viernes, 28 de septiembre de 2007

K'inam ichil in puksi'ik'al

"Cuando platico contigo, surge una especie de consejo o respuesta que encaja perfectamente a la situación en la que estoy pasando..." Me dijo Berenice una vez, y lo recuerdo claramente, porque volvimos a conversar, depués de mucho tiempo. Yo estaba en la biblioteca leyendo "El resplandor" de Mauricio Magdaleno cuando se aproximó a mi mesa; ella había salido de su clase. ¿Cuánto tiempo había pasado que ya no habíamos tenido una plática? Fingí no saber. Pero ahora que he platicado con ella, siento que la respuesta o consejo que encaja perfectamente en mi situación, Berenice me lo ha otorgado.

Platicamos brevemente en la biblioteca. Confesé que no me concentraba en la lectura, quizá porque el aire acondicionado de la biblioteca me estaba provocando una leve jaqueca. Decidimos salir un rato, y terminar de platicar. Me indicó que algo me estaba ocurriendo, que mi cara había cambiado. Le conté todo lo que me había sucedido, y me dijo: "Todos cometemos errores..." No, no fue un error, sólo fue una locura del que no estoy arrepentido: conservo aún aquellos recuerdos, porque nunca fueron malos, de hecho, creo que son los mejores que he tenido. Pero un repentino cambio de actitud así, sí me había sorprendido mucho.

"El hombre se aferra. Además, tú tienes un problema: te tomas las cosas tan enserio, que terminas idealizando a la gente." Al oír esto último, emergieron aquellas palabras que estaban frescas en mis recuerdos; cierto, yo me aferraba; ya me lo había dicho antes, pero yo me obstinaba a que podía ser posible todo. Sin embargo, era probable que yo pintaba un mundo color de rosa, aunque mi seriedad me permite planear de manera real las cosas, no como un simulacro. "El amor se acaba, no es eterno..." La miré, y ella dibujó una sonrisa. "¿Sabías que me voy a divorciar?" Sí lo sabía, pero volví a fingir que no sabía nada realmente de ella. Comprendí que ella tenía que desahogar aquel sentimiento con alguien lo más pronto posible, así que mi gesto cambió.

Sí me sorprendió la noticia, ¿pero cómo? Le pregunté qué pasaría con sus hijos. Al escuchar que se divorciaría, me llenó de tristeza. Me dijo que me contaría su vida, para que entendiera bien. Berenice a sus 18 años de casada, con tres hijos, me dijo que se divorciaría por el motivo de que nunca había sentido ese amor a su marido. Que los problemas los resolvían indivudualmente y no como pareja. Incluso, existe una frialdad en esa relación. Cuando escuchaba la historia de Berenice, me vino a la mente: "Nuevamente eres un invasor..."

Y comencé a cotejar historias personales que tenía acumuladas en mi memoria: esos pasados oscuros con los que la gente vivirá para siempre, si no los suprime cuanto antes. Entonces, me dijo que se casó a los 16 años; él por supuesto le lleva 10 años más. Que cuando él se enamoró de ella, fue a hablar con la madre de Berenice para decirle que estaba enamoradísimo de su hija y que quería casarse con ella. Ella como era una niña, no sentía nada por él. Él intentaba conocerla, pero ella se rehusaba. Al final, aquél hombre decidió marcharse del pueblo, no sin antes hacer su último intento de llevársela. Berenice fue reprendida por su madre. Le dijo que si no se iba con él, ella ya no tendría futuro, que no la mantendría ni le pagaría los estudios. Berenice sin más, accedió y se casó con aquel hombre. Al terminar esto último, Berenice soltó unas pequeñas lágrimas. Comprendí que tenía mucho rencor en su corazón por esa obligación a casarse.

"El amor se acaba..." Me dijo que cuando le dijo a su marido que quería el divorció, él buscó la manera de cambiar las cosas, de buscar cuál fue el error que cometió. Ella le dijo simplemente que ya no sentía lo mismo por él, si es que sintió alguna vez lo que era el amor. Su marido le reprochó que se divorciaba entonces, porque había alguien más. "Se aferran, los hombre se aferran. Piensan que tuvieron un error, pero no, simplemente el amor se acaba. Yo no tengo a nadie más, y le voy a demostrar que no necesito de un hombre. Sé que a mi edad será difícil encontrar a otra persona. Cada vez que me miro en el espejo veo a un ser horrible... No. Se aferran. Si me quiere a su lado, no es por amor, es por costumbre".

Con la cabeza baja, le dije a Berenice que una vez me preguntaron si quería casarme y yo dije que sí, y la contrapregunta fue: "¿En verdad piensas que un papelito te asegura la felicidad?" Berenice, asintió y me dijo que ahora como ve las cosas, es mejor la unión libre, así, para cuando uno de los dos no soporte la relación, pueda marcharse... Le dije que las chicas de ahora se asustan cuando uno les dice que quieren tener hijos. "Sí. Mi hija, que sólo tiene 13 años, me ha dicho que no quiere tener hijos... Nada más los traería a sufrir... Además, ya quita esa cara. Actúas como si fuese tu último tren. Oye, la vida sigue, eres joven; saborea tus momentos. Sabes muy bien que estos son sólo episodios..."

Me sonreí, le dije que no había problema conmigo, simplemente que estaba triste por su situación. Entonces escuché que alguien más platicaba de sus desdichas. Miré a Berenice y le dije que todo el mundo tenía el mismo ánimo que nosotros, o quizá siempre lo ha tenido y yo no me había dado cuenta. "Mmmm, mira quién viene allá..." Atisbé a lo lejos, y fruncí el ceño. Reconocí quién era, y reí. Berenice también sonrió.

"Bueno, continuaremos platicando en otra ocasión... nos vemos..."

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domingo, 23 de septiembre de 2007

Un don/una maldición

Era mediodía cuando llegué a la casa de Yolanda. Ella estaba en el patio, viendo las nubes pasar; sintiendo el calor del sol y la brisa. Cuando llegué cerca de ella le saludé y me dijo que callara. Una calandria empezaba a cantar. No sabía que a esta mujer le fascinara apreciar la naturaleza. "Hoy es un día agradable, ¿no crees?" Nunca había visto a Yolanda con actitud tan amable hacia mí. Le dije que el día era relativo como todos los días. Me preguntó que qué me había traído nuevamente a los rumbos de la soledad. Le dije que necesitaba ayuda. Le comenté acerca de mi encuentro con los guardianes y con la noticia de que don Pascual había resultado ser un desafiante. "¿Quién es don Pascual?" Le expliqué todo acerca de aquel hombre, desde su primera aparición. Pablo ya me había advertido antes sobre él. Sin embargo, no sabía exactamente a lo que se refería, pero ahora, saber que un desafiante invade mi vida, me llena de tanto coraje.

"Así que te avisaron de tu futuro encuentro con la sombra. Vaya, cómo avanza el tiempo..."

A pesar de que Yolanda no le sorprendió la descripción del desafiante, le dije que algo estaba cambiando en mí, y que necesitaba urgentemente hablar con un mescalero con más experiencia. Obviamente, Yolanda no sabía nada acerca del paradero de don Celestino, nuestro único vínculo. Pregunté por doña Alvina.

"Doña Alvina es polvo en el camino, mescalito. Se ha ido para siempre, nada la hará regresar. Espero que tengas aún en la mente lo que te dijo la última vez que se vieron..."

Le dije que todavía tenía memoria de mi último encuentro, pero que el consejo aún no lo había aplicado al 100%. Revelé mi verdadera tribulación: Estoy empezando a comprender muchas cosas. Quizá sea que mi intuición se está agudizando. Las respuestas... las encuentro a través de mis sueños. Puedo descifrar cualquier señal...

"Entonces alcanzaste por fin la sensibilidad que Loreto te había pedido. Puedes descifrar las señales, eso es bueno, y a la vez malo. Es un don y una maldición".

El tema de la sensibilidad, lo había olvidado. Si ella tenía la razón, significaba que podría volver a ver a Loreto. Yolanda no se inmutó por mi deseo, sino que me explicó que después de todo, yo había cambiado de enemigo, es decir, mis miedos por fin habían desaparecido, y tras esto había alcanzado la claridad. Este es un nuevo enemigo. Me dijo que todas esas respuestas que me venían a la mente me daban una cierta seguridad y que las preguntas contestadas como tal, me daban una oportunidad para actuar sin titubear. Sin embargo, ese mismo poder me provocará a futuro comportarme con cierto exceso de confianza, lo que podría provocar una terrible elección a la hora de realizar mis actos. Entonces la claridad había llegado a mí, que me tuviera cuidado con ella si es que no quería colapsar por mí mismo. Le pregunté si ella misma había pasado por lo mismo. Me dijo que no, porque ellas como mujeres tienen una intuición más refinada que la del hombre, en cambio nosotros los hombres, nos sorprendemos de lo que desciframos, y actuamos como unos idiotas. Pero para un nagual, ese efecto no dede existir.

Me dijo que para poder haber desarrollado esta nueva habilidad, tuve que enfrentarme con un extraño amor. No quise entrar en detalles, preferí olvidar todo lo sucedido, pero le confesé a Yolanda que tenía toda la razón, eso había sucedido. Sin querer había atravesado por ello. ¿Era necesario entonces esa fase? Yolanda y yo llegamos a la conclusión que sí era necesaria.

"Recuerda lo que somos".... la correjí: "Quiénes somos, dirás. No somos objetos".

Me dijo que los mescaleros somos seres que usamos a la gente, y que así como las usamos, no debemos sentirnos ofendidos a la hora que nos usen. Le reproché que eso era lo más inhumano que había escuchado. "Usar" a la gente es lo más cruel, lo más insensible, lo más grotesco. Yolanda comenzó a reír. El hombre corriente se preocupa demasiado por querer a otros o por ser querido por los demás. Un mescalero quiere; eso es todo. Quiere lo que se le antoja o a quien se le antoja, sin más, porque sí.

"No, Yolanda. Están mal, esas son puras estupideces... yo realmente amé. Que no se haya dado la oportunidad de demostrarlo... No. Me niego a eso. Yo no quiero por querer. Yo no soy así..."

"Aún no te recuperas de tus heridas, mescalito. Tienes el pensamiento fuera de sus cabales. Cuando te recuperes, será la señal para tu encuentro con la sombra, y... Pronto aparecerá tu testigo, ya lo verás".

Tuve que respirar y controlar mi furor. No es verdad lo que yo había hecho. Yo realmente sentí, incluso vi la vida de otra manera, había nacido una esperanza para mí... Surgió una voz de mi interior: "¡Cálmate y escucha!" Miré a Yolanda y me dije que después de todo, ella estaba al tanto de mi encuentro. Me dijo que es la obligación de todo mescalero, que ese sendero ya está en nuestro itinerario. Que mi testigo aparecerá sin necesidad de que yo lo busque. Y que por el momento lo que tengo que hacer es perfeccionar mi espíritu. Que siga practicando con mi claridad, hasta que tenga dominio sobre ella. "Rompe tus rutinas, sé que crearás nuevas, pero no las conviertas en un ritual".

Un mescalero se prepara incansablemente a través de una férrea disciplina; fortalece su cuerpo y perfecciona su espíritu; su campo de batalla es el mundo y la vida cotidiana.

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sábado, 22 de septiembre de 2007

Un saludo

Analizaba lecturas de sociolingüística en la biblioteca de la Universidad. A cada párrafo que finalizaba, sentía como si nada hubiese leído. Me apretaba los ojos y lanzaba una imprecación. No estaba concentrado, no podía realmente estarlo. La convergencia de varios recuerdos me estaban consumiendo. Saqué el móvil para notificar la hora: 13: 25 pm. Sin querer apreté la tecla de la lista de llamadas realizadas, y miré aquel nombre. Me sentí tentado de llamar, pero luego recapacité y me dije que no tenía caso, no tenía realmente de qué hablar. Sin embargo, quería escuchar una voz alegre para contagiarme de felicidad.

Sentí una mirada y viré para buscar quién me observaba. Claudia me miró y me dibujó una sonrisa. Leí sus labios: "¿Qué onda...?" Como no podía concentrarme, dejé mis cosas y me dirigí a la mesa de Claudia. La vi con su laptop y le pregunté si tenía mucho qué hacer. Me dijo que en realidad había llegado temprano a la Universidad, y se lamentaba por eso, ya que su clase era a las 18:00 pm. Le pregunté cómo le había ido. Me dijo que bien, y como si algo la motivara a cambiar de tema, me dijo que Selvin había llegado a pasear un breve instante a Chetumal. Le reproché el porqué no nos habían llamado para juntarnos todos y conversar. Obviamente sabía que Selvin sólo había venido a visitar a Claudia. "El cabrón tiene una novia de 18 años..."

Claudia me pasó el número de Selvin para que estuviéramos en contacto nuevamente. Luego me dijo que tenía que ir a revisar algunas cosas y se disculpó por no poder seguir platicando. Le dije que no había problema. Me regresé a la mesa a dizque continuar con mi lectura. Entonces vi el número de Selvin; salí de la biblioteca y le marqué. "Hola, primo, ¿cómo estás?"

"¿Primo? ¿Quién habla?" Comencé a reírme porque había logrado la confusión. El silencio de Selvin tardó unos segundos y luego exclamó: "¡Ek!" Charlamos y me comentó todo lo que había hecho en Cancún desde que se fue de Chetumal. Me comentó que había conocido a una chica, y de ahí inmediatamente me preguntó del cómo había obtenido su número. Le dije que Claudia me lo había facilitado. "¿De verdad? Mira que este móvil es nuevo, no le he pasado mi número... ¿Sigue con el mismo tipo?" Aún no lo creía, después de que estuvo con Claudia casi 4 años, ¿aún sentía algo por ella? Recordé otro caso similar... y luego me dije: "El día se está burlando de mí".

"Fíjate que antes que llamaras estaba leyendo las cartas de Claudia, y encontré una de Kenia, qué habrá sucedido con ella...?"

Vi el cielo nublado; la brisa marina me provocaba unas ganas de vomitar. Apresuré la conversación y para finalizar le dije a Selvin que cada vez que viniera, nos llamara para salir a algún lugar a convivir. Me dijo que sí y colgó. Suspiré hondamente y recordé el encuentro con el desafiante. Me hubiese gustado que en esos momentos estuviesen don Gaspar y Loreto para poder decirles todo lo que había ocurrido. Sin embargo, ellos ya no estaban en este mundo. ¡Qué extraño ambiente!, ya no es el mismo de siempre... es un peldaño más de este mundo. De repente me vino a la mente una persona a la cual podría correr y comentarle todo. Quizá me podría dar un consejo, aunque sinceramente sabía lo que tenía qué hacer. Recapacité y me di cuenta que quería ver un mescalero, a uno de los 8. Regresé a la mesa de la biblioteca, abrí el libro, y comencé a subrayar lo importante de la lectura.

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jueves, 20 de septiembre de 2007

La revelación del Desafiante

No lo podía creer, vi a don Pascual sentado en el tronco de un árbol caído por el huracán. El viejo fumaba un cigarrillo. Cuando me acerqué a él, me ofreció uno. Estaba a punto de tomarlo, cuando me arrebató la cajetilla. "Olvidaba que tú no fumas..." y comenzó a reír. Guardó su cajetilla, y me lanzó una bucanada de humo. Cerré los ojos y disfruté la aroma de aquel tabaco.

"¿Qué le trae por la Universidad, don Pascual?" pregunté como si no me hubiera parecido nada extraño. Don Pascual alzó las cejas. Me confesó que esperaba una especie de reproche por su ausencia. La verdad ni lo tenía en mente. Sólo recordé que había llegado a la conclusión de que cada vez que se aparecía aquel hombre, era porque estaba en una especie de estado de frenesí. Sin embargo, estaba tan calmado. El hombre cruzó los brazos y me dijo que había regresado de un largo viaje. Así como yo también había desaparecido de la ciudad. Para no discutir, le dije que sólo me había ausentado 5 semanas. "No. Te ausentaste una eternidad..."

Decidí darle la espalda a aquel hombre. En realidad no estaba de humor para soportar sus chistes sin sentido. "Espera, no te vayas, hombre..." No obedecí y caminé hacia el paradero de taxis. "¿Recuerdas que alguien te dijo una ves: Ojalá encuentres amor?" Sí. Sí lo recordaba, era la última broma que me había dicho don Gaspar antes de desaparecer. Sin querer dentro de mi mente empezaron a pasar a una velocidad increíble imágenes de todo lo referente al amor: Deseos, promesas, cariños, risas, meditaciones, simulacros, dedicaciones, conflictos, dolor, lágrimas, lo no correspondido, regalos, ausencias, añoranzas y una lista enorme en la que cada escena veía a todas mis derrotas. Se me revelaron los porqués, y luego de haber comprendido, sentí un pequeño encogimiento, era mi corazón. Don Pascual había dado en la llaga. Le dije que no había encontrado el amor, y que si a eso había venido a mí, que mejor se desapareciera, ya que no estaba de humor para soportar tantas estupideces.

Un mescalero tiene que usar su voluntad y su paciencia para olvidar. De hecho, un mescalero no tiene más que su voluntad y su paciencia, y con ellas construye todo lo que quiere.

"Debes estar muy enojado por todos los que te han hecho sufrir, ¿no es verdad? Si te humillaron, hazlo también con ellos. Véngate, no lo pienses, después de todo tienes la manera de hacerlo..."

"El mescalero no agacha la cabeza ante nadie, pero al mismo tiempo, tampoco permite que nadie agache la cabeza ante él." Pensé. Pobre viejo si piensa que tengo el tiempo de irme contra la gente.

"Estoy aquí, porque al fin has podido despertar. Estás en un estado de claridad. Tú mismo ya lo habrás notado. De hecho lo presientes pero no sabes cómo definirlo. Yo te daré el concepto: EXTRAORDINARIO".

Era muy extraño. Algo me decía que esa era la palabra que buscaba durante una semana. Sentí un pequeño hormigueo correr hacia mi cerebro. Y a partir de ahí se activó todo. Sentí muchas respuestas emerger. Incluso miré a don Pascual sin necesidad de virarme a verlo. Y me dí cuenta que él ni siquiera había articulado palabra alguna. Lo había escuchado en mi mente. "Ya falta poco. El equinoccio marcará mi hora de salida, y a partir de ahí faltaran 5 años para el final de la era ordinaria. Comenzará la era de los seres extraordinarios..." escuché decirme a mí mismo en mi mente.

"Sí. Dentro de muy poco tiempo estará completa tu energía para enfrentarte a la sombra..."

"De mí depende alcanzar mi totalidad..." pensé. Sin embargó, sentí un golpe electrizante. Algo por fin emergió y me reveló que don Pascual no era un mescalero. Y ni siquiera era parte de mi locura. Era un desafiante. Un extraño ser que se alimenta de la agresividad generada por un mescalero. Le dije a don Pascual que ya no se me acercara más si es que no quería desaparecer de este mundo. El viejo me preguntó que si me estaba considerando su enemigo. Le dije que mi energía aún no estaba completa, por lo tanto no lo iba a satisfacer con su futuro encuentro con la sombra. "Ya comprendí que a través de los sueños puedo obtener mis respuestas. Pero a usted le diré que puedo ver su fracaso".

"Ahora resulta que un mescalero puede ver el futuro".

"No es el futuro, es el ahora." El viejo sonrió y se dio la media vuelta.

"Sólo te falta conseguir, para entonces, a tu testigo. Por el momento te aconsejo que desaparezcas, que fortalezcas tu cuerpo y que perfecciones tu espíritu, porque él no tendrá piedad sobre ti".

Un mescalero es inflexible en la búsqueda de la perfección de su espíritu, y para ello mantiene una actitud ante la vida y las cosas de la vida que le permite liberarse del miedo, de la ambición, de la queja y la tristeza.

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miércoles, 19 de septiembre de 2007

En/sueños

Crucé la calle y me percaté que era la calle rumbo a la casa de los abuelos. No me imaginaba a qué me dirigía, sin embargo, me atreví a seguir adelante. Quizá un saludo no vendría mal. Al llegar abrí la reja del patio y entré. No había nadie en casa. Aunque no sé cómo mi visión se dirigió nuevamente a la calle, y vi a mi abuelo, iba en la bicicleta como intentando escapar de mí. Corrí para alcanzarlo, pero en eso escuché un estrepitoso sonido. Algo andaba mal. Llegué a unos cuantos metros del accidente. Mi familia estaba del otro lado mirando atónitamente. Cuando enfoque mi mirada en el accidente, no lo podía creer. El abuelo había sido impactado por una motocicleta. Yacía sentado en el pavimento con chorros de sangre emergiendo desde la cabeza. Aún así el abuelo estaba consciente. Desperté. Era uno de esos malos sueños...

Intenté descifrarlo, pero no quise darle más importancia. Quizá simplemente era un sueño. Aunque realmente, había tenido sueños que sin necesidad de descifrarlos, habían demostrado mis temores. Y fue así. Estaba recostado en la cama, cuando el teléfono sonó a las 4 pm. Mi padre contestó. El tío había llamado para dar la mala noticia: la tía abuela Julia había fallecido a causa de un infarto. Me pareció increíble, porque hacía poco que la había visto tan sana después del huracán. Entonces descifré el sueño algo tarde: la sangre del abuelo, era la sangre de un Ek, de un familiar muy cercano a él. Claro era la tía abuela Julia. No asistí al velorio ni al entierro. Me quedé en casa meditando todos los sueños que había tenido desde el mes pasado hasta la semana pasada.

Me vino el recuerdo de Memo, la Burra y Silvan, cuando escuchaban las melodías de Queen. I want to break free... y luego una siguiente imagen. Una imagen que siempre tengo tan presente todos los días. Cada vez que cierro los ojos puedo evocarla y analizarla todo el tiempo. Sé que cuando acabe todo esto, cuando llegue el momento, nada estará perdido, todo comenzará de nuevo, y tendré la oportunidad de componer todo lo que hice mal. Que esto que estoy viviendo es un sueño. Es una falsa esperanza quizá, pero, ¿porqué tengo esa imagen? No puede ser producto de mi imaginación. En ese recuerdo tan vivido me veo recostado en la cama. Estoy durmiendo con mucha tranquilidad, reposando para recuperar energía. Duermo vestido. La radio está encendida. Yo me estoy viendo dormido. Puedo ver lo que hay alrededor de la casa, incluso mirar aquel patio enorme. Y lo que me hace detener ese sueño es ver el calendario. No ubico bien qué día es realmente, qué horas son en ese sueño tan oscuro. Sólo sé que duermo y que el año es 1988...

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miércoles, 12 de septiembre de 2007

Los guardianes

Caminaba entre la multitud e intentaba pensar en mis asuntos académicos. Tenía un enorme vacío en el estómago, y ya sabía la causa. Era difícil asimilar, o más bien, darme cuenta qué fue lo que había provocado tanto desdén. Quizá sabía la respuesta, pero me negaba a creerlo. Intenté pasar a un estado eufórico, que todo lo que me había sucedido era por alguna razón sana. No. Mi pesimismo era más elevado. Algo me decía que yo era el problema de todo. Al darme cuenta, sentí que estaba a punto de tropezar. Así que decidí sentarme por un momento en algún lugar, para poder meditar. Entré a un pequeño lugar donde venden aguas frescas. Miré las pocas mesas. Había una pareja platicando alegremente. Un joven mandando mensajes por su móvil. Era excelente. No había ninguna mala señal. Pedí un enorme vaso de agua de tamarindo, con la esperanza de mitigar mi dolor.

Dejé la mochila en la otra silla. Y me senté a reflexionar. Di algunos sorbos al agua, y sentí una acidez corroer mis intestinos. Pensé en las asignaturas, qué lecturas tenía qué revisar. Algunas fotocopias pendientes. Y de repente, una voz interna atravesó en mi mente "¡YA BASTA!" Reincidí en aquel sentimiento de duda, y me interrogué: "¿Qué hiciste?"

Un vaso se atravesó en mi mirada. Miré para ver quién había puesto su vaso en la mesa. "Hola", era el joven que estaba mensajeando en su móvil. Lo miré con sospecha. Cuando entré no tenía la más mínima noción de que alguno se levantaría y vendría hacia mí. Se sentó frente a mí, y se presentó: "Me llamo Efraín. Je, estoy esperando a una amiga. Decidimos vernos aquí, pero al paracer les gané a ambos. Creo que soy más puntual, eh..."

Levanté las cejas, fingiendo admiración por el muchacho. "Ya, mescalito. Quita esa cara. Te tomas las cosas muy en serio". Me quedé sorprendido. Miré su cara intentando buscar alguna referencia. Si me conocía, dónde lo había conocido o más bien, de dónde me conocía. Di un sorbo a mi vaso. "Sí. Ya libera a esos espíritus errantes. No ganas nada con convocarlos o retenerlos día y noche. Déjalos vivir. Y concéntrate en lo que has perdido. Necesitas recuperar tu espíritu de competencia".

Me sonreí. Ya no me era nada novedoso que alguien se me acercara, que supiera mi nombre y me dijera lo que tendría qué hacer. "Bien, Efraín. Quién te manda y a qué se debe la reunión. Dijiste que esperas a alguien. Y al parecer, estoy incluido". El muchacho asintió. Miró su móvil y dijo: "ya no debe tardar..." "¿Quién?" "Fernanda, ¿Quién más?"

Efraín me dijo que son aprendices de don Lalo, aquel anciano que reconocí en el mitote. Que estaban reuniéndose porque son de la misma calaña que yo, y que simplemente querían conocerse en persona, ya que don Lalo les platicaba de que yo ya "caminaba solo". Sin embargo, me metía en cada problema, en accidentes, como lo denominamos los mescaleros. Un mescalero nunca está disponible; nunca está parado en el camino esperando las pedradas. Así corta al mínimo el chance de lo imprevisto. Lo que tú llamas accidentes son casi siempre fáciles de evitar, excepto para los tontos que viven por las puras. Pero según yo, estaba dejando ser atacado por cualquier infortunio.

Retomé el concepto de competencia. Cierto estaba volviéndome más mórbido. Pero a pesar de eso, aplicaba lo que todo mescalero tenía qué hacer. Un mescalero actúa como si nunca hubiera pasado nada, porque no cree en nada, pero acepta todo tal como se presenta. Acepta sin aceptar y descarta sin descartar. Nunca siente como si supiera, ni tampoco siente como si nada hubiera pasado. Actúa como si tuviera el control, aunque esté temblando de miedo. Actuar en esa forma disipa la obsesión. Sobrevivir y morir a cada momento lo había hecho parte de mi vida cotidiana. Efraín me preguntó por cuantas veces había "muerto", le dije que tres ocasiones. El muchacho silbó y me dijo que él jamás había experimentado la muerte. Que su maestro le indicaba que era una pérdida de tiempo.

En ese momento llegó Fernanda. Una chica morena, de cabello rizado. Sentí un extraño escalofrío. Un terrible temor. Si era una mescalera, era la misma esencia de Magaly, una futura Huizache. La chica nos saludó. Tuve que quitar la mochila de la silla para que se sentara. Y Efraín se levantó para pedir un vaso de piña colada para Fernanda. Se presentó conmigo una vez que había tomado asiento. Y estaba a punto de platicar cuando sonó su móvil. Se quedó en silencio esperando que el que se comunicaba saludara. "¿Sí?" - "Hola, Fer, ¿cómo estás?" (la voz se escuchaba clarita) - "Bien, ¿y tú?" - "Ya sabes, saludando..." - "¿Se te ofrece algo en especial?" - "No, sólo quería escu..." - "Mira, si no tienes un verdadero motivo para llamarme, no lo hagas. Disculpa, pero estoy en una reunión importante, bye..." y colgó Fernanda. Me quedé anonadado por su actitud. Fernanda me pidió que quitara ese gesto de imbécil. Le confesé que no me gustó su actitud con su amigo. "Disculpa, pero estoy harta de que me llame ese tipo".

Le dije que un mescalero no se enojaba por nimiedades. "Cierto, pero estoy en mi derecho". La chica detectó mi empatía por su contacto. "Apuesto a que te sientes mal si te cuelgan, jajajajaja..." Le dije que pocas veces uso el móvil para llamar a alguien. De hecho tenía pocos años de adquirirlo y acostumbrarme a él. Efraín llegó con el vaso de piña colada. "¿Has conocido a alguien especial, mescalito?" me preguntó el joven al sentarse.

Le dije que estaba conociendo a alguien. No podía mentir, ya que con la esencia de Fernanda, era difícil. "Quieres conocer a alguien, pero no te conoces a ti mismo..." dijo la chica en voz baja, y me sonrío fingidamente. Miré mi bebida y di algunos sorbos. Sentí el dolor en el estómago. Su comentario fue como un gancho al hígado.

Efraín miró su reloj. Dijo que como yo nada más había hecho un intervalo de tiempo para conocerlos, sin rodeos, explicaría quiénes son ellos. "Somos los guardianes, así como tú. Nos presentamos porque quizá algún día querrás atravesar el puente y te toparás con nosotros. Así que si nos llegamos a ver, no te asustes. Somos tus amigos, de hecho, somos como de la misma especie".

Fernanda asintió: "Somos mosquitos, jajajaja, los tres mosqueteros". De acuerdo a su explicación, los mosquitos son los elegidos para custodiar el puente que conecta a la bóveda solar. Son elegidos por ser más misteriosos. Somos los indicados para probar a otros mescaleros, si demuestran ser aptos, los dejamos pasar. Y en esa pequeña prueba, nos transformamos en un ser mitad humano mitad mosquito. Me pareció muy ficticio. Sin embargo, el encuentro era con la finalidad de que no estoy solo en ese puesto. Les confesé que me era indiferente si los conocía o no.

"Yo sí tenía ganas de conocerte, mescalito. Porque según Lalo, eres de los mosquitos más raros. Ni siquiera has aprendido a volar. Eso se debe a que te aferras a lo terrenal, cuando tu sitio es en el aire. Mi consejo es que debes adquirir coraje. Somos temerosos únicamente en la medida en que tengamos algo a que aferrarnos". Dijo Fernanda.

"Y qué consejo tienes para mí, mescalito. Lalo me dijo que tienes algo que decirme..."

"Voy a citar a mi maestro: Un mescalero ya se considera muerto, así que no tiene nada que perder. Lo peor ya le ha pasado; por tanto, se siente tranquilo y sus pensamientos son claros. Nadie que lo juzgase por sus actos o por sus palabras podría jamás sospechar que lo ha presenciado todo".

Fernanda comenzó a reírse, porque sabía muy bien a lo que me estaba refiriendo. "Oye, mescalito. Le das ánimo a la gente, ¿verdad? ¡Has escuchado alguna vez esto: los seres humanos, les encanta que se les diga lo que deben hacer, pero les gusta mucho más resistirse a hacerlo, de modo que llegan a aborrecer a quien los ha aconsejado"?

Me levanté de la silla, recogí mi mochila, y salí directo a la parada de autobuses.

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domingo, 9 de septiembre de 2007

De/tensión

El cielo estaba más estrellado de lo normal. Quizá debido a la ausencia de luminarias que el huracán había destrozado. El scort rojo se estacionó frente a un monumento caído del famoso sebastián. Nos sentamos los cuatros a la orilla, a recapacitar lo que había sucedido. Saboreé una paleta sabor uva. La gorra se escapaba de mi cabeza. Escuché las olas romperse abajo de aquella elevación.

Eran cerca de las 11 pm. Había marcado al cel, pero se desvío al buzón de llamadas. Sonreí, porque me dí cuenta que era un impertinente. Las luces del scort me iluminaron. Era la típica salida de los sábados. En esta ocasión fue con mis primos: Nano, Oscar, y Chipi (el primo de mi primo Nano). Al abordar le di los zapes correspondientes a Oscar. Me la debía el condenado. "Fumando... mira que tienes papel bajo de ti, no vayas a provocar un incendio".

"No, tengo la maseca aquí entre mis pies".

Y así entre bromas, con la música de la radio, nos lanzamos por las vituallas. Chipi metió a la cajuela el paquete de masecas y una caja de leches, porque era muy incómodo estar detrás del auto con esa onda. Dimos un paseo por el extenso boulevard, que hasta criticamos el ornamento del mes patrio. Fue así, quién-sabe-cómo, que a Chipi se le ocurrió pasar en donde estaban los travestis. Al verlos no aguantamos volver a gastarnos bromas entre nosotros. "Pasamos de nuevo, y a ver si te atreves a preguntar cuánto por el servicio..".

Creo que es de mala suerte hacer eso, o creo que la noche no era propicia para jugar de esa manera. Pero así sucedió. Chipi dio la vuelta a la manzana y llegamos a donde los travestis. Nano preguntó. "Ay, papi, cobramos $250 pero somos travestis, las niñas están en la otra esquina, aquí adelantito". No sé que provocaba a Nano seguir picando a la culebra, pero terminamos convenciendo al conductor Chipi que nos alejaramos de aquel lugar, no vayan a lapidarnos.

Pero el gusanito de la broma aún no dejaba de moverse, y se dirigieron con las prostitutas adolescentes de la esquina correspondiente. Nano volvió a preguntar. "¿Cuánto por tu cosita, mami?" La chica gordita de minifalda se pegó a la ventana de Nano. "200 varos, papi".

"Sí, pero es una despedida de soltero. Es para él..." Nano me apuntó, y la chica me miró con mirada grave. "Lo siento, no podemos salir, sólo hacemos el servicio aquí. Viene incluida la habitación y los preservativos..."

"Oye, y cuánto cobras así, porque la tiene chiquita..."
"Sabes qué... a nosotras no nos importa el tamaño, sino lo que haga con ella..."

Por un momento pensé que la chica se había enojado y estaba dispuesta a lapidarnos, porque en vez de ir en el modo, digamos, serio, íbamos en son de broma. Obviemente no lo captó. Sin embargo, cambió rápido su gesto, miró hacia la calle, y nos dijo: "Ai viene la poli, váyanse, ai viene la poli..."

Chipi al escuchar eso, encendió el motor. Dobló hacia la otra calle. Alcanzamos a escuchar a la chamaca gritar: "¡Es sentido contrario!" y Chipi aceleró más por esa calle. Las luces de la patrulla alcanzaron a iluminar la cara de Oscar que iba detrás del auto conmigo. La sirena de la patrulla presionó más el miedo de Chipi. Vi que al final del camino se atravesaba otra patrulla. Chipi aceleró más entre los gritos de Nano: "¡Párate, coño, párate!" Pero al doblar a la otra calle evitando a las patrullas, creí por un momento que nos impactaríamos contra algún poste. Chipi se detuvo, y nos rodearon como 6 patrullas. Bajaron los policiás de la PFP todos armados, y nos trataron como si fuésemos narco traficantes. "¡Bajénse del auto, bájense pendejos!"

Yo salí con las manos en alto. Nano con las manos en la nuca (y se le abalanzaron 4 policías), a Oscar lo arrinconaron en la patrulla, y a Chipi lo bajaron de mala gana. A Nano y a mí nos arrinconaron en la cajuela y empezó la revisión. Me quitaron la gorra, me sacaron las llaves de la casa, la billetera y el celular. Por mi mente se atrevesó el pensamiento: "Ora sí ya nos llevaron a dormir al bote, por qué, 1) el conductor es menor de edad 2) bebidas embriagantes en el auto 3) transitar en sentido contrario 4) no haber obedecido a la patrulla y 5) estar contactando prostitutas".

"¿Por qué no se detuvieron?" - "Es que mi primo iba conduciendo y pues le ganó el miedo".

"Nada más responda lo que le están preguntando" - "Pues sí me está preguntando".

"¿Qué, cuánto te estaba cobrando la puta?" - "Sólo estabamos pendejeando..."

"¿Son de Chetumal?" - "Sí, somos de Chetumal".

"¡Mírame cuando te esté hablando!"

"¡Abre tu cartera!" - "Sólo tengo mi comprobante de colegiatura y mi seguro facultativo".

"¡Quítate los zapatos!"

"¿Qué tienes en las manos?" - "mi celular" - "¿Y en la otra?" cayó la corcholata de la cerveza.

"Ya, saquen la droga..."

"A ver, que abran la cajuela".

Encontraron la caja de leche, y el paquete de masecas. Luego quitaron el tapete donde iba la refacción. La mujer policía que se encargaba de la revisión sacó una bolsa. "Son sólo dulces..."

"¿Me puedo poner la gorra?"

"¿Maseca?" - "Es que acabamos de salir de la chamba..." - "Trabajamos con Fulanito-de-tal" "Es papá de mi primo..."

"A ver la licencia..."

Nano escuchó que reventaron las cervezas, y yo vi como el comandante de aquella cuadrilla, tomaba los cigarrillos de Oscar y los arrugaba.

"Ustedes tres, se me largan de una vez... Nada más se queda el conductor" - "Pero es mi primo, no lo podemos dejar..." - "Dije que se largaran..."

Nos alejamos sin mirar atrás. Le dije a Nano que llamara a su hermano para que no comente nada a los padres de Chipi. Nano llamó a mi primo. A lo lejos, nos quedamos esperando a ver qué pasaba con Chipi. Las patrullas se alejaron, pero el scort rojo no apareció. Una patrulla se quedó vigilando. Bonita noche. Al final a Chipi le dieron una multa, sólo porque conocían a su padre. Porque era seguro que dormiría tras las rejas y el auto en el corralón. Ya no vuelvan a joder a los travestis, es de mala suerte.

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lunes, 3 de septiembre de 2007

El llamado de don Fabián

Un grupo de diez mujeres y once hombres salió de la casa. El que iba a la cabeza del grupo tendría quizás alrededor de 55 años. Lo llamaban Goyo. Daba pasos firmes, ágiles. Llevaba una lámpara que al ir caminando, la agitaba de lado a lado. Al principio pensé que la movía nada más por mover, pero luego me di cuenta que lo hacía para marcar un obstáculo en el camino. Anduvimos más de una hora. Las mujeres charlaban y reían suavemente de vez en cuando. Don Celestino y el otro anciano iban al principio de la fila; yo la cerraba, y mantenía mis ojos en el suelo, tratando de ver por dónde pisaba.

Habían pasado cuatro meses desde que don Celestino y yo habíamos platicado con lo referente a este mismo encuentro. Me dí cuenta que yo había perdi­do mucha destreza física. Tropezaba a cada rato, e invo­luntariamente pateaba piedras. Era yo quien más ruido hacía al caminar, y eso me convertía en la burla. Alguien del grupo gritaba cada vez que yo tropezaba, y todos reían. En cierto momento, una de las piedras que pateé golpeó el talón de una mujer y ella dijo en voz alta, para que todos se rieran: "¡Denle una luz a ese pobre muchacho!" Pero la mortificación culminante fue cuando tropecé y tuve que agarrarme al que estaba frente a mí; el hombre casi perdió el equilibrio a causa de mi peso y soltó un grito a propósito. Todo el mundo rió tan fuerte que se tuvieron que dete­ner un momento.

En determinado momento, el hombre que guiaba movió la lámpara hacia arriba y hacia abajo. Esa parecía ser la señal de que habíamos llegado a nuestro destino. Hacia mi izquierda, a corta distancia, se vislumbraba la silueta oscura de una casita. El grupo se dispersó en distintas direcciones. Busqué a don Celestino. Era difícil hallarlo en la oscuridad. Cuando lo encontré, me dijo que mi deber era llevar agua para los hombres. Años antes me habían enseñado el procedimiento, pero según él, estaba con la mente en blanco, que decidió refrescar mi memoria e instruirme de nuevo.

Después fuimos atrás de la casa, donde todos los hom­bres se habían reunido. Ardía un fuego. A unos 5 metros de la hoguera había un área despejada cubierta de petates. Goyo fue el primero en sentarse en uno de ellos. Don Lalo tomó asiento a su derecha y don Celestino a su izquierda. Goyo se hallaba encarando el fuego. Un joven se acercó y puso frente a él una canasta con kuxumes; luego tomó asiento entre Goyo y don Lalo. Otro joven trajo dos canastas pequeñas y las puso junto a los kuxumes para luego sentarse entre Goyo y don Celestino. Los otros dos jóvenes flanquearon a don Lalo y a don Celestino, cerrando un círculo de siete personas. Las mujeres se quedaron dentro de la casa. Dos jóvenes estaban a car­go de mantener el fuego ardiendo toda la noche, y un adolescente y yo guardábamos el agua que se daría a los siete participantes tras su ritual de toda la noche. El mucha­cho y yo nos sentamos junto a una roca. El fuego y el receptáculo con agua se hallaban en lados opuestos y a igual distancia del círculo de participantes.

Goyo comenzó a cantar; tenía los ojos cerrados; su cuerpo se meneaba hacia arriba y hacia abajo. La canción era muy larga. No comprendí el idioma. Después todos ellos, uno por uno, cantaron sus canciones. No parecían seguir ningún orden pre­concebido. Aparentemente cantaban cuando tenían ganas de hacerlo. Luego Goyo sostuvo la canasta, tomó dos y volvió a dejarla en el centro del círculo; don Lalo fue el siguiente y después don Celestino. Los cuatro jóvenes, que parecían formar una unidad aparte, tomaron cada uno dos kuxumes, siguiendo una dirección contraria a la de las manecillas del reloj. Cada uno de los siete participantes cantó y comió dos kuxumes cuatro veces consecutivas; luego pasaron las otras dos canastas, que contenían fruta y carne seca.

Repitieron este ciclo varias veces durante la noche, pero no me fue posible detectar ningún orden en sus movimientos. No hablaban entre sí; más bien parecían hallarse solos y ensimismados. Ni siquiera vi que alguno de ellos prestara atención a lo que hacían los demás.

Antes del amanecer se levantaron, y el muchacho y yo les dimos agua. Después, caminé por los alrededores para orientarme. La casa era una choza de una sola habitación, una construcción de concreto de poca altura y techo de huano. El paisaje en torno era bastante asfixiante. No me dieron ganas de aventurarme más allá de la casa. Miré de nuevo hacia el grupo de los hombres. No habían cambiado en nada su postura. Tras un momento tomé conciencia de una tenue luz rosa y un zumbido en mis orejas. Tuve un instante de intenso desconcierto y luego un pensamiento cruzó por mi mente: un pensamiento que no tenía nada que ver con la escena que presenciaba ni con el propósito que yo tenía en mente para estar allí. Recordé algo que mi bisabuelo me dijo una vez, cuando yo era niño. El pensamiento distraía y no venía en absoluto al caso; traté de descartarlo y concentrarme de nuevo en mi persistente observación, pero no pude. El pensamiento llegó más fuerte, más exigente, y entonces con claridad oí la voz de mi bisabuelo llamarme. Sin embargo, la luminosidad había desaparecido, al igual que el zumbido en mis orejas.

Me sentí aliviado. Pensé que la alucinación de oír la voz de mi bisabuelo había concluido. Qué clara y vívida había sido esa voz. Me dije una y otra vez que, por un instante, la voz casi me había atrapado. Noté vagamente que don Celestino estaba mirándome, pero eso no importaba. Lo principal era el recuerdo del llamado de mi bisabuelo. Pugné desesperadamente por pensar en otra cosa. Y entonces oí la voz de nuevo, con tanta claridad como si mi bisabuelo estuviera detrás de mí. Decía mi nombre. Me volví con rapidez, pero no vi más que la silueta oscura de la choza y los árboles más allá.

El oír mi nombre me produjo la más profunda angustia. Gimoteé involuntariamente. Sentí frío y mucha soledad y empecé a llorar. En ese momento tenía la sensación de nece­sitar a alguien que se preocupara por mí. Volví el rostro para mirar a don Celestino; me observaba. No quería verlo, de modo que cerré los ojos. Y entonces vi a mi bisabuelo. No era el pensamiento de mi bisabuelo, la forma en que suelo pensar en él. Era una visión clara de su persona parada junto a mí. Me sentí desesperado. Temblaba y quería es­capar. La visión de mi bisabuelo era demasiado inquietante, demasiado ajena a lo que yo perseguía en ese mitote.

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domingo, 2 de septiembre de 2007

En un laberinto

Escucho los truenos a lo lejos. Una inmensa nube se acerca, y el viento se dirige hacia el Este. Me llegan recuerdos y pensamientos oscuros. Me doy cuenta que estoy en una explanada desierta. Tengo apretando los puños, como si retuviera un enorme coraje. Hay sangre coagulada en mis manos. Miro hacia el horizonte y le pregunto a mi mente: "¿Qué ocurre?"

Nada. Tengo en mi interior un extraño miedo, una inquietud. Ese terrible sentimiento otra vez, cuya descodificación siempre resulta un horrible presagio. Es una señal. Contemplo a mi izquierda un enorme desastre. ¿Una señal? ¿Significa algo este extraño fenómeno? Algo anda mal, un obstáculo emerge en mi camino. Escucho susurrar una voz que me trae la brisa marina: "abre los ojos, este es tu mundo." Sé que yo soy el culpable. Estoy muriendo lentamente. No hago nada al respecto por levantarme. Estoy viendo que el mundo se está yendo de cabeza, y sigo sin mover un dedo. Todo lo que hago, que pienso es mi mejor esfuerzo, es en realidad NADA.

Abro la boca para pronunciar la verdad, y me sale una extraña ficción salida de quién sabe dónde. ¿Este mi mundo? ¿Un mundo de mentiras? Quiero crear mi propio camino, no seguir el que me marcan. ¡Maldito destino, tú no tienes el control de mi vida! Yo soy el que tiene la iniciativa, el poder de mi elección. Soy yo quién decide. Todo lo que tanto deseo, se aleja de mí. "Debes luchar por alcanzar tu objetivo. Sufre, sino lo haces no sabrás valorar nada." Sí, mi felicidad es efímera. No, la felicidad es efímera. No, la felicidad es una actitud.

Una nueva fase. ¿Una nueva imagen? Sigo siendo el mismo tipo de siempre. No tengo miedo al cambio. Intento cambiar día y noche, adoptar una imagen diferente cada día que amanece para romper el hilo monótono de mi mundo. Pero no, no es así, el cambio lo debo desear, aunque debo estar consciente en que nunca llegará. Esa es la regla. Esa es la ley, eso me hace ser un mescalero.

¿Que debo olvidar? Sabes que es sencillo para mí. Pero ya no quiero suprimir cada recuerdo de mi mente. Salgo a la calle, y veo a la gente: son sombras. Y a pesar de que son entes oscuros, misteriosos, tienen vida propia. Conversan, conspiran, y se esconden en un mundo infinito. Destruyo mis tímpanos para no escuchar lo que dicen. Me quito los ojos para ya dejar de ver el sufrimiento de los demás. Proteger, ayudar, ¿Quién me ayuda? ¿Ayuda para qué? No necesitas a nadie, y nadie te necesita. Vives y construyes una ilusión cada día. Quieres vivir en un mundo en el que no ocurre accidentes, en el que no hay emoción. Y si revelas tus deseos, sentimientos, poderes, todos huyen, otros se aprovechan. Estúpidos interesados. ¡Cálmate, muchacho, cálmate!

Así será todos los días. Así será todo los meses. Así será todo el año. Tengo una misión eso es claro, pero, ¿realmente es necesario cumplirla? Es una misión en la que tengo libertad de elegir cuándo empezar. Es la búsqueda de aquella Huizache que Loreto me encargo. Otra vez regresas a lo mismo. Deja de imaginar. ¿No puedes poner los pies en la tierra? Son sólo falsas promesas. Finges ser un ser pacífico, pero por dentro quieres destruir todo, derribar el mundo. Por eso aparece esa gente, esas sombras, para que te guíen, no son malas, no.

Deja de perseguir ratones en la cabeza. Sólo calla un momento la mente. No pienses. Actúa. Ahora entiendo porqué mis manos tienen sangre. Todo lo que toco, lo destruyo. Algún día alguien me redimirá. Conciencia estúpida. ¡Quiero la vida de una persona común y corriente! No, no puedes, es tu deber seguir siendo un ser raro. Eres el minotauro que está encerrado en el laberinto. Sólo que el final, es que no entren a matarte, sino a liberarte. Paciencia.

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