miércoles, 30 de abril de 2008

Mal trabajo

"Tus garabatos no sólo son difíciles de entender sino que, además, no tienen mucho sentido." Me dijo una ocasión don Gaspar al acercarse, al verme ensmismado escribiendo lejos de la casita. Miré los ojos de don Gaspar, parecían incitarme a contradecirlo. Yo, ansioso por escapar a la intensidad de su mirada, me movía, molesto. Luego comenzó a leer el contenido de las páginas con una lentitud exasperante, y si bien lo que decía sonaba familiar, yo no captaba si en realidad seguía el texto pues me era imposible concentrarme. Me irritaba su manera caprichosa de mutilar las frases, y a veces hasta las palabras.

"En suma, se trata de un mal trabajo." Me dijo al leer la última página, y después ordenó los papeles, formando con ellos una pila, y se sentó frente a mí. Guardó silencio tan largo tiempo que lo creí dormido, y por lo tanto me sobresaltó cuando con voz lenta y mesurada comenzó a hablar de literatura, historia y filosofía. Sus pensamientos parecían formarse a medida que hablaba, y las palabras fluían de manera clara y precisa con una simplicidad fácil de seguir y comprender.

Lo escuché con atención, pero al mismo tiempo no dejaba de intrigarme el hecho de que supiese tanto acerca de aquellos temas. ¿Qué grado de educación poseía? ¿Quién era él en realidad?

"¿Podría repetir todo de nuevo? Quisiera tomar algunas notas."
"Todo lo que dije está en tus papeles. Enterrado bajo demasiadas citas, anotaciones al pie de la página e ideas mal desarrolladas. No basta citar obras ajenas para dar a tu trabajo la veracidad que le falta."
"¿Me ayudaría a rehacerlo?"

"No, no puedo hacer eso. Debes hacerlo tú mismo."
"Pero es que no puedo. Usted mismo acaba de señalar lo malo que es mi trabajo que, créame, es lo mejor que he podido hacer."
"¡No es verdad! No dudo de que tu profesor aceptaría tu trabajo una vez que lo hayas pasado en limpio, pero yo no lo haría. Carece de originalidad. Lo único que haces es parafrasear lo que has leído, y yo exijo que dependas más de tus propias opiniones, aun si contradicen lo que se espera de ti."

"Se trata sólo de un trabajo de composición. Sé que puede ser mejorado. pero también necesito halagar a mi profesor, independiente de si estoy o no de acuerdo con lo expresado. Necesito tener una buena calificación, y eso, en cierto modo, requiere satisfacer a mi profesor."

En contestación recibí una andanada de críticas, advertencias y sugerencias de parte de don Gaspar.

"Si deseas recibir fuerzas del mundo de los mescaleros ya no puedes trabajar con esas premisas. En nuestro mundo, los motivos ulteriores no son aceptables. Si quieres obtener una buena calificación debes comportarte como un mescalero, no como un tipo entrenado para agradar, pues tú, aun cuando te pones bestialmente desagradable, procuras agradar. Ahora en lo que se refiere a escribir, ya que no has sido entrenado para ello, cuando lo hagas deberás adoptar una nueva modalidad: la modalidad del mescalero guerrero."

"¿Qué quiere decir con eso de la modalidad del mescalero guerrero? ¿Debo luchar con mis profesores?
"No con tus profesores sino contigo mismo; cada centímetro del camino, y debes hacerlo con tal arte e inteligencia que nadie notará tu lucha."

No estaba muy seguro de lo que quería decir con todo eso, y tampoco me interesaba, de modo que antes de que pudiese agregar algo, le pregunté cómo era que sabía tanto acerca de literatura, historia y filosofía. Sonrió y sacudió la cabeza.

"¿No te diste cuenta de cómo lo hice? Atrapé los pensamientos en el aire. Extendí mi esencia y pesqué esos pensamientos tal como uno pesca un pez con una caña en un inmenso océano de pensamientos e ideas que hay allí."
"Para atrapar pensamientos... Loreto me dijo que uno debe saber cuáles de ellos pueden resultar útiles, de modo que debe de haber estudiado literatura, historia y filosofía."

"Tal vez lo hice alguna vez. Sí, debo de haberlo hecho."
"¡Tiene que haberlo hecho!"
Suspirando de manera audible don Gaspar se recostó y cerró los ojos.
"¿Por qué insistes en tener siempre la razón?" Preguntó Yolanda.

Sorprendido, miré boquiabierto cómo las comisuras de sus labios se curvaban en pícara y misteriosa sonrisa. Enseguida, con un gesto, me ordenó cerrar la boca. Yo había estado tan pendiente de los comentarios de don Gaspar respecto de mi trabajo que la había olvidado, pese a tenerla al lado de mí. O tal vez no fuese así. Quizá no estuvo allí, y la idea de que pudo haberse ausentado y regresado sin que yo lo percibiese me provocó ansiedad.

"No dejes que eso te preocupe. Nosotros estamos habituados a ir y venir sin que la gente lo note."
El tono de la voz de Yolanda tuvo el efecto de suavizar la contundencia de la revelación, y mirando a uno y luego al otro me pregunté si en efecto serían capaces de desaparecer ante mis ojos sin que ese acto fuese notado.

0 comentarios: