo hacia quién sabe dónde. Entre la carrera, alguien nos tiraba piedritas. "Son ellos, son ellos..." Gritaba la niña. Quise virar a ver entre la selva quiénes eran los que nos arrojaban aquellas piedras: vi sombras de niños correr entre la rama de los árboles y arrojarnos piedras de una bolsa que cargaban en la espalda. Le dije a Emilia que no se detuviera, que siguiera corriendo y no les hiciera caso a aquellos entes. "Esos niños se alimentan de niños, para poder seguir siendo pequeños..."

Le pedí a Emilia que dejara de hablar, para que pudiera aguantar todo el trayecto. Lo último que escuché de la niña fue un gemido. Yo seguía corriendo, pero vi entre mi camino que dejaba huellas de sangre. Yo era un enorme perro blanco, ¡¡y en mis fauces tenía a Emilia!!

De repente, escuché el sonido de una escopeta. Hombres venían en mi busqueda y gritaban "Allá, Allá va el nagual... lleva a una niña en su hocico..."

Dejé de correr al escuchar a los hombres. Tiré el cuerpo de Emilia al suelo. Y me quedé esperando la descarga del balazo. Sentí mi peso caer en la tierra, y escurrir la sangre de mi hocico. Era un nagual, era el demonio por el que temía la pequeña Emilia.

Desperté en casa. Me daba vueltas la cabeza. A qué hora me había quedado dormido. No lo sabía...

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