martes, 1 de abril de 2008

La voz del espíritu

Días antes de partir de Oaxaca, Loreto me llevó a pasear a la Sabinera. Nos sentamos en un enorme sabino y escuchamos la quietud del lugar. Me dijo que tras todo los ejercicios que debe practicar un mescalero, tendría que aprender a descubrir la voz del espíritu.

"Todo tiene una forma, pero además de la forma exterior existe una conciencia interior que rige las cosas. Esta conciencia silenciosa es el espíritu. Es una fuerza que abarca todo y que se manifiesta de diferente manera en diferentes cosas. Esta energía se comunica con nosotros".

Dijo Loreto, y después me pidió que me quedara en calma y sereno; que respirara profundamente, porque iba a enseñarme cómo usar mi oído interno. Porque es con el oído interno que se puede perci­bir los mandatos del espíritu.
"Cuando respires, deja que la energía escape por tus orejas."
"¿Cómo hago eso?"
"Al exhalar, fija tu atención en los agujeros de tus orejas y usa tu intento y tu concentración para dirigir el flujo."

Observó mis movimientos por un momento, corrigiéndome en el proceso.
"Exhala por la nariz, con la boca cerrada y la punta de la lengua en el paladar. Exhala silenciosamente".

Después de tratar de hacerlo varias veces sentí que se me des­tapaban los oídos y se me despejaban los sinus. Luego me dijo que frotara las palmas de las manos una contra otra hasta ponerlas calientes y que me las colocara encima de las orejas, con las puntas de los dedos casi tocándose en la parte de atrás de la cabeza. Seguí sus instrucciones. Loreto sugirió que me masajeara las orejas ejerciendo una suave presión circular; luego, con las ore­jas aún cubiertas y los dedos índice cruzados sobre los medios, debía darme repetidos golpecitos detrás de cada oreja chasqueando el índice al unísono. Al chasquear los dedos es­cuché un sonido como el de una campana amortiguada, que reverberaba dentro de mi cabeza. Repetí los golpecitos diecio­cho veces, según me instruyó Loreto. Al retirar las manos observé que percibía con claridad incluso los ruidos más tenues en la vegetación circundante, en tanto que antes todo había sido uniforme y amortiguado.

"Ahora, con los oídos despejados, tal vez puedas escuchar la voz del espíritu. Pero no esperes un grito desde lo alto de los árboles. Lo que llamamos la voz del espíritu es más bien una sensación. También puede ser una idea que de repente irrumpe en tu cabeza. A veces es como un anhelo por ir a algún sitio vagamente familiar, o por hacer algo también vagamente familiar".

Quizá fue su poder de sugestión lo que me hizo percibir un suave murmullo a mi alrededor. Al empezar a prestarle más atención, el murmullo se convirtió en unas voces humanas que hablaban a lo lejos. Distinguí la risa cristalina de mujeres y una voz de hombre, un rico barítono que cantaba. Escuché los sonidos como si el viento me los llevara por ráfagas. Me esforcé por entender qué decían las voces, y entre más escuché al viento, más me exalté. Una energía exuberante en mi interior me hizo levantarme de un salto. Me sentía tan feliz que quise jugar. Sin darme cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a cantar y saltar hasta quedar completamente exhausto.

Cuando por fin fui a sentarme al lado de Loreto, estaba su­dando, pero no era el sudor sano del ejercicio físico. Se parecía más al sudor frío del agotamiento. Loreto también estaba sin aliento por tanto reír de mis payasadas. Había conseguido hacer el ridículo total al brincar.

"No sé qué se me metió".
"Describe lo que te sucedió, porque sino me veré obligada a considerarte un poco... pues, loquito, si sabes a qué me refiero".
Le conté que había escuchado risas y cantos obsesionantes que de hecho me impulsaron a levantarme.
"¿Crees que estoy volviéndome loco?"
"Yo en tu lugar no me preocuparía por eso. Tus cabriolas fueron una reacción natural al escuchar la voz del espíritu".
"No fue una voz; fueron muchas voces".
"Ahí vas de nuevo, el joven Perfecto que todo lo interpreta literalmente".

Explicó que el tomar todo en un sentido literal es un artículo de consideración en nuestro inventario y que debemos estar conscientes de ello para evitarlo. La voz del espíritu es una abstracción que no tiene nada que ver con voces, pero es posible que a veces las escuchemos. Dijo que en mi caso, puesto que fui educado como devoto católico, mi propia forma de readaptar mi inventario sería convertir al espíritu en una especie de ángel guardián amable y protector que me cuida.

"Pero el espíritu no es el guardián de nadie. Es una fuerza abstracta, ni buena ni mala. Una fuerza que no tiene interés alguno en nosotros, pero que a pesar de ello responde a nuestro poder. No a nuestras oraciones, fíjate bien, sino a nues­tro poder. ¡Recuérdalo la próxima vez que te entren ganas de rezar por perdón!"
"¿Pero no es el espíritu bueno y clemente?"

Loreto afirmó que tarde o temprano desecharía todas mis ideas preconcebidas acerca del bien y el mal, Dios y la religión, para pensar sólo en términos de un inventario por completo nuevo.
"¿Quieres decir que el bien y el mal no existen?"
"Es en este punto que mis compañeros y yo diferimos del orden establecido. Te he dicho que para nosotros la libertad significa estar libre de lo humano. Y eso incluye a Dios, el bien y el mal, los santos, la Virgen y el Espíritu Santo. Creemos que un inventario no humano constituye la única libertad posible para los seres humanos. Si nuestros almacenes han de perma­necer llenos hasta el tope con los deseos, sentimientos, ideas y objetos de nuestro inventario humano normal, entonces ¿dón­de está nuestra libertad? ¿Ves a qué me refiero?"

La entendía, pero no con la claridad que hubiese deseado, en parte porque aún me resistía a la idea de renunciar a lo humano en mí, y también porque aún no recapitulaba todas las ideas religiosas preconcebidas que me había trasmitido la educación católica. Asimismo, estaba acostumbrado a no pensar nunca en nada que no me afectase directamente. Mientras trataba de encontrar fisuras en su razonamiento, Loreto me sacó de mis especulaciones mentales con un golpecito de la punta del dedo en mis costillas. Dijo que iba a mostrarme otro ejercicio para detener los pensamientos y percibir las líneas de energía. De otro modo seguiría haciendo lo mismo de siem­pre: estar cautivado con la visión de mí mismo.

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