lunes, 7 de abril de 2008

Mescaleras

Después de tantos reproches de que yo era una persona muy desconfiada y que no quería dar lo mejor de mí mismo en las tareas de un mescalero, Loreto me echó en cara que una mujer tiene más "cojones" que yo. Al sentirme ofendido, me pregunté en voz alta cómo es que don Gaspar me había mandado con una mujer a acompletar mi entrenamiento, a lo que Loreto reparó que yo era un machista. Que si algún día me topaba con una mescalera, me haría añicos con un sólo golpe del dedo meñique.

Resoplé y dije que no quería discutir el tema, que me sentía cansado, eso era todo. Loreto se sonrío y al verme sentado en una roca, sin dejar de mirar las nubes que parecían descender hacia el pueblo de San Andrés, se sentó a mi lado y me dijo que desconozco mucho el mundo de las mescaleras. Al ver mi cara de asombro, me dijo, "sí, así como me ves, no he sido la única elegida por el poder. Déjame contarte el anécdota de una de mis aprendices, que quizá algún día la conocerás".

Dejé de mirar el cielo, y luego me concentré en el silencio y al fantasmagórico panorama del pueblo.

"Para nosotras, las mujeres, la búsqueda del conocimiento es realmente una aventura muy curiosa. Tenemos que someternos a extrañas maniobras."

"¿Y a qué se debe?" me preguntó mi aprendiz.

"A que no nos preocupamos." Le dije.

"Yo sí me preocupo."

"Lo dices, pero, en realidad, no es así."

"Estoy aquí, contigo. ¿No justifica eso mi preocupación?" Me preguntó la muchacha.

"No, lo que sucede es que te agrada el naualli, te abruma su personalidad. A mí me sucedió lo mismo: también me sentí abrumada por un naualli. Era el mescalero más irresistible que he conocido."

"Admito que tienes razón, pero sólo en parte. Me interesa la búsqueda del naualli."

"No lo dudo, pero eso no basta. Las mujeres necesitan algunas maniobras específicas para poder llegar al fondo de sí mismas."

"¿Maniobras? ¿Qué quieres decir con llegar al fondo de nosotras mismas, Loreto?"

Le dije que si hay algo desconocido en nosotras, como valor, recursos ocultos, astucia y resistencia insospechadas o fortaleza de ánimo frente a la pena y el dolor, cuando nos enfrentamos a lo desconocido solas, sin amigos, lazos familiares ni apoyo, esa cualidad aflora a la superficie; si en tales circunstancias no sale nada es porque carecemos de ella. Y antes debe descubrir por si misma si hay algo dentro de ella. Le exigí que lo haga.

"Me parece que no valgo para someterme a ninguna prueba, Loreto".

"Lo que te pregunto es si puedes vivir sin saber si hay o no algo dentro de ti".

"¿Y si soy de esos seres que están vacíos?"

"En tal caso tendré que formularte mi segunda pregunta, ¿cómo puedes seguir en el mundo que has escogido si no hay nada en tu interior?"

"Eso es evidente. Ya ves que me he unido a ti".

"No, sólo crees haber escogido mi mundo. Escoger el mundo naualli no consiste únicamente en palabras: debes demostrarlo con hechos."

"¿Y cómo consideras que debe actuarse en tal caso?"

"Te sugeriré algo que no estás obligada a llevar a cabo. Se trata de que vayas tú sola al lugar donde naciste. Nada te resultará más fácil. Ve y prueba fortuna, sea cual sea el resultado."

"
Pero esta sugerencia es impracticable. No guardo buenos recuerdos de allí. No lo dejé en buenas condiciones."

"Tanto mejor. Las fuerzas superiores estarán contra ti: por eso he escogido tu lugar natal. Las mujeres eluden las preocupaciones, y cuando tienen que enfrentarse a ellas, se desmoronan. Demuéstrame que no eres así."

"¿Y qué sugieres que haga una vez allí?" Me preguntó.

"Que seas tú misma, que hagas tu trabajo. ¿Dices que quieres ser maestra? ¡Pues lo eres! ¿Hay algo más sencillo?"

Años después, siguiendo mi sugerencia, volvío por fin su ciudad natal. Había ido para emprender las maniobras necesarias que le permitirían descubrir si poseía los recursos ocultos sin los cuales no podría seguir en el mundo naualli. El acuerdo de emprender el viaje en solitario fue obtenido casi a la fuerza. Con palabras firmes y gestos decisivos le hice saber que en ninguna circunstancia debería pedir consejo a nadie durante su viaje. Le advertí que mientras estudiaba, que no utilizara los recursos de la vida académica mientras se encontraba entregada a su tarea. No debía pedir subvenciones, tener supervisores académicos ni siquiera requerir la ayuda de parientes y amigos. Debía dejar que las circunstancias señalasen el camino a seguir. Y una vez que lo hubiera tomado, tenía que sumergirse en él con el ardor de las mujeres que emprenden el camino del mescalero.

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