domingo, 27 de abril de 2008

Vivir de ensueños

"No tienes otra altemativa que la de tomarme en serio". Me dijo Loreto después de ciertas bromas y antecedentes que le han pasado a ciertos mescaleros en el sendero cuando eran aprendices. Yo me volví hacia los pasajeros con la esperanza de obtener algún tipo de señal, cualquier cosa capaz de apaciguar mi creciente temor, mientras salíamos de Tlaxiaco.

"Si te guía otra persona es muy fácil ensoñar. La única desventaja es que esa persona debe ser un naualli".

"Hace rato que vengo escuchando esa palabra. ¿Qué es un naualli?"
"Un naualli es un mescalero de gran poder que puede conducir a otros mescaleros a través de la oscuridad y llevarlos a la luz, pero el nagual ya te lo dijo, ¿no recuerdas?" Dijo Loreto al comprobar el esfuerzo que yo hacía para recordar.
"Los sucesos de nuestra vida cotidiana son fáciles de recordar. Tenemos mucha práctica en ello, pero los que vivimos en ensueños son harina de otro costal. Debemos luchar mucho para recuperar­los, simplemente porque el cuerpo los almacena en diferentes lugares".

"¿Pero qué son los ensueños, Loreto?"
"Los ensueños son puertas que conducen a lo desconocido. Los nauallis guían por medio de ensueños, y el acto de ensoñar con un propósito es el arte de los mescaleros. El naualli te ha ayudado a llegar a los ensueños que todos nosotros ensoñamos". Parpadeé repetidas veces, sacudí la cabeza, y luego me dejé caer sobre el asiento, espantado por lo absurdo de cuanto estaba recordando.

"Te sentirás mejor luego que hayas comido". dijo Loreto, al verme abrumado, y sonriendo cariñosamente se acurrucó en mi hombro, y confesó que el chocolate era el mejor remedio para la tristeza. Al tomar aquel dulce, le confesé que pese a no conocerla bien, no podía concebir el alejarme y no verla más. Admití que con ella sentía una libertad y una soltura jamás experimentada antes. Una sensación extraña, expliqué, en parte física y en parte psicológica que desafiaba todo análisis, que sólo podía describirse como una sensación de bienestar, o como la certeza de haber encontrado por fin un lugar al cual pertenecía. Loreto sabía con exactitud lo que yo intentaba expresar. Dijo que el pertenecer al mundo de los mescaleros, aun por un corto tiempo, provocaba adicción. No era la extensión de tiempo, subrayó, sino la intensidad de los encuentros lo que importaba.

"Tus encuentros fueron muy intensos".
"¿Lo fueron?"
Loreto alzó las cejas en auténtico gesto de sorpresa, y luego frotó su mentón de manera exagerada, como si estuviese ponde­rando un problema sin solución. Después de un largo silencio emitió su juicio: "Caminarás más aliviado cuando te des cabal cuenta de que no puedes regresar a tu antigua vida".
"Para mí nada volverá a ser igual".

"Regresarás al mundo, pero no a tu mundo, a tu antigua vida. Es muy excitante hacer algo sin saber por qué, aun lo es más si te decides a hacer algo sin saber cuál será el resultado". Estuve en completo desacuerdo con ella, y se lo dije:
"Necesito saber lo que hago. Necesito saber en qué me estoy metiendo". Loreto suspiró y alzó las manos en cómica actitud de súpli­ca.

"La libertad causa mucho temor. La libertad requiere actos espontáneos. No tienes idea de lo que significa el abandonarse espontáneamente..."
"Todo lo que yo hago es espontáneo".
"Tus actos de espontaneidad se deben más a tu falta de evaluación que a un acto de abandono. Un acto verdaderamen­te espontáneo es uno en el cual te abandonas por completo. Pero sólo después de una profunda deliberación, un acto donde todos los pros y los contras han sido debidamente tomados en cuenta y descartados, pues ni esperas nada ni lamentas nada. Con actos de esa naturaleza los mescaleros convocan la libertad".

"No soy un mescalero".
"Una vez que formes parte del mundo de los mescaleros y comiences a entender la naturaleza de los ensueños, ya estarás camino de entender lo que es ser parte de este sendero. Además, ese entendimiento te liberará. Te libera de desear. Codicia es tu segundo nombre, pese a que tú no necesitas ni deseas nada..."

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