domingo, 23 de septiembre de 2007

Un don/una maldición

Era mediodía cuando llegué a la casa de Yolanda. Ella estaba en el patio, viendo las nubes pasar; sintiendo el calor del sol y la brisa. Cuando llegué cerca de ella le saludé y me dijo que callara. Una calandria empezaba a cantar. No sabía que a esta mujer le fascinara apreciar la naturaleza. "Hoy es un día agradable, ¿no crees?" Nunca había visto a Yolanda con actitud tan amable hacia mí. Le dije que el día era relativo como todos los días. Me preguntó que qué me había traído nuevamente a los rumbos de la soledad. Le dije que necesitaba ayuda. Le comenté acerca de mi encuentro con los guardianes y con la noticia de que don Pascual había resultado ser un desafiante. "¿Quién es don Pascual?" Le expliqué todo acerca de aquel hombre, desde su primera aparición. Pablo ya me había advertido antes sobre él. Sin embargo, no sabía exactamente a lo que se refería, pero ahora, saber que un desafiante invade mi vida, me llena de tanto coraje.

"Así que te avisaron de tu futuro encuentro con la sombra. Vaya, cómo avanza el tiempo..."

A pesar de que Yolanda no le sorprendió la descripción del desafiante, le dije que algo estaba cambiando en mí, y que necesitaba urgentemente hablar con un mescalero con más experiencia. Obviamente, Yolanda no sabía nada acerca del paradero de don Celestino, nuestro único vínculo. Pregunté por doña Alvina.

"Doña Alvina es polvo en el camino, mescalito. Se ha ido para siempre, nada la hará regresar. Espero que tengas aún en la mente lo que te dijo la última vez que se vieron..."

Le dije que todavía tenía memoria de mi último encuentro, pero que el consejo aún no lo había aplicado al 100%. Revelé mi verdadera tribulación: Estoy empezando a comprender muchas cosas. Quizá sea que mi intuición se está agudizando. Las respuestas... las encuentro a través de mis sueños. Puedo descifrar cualquier señal...

"Entonces alcanzaste por fin la sensibilidad que Loreto te había pedido. Puedes descifrar las señales, eso es bueno, y a la vez malo. Es un don y una maldición".

El tema de la sensibilidad, lo había olvidado. Si ella tenía la razón, significaba que podría volver a ver a Loreto. Yolanda no se inmutó por mi deseo, sino que me explicó que después de todo, yo había cambiado de enemigo, es decir, mis miedos por fin habían desaparecido, y tras esto había alcanzado la claridad. Este es un nuevo enemigo. Me dijo que todas esas respuestas que me venían a la mente me daban una cierta seguridad y que las preguntas contestadas como tal, me daban una oportunidad para actuar sin titubear. Sin embargo, ese mismo poder me provocará a futuro comportarme con cierto exceso de confianza, lo que podría provocar una terrible elección a la hora de realizar mis actos. Entonces la claridad había llegado a mí, que me tuviera cuidado con ella si es que no quería colapsar por mí mismo. Le pregunté si ella misma había pasado por lo mismo. Me dijo que no, porque ellas como mujeres tienen una intuición más refinada que la del hombre, en cambio nosotros los hombres, nos sorprendemos de lo que desciframos, y actuamos como unos idiotas. Pero para un nagual, ese efecto no dede existir.

Me dijo que para poder haber desarrollado esta nueva habilidad, tuve que enfrentarme con un extraño amor. No quise entrar en detalles, preferí olvidar todo lo sucedido, pero le confesé a Yolanda que tenía toda la razón, eso había sucedido. Sin querer había atravesado por ello. ¿Era necesario entonces esa fase? Yolanda y yo llegamos a la conclusión que sí era necesaria.

"Recuerda lo que somos".... la correjí: "Quiénes somos, dirás. No somos objetos".

Me dijo que los mescaleros somos seres que usamos a la gente, y que así como las usamos, no debemos sentirnos ofendidos a la hora que nos usen. Le reproché que eso era lo más inhumano que había escuchado. "Usar" a la gente es lo más cruel, lo más insensible, lo más grotesco. Yolanda comenzó a reír. El hombre corriente se preocupa demasiado por querer a otros o por ser querido por los demás. Un mescalero quiere; eso es todo. Quiere lo que se le antoja o a quien se le antoja, sin más, porque sí.

"No, Yolanda. Están mal, esas son puras estupideces... yo realmente amé. Que no se haya dado la oportunidad de demostrarlo... No. Me niego a eso. Yo no quiero por querer. Yo no soy así..."

"Aún no te recuperas de tus heridas, mescalito. Tienes el pensamiento fuera de sus cabales. Cuando te recuperes, será la señal para tu encuentro con la sombra, y... Pronto aparecerá tu testigo, ya lo verás".

Tuve que respirar y controlar mi furor. No es verdad lo que yo había hecho. Yo realmente sentí, incluso vi la vida de otra manera, había nacido una esperanza para mí... Surgió una voz de mi interior: "¡Cálmate y escucha!" Miré a Yolanda y me dije que después de todo, ella estaba al tanto de mi encuentro. Me dijo que es la obligación de todo mescalero, que ese sendero ya está en nuestro itinerario. Que mi testigo aparecerá sin necesidad de que yo lo busque. Y que por el momento lo que tengo que hacer es perfeccionar mi espíritu. Que siga practicando con mi claridad, hasta que tenga dominio sobre ella. "Rompe tus rutinas, sé que crearás nuevas, pero no las conviertas en un ritual".

Un mescalero se prepara incansablemente a través de una férrea disciplina; fortalece su cuerpo y perfecciona su espíritu; su campo de batalla es el mundo y la vida cotidiana.

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