jueves, 29 de noviembre de 2007

Refugio

Aquella imagen era una excelente metáfora: Estaba yo caminando por un extraño callejón, con un libro grueso en la mano. Aquel libro era color blanco. Cuando me percaté que tenía aquel libro, lo abrí y comencé a leer su contenido en voz alta. Recuerdo que era legible y tenía fluidez aquel texto, sin embargo, ahora que trato de recordar, no logro recuperar cuál era el tema o mensaje. Pasé las hojas rápidamente, y cuando quise detenerme en una página cualquiera, el libro comenzó a deshojarse. De manera extraña, empecé a sentir un extraño dolor en mi cuerpo, como si me hubiera fragmentado.

Estaba boca abajo, el suelo estaba frío. No había ninguna duda que aquella imagen había sido un sueño. Cuando abrí los ojos me di cuenta que el lugar en donde me encontraba, estaba totalmente oscuro. Por un momento pensé que estaba ciego, y sordo también, porque no percibía un ruido en lo más mínimo. Cuando me puse de pie, alguien me tocó el hombro y me preguntó si me encontraba bien. Me quejé como un niño, por no poder ver entre la oscuridad. No obstante, reconocí aquella voz, era la de Juanito. Me dijo sin rodeos que estaba en uno de los tantos mundos oscuros en el que él se entrenaba como mescalero. Le pregunté quiénes eran los otros dos de aquella noche. No me quiso decir, sólo se carcajeó. "Pronto podremos ver. Nomás hay que esperar que venga Refugio".

Le pregunté quién era Refugio. Quizá una mescalera que jamás había conocido, aunque realmente no conocía completamente quiénes conformaban el grupo de don Goyo. "No. Refugio no es ninguna mescalera. De hecho no sé si es hombre o mujer. Sólo que le puse así porque fue el primer ente amigable que he conocido en estos lugares. Me dijo: Bienvenido, Juanito. Yo soy parte de tu refugio".

Sentía una extraña respuesta emerger de mi mente, como afirmando haber entendido aquella oración. Juanito me sacudió y me dijo, aquí está Refugio. "Dile que quieres ver y ella te ayudará." Accedí sin más y de repente escuché una voz femenina con eco. Me dijo: El sol brilla de día, la luna alumbra de noche. El guerrero brilla por su armadura y el que busca el camino brilla con su meditar en silencio. Comprendí claramente que tenía que apaciguar mi mente. Dejé de sentir la mano de Juanito en mi hombro. Sentí que cerré los ojos, puesto que no sabía si los tenía abiertos o cerrados. Y al aplicar mi silencio interior, logré ver a Juanito al lado de mí y enfrente de nosotros estaba una mujer flotando. Era hermosa, pero diáfana. Sus cabellos flotaban. No sabía si sentir pánico o contemplar su belleza. Quien no tiene apego, y se sumerge en lo que es agradable, no ve con claridad la verdadera figura de las cosas. Quien se aparta del apego ve con claridad las cosas. Para el alma que está libre de apegos, las cosas recobran un nuevo sentido.

Por un momento aquellas frases se me habían hecho familiar. Las había oído en alguna parte. Recordé que fue de don Gaspar, pero no en ese sentido. Él me exigía separarme de mis puntos de referencia. Le dije a Juanito que aquel mundo iluminado por Refugio, era muy interesante, me hacía recordar cosas que pensé había olvidado. Sin embargo, mi felicidad fue efímera y de repente me sentí golpeado por un recuerdo donde todos los que quería se habían distanciado de mí y yo me había distanciado de ellos. Refugio se acercó flotando hacia mí y pude ver sus ojos azul celeste. Si hay tristeza, hay alegría; si hay alegría hay tristeza. Cuando desaparecen la tristeza y la alegría, el bien y el mal, es cuando el alma logra su plena libertad. Tenía la razón. Miré a Juanito, y sus ojos brillaban llenos de alegría, parecía estar demasiado feliz compartiendo su mundo conmigo. Refugio era una joya, y al parecer, todo ese conocimiento ya había sido transmitido en los discípulos de don Goyo. Yo recordé a Loreto, a don Gaspar y a don Celestino, en aquellas ocasiones en que solían acercarse a mí y conversar.

Cuando mitigué mi dolor, miré a Refugio y le confesé que su conocimiento lo había leído en algún libro. Juanito me miró con una mirada de confusión. Me justifiqué que quizá mi benefactor me había dado esa enseñanza de una manera distinta. Juanito miró a Refugio y le dijo, a manera de que yo me enterara de lo que ellos ya sabían de mí: "Refugio, ahora le daremos una lección qué él jamás ha querido aplicar en su camino de mescalero". Refugio, aquel ente transparente me dijo: El que ansía el porvenir, y el que añora y lamenta el pasado, es como la flor cortada que se marchita y se seca. No lamentes los días pasados ni te ilusiones con el porvenir. No anticipes los problemas futuros. Pisa fuerte en el presente y así el cuerpo y el alma estarán sanos.

Juanito me miró y me dijo:"Te estás desviando, mescal. Quizá estos mundos no son para ti, te estás llenando de orgullo. Sé que eres más avanzado a mí, pero siento una extraña energía ahora en tu interior. ¿Qué te ocurre?"

Negué con la cabeza. Yo me sentía normal, incluso le dije a Juanito que los mescaleros teníamos presente que no hay futuro ni pasado, sólo el aquí y el ahora. No hay porque perseguir el pasado ni esperar el futuro. Hay que vivir con la mente puesta en el presente. Sin dejar lo que tienes que hacer hoy, vive el día en su plenitud. Es el modo de vivir un buen día.

Le di las gracias a Refugio por su conocimiento. Miré a Juanito y le dije que era mejor que yo regresara a casa. Que en realidad, quizá estos mundos oscuros estaban aún reservados para otra ocasión.

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lunes, 26 de noviembre de 2007

Desiderium

Nuevamente de pie en el paradero, meditando las cosas que siempre me ocurren... Me refiero a las desconocidas. Me pregunto, ¿por qué suele ocurrir...? Cuando llegué aquel día a la biblioteca, la vi. Ella estaba revisando libros, supongo era para la tesis que tiene pendiente aún. Vi que me observó de soslayo. Había alzado la cabeza y la bajó de repente hacia su lectura. Cuando me acerqué algunos metros más, volvió alzar la cabeza, me vio y me dijo "hola", yo le correspondí y me alejé hacia otra mesa para poder concentrarme en mis lecturas, aunque muy adentro maldije porque no había sillas para poder acompañarla. Pretextos tenía demasiados, pero así pasó. Yo sé que realmente no estoy interesado por ella, pero algo muy lejano, quizá un sentimiento de atracción está germinando. Me repito varias veces que es en vano aquel esfuerzo de sentir algo por Ella. Pero por alguna razón mi cuerpo, siente las ganas de avanzar hacia ella, y platicarle de lo que sea. Contemplarla si es posible.

Sucedió que no me concentré en la lectura, pero sí en una reconstrucción de escenas ficticias en las que no aparecía una etiqueta que tuviera la leyenda: "en un futuro no muy lejano." Eran simulacros. Aquellos planes inútiles emergían y se convertían en una realidad dramática. Me vinieron comentarios ajenos a la mente, como si se trataran de citas textuales en los que yo, prácticamente me reflejaba. "No porque te sonría o te salude, significa que te está tirando el calzón, ya sabes que el Mono reacciona de tal manera cuando ve a unas viejas saludarle con animosidad. Recuerdas las paraguayas o la chica de bailes españoles... y cuando se da cuenta, que las invita al cine y toda la cosa, resulta que no era lo que pensaba" Era la voz de Ulises que resonaba en mi conciencia. Aquel comentario siempre lo citábamos y nos moríamos de la risa. Sin embargo, ya hablando en serio, yo sé que no me estaba equivocando. No estaba sucediendo lo mismo... ¿o sí?

Apliqué mis principios de mescalero. Algo tenía que frenar todo esto. Sí, lo encontré. Aunque luego me cuestioné. Se supone que estoy en un nivel en que mi seguridad me garantizaba éxitos con sólo realizar los actos correspondientes. No había probabilidad de cometer un error. Segundo, la respuesta a mis preguntas daban una solución infalible. Pero, ¿era justo aprovecharse de la situación? ¿Por qué estoy dudando? Supuse que era una fuerza en la que estaba involucrando mis sentimientos. ¿Miedo? Se suponía que no podía tener miedo. ¿Qué ocurría? La respuesta no aparecía. Creo que después de todo, yo estaba confundido. Terminé por optar que estaba jugando conmigo mismo. Vi la portada roja de mi libro y luego alzé la mirada hacia donde estaba ella sentada. Me estaba mirando también, y luego volvió a encerrarse en su lectura. Era mentira. Estoy pensando en cosas descabelladas....

Cerré los ojos y cuando los volví a abrir, la vi levantarse de su mesa. Se iba. Y yo me quedé sentado como si nada me hubiese importado. Cuando desapareció de mi vista. Escuché en mi mente: "He tenido sueños en el que me elevo, vuelo, sí vuelo hacia un lugar en el que reposa mi espíritu. Es mi esencia, ahí está, esperándome para poder sentirme completo. He tenido sueños en los que estoy leyendo libros y tengo charlas con gente que nunca he conocido; también he reconstruido escenas y rescatado memorias, pero al final, cuando despierto, no logro recordar absolutamente nada, salvo que lo soñé. Ahí estoy. Subo al techo. Miro al cielo y poco a poco me elevo. Surco la bóveda celeste y el aire es frío, acelero y avanzo hacia mi destino. Estos son pequeños destellos de un acto que aguarda por realizarse. Has llegado a una etapa en la que quieres actuar, pero te frenas y caes en conflicto, porque aún tienes cosas pendientes.... Don Goyo.... ¡¡¡Don Goyo me lo había dicho!!! Aquella misma noche que quise salir a despejar la mente, tres sombras me esperaban afuera de la casa.

Me saludaron, y reconocí la voz de Juanito. Éste último abrió un portal, y me dijo que no temiera, porque iría a un lugar que jamás había imaginado pisar. Que iba a ser un lugar cruel, pero que aún así, yo viviría aquellos sueños eternos que consternan mi mente, de una manera tan real, que pensaría que estoy más loco de lo que imaginaba.

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sábado, 24 de noviembre de 2007

Mundos de oscuridad

Me senté en aquel lugar de la Universidad que antes era una fuente. Recordé que antes del huracán, los árboles daban una excelente sombra, más en esa misma hora, a las 16:00 pm. Después de haber realizado dos entrevistas a dos chicas para mi trabajo de investigación, decidí quedarme en aquel lugar para meditar. Pensé en lo que había hecho o más bien revelado durante una comida con mi familia. Moví la cabeza para suprimir los recuerdos. ¿Era válido el desprecio como una emoción en la vida de un mescalero? ¡Qué demonios estoy pensando!

Saqué un libro del maletín para distraerme en la lectura. Un capítulo no vendría mal en aquel lugar. El clima era caluroso pero de repente, la brisa marina de la bahía atravesó por la Universidad. Fue un aire agradable que poco a poco se tornó en fresco. El cielo comenzaba a nublarse. Un cielo plomizo se apoderó de la tarde, parecía que iba a llover, sin embargo el aire no daba señales de que se aproximara un aguacero seguro. No obstante, sentí humedad. "Lluvia..." musité y cerré el libro. Lo guardé en el maletín. Me aseguré de no lastimar la grabadora con los libros y engargolados del interior. Estaba a punto de levantarme cuando alguien me preguntó: "¿Te vas tan rápido?"

Aquella voz no se me hacía familiar en lo absoluto. Era una voz que parecía manifestar cierta fragilidad. Cuando me volví para ver de quién se trataba, miré a un muchacho enjuto. Iba vestido de una manera extraña; cargaba pulseras, y una mochila astrosa. Supuse que era un estudiante universitario. Se sentó al lado de mí, y su mirada se perdió frente a la biblioteca. Luego se sonrió. "Te sorprende mi manera de ser ¿no es así, mescalito...?" Yo estaba confundido. Realmente no ubicaba aquel personaje. "Acabo de regresar de un largo viaje... y mira qué fachas se me ocurrió poner..." No quise ser grosero, pero era obvio que el muchacho me conocía. Le pregunté quién era y sin rodeos me dijo que era Juanito. Juanito Mescalero, como lo apodaban sus compañeros. Era sin duda alguna uno de los aprendices de don Goyo. Me preguntaba qué ocurría con estos seres. Jamás había tenido contacto con mescaleros de otras asociaciones. "Y las seguirás teniendo, mescalito, jejeje... ¿Sabes? Me caes a toda madre... de veras que sí..."

Me quedé pensativo. Decidí poner la mente en blanco, y como un cosquilleo me dieron ganas de reír. Lo miré, y repetí lo que había dicho. "Oye, Juanito... Ni siquiera me conoces, ¿cómo puedo caerte bien?" Juanito Mescalero no dejaba de asentir, parecía en verdad un chiquillo. Entrecerré los ojos y me di cuenta que era una esencia húmeda, eso significaba que tenía alrededor de unos 14 años. "Jajajaja, estás mal, mescalito... tengo... cincuenta..." ¿50? "No. Sin cuenta... jajajaja" Me confundía su actitud. Nunca había visto a un mescalero de tal manera. Recordé que mi humor era bobo por naturaleza, no obstante, de alguna manera, me sentía incómodo. Fingí reírme. Para que no notara mi ánimo, le cambié el tema y le pregunté que a dónde había ido... "¿Yo?" Parecía confundido, le repetí que él me había dicho que había regresado de un viaje... "Ah, sí. Claro. Vengo del mundo oscuro... ¿Sabes? Nunca había estado en tal lugar. Los seres que habitan ese tétrico páramo, son muy hostiles... como los naguales. Aunque claro, es parte de mi entrenamiento. Jejeje, cuando te vi en aquel autobús, supe que te gustaban las historias... eres como me dijo Pablo, un cuenta cuentos, jajajaja. Dime, ¿es cierto eso?"

Me quedé con la boca abierta, ya que suprimí una carcajada. No sabía que Pablo me concebía de esa manera. "Vine a ti mescalito, porque Goyo no tiene tiempo para escucharme. Siempre quiero contarle mis experiencias en esos mundos de oscuridad, pero me dice que mejor ahorre mi energía que es pura pérdida de tiempo... dime que no es cierto, mescalito, ¿verdad?" Negué con la cabeza, no de reprobación hacia don Goyo, no para decirle a Juanito que estaba equivocado. Simplemente negué, porque algo había emergido en mis pensamientos. Mis "escapes", esos lapsos de tiempo que dedico a aquella voz distante que me une al mundo ordinario. Me sentí con mucha empatía.

"Juanito. No está mal que quieras comentarle a tus amigos, o a tu maestro acerca de tus experiencias. Pero hay ocasiones por las cuales, uno debe quedarse callado y analizar las escenas. Es un principio, y lo debes saber, si estás preparándote como mescalero". Ni yo mismo me la creía. Pero aquellas palabras salían de mi boca... Esa función no me correspondía. Por un momento analicé la escena y me imaginé que don Goyo había mandado a Juanito Mescalero a ponerme una prueba. Luego el mismo Juanito, dijo que no. Que en realidad, no había tenido tiempo de recurrir a don Goyo. Él se había marchado a esos mundos oscuros el último día que me vio en el autobús. Por otro lado, cuando habló de los mundos oscuros, me embargó una tremenda curiosidad. Yo en mi aprendizaje, jamás había visitado semejantes lugares. "Nunca es tarde, quizá algún día me acompañes a visitarlos. Son mundos grandiosos, pero misteriosos".

Le pregunté cuál era la finalidad por lo que don Goyo había elegido esa tarea para su aprendiz. Juanito sonrío y dijo que se lo otorgaron porque descubrieron una enorme imaginación en él. No sé por qué, pero me vino a la mente una frase... "El mundo de las ideas..." Juanito Mescalero me describió aquellos mundos, como si se encontraran en un mapa. Me sorprendí sobremanera que me dieron ganas de visitar aquellos lugares. Juanito esbozó una sonrisa, y dijo que al parecer los árboles reverdecían, y que el lugar volvía a tomar color. Asentí en que tenía toda la razón. Luego apuntó con un dedo a un árbol, y vi aquella corteza. Caminaban hormigas sobre aquel árbol mutilado. Una mancha oscura emergió de aquel árbol. Miré para asegurarme que no hubiera gente alrededor: ningún alma. Juanito Mescalero me sacudió del hombro y me tendió la mano: se despedía. Nos volveremos a ver en otra ocasión, mescalito. Yo asentí, y Juanito atravesó aquella mancha. ¡Era un portal! Me levanté y vi cómo desapareció a través del árbol.

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viernes, 16 de noviembre de 2007

8 mescaleros

Después de ver que el taxi de Erika se alejó, miré la bolsa con el libro de Madame Bovary, y continué caminando sobre la avenida Héroes, con la decodificación de mis pensamientos. Nuevamente sentí que alguien me seguía. Pensé que aquel dolor de cabeza que se había liberado, era el factor que me hacía sentir paranoico. Aquella presencia la había sentido incluso cuando salimos de la librería, sólo que no quise mencionarlo, por el temor de asustar a Erika. Aceleré más el paso para dirigirme al paradero de autobuses que está ubicado en el mercado. Mis pensamientos se desvancieron y tenía ganas de virar para encontrarme con aquella esencia que me seguía los pasos.

Caminé entre la multitud. Notifiqué la hora en los relojes de pared que tenían en exhibición, eran las 11: 45 am. Cuando llegué al paredero, me dí cuenta que había llegado a tiempo. Aún no se iba el autobús. Abordé y le pagué el pasaje al conductor. Intenté ver por la ventanilla si pasaba aquella esencia, mientras me buscaba un asiento. Me senté y miré a toda la gente que iba de un lado a otro; vendedores ambulantes pregonando; y los charcos de lluvia que hubo en la mañana daban una extraña sensación de perder el pensamiento nuevamente. El autobús comenzaba a moverse; yo miraba a través de la ventanilla, en realidad tenía la mirada perdida, porque brinqué cuando sentí que alguien se había sentado a mi lado. Fue un choque ligero, y sé que mi cuerpo reaccionó de tal manera ya que estaba en guardia. El que se había sentado a mi lado era la esencia que me venía siguiendo. "Por poco y no alcanzo el bus..." dijo musitando y como invitando a la conversación.

Miré aquel hombre. Realicé rápidamente un escrutinio: tenía un sombrero texano, gafas de sol; su edad posiblemente era alrededor de los cincuenta años. "Deja de pendejear quieres..." me dijo con toda seriedad, y yo me quedé sorprendido. Era obvio que aquel tipo me conocía, por eso me seguía. Sin embargo, no podía reconocerlo. Quizá por las gafas de sol. El tono de voz me dio una idea de quién se trataba, pero no soporté perseguir ratones dentro de mi cabeza. Así que estaba a punto de levantarme de mi asiento y cambiarme de lugar cuando el señor me detuvo del hombro.

"Siéntate, siéntate. No te asustes hombre. Eso es lo malo contigo, sabes que tienes las respuestas dentro de tu mente, y lo pones en duda. Sé que te recomendaron poner en duda todas tus conjeturas, pero creo que te estás pasando de la raya. Abusas de tu idiotez..."

Increíble. Me dejé llevar por sus palabras y me di cuenta que aquella persona era don Goyo. Nunca había tenido oportunidad de platicar con él, porque no tenía ninguna función para mí, sino para otros mescaleros, y esa función consistía en ser el director de los mitotes. De repente, dejamos de conversar. Don Goyo miraba hacia el pasillo, quizá observando el camino de frente. Escuché su voz, y cuando viré a verlo, me di cuenta que no estaba moviendo la boca, sino que su voz la estaba escuchando sólo en mi mente.

"Tus amigos me hicieron venir a verte, porque presienten que necesitas ayuda de veteranos." Iba a preguntar quiénes eran, cuando vi a la izquierda de don Goyo a Efraín y a Fernanda. Me saludaron. Recordé que eran aprendices de don Goyo, iba a saludarlos, cuando aquel don, me dijo que no los mirara. Que era mejor que concentrara mi vista en otra cosa. "Sí, aquí están presentes algunos de tus amigos, si quieres buscarlos, cierra los ojos y verás..." Accedí y súbitamente empecé a sentir un extraño calor. Ubiqué la esencia de don Goyo que lo tenía a mi lado, luego el de Efraín y Fernanda. Eran unas esencias diferentes que no había tenido la oportunidad de apreciarlas, eran fríos. Escuché la voz de don Goyo justificando que aquellas esencias eran frías debido a que eran guardianes. Luego mi concentración siguió buscando, ubiqué dos esencias muy conocidas, eran cálidas. Sí. Eran Pablo y Yolanda. Yolanda estaba detrás de don Goyo y Pablo detrás de Fernanda. Sin embargo, habían dos esencias que pueden calificarse como húmedas. Aquellas esencias las desconocía totalmente. Estaban sentados en los asientos con ventanillas y acompañaban uno a Yolanda, y otra a Pablo. Entonces ellos eran los que habían solicitado a don Goyo para conversar conmigo.

"Sabes que algunos mescaleros acceden a estas cosas, no todos. Estamos aquí vigilándote, por las acechanzas de aquellas sombras. Sí, estás sentenciado para enfrentarte con una de ellas, y supongo que ya sabes el por qué..."

Le dije que aquel enfrentamiento era para que yo alcanzara mi totalidad y convertirme en un mescalero completo. Don Goyo asintió. "Así es. Sólo que hay pequeños detalles que aún no se complementan. La llegada de tu testigo y tu férreo entrenamiento. Has olvidado la ley de los mescaleros y te has concentrado en búsquedas ajenas, yo díría que pierdes el tiempo. Porque sé que no estás ubicando a la Huizache. Sino que te dejas llevar por extrañas pasiones. Concéntrate en lo que tienes pendiente. Deja de estar jugando como un chiquillo".

Todo lo que me decía don Goyo pasaba en mi mente como vagos recuerdos. Y me di cuenta que el sermón que me estaba dando lo cotejé con los golpes que me había plantado Fidencio, allá en Oaxaca: en la cueva de las flores. "Sí, es casi lo mismo, mescalito, casi lo mismo. Sin embargo, sabes muy bien, y no me dejarás mentir, que para poder alcanzar esos falsos objetivos o pérdida de tiempo como yo diría, necesitas alcanzar tu totalidad misma. Si no tienes esa totalidad, no lograrás nada, y todo el empeño que le pongas a tus quehaceres serán en vano".

"Sé que andas tras un objetivo insano. Yo diría que aunque lo encuentres no lograrás nada, será una victoria efímera. Sabes muy bien a lo que me refiero, mescalito. Concéntrate en tu entrenamiento, que es lo único que tienes por el resto de tu vida. Quizá dentro de unos meses tu llamado surgirá. La niebla en tu ojo seguirá apareciendo, y no lo tomes como tortura. Recuerda que a un mescalero nadie lo mueve ni lo presiona".

Le dije que me parecía contradictorio todo lo que me decía, ya que el llamado y el testigo eran las señales para mi futuro encuentro con la sombra, para alcanzar mi totalidad. Don Goyo guardó silencio por unos minutos y luego dijo:

"Actúas como un ser ordinario. ¿Por qué quieres dejar todo hasta el final? Si no empiezas a entrenarte, si no recorres de nuevo el sendero del mescalero --que ya no lo tienes consciente para aplicarlo--, jamás podrás moverte más allá de los linderos de lo desconocido..."

Don Goyo se levantó. Me dijo que cerrara los ojos o que leyera el libro que tenía en las manos. Iban a bajarse del autobús. "Ah, por cierto. Deja de preocuparte por nimiedades. Los regalos son sólo regalos. Nosotros si tenemos la oportunidad de dar un regalo, es porque lo tenemos a nuestro alcance. No tienes por qué ser tan dramático. Algunos dan sin esperar una recompensa. Si sientes que esa persona realiza un acto por esperar una recompensa, o se lo devuelves o mejor lo dejas de frecuentar como amistad. ¿De acuerdo?" Los siete mescaleros bajaron por la parte trasera del autobús. Y yo saqué el móvil, estaba a punto de realizar una llamada, pero de repente algo me dijo que aún no era la hora para gastar la saliva.

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jueves, 15 de noviembre de 2007

Bibliófilos

Le había comentando (más bien creo fue presunción) a Erika sobre el libro de El psicoanalista de John Katzenbach que encontré a un precio barato y con una presentación excelente, a comparación de las otras librerías que ella frecuenta. Erika me pidió que la acompañara a mi librería favorita para ir por el libro. Accedí, y me dijo que, a las 10 am, pasara a verla a su trabajo. Llegué algo impuntual y me hizo esperarla unos minutos en el área de administración, mientras volvía de entregar unos documentos. Me dio mucha gracia lo que sucedió en su ausencia: Había una persona, creo de Coordinación en su escritorio; vi que otro fulano salió del área de Recaudación. Saludé como se debe, pero el fulano no correspondió. Por el reflejo de los vidrios me di cuenta que el de recaudación le hizo una seña al de coordinación preguntando quién era yo, el otro se alzó de hombros y ambos desaparecieron... En eso llegó Erika, y nos dirijimos a la zona centro de la ciudad. Le pregunté si ya había salido así de su trabajo; me dijo que no, que había solicitado permiso.

Caminamos por la avenida Héroes --cuidándonos de no resbalar porque las banquetas estaban mojadas--, mientras hablábamos de libros que habíamos leído; del evento de cultura que habrá en Chetumal, y de pasada, de los trabajos finales.

Cuando llegamos a la librería comenzamos a mirar todos los títulos y presentaciones. Qué libros habíamos leído y cuáles nos faltaban por leer. Me preguntó por el libro de Katzenbach, y acto seguido me dirigí al estante donde estaba; cuando lo hallé se lo presumí. Le brillaron los ojos, y luego retornó a mirar más libros. Revisamos autores como Enríquez Ureña, José Martí, Juan Ramón Jiménez, Mark Twain, Unamuno, Federico Gamboa, Louisa May Alcott, Julio Verne, etc, etc; también algunas antologías de poesía latinoamericana, obras teatrales... Recordé que en una ocasión, me había dicho que comprar libros le provocaba el mismo estímulo como cuando está en una tienda de ropa, y no poder elegir una blusa. Revisé los estantes con la esperanza de encontrar aquella edición que tenía una buena presentación de Madame Bovary: una novela que jamás he leído y que a Erika le encanta muchísimo. Encontré una presentación algo llamativa, y le dije que me llevaría esa. En realidad daban ganas de llevarse más libros, pero de saber que teníamos tantas cosas pendientes, recapacitamos en que era mejor adquirirlos poco a poco. Y al ver que no nos motivaba alguna obra más, decidimos marcharnos.

Llegamos con la dependiente; Erika hizo una expresión de sorpresa: encontramos los libros de Doris Lessing. Preguntó por El cuaderno dorado, pero no estaba y sólo había cuatro títulos de otras novelas de esa autora. Yo ya estaba sacando los billetes, cuando Erika me dijo que ella pagaba los dos libros. "No, cómo crees, Erika...", pero ella extendió el billete a la dependiente.

"Sí, que lo paguen ellos..." le dijo la joven a Erika. Yo me sonreí, y le di los billetes a Erika, pero hizo un gesto como dando a entender que la ofendía. "Creo que mejor llevaré otro libro..." "Llévalo, si quieres..." La dependiente me miró con extrañeza, porque soy cliente frecuente del lugar, como diciéndome: "¿Qué onda con ustedes dos?" Realmente me sentí avergonzado.

Erika es la única amiga a la que le gusta mucho la literatura. Comprar libros; comentar y devorar los libros como le digo, y sobre todo, si son nuevos, olerlos y disfrutarlos como aspirar una droga que te transporte a mundos no imaginados. Le comenté que cuando estudiaba en la primaria, y los maestros repartían los libros de textos gratuitos, lo primero que hacía era olerlos y encerrarme en mi cuarto con los libros de español de lecturas.

Y cuando salimos de la librería (yo que tenía la bolsa con los libros), me pidió el de El psicoanalista. Tenía ganas de oler las páginas. Le dije que exageraba, que podía esperarse cuando llegara a casa. Luego me reclamó del por qué yo había conseguido ese libro si le había mencionado que no me había gustado en lo absoluto. Nada más me sonreí. Sentí que alguien nos seguía pero no dí importancia, seguimos caminando hasta la avenida Obregón, y ahí decidió tomar un taxi de regreso a su trabajo. Yo decidí irme hasta el paradero de autobuses. Nos despedimos, y di las gracias, pero creo que no me pudo escuchar, porque tenía las ventanas cerradas.

Cuando se fue, miré la bolsa con el libro que me había regalado. Me sentía avergonzado, quizá era mi orgullo de no haber pagado mi propio libro, pero luego reflexioné y recordé a todas esas personas que me habían regalado libros: Eran realmente mis verdaderos amigos. Pero luego analizé y me vinieron en mente esas personas que sin conocerlas totalmente, me habían dado también libros como regalo. Me entró un extraño pensamiento del por qué surgía un estado de ánimo semejante por regalar algo a alguien: quizá era un estado en el que uno siente que está en deuda con alguien, la gratitud, la culpabilidad, no sé. No es necesario un evento especial, simplemente son las ganas de compartir algo con alguien. O quizá son actos de agradecimiento... pero recordé que esos eran de motivos formales.

Me fui caminando, al mismo tiempo que reflexionaba estas cosas: las sin razones. A esas personas que me habían dado tales presentes, jamás les había correspondido. Me dio un ligero dolor en la cabeza, y definí que me sentía como endeudado, como si tuviera la obligación de regresar algo a cambio...

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lunes, 12 de noviembre de 2007

Noche mulata

Pasó Dennis por mí a la casa. Cuando subí a la camioneta, lo vi de mal humor. Le pregunté qué ocurría: problemas con Angélica. Se habían peleado de nuevo. Me pidió que le acompletara para el crédito de su móvil porque tenía ganas de aclarar sus asuntos con ella. Después me dejó en casa de Nemo, ya que ahí estaban reunidos. Cuando llegué, vi a Addiel con un cartón de Laguers, iban directo por su ronda. Nemo me presentó algunos de sus cuates del vecindario: gente del Tecnológico y unos de la Universidad, pero noté que había dos chicos más, vestían uniforme del CECYTE: uno de ellos al que le apodan el Feto, ya estaba hasta las chanclas, porque decía puras incoherencias; y el final de su noche fue cuando se dirigió al baño, ahí dio el azotón: se escuchó el golpe seco de aquel chamaco. Los que estábamos presentes nos miramos con expresión grave. "De ahí no lo levantas, ticher..." le dijo (no-recuerdo-como-se-llama) al otro chico del CECYTE. Cuando remolcaron a Feto al sofá de Nemo, comencé a reírme ligeramente. El Ticher viró a verme y me preguntó de qué me reía, con la cabeza negué que de nada.

Los personajes que me habían presentado se fueron de la reunión, porque según ellos habían iniciado desde las 6 pm. Cuando llegó Addiel con el cartón, tomé algunas cervezas, y luego después de unas horas, mencioné que tenía hambre. Addiel dijo que a esta hora todo estaba cerrado: eran las 3 am. Nemo y Dennis (que había llegado) repararon que no, que hay un lugar del que nunca había estado enterado: un puesto donde venden tortas de borrego y cochinita. Fue así que decidimos ir a aquel changarro. Acompañamos a Dennis a que dejara su X-Trail, e irnos en el auto de Addiel.

Al llegar, conseguimos rápidamente una mesa; nos sentamos, pero Nemo, Dennis, Addiel y el Ticher, lo hicieron sin dejar de realizar escándalo. De repente entraron tres sujetos al puesto: uno de ellos se ve que andaba tomado, porque ya mero se resbalaba con la silla al intentar sentarse. Addiel y Dennis no fueron discretos y comenzaron a burlarse, imitando al sujeto. Escruté a uno de los tres --los tres traían la pinta de vándalos--, pero uno tenía un arete en la nariz. Vi que imprecaba por la actitud de mis amigos. Me empezó a dar mala espina, pero por alguna razón, pensé que no había problema, que si buscaban pleito, con mucho gusto se los servíamos.

Nemo que era el que estaba sentado al lado de mí, fue quien también se percató de que aquel sujeto del arete, comenzaba a tirarle bolitas de servilleta a Dennis, que estaba frente a mí. Yo esperaba que las bolitas cayeran y tocaran a Dennis, pero ninguna acertaba.

"Este cabrón tiene ganas de joder..." Dijo Nemo. Lo miré y noté que le brillaban los ojos de coraje. No sé por qué pero de repente le dije a Nemo: "Descuida. Deja que hagan lo que quieran. Cada quién en su fiesta..."

"Sí, pero ya me están encabronando, ¿qué no ves que le están tirando servilletas a Dennis?"

"¿Qué pasó?" Preguntó Addiel...

"Ya te dije que los dejes, si buscan problemas... pues somos 5, aquí se las plantamos... pero tú déjalos".

Miré al tipo del arete, y el también me miraba. Algo le susurraba a sus compinches. Luego me hizo señas de que quería que le regalara un cigarrillo. A lo que grité (aunque tenía ganas de hacerle una señal que le indicara que se largara mucho a la goma) que mis cuates ya se habían acabado la cajetilla. Y cuando Nemo lo escuchó, tomó un cigarrillo y lo encendió frente a ellos. Vi que volvieron a musitar. Yo nomás me sonreí.

Terminamos las tortas, y decidimos pedir la cuenta. Los sujetos hicieron lo mismo. No sé si Dennis lo hacía a propósito, pero dejó caer las monedas. Los sujetos se quedaron como para hacer tiempo también, quizá con la esperanza de que no veníamos en vehículo, y que al salir del lugar, nos cerrarían el paso en la calle. Para su mala suerte, nos dirijimos al Micra de Addiel, y entonces fue cuando el Tsuru de los tipos se puso al lado de nosotros. Aún no abordabamos, y cuando nos vieron con las botellas de laguer, sólo presumieron el sonido de carcacha y aceleraron para perderse en la avenida siguiente. Nos reímos y nos fuimos echando relajo. Nemo no dejaba de mirar hacia atrás: pensaba que quizá nos seguirían. Pero no pasó así.

Platicamos unos momentos en la casa de Nemo, luego nos despedimos. Dennis se fue a casa a pie, pues vive a unas cuadras de la de Nemo. Addiel nos ofreció llevar al Ticher y a mí a nuestras respectivas casas. Dejamos al Ticher en una colonia que nunca me aprendo el nombre. Me subí adelante, y Addiel le subió a la música banda. Le dije que su música me recordaba a Oaxaca, sentí una añoranza en ese momento. Pero Addiel no me respondió. Dio vueltas y noté que regresaba camino a su casa; dobló en U y se detuvo frente a un Cibercafé cerrado. Comenzó a sonar el claxón. "¿Esperas a tu primo?" le pregunté. Él asintió. Como no salía, Addiel se desesperó y mejor decidió irse. Pensé que por fin me llevaría a casa. Eran las 4: 30, y yo pensé que aún tenía algunas horas más para dormir. Ya íbamos sobre la avenida Insurgentes, mientras él cantaba. De repente se metió al estacionamiento de la plaza, y pasó lentamente entre los bares. Buscando quizá a alguien. Yo supuse que a su primo.

Salimos de la plaza, y pensé que tomaría de nuevo la avenida Insurgentes rumbo a mi casa, pero no fue así: la tomó en dirección a su colonia. No dije nada, a lo mejor quería que lo acompañara a algún lugar, quizá por su primo. Pero luego noté que llegamos a su calle. Se estacionó; se bajó del auto... y yo hice lo mismo. Me vio y me preguntó: "¿Qué? ¿No irás a tu casa?"

"Pensé que me llevarías..."

"Me lo hubieras dicho..." Quedé confundido. Volvimos a subirnos y ahora sí me llevó a casa. Le pregunté si todo estaba bien. Me dijo que sí. Le pregunté si se durmió por unos instantes. Me dijo que no, que no había problema. Entonces qué ocurrió. Le confesé que me había asustado sobremanera, debido a que nunca me había hecho esto.

"Pues ya tienes una historia... cuenta que el Mulato no andaba en sus cabales..."

Me sonreí y Addiel le subió a la música. Miré la hora: 5 am. No sé, pero me sentí un ser invisible por unos instantes.

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domingo, 11 de noviembre de 2007

Ella es...

Ha caído la noche. Caminas por la húmeda calle, y la tenue luz de los faroles intenta revelar tu silueta. Juegas con las sombras creando figuras desconocidas. Ríes como niña y corres hasta provocar que la noche retroceda y se vuelva ocaso, que el ocaso se vuelva mediodía, que el mediodía se vuelva amanecer. Estás en la cama, despertándote; estirándote como un minino. Decides como todos los días crear un arco iris, y que el alba entre por tu ventana. Acaricias tu cabello. Y te abrazas para descubrir tu calor interno. Abres tu cofre y escoges un vestido, el más elegante. Sales al patio; subes al techo; te fijas que nadie te invada. Miras al cielo, y dejas que el viento te eleve el cabello. Te percatas de que el cielo, de repente, se ha nublado; escuchas los truenos. Llueve. Y el vestido que llevas puesto comienza a brillar. Te elevas, eres un ser luminoso y combates contra lo incierto. Tu cuerpo es una estrella luminosa, y tus ojos tienen el brillo del fuego. Es una extraña energía la que te envuelve. Provocas una sensación de querer romper los límites de lo conocido. Invitas a descubrir mundos nuevos. Hay algo que es inevitable, y sé lo que es: son tus ojos. Esa mirada penetrante. Esa sonrisa que se dibuja día y noche, y que sabes que está ahí esperando emerger para suprimir el silencio que amarra la luz que quiere iluminar tu corazón. Hay música en tus venas. Una melodía hipnotizante, cadenciosa. Te hace mover entre los fulgores de la luna. Despiertas a un ser alado, un ser hermoso que se eleva hasta la bóveda celeste y que juega con las estrellas. Con una sonrisa coqueta, inicias juegos desconocidos que a pesar de ser riesgosos, te armas de valor y creas una armadura incapaz de quebrarse ante la gélida noche. Retas a los entes más horribles, y aunque no lo creas, sales airosa, ganas la victoria. Hay un grito capturado en las paredes. Poco a poco se resquebraja aquella habitación. ¿Quién eres? ¿Quién te ha dado ese poder? Pocos tienen la dicha de ser un ser luminoso. De tener ese poder para ser tan fuertes. Ese poder es tuyo. Es un arma. Eres más que un ángel, eres una guerrera. ¿Por qué te digo esto? Sé que todo esto ya lo sabes. Soy yo el que está admirado.

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viernes, 9 de noviembre de 2007

Algeo alsi

Cuando desperté en la mañana, recordé un pequeño párrafo de José Luis González. Me dirigí a aquella página, era el cuento "¿Qué se hicieron los aztecas?" y subrayé: "No es reproche, no: bien me consta cuánto ha ayudado a salvarme del tedio de la vida el prurito redentor de las mujeres. Entre las de aquella orilla, sobre todo, era mi falta de sentido práctico lo que solía atizar su vocación protectora. ¡Cómo se esforzaron casi todas por enseñarme a vivir con lo pies en la tierra! Las que no lo hicieron, y podría jurar que no sumaron multitudes, fueron sin duda las que nunca aspiraron a adueñarse de mi desatentado corazón." Reí, en qué estaba pensando en esos momentos. Luego me vino la escena de aquella noche...

Aquella noche... ni sé cómo llegamos a ese lugar... el aire estaba fresco, quizá frío para nosotros. La miré. Ella sí sentía frío al parecer: Tenía su chamarra de mezclilla; las manos dentro del pantalón, y la mirada perdida, supongo observaba el césped de aquel parque mientras caminábamos. Yo no cargaba nada para soportar aquel aire, sólo me dejaba llevar por el olor del césped recién podado. Aquel aroma me hizo despertar mi sentido del olfato, y percibí su perfume. Al caminar, había situaciones de silencio, y luego de conversación. Temas no interesantes, siempre académicos.

Ella me dijo a manera de comentario que ya iba a la mitad de su tesis. No sé si era necesario reír cuando mencionó que su asesor en vez de hacerle críticas, le daba libros y más libros. Me llegó un olor a fresa, y recordé lo que había musitado cuando desperté: "el día tiene un olor a fresa..." Sonreí para mí mismo, y Ella al verme, preguntó: "¿Qué sucede?" Negué con la cabeza.

Había algo que me había sucedido antes de esto. Asistí a una fiesta infantil, cosa que no había hecho hacía mucho. Fue el cumpleaños de la hija de mi prima. Y no sé si fue un espejismo, pero ahí estaba Ella, motivando a los niños a hacer fila para romper la piñata. La misma sonrisa, los mismos ojos, el mismo cuerpo, quizá el mismo tono de voz. El carácter, la edad... a lo mejor no eran los mismos, pero para mí era Ella... ¿Tenemos un gemelo en este mundo? ¿Algunos son fabricados con el mismo molde y colocados en distintos estilos de vida?

Apresuramos el paso como para jugar competencias de atletismo, sólo para llegar a los columpios. Al sentarnos, Ella seguía con las manos en los bolsillos; seguía mirando el césped. Me sorprendía sobremanera. Yo suelo a veces perder la mirada en el vacío y redactar todo lo que me llega a la mente, pero en ese momento no cargaba mi bloc de notas. Sólo tenía la memoria para rescatar lo más significante de aquella noche. "¿Escribes?"

Solía hacerlo, ahora ando en proyectos y trabajos finales que me impiden retornar a imaginar y crear universos. Recordé que un profesor me dijo que para él escribir una novela era demasiado complejo porque implica construir un mundo para los personajes... la historia, ese es el punto básico para escribir. "No es fácil escribir, ¿verdad?" Le dije que cada quién tiene distintas capacidades y pasiones diferentes... "No me hagas caso, sólo escribe el que siente que puede, la verdad ya ni sé..." Sonrió. Sólo dibujó una sonrisa y se desvaneció.

Sólo eran charlas breves, como de todo ser metafísico que arriba intempestivamente a mi mundo. "¿Metafísico? ¿Crees que soy alguien metafísico?" Me preguntó. Yo miré el césped. Soy un imbécil, pensé. Negué con la cabeza. Lo que quiero decir es que cuando te encuentras con una persona, la percibes como un ser homogéneo, pero a través del tiempo lo vas descubriendo, analizando parte por parte como un rompecabezas, hasta darte cuenta que siempre había sido un ser heterogéneo. Sonrió y meneó la cabeza con reprobación... "Loco..." musitó y la alcancé a oír. Ahora era yo quién reía. Quise cambiar de tema rápidamente y le pregunté si tenía frío. Asintió.

"Aunque esto no es nada, sabes, he estado en lugares más fríos... 20 grados no es nada, y mírame, ya estoy tiritando..."

Le dije que tenía razón, bueno, eso se debía a que Ella ya estaba adaptada al clima del Caribe. Una vez sentí un frío que ni poniéndome más abrigos encima podía frenar. Lo recuerdo, sí, fue en San Andrés, Putla, en Oaxaca. Había salido en la madrugada para abordar el autobús... Bostezó. Mejor me quedé callado. Me preguntó la hora, y sin mirar mi móvil, le dije que ya era tarde. "Ah, entonces, es hora que me vaya a casa..."

Se levantó del columpio. Me sonrió y me dijo buenas noches. Le correspondí, y se alejó. "Nos vemos..." y me quedé sentado en el columpio, viéndo que se alejara.

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miércoles, 7 de noviembre de 2007

Palabras huecas

Rosaura Barahona


Alguna vez dije en esta columna que he aprendido mucho sobre México y los mexicanos gracias a los extranjeros que nos visitan. Para quienes vienen con otras costumbres y tienen otra cosmovisión, las cosas que nosotros percibimos como obvias no lo son tanto.

Durante muchos años me ha tocado trabajar con profesores visitantes y todos ellos se extrañan ante las cosas lejanas a su cultura. Sin embargo, algo en lo que todos coinciden es en la desaparición que les provoca la habilidad (¿defecto?, ¿capacidad?, ¿enfermedad?) de los mexicanos para entender y generar dobles mensajes.

El lector recordará que en el doble mensaje se dice una cosa y se entiende otra (pero quien la dice y quien la escucha lo saben). Quizá todo empieza con el "no te va a doler" que antecede a la primera inyección infantil. O con el: "Ahorita venimos, vamos al doctor", que los padres utilizan para engañar al niño. El niño aprende el significado real de tales enunciados, no lo que sus papás quieren que entienda Y de ai pa'l real.

Los dobles mensajes los usamos en todos lados y a todas horas: en lo social, en lo académico, en lo administrativo, en lo comercial, en lo político, en lo deportivo. Los mexicanos no estamos acostumbrados a hablar con la verdad en la mano. Casi siempre la presentamos como una píldora dorada, como una parábola barroca e incomprensible o como un texto lleno de eufemismos que busca dar a entender pero no decir.

Por eso nos parecen tan rudas las culturas que dicen las cosas como son. No reconocemos que si aprendiéramos algo de ellas, nos ahorraríamos litros de saliva, millones de horas hombre, toneladas de papel y simplificaríamos nuestra existencia porque no habría que interpretar ambigüedades sino textos claros.

La tarea no es sencilla. Imagínese usted que en algo tan simple como una llamada laboral, usted tomara el teléfono y al escuchar la voz del otro lado preguntara si se había o no informado tal contrato. Su contraparte le contestaría de mala gana y empezaría a gastar energía pensando por qué lo trataba usted con esa frialdad. ¿Estaría enojado, ofendido, molesto? ¿Sabría usted algo que él ignoraba? ¿Lo irían a correr y por eso ya no lo saludaba antes de preguntarle algo?

Así es nuestra cultura: desperdiciamos no sé cuánto tiempo en fórmulas de cortesía que nada añaden a nuestra eficiencia ni a nuestra productividad (aunque sí a nuestro buen ambiente de trabajo porque si no ¡imagínese!).

El Presidente Zedillo aconsejado por sus asesores de imagen ha decidido ofrecer conferencias de prensa periódicas. En ellas los periodistas, muy a la americana, pueden hacerle preguntas directas sobre tal o cual tema. El Presidente contesta personalmente. El problema es que en gran medida contesta con el doble discurso que va implícito en todo texto político mexicano.

Los malosos, los sacadólares, los saqueadores, los extranjerizantes, los oscurantistas y los mensajeros del pasado son sólo unas cuantas expresiones que no significan, significaron ni significarán nada en este amado País porque se trata de que nosotros --el Pueblo-- entendamos que nuestro Guía (con mayúscula) sabe quiénes son pero no nos lo puede decir porque todavía estamos muy chiquitos.

El carpintero nos dice que volvamos mañana por la silla reparada. Nosotros volvemos a la semana porque sabemos que mañana no estará. A la semana nos pide que volvamos mañana y caemos en una especie de espiral viciosa de la que sólo salimos cuando nos peleamos con él o nos llevamos la silla. En el mercado nos ofrecen las cosas a un precio superior porque saben que regateamos. Si no regateamos los vendedores se sienten desilusionados. Y si no nos hacen una rebaja (que no lo es), nosotros no compramos. Pero cruzamos el Río Bravo y a nadie se le ocurre regatear (a menos que los vendedores sean latinos o chinos, lo cual hace suponer al mexicano ipso facto que le quieren ver la cara).

Ocuparse de estos vericuetos del lenguaje en un momento tan crítico para el País puede parecer una frivolidad. No lo es. Y no lo es porque de los significados ocultos que subyacen en nuestros textos más simples, depende en gran medida nuestra condición actual.

Seguimos sin saber cuál fue el error de diciembre pero como no podemos entenderlo, en vez de reconocer la frustración que eso nos provoca y la impotencia en que nos hunde, lo agarramos a choteo. ¿Será porque la cultura popular dice que los mexicanos nos reímos de todo? Quién sabe.

Lo que sí sabemos es que gracias a estas ambigüedades lingüísticas seguimos nadando en un mar de palabras huecas que ahuecan nuestro espíritu. Nadie puede cultivar su parcela si no conoce el tipo de tierra que hay en ella. Y nosotros ni siquiera sabemos qué terreno pisamos.

Las conferencias de prensa del Presidente son, en principio, algo positivo. Esperemos que paulatinamente el lenguaje que impere en ellas sea directo y claro. Sólo así tendrán sentido.


El norte,
martes 27 de junio de 1995

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viernes, 2 de noviembre de 2007

Janal Pixan

Escucho ladrar a los perros, cosa que me hizo levantarme de la cama; estaba a punto de dormirme. Aquellos ladridos continuos me hiceron recordar lo que me decía mi padre en estas fechas, cuando yo era un niño: "No te asomes, quizá no sea nadie al que ladran los perros. Posiblemente sea el Mal aire." Los perros tienen la capacidad de ver a los muertos, según me han enseñado. Pero, para mí esas historias salen sobrando. Son sólo para asustar, y quizá, tengan algún motivo. Aún así me dirijí a la ventana de la sala para verificar quién andaba por ahí.

De regreso a mi habitación, miré la fotografía de mi abuela materna: Zoila Susana... En estas fechas, sólo me queda recordarla entre flores de cempasúchil, olor a incienso y con la débil iluminación de unas veladoras. Murió en el año de 1987, de 62 años. Su muerte para mí siempre ha sido un misterio, ya que murió en Oaxaca, lejos de nosotros. Lo único que sé es que murió de cáncer o de una infección de una herida, después de una operación. Me vino a la mente su historia, porque es a la única a la que le colocamos su altar de muertos en casa. Luego miré la fotografía que mi madre denomina: "la generación de los Ek." Una foto en la que estoy en un sillón rojo posando con mi bisabuelo Fabián, mi abuelo José, y mi padre. Mi abuelo aún vive, y platico poco con él. Me sorprende que cuando platico con él, siempre me trata de "usted". Pero, al que aprecié más en la fotografía fue a mi bisabuelo. Él murió en el 2001, diré que de muerte natural. Mi bisabuela Basilia, al siguiente año. No asistí a su funeral, de hecho, nunca he asistido a los funerales. Recuerdo que una vez le pregunté a mi padre el por qué no le poníamos un altar a mi bisabuelo, me dijo que porque aún estaban los hijos, esa era la razón principal.

Me recosté sobre la cama, y cerré los ojos. Un aire gélido corrió por mi habitación. Sentí una enorme sombra de pie frente a mí. Quise moverme, y cuando lo logré me vi de pie en la Sabinera, un hermoso lugar. El aire seguía frío. Me di cuenta que así de repente había sido transportado a Tonalá. Era de tarde, el ocaso se lograba percibir. "La puesta del sol es el momento mágico, es el momento en que lo misterioso abre sus puertas, diré que es el momento en que la vida y la muerte se encuentran..." viré para buscar aquella voz. Un bulto caminaba entre las sombras de los sabinos. Era mi abuela materna, la reconocí, tenía un vestido largo, y un rebozo que le cubría la cabeza. No le pude ver los pies, pero supongo que flotaba, porque al acercarse a mí lo hizo con una velocidad no muy común.

"Mira..." me dijo al acercarse a mí. Busqué hacia lo que quería que observase. Era un montón de gente. "Son almas..." Entre esa multitud estaban sentados mis bisabuelos paternos... mi bisabuelo estaba sentado en una enorme raíz, y mi bisabuela Basilia de pie. Me sonríeron, y escuché que me gritaron: "¿Bán k-binel k-jant bejele'?" No supe qué responderles. Y escuché claro la voz de mi bisabuelo, era débil: "¿Bix yanil koolo'ob, ts'o'ok wáa uk'antalo'ob?" Quise acercarme a ellos, pero mi abuela me detuvo, me dijo que no podía acercarme a ellos porque ellos no me habían citado. Me sentí extrañado. Volví a verlos, parecían tristes. Escuché que mi bisabuelo le dijo a mi bisabuela: "Je'elili' k-ilike'", y ella me gritó: "Kex ma' in k'aójeleche' in wojel máaxech..."

Mi abuela me preguntó que qué me habían dicho, yo fingí no haber entendido. Mi abuela me dijo que me había citado para contemplar juntos el ocaso del día. "Sé que andas aturdido en estos momentos, estás atravesando lugares que nunca creíste recorrer, pero no es para que te desanimes, sabes muy bien... sé que lo tienes presente, nosotros te estamos protegiendo, tanto como tus bisabuelos como nosotros..." Vi que otra persona se acercó, tenía el rebozo cubriendo la cabeza también. Era mi bisabuela materna Dolores. Hice una inclinación con la cabeza en señal de respeto. Mi bisabuela Dolores me sonrió.

Ella murió en 1977, lo sé... y luego escuché cascos de caballo. Supuse que aquel que montaba el caballo era mi bisabuelo Vicente. Quise caminar hacia él para saludarlo, pero mi abuela me detuvo nuevamente, al parecer no podía moverme de aquel lugar... "No puedes acercarte a ellos, imagínate si mi padre te dejara montar el caballo..." Mis dos abuelas comenzaron a reírse... Mi abuela me dio unas palmaditas en la espalda, y me tranquilizó. Me dijo que le había dado gusto de que la recordara. Yo le dije que mis ancestros siempre están presentes en mi corazón, en mi memoria. Que siempre los... y me quedé de pie solo en la habitación. Vi mi cara reflejada en el espejo, me veía muy diferente... vi la hora, era tarde, y apagué los veladoras. Me recosté en la cama y susurré... "Siguen en mi memoria, siempre..."

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