miércoles, 12 de septiembre de 2007

Los guardianes

Caminaba entre la multitud e intentaba pensar en mis asuntos académicos. Tenía un enorme vacío en el estómago, y ya sabía la causa. Era difícil asimilar, o más bien, darme cuenta qué fue lo que había provocado tanto desdén. Quizá sabía la respuesta, pero me negaba a creerlo. Intenté pasar a un estado eufórico, que todo lo que me había sucedido era por alguna razón sana. No. Mi pesimismo era más elevado. Algo me decía que yo era el problema de todo. Al darme cuenta, sentí que estaba a punto de tropezar. Así que decidí sentarme por un momento en algún lugar, para poder meditar. Entré a un pequeño lugar donde venden aguas frescas. Miré las pocas mesas. Había una pareja platicando alegremente. Un joven mandando mensajes por su móvil. Era excelente. No había ninguna mala señal. Pedí un enorme vaso de agua de tamarindo, con la esperanza de mitigar mi dolor.

Dejé la mochila en la otra silla. Y me senté a reflexionar. Di algunos sorbos al agua, y sentí una acidez corroer mis intestinos. Pensé en las asignaturas, qué lecturas tenía qué revisar. Algunas fotocopias pendientes. Y de repente, una voz interna atravesó en mi mente "¡YA BASTA!" Reincidí en aquel sentimiento de duda, y me interrogué: "¿Qué hiciste?"

Un vaso se atravesó en mi mirada. Miré para ver quién había puesto su vaso en la mesa. "Hola", era el joven que estaba mensajeando en su móvil. Lo miré con sospecha. Cuando entré no tenía la más mínima noción de que alguno se levantaría y vendría hacia mí. Se sentó frente a mí, y se presentó: "Me llamo Efraín. Je, estoy esperando a una amiga. Decidimos vernos aquí, pero al paracer les gané a ambos. Creo que soy más puntual, eh..."

Levanté las cejas, fingiendo admiración por el muchacho. "Ya, mescalito. Quita esa cara. Te tomas las cosas muy en serio". Me quedé sorprendido. Miré su cara intentando buscar alguna referencia. Si me conocía, dónde lo había conocido o más bien, de dónde me conocía. Di un sorbo a mi vaso. "Sí. Ya libera a esos espíritus errantes. No ganas nada con convocarlos o retenerlos día y noche. Déjalos vivir. Y concéntrate en lo que has perdido. Necesitas recuperar tu espíritu de competencia".

Me sonreí. Ya no me era nada novedoso que alguien se me acercara, que supiera mi nombre y me dijera lo que tendría qué hacer. "Bien, Efraín. Quién te manda y a qué se debe la reunión. Dijiste que esperas a alguien. Y al parecer, estoy incluido". El muchacho asintió. Miró su móvil y dijo: "ya no debe tardar..." "¿Quién?" "Fernanda, ¿Quién más?"

Efraín me dijo que son aprendices de don Lalo, aquel anciano que reconocí en el mitote. Que estaban reuniéndose porque son de la misma calaña que yo, y que simplemente querían conocerse en persona, ya que don Lalo les platicaba de que yo ya "caminaba solo". Sin embargo, me metía en cada problema, en accidentes, como lo denominamos los mescaleros. Un mescalero nunca está disponible; nunca está parado en el camino esperando las pedradas. Así corta al mínimo el chance de lo imprevisto. Lo que tú llamas accidentes son casi siempre fáciles de evitar, excepto para los tontos que viven por las puras. Pero según yo, estaba dejando ser atacado por cualquier infortunio.

Retomé el concepto de competencia. Cierto estaba volviéndome más mórbido. Pero a pesar de eso, aplicaba lo que todo mescalero tenía qué hacer. Un mescalero actúa como si nunca hubiera pasado nada, porque no cree en nada, pero acepta todo tal como se presenta. Acepta sin aceptar y descarta sin descartar. Nunca siente como si supiera, ni tampoco siente como si nada hubiera pasado. Actúa como si tuviera el control, aunque esté temblando de miedo. Actuar en esa forma disipa la obsesión. Sobrevivir y morir a cada momento lo había hecho parte de mi vida cotidiana. Efraín me preguntó por cuantas veces había "muerto", le dije que tres ocasiones. El muchacho silbó y me dijo que él jamás había experimentado la muerte. Que su maestro le indicaba que era una pérdida de tiempo.

En ese momento llegó Fernanda. Una chica morena, de cabello rizado. Sentí un extraño escalofrío. Un terrible temor. Si era una mescalera, era la misma esencia de Magaly, una futura Huizache. La chica nos saludó. Tuve que quitar la mochila de la silla para que se sentara. Y Efraín se levantó para pedir un vaso de piña colada para Fernanda. Se presentó conmigo una vez que había tomado asiento. Y estaba a punto de platicar cuando sonó su móvil. Se quedó en silencio esperando que el que se comunicaba saludara. "¿Sí?" - "Hola, Fer, ¿cómo estás?" (la voz se escuchaba clarita) - "Bien, ¿y tú?" - "Ya sabes, saludando..." - "¿Se te ofrece algo en especial?" - "No, sólo quería escu..." - "Mira, si no tienes un verdadero motivo para llamarme, no lo hagas. Disculpa, pero estoy en una reunión importante, bye..." y colgó Fernanda. Me quedé anonadado por su actitud. Fernanda me pidió que quitara ese gesto de imbécil. Le confesé que no me gustó su actitud con su amigo. "Disculpa, pero estoy harta de que me llame ese tipo".

Le dije que un mescalero no se enojaba por nimiedades. "Cierto, pero estoy en mi derecho". La chica detectó mi empatía por su contacto. "Apuesto a que te sientes mal si te cuelgan, jajajajaja..." Le dije que pocas veces uso el móvil para llamar a alguien. De hecho tenía pocos años de adquirirlo y acostumbrarme a él. Efraín llegó con el vaso de piña colada. "¿Has conocido a alguien especial, mescalito?" me preguntó el joven al sentarse.

Le dije que estaba conociendo a alguien. No podía mentir, ya que con la esencia de Fernanda, era difícil. "Quieres conocer a alguien, pero no te conoces a ti mismo..." dijo la chica en voz baja, y me sonrío fingidamente. Miré mi bebida y di algunos sorbos. Sentí el dolor en el estómago. Su comentario fue como un gancho al hígado.

Efraín miró su reloj. Dijo que como yo nada más había hecho un intervalo de tiempo para conocerlos, sin rodeos, explicaría quiénes son ellos. "Somos los guardianes, así como tú. Nos presentamos porque quizá algún día querrás atravesar el puente y te toparás con nosotros. Así que si nos llegamos a ver, no te asustes. Somos tus amigos, de hecho, somos como de la misma especie".

Fernanda asintió: "Somos mosquitos, jajajaja, los tres mosqueteros". De acuerdo a su explicación, los mosquitos son los elegidos para custodiar el puente que conecta a la bóveda solar. Son elegidos por ser más misteriosos. Somos los indicados para probar a otros mescaleros, si demuestran ser aptos, los dejamos pasar. Y en esa pequeña prueba, nos transformamos en un ser mitad humano mitad mosquito. Me pareció muy ficticio. Sin embargo, el encuentro era con la finalidad de que no estoy solo en ese puesto. Les confesé que me era indiferente si los conocía o no.

"Yo sí tenía ganas de conocerte, mescalito. Porque según Lalo, eres de los mosquitos más raros. Ni siquiera has aprendido a volar. Eso se debe a que te aferras a lo terrenal, cuando tu sitio es en el aire. Mi consejo es que debes adquirir coraje. Somos temerosos únicamente en la medida en que tengamos algo a que aferrarnos". Dijo Fernanda.

"Y qué consejo tienes para mí, mescalito. Lalo me dijo que tienes algo que decirme..."

"Voy a citar a mi maestro: Un mescalero ya se considera muerto, así que no tiene nada que perder. Lo peor ya le ha pasado; por tanto, se siente tranquilo y sus pensamientos son claros. Nadie que lo juzgase por sus actos o por sus palabras podría jamás sospechar que lo ha presenciado todo".

Fernanda comenzó a reírse, porque sabía muy bien a lo que me estaba refiriendo. "Oye, mescalito. Le das ánimo a la gente, ¿verdad? ¡Has escuchado alguna vez esto: los seres humanos, les encanta que se les diga lo que deben hacer, pero les gusta mucho más resistirse a hacerlo, de modo que llegan a aborrecer a quien los ha aconsejado"?

Me levanté de la silla, recogí mi mochila, y salí directo a la parada de autobuses.

0 comentarios: