miércoles, 30 de abril de 2008

Mal trabajo

"Tus garabatos no sólo son difíciles de entender sino que, además, no tienen mucho sentido." Me dijo una ocasión don Gaspar al acercarse, al verme ensmismado escribiendo lejos de la casita. Miré los ojos de don Gaspar, parecían incitarme a contradecirlo. Yo, ansioso por escapar a la intensidad de su mirada, me movía, molesto. Luego comenzó a leer el contenido de las páginas con una lentitud exasperante, y si bien lo que decía sonaba familiar, yo no captaba si en realidad seguía el texto pues me era imposible concentrarme. Me irritaba su manera caprichosa de mutilar las frases, y a veces hasta las palabras.

"En suma, se trata de un mal trabajo." Me dijo al leer la última página, y después ordenó los papeles, formando con ellos una pila, y se sentó frente a mí. Guardó silencio tan largo tiempo que lo creí dormido, y por lo tanto me sobresaltó cuando con voz lenta y mesurada comenzó a hablar de literatura, historia y filosofía. Sus pensamientos parecían formarse a medida que hablaba, y las palabras fluían de manera clara y precisa con una simplicidad fácil de seguir y comprender.

Lo escuché con atención, pero al mismo tiempo no dejaba de intrigarme el hecho de que supiese tanto acerca de aquellos temas. ¿Qué grado de educación poseía? ¿Quién era él en realidad?

"¿Podría repetir todo de nuevo? Quisiera tomar algunas notas."
"Todo lo que dije está en tus papeles. Enterrado bajo demasiadas citas, anotaciones al pie de la página e ideas mal desarrolladas. No basta citar obras ajenas para dar a tu trabajo la veracidad que le falta."
"¿Me ayudaría a rehacerlo?"

"No, no puedo hacer eso. Debes hacerlo tú mismo."
"Pero es que no puedo. Usted mismo acaba de señalar lo malo que es mi trabajo que, créame, es lo mejor que he podido hacer."
"¡No es verdad! No dudo de que tu profesor aceptaría tu trabajo una vez que lo hayas pasado en limpio, pero yo no lo haría. Carece de originalidad. Lo único que haces es parafrasear lo que has leído, y yo exijo que dependas más de tus propias opiniones, aun si contradicen lo que se espera de ti."

"Se trata sólo de un trabajo de composición. Sé que puede ser mejorado. pero también necesito halagar a mi profesor, independiente de si estoy o no de acuerdo con lo expresado. Necesito tener una buena calificación, y eso, en cierto modo, requiere satisfacer a mi profesor."

En contestación recibí una andanada de críticas, advertencias y sugerencias de parte de don Gaspar.

"Si deseas recibir fuerzas del mundo de los mescaleros ya no puedes trabajar con esas premisas. En nuestro mundo, los motivos ulteriores no son aceptables. Si quieres obtener una buena calificación debes comportarte como un mescalero, no como un tipo entrenado para agradar, pues tú, aun cuando te pones bestialmente desagradable, procuras agradar. Ahora en lo que se refiere a escribir, ya que no has sido entrenado para ello, cuando lo hagas deberás adoptar una nueva modalidad: la modalidad del mescalero guerrero."

"¿Qué quiere decir con eso de la modalidad del mescalero guerrero? ¿Debo luchar con mis profesores?
"No con tus profesores sino contigo mismo; cada centímetro del camino, y debes hacerlo con tal arte e inteligencia que nadie notará tu lucha."

No estaba muy seguro de lo que quería decir con todo eso, y tampoco me interesaba, de modo que antes de que pudiese agregar algo, le pregunté cómo era que sabía tanto acerca de literatura, historia y filosofía. Sonrió y sacudió la cabeza.

"¿No te diste cuenta de cómo lo hice? Atrapé los pensamientos en el aire. Extendí mi esencia y pesqué esos pensamientos tal como uno pesca un pez con una caña en un inmenso océano de pensamientos e ideas que hay allí."
"Para atrapar pensamientos... Loreto me dijo que uno debe saber cuáles de ellos pueden resultar útiles, de modo que debe de haber estudiado literatura, historia y filosofía."

"Tal vez lo hice alguna vez. Sí, debo de haberlo hecho."
"¡Tiene que haberlo hecho!"
Suspirando de manera audible don Gaspar se recostó y cerró los ojos.
"¿Por qué insistes en tener siempre la razón?" Preguntó Yolanda.

Sorprendido, miré boquiabierto cómo las comisuras de sus labios se curvaban en pícara y misteriosa sonrisa. Enseguida, con un gesto, me ordenó cerrar la boca. Yo había estado tan pendiente de los comentarios de don Gaspar respecto de mi trabajo que la había olvidado, pese a tenerla al lado de mí. O tal vez no fuese así. Quizá no estuvo allí, y la idea de que pudo haberse ausentado y regresado sin que yo lo percibiese me provocó ansiedad.

"No dejes que eso te preocupe. Nosotros estamos habituados a ir y venir sin que la gente lo note."
El tono de la voz de Yolanda tuvo el efecto de suavizar la contundencia de la revelación, y mirando a uno y luego al otro me pregunté si en efecto serían capaces de desaparecer ante mis ojos sin que ese acto fuese notado.

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domingo, 27 de abril de 2008

Vivir de ensueños

"No tienes otra altemativa que la de tomarme en serio". Me dijo Loreto después de ciertas bromas y antecedentes que le han pasado a ciertos mescaleros en el sendero cuando eran aprendices. Yo me volví hacia los pasajeros con la esperanza de obtener algún tipo de señal, cualquier cosa capaz de apaciguar mi creciente temor, mientras salíamos de Tlaxiaco.

"Si te guía otra persona es muy fácil ensoñar. La única desventaja es que esa persona debe ser un naualli".

"Hace rato que vengo escuchando esa palabra. ¿Qué es un naualli?"
"Un naualli es un mescalero de gran poder que puede conducir a otros mescaleros a través de la oscuridad y llevarlos a la luz, pero el nagual ya te lo dijo, ¿no recuerdas?" Dijo Loreto al comprobar el esfuerzo que yo hacía para recordar.
"Los sucesos de nuestra vida cotidiana son fáciles de recordar. Tenemos mucha práctica en ello, pero los que vivimos en ensueños son harina de otro costal. Debemos luchar mucho para recuperar­los, simplemente porque el cuerpo los almacena en diferentes lugares".

"¿Pero qué son los ensueños, Loreto?"
"Los ensueños son puertas que conducen a lo desconocido. Los nauallis guían por medio de ensueños, y el acto de ensoñar con un propósito es el arte de los mescaleros. El naualli te ha ayudado a llegar a los ensueños que todos nosotros ensoñamos". Parpadeé repetidas veces, sacudí la cabeza, y luego me dejé caer sobre el asiento, espantado por lo absurdo de cuanto estaba recordando.

"Te sentirás mejor luego que hayas comido". dijo Loreto, al verme abrumado, y sonriendo cariñosamente se acurrucó en mi hombro, y confesó que el chocolate era el mejor remedio para la tristeza. Al tomar aquel dulce, le confesé que pese a no conocerla bien, no podía concebir el alejarme y no verla más. Admití que con ella sentía una libertad y una soltura jamás experimentada antes. Una sensación extraña, expliqué, en parte física y en parte psicológica que desafiaba todo análisis, que sólo podía describirse como una sensación de bienestar, o como la certeza de haber encontrado por fin un lugar al cual pertenecía. Loreto sabía con exactitud lo que yo intentaba expresar. Dijo que el pertenecer al mundo de los mescaleros, aun por un corto tiempo, provocaba adicción. No era la extensión de tiempo, subrayó, sino la intensidad de los encuentros lo que importaba.

"Tus encuentros fueron muy intensos".
"¿Lo fueron?"
Loreto alzó las cejas en auténtico gesto de sorpresa, y luego frotó su mentón de manera exagerada, como si estuviese ponde­rando un problema sin solución. Después de un largo silencio emitió su juicio: "Caminarás más aliviado cuando te des cabal cuenta de que no puedes regresar a tu antigua vida".
"Para mí nada volverá a ser igual".

"Regresarás al mundo, pero no a tu mundo, a tu antigua vida. Es muy excitante hacer algo sin saber por qué, aun lo es más si te decides a hacer algo sin saber cuál será el resultado". Estuve en completo desacuerdo con ella, y se lo dije:
"Necesito saber lo que hago. Necesito saber en qué me estoy metiendo". Loreto suspiró y alzó las manos en cómica actitud de súpli­ca.

"La libertad causa mucho temor. La libertad requiere actos espontáneos. No tienes idea de lo que significa el abandonarse espontáneamente..."
"Todo lo que yo hago es espontáneo".
"Tus actos de espontaneidad se deben más a tu falta de evaluación que a un acto de abandono. Un acto verdaderamen­te espontáneo es uno en el cual te abandonas por completo. Pero sólo después de una profunda deliberación, un acto donde todos los pros y los contras han sido debidamente tomados en cuenta y descartados, pues ni esperas nada ni lamentas nada. Con actos de esa naturaleza los mescaleros convocan la libertad".

"No soy un mescalero".
"Una vez que formes parte del mundo de los mescaleros y comiences a entender la naturaleza de los ensueños, ya estarás camino de entender lo que es ser parte de este sendero. Además, ese entendimiento te liberará. Te libera de desear. Codicia es tu segundo nombre, pese a que tú no necesitas ni deseas nada..."

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El intérprete de los sueños

Aquel día desperté con un terrible dolor de cabeza. Revisé que las maletas estuvieran listas, y recordé aquel sueño. Ya en el desayuno le comenté a Loreto que antes de irme de Oaxaca, quería ir a la capital para ir por algunos libros. Me dijo que estaba bien, pero que antes de partir de San Andrés teníamos que ir a visitar al intérprete de los sueños, porque no quería que aquel dolor de cabeza se prolongara en todo mi viaje. El sueño fue más que extraño, fue surreal: Estaba en mi habitación viendo el reloj de pared que tengo frente a la cama, se había agotado la batería y la hora en que se habían detenido las manecillas marcaba las 17: 25.

Para ajustar la hora del reloj me dirigí a la cocina y ver el reloj de pared del lugar, me asusté de repente al ver que las manecillas avanzaban a una velocidad extraordinaria como si el tiempo se fugara sin que sucediera cambios en el entorno. Entonces, grité a mi hermana para que vea tal fenómeno, a lo que respondió: ¡Ven, ven afuera, estoy en la calle! ¡Ven, ven a ver las sombras moverse lentamente! Salí y la miré, sin mirar las sombras que ella me había advertido, levanté la mirada al cielo y vi una noche estrellada.

"Los mescaleros quiebran el fluir del tiempo. El tiempo, tal como nosotros lo medimos, no existe cuando uno ensueña como lo hacen los mescaleros. Ellos lo extienden o condensan a voluntad, y no lo consideran en términos de horas o minutos. Al ensoñar despiertos aumentan nuestras facultades perceptuales. Sin embargo con el tiempo sucede algo por entero distinto. La percepción del tiempo no aumenta sino que queda totalmente cancelada. El tiempo es siempre un factor de conciencia, o sea que su percepción es un estado psicológico, automáticamente transformado por nosotros en medidas físicas. Es algo que llevamos tan grabado que, aun cuando no lo percibamos, un reloj suena en nuestro interior marcando subliminalmente el tiempo". Dijo el intérprete de los sueños, una vez que le hube contado mi sueño. Loreto parecía no respirar y al parecer su mirada estaba fija en aquel anciano que interpretaba mi sueño.

"En el ensoñar despierto esa capacidad esta ausente. Una estructura por completo nueva y nada familiar se hace cargo; una estructura que de alguna manera no es para ser interpretada o entendida como normalmente hacemos con el tiempo".

"O sea que todo lo que sabré conscientemente acerca del ensoñar despierto es que al tiempo lo han extendido o comprimido". Dije, procurando entender la aclaración.

"Comprenderás mucho más que eso. Cuando te hagas experto en adentrarte en la otra conciencia; tendrás conciencia de todo lo que desees, pues los mescaleros no están involucrados con medir el tiempo sino en usarlo, en extender o comprimirlo a voluntad".

"En tal caso alguien debe saber cuánto duró mi ensueño. ¿Quiere inferir que puedo estar ensoñando despierto ahora? De ser así ¿qué hice para alcanzar este estado? ¿Qué pasos tomé?"

"Los más simples imaginables. No te permitiste ser tu ser usual. Esa es la llave que abre puertas. Muchas veces, y de diferentes maneras, te han dicho que un mescalero no es lo que piensas que es. Decir que no permitirte ser tu ser usual es el secreto más complejo de un mescalero; suena tonto pero no lo es. Es la llave al poder, y por lo tanto lo más difícil que hace un mescalero; y sin embargo no es algo complejo, imposible de entender. No confunde la mente, y por tal razón nadie puede siquiera sospechar su importancia o tomarlo en serio. A juzgar por el resultado de tu sesión de ensoñar despierto puedo decir que has acumulado suficiente energía mediante el acto de impedirte ser tu ser usual".

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lunes, 7 de abril de 2008

Mescaleras (2)

Estábamos sentadas en cómodas sillas de mimbre sobre blandos almohadones a la sombra de los árboles frutales que crecen en el enorme patio de la casa. Le dije que se olvidara de las informaciones específicas. Que no le haría ningún bien. Ella insistió que por el contrario, le sería muy útil, porque realmente no comprendía por qué yo actúaba de tal manera.

"Atribúyelo al hecho de que vivo en el mundo naualli, a que soy una mujer y que mi talante es distinto."

"¿Talante? ¿Qué quieres decir con un talante distinto?"

"Me gustaría que pudieras oírte. ¿Talante? No me gustan semejantes disposiciones metódicas de pensamiento y obra. Para mí el orden no consiste en disponer las cosas con método. Me molesta la estupidez y no tengo paciencia. Ése es mi talante."

"Eso es espantoso, Loreto. Había llegado a creer que en el mundo naualli la gente estaba por encima de las nimiedades y que no se dejaba llevar por la impaciencia."

"Estar en el mundo naualli nada tiene que ver con mi impaciencia. ¿Lo ves? Estoy impecablemente impaciente."

"Sinceramente, me gustaría saber qué significa estar impecablemente impaciente."

"Significa, por ejemplo, que soy perfectamente consciente de que me molesta tu estúpida insistencia de recibir instrucciones detalladas. Mi impaciencia me impulsa a detenerte, pero mi impecabilidad te obligará a guardar silencio. Y todo ello se reduce a lo siguiente: si insistes en pedirme detalles, guiada sólo por tu mala costumbre de que todo te sea explicado de forma pormenorizada, aunque yo te diga que dejes de hacerlo, tendré que pegarte, pero jamás me enfadaré contigo ni te lo tendré en cuenta."

"Dices que me pegarás, Loreto. Bueno, pues pégame si tienes que hacerlo, pero debo saber qué voy a hacer en mi ciudad o enloqueceré de preocupación."

"De acuerdo. Si insistes en conocer los detalles que considero importantes, te los diré. Espero que comprendas que estamos separadas por un abismo que no puede salvarse con mera palabrería. Los hombres pueden construir puentes con sus palabras, pero las mujeres, no. Ahora estamos imitando a los hombres. Las mujeres tienen que salvar ese vacío con sus actos. Sabes bien que damos a luz, que creamos seres humanos. Quiero que vayas allí para que, en la soledad, descubras tu fortaleza o tu debilidad."

"Comprendo lo que dices, Loreto, pero considera mi posición."

"De acuerdo, te facilitaré los detalles que considero importantes para tu viaje. Afortunadamente para ti no son las instrucciones detalladas que esperas. Tú quieres que te diga con exactitud qué debes hacer en situaciones futuras y cuándo debes hacerlo, y ésa es una pregunta sumamente estúpida. ¿Cómo puedo darte instrucciones acerca de algo que aún no existe? En lugar de ello te explicaré cómo debes ordenar tus pensamientos, sentimientos y reacciones. Contando con ello podrás enfrentarte a cualquier eventualidad que surja."

"¿Hablas en serio?"

"Muy en serio: El primer aspecto detallado a considerar es la medida de tus posibilidades: en el mundo naualli debemos ser responsables de nuestras acciones."

Le recordé que ya conocía el camino del mescalero. Le dije que mientras había permanecido conmigo le había instruido concienzudamente en la ardua filosofía práctica del mundo naualli y que, por consiguiente, las instrucciones que pudiera darle no serían más que un recordatorio pormenorizado.

"En el mundo naualli las mujeres no se sienten importantes, porque la importancia mitiga la fiereza. En el camino del mescalero las mujeres son violentas y se muestran impasibles en cualquier situación. No exigen nada y están dispuestas a darlo todo de sí mismas. Buscan intensamente una señal del espíritu de las cosas en la forma de una palabra amable, de un gesto oportuno y, cuando lo encuentran, expresan su reconocimiento intensificando su violencia.

"En el camino del mescalero las mujeres no juzgan. Se reducen enérgicamente a la nada con el fin de oír y observar, de modo que puedan conquistar y sentirse humilladas por sus conquistas o derrotadas y realizadas por su derrota.

"En el camino del mescalero las mujeres no se rinden. Acaso serán derrotadas mil veces, pero nunca se rendirán. Y, por encima de todo, siguiendo esa senda, las mujeres son libres.¡Estás llorando de verdad!"

"¡Eres el ser más inhumano e insensible que conozco! Te dispones a enviarme Dios sabe dónde y ni siquiera me dices qué debo hacer."

"¡Pero si acabo de decírtelo!"

"Lo que me has dicho no tiene ningún valor en las situaciones de la vida real. Parecías un dictador recitando citas".

"Te sorprenderá comprobar la utilidad que puedes obtener de tan necias citas. Pero por el momento vamos a llegar a un acuerdo. Yo no te envío a ningún lugar: eres una mujer que sigue el camino del mescalero. Sabes que eres libre de hacer lo que quieras. Aún no has comprendido lo que es el mundo naualli. Yo no soy ni tu maestra ni tu mentora, y no soy responsable de ti: sólo tú lo eres. Lo más difícil de comprender en el mundo naualli es que ofrece una gran libertad. Pero esa libertad no es absoluta.

"Te acogí bajo mi protección porque tienes una capacidad innata para ver las cosas como son, para evadirte de una situación y comprender lo asombroso de ello. Esto es un don y tú has nacido con él. Una persona corriente tarda años en el mundo naualli para aislarse de su compromiso consigo misma y comprender cuan asombroso es.

Le advertí que quien se acoge al mundo naualli tiene que estar dispuesto a someterse a la más absoluta soledad. Y le dije que para mí, soledad no significaba desamparo sino un estado físico de aislamiento.

No te preocupes por los detalles. Si tienes fe, los detalles suelen acomodarse en las circunstancias. Deberías proyectar tus planes del siguiente modo: escoge cualquier cosa y considérala el principio. Después enfréntate a ese principio y, una vez ante él, déjate llevar. Confío que tus convicciones no te impulsarán a escoger un inicio caprichoso. Sé realista y austera para poder decidir con acierto. ¡Puedes hacerlo!

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Mescaleras

Después de tantos reproches de que yo era una persona muy desconfiada y que no quería dar lo mejor de mí mismo en las tareas de un mescalero, Loreto me echó en cara que una mujer tiene más "cojones" que yo. Al sentirme ofendido, me pregunté en voz alta cómo es que don Gaspar me había mandado con una mujer a acompletar mi entrenamiento, a lo que Loreto reparó que yo era un machista. Que si algún día me topaba con una mescalera, me haría añicos con un sólo golpe del dedo meñique.

Resoplé y dije que no quería discutir el tema, que me sentía cansado, eso era todo. Loreto se sonrío y al verme sentado en una roca, sin dejar de mirar las nubes que parecían descender hacia el pueblo de San Andrés, se sentó a mi lado y me dijo que desconozco mucho el mundo de las mescaleras. Al ver mi cara de asombro, me dijo, "sí, así como me ves, no he sido la única elegida por el poder. Déjame contarte el anécdota de una de mis aprendices, que quizá algún día la conocerás".

Dejé de mirar el cielo, y luego me concentré en el silencio y al fantasmagórico panorama del pueblo.

"Para nosotras, las mujeres, la búsqueda del conocimiento es realmente una aventura muy curiosa. Tenemos que someternos a extrañas maniobras."

"¿Y a qué se debe?" me preguntó mi aprendiz.

"A que no nos preocupamos." Le dije.

"Yo sí me preocupo."

"Lo dices, pero, en realidad, no es así."

"Estoy aquí, contigo. ¿No justifica eso mi preocupación?" Me preguntó la muchacha.

"No, lo que sucede es que te agrada el naualli, te abruma su personalidad. A mí me sucedió lo mismo: también me sentí abrumada por un naualli. Era el mescalero más irresistible que he conocido."

"Admito que tienes razón, pero sólo en parte. Me interesa la búsqueda del naualli."

"No lo dudo, pero eso no basta. Las mujeres necesitan algunas maniobras específicas para poder llegar al fondo de sí mismas."

"¿Maniobras? ¿Qué quieres decir con llegar al fondo de nosotras mismas, Loreto?"

Le dije que si hay algo desconocido en nosotras, como valor, recursos ocultos, astucia y resistencia insospechadas o fortaleza de ánimo frente a la pena y el dolor, cuando nos enfrentamos a lo desconocido solas, sin amigos, lazos familiares ni apoyo, esa cualidad aflora a la superficie; si en tales circunstancias no sale nada es porque carecemos de ella. Y antes debe descubrir por si misma si hay algo dentro de ella. Le exigí que lo haga.

"Me parece que no valgo para someterme a ninguna prueba, Loreto".

"Lo que te pregunto es si puedes vivir sin saber si hay o no algo dentro de ti".

"¿Y si soy de esos seres que están vacíos?"

"En tal caso tendré que formularte mi segunda pregunta, ¿cómo puedes seguir en el mundo que has escogido si no hay nada en tu interior?"

"Eso es evidente. Ya ves que me he unido a ti".

"No, sólo crees haber escogido mi mundo. Escoger el mundo naualli no consiste únicamente en palabras: debes demostrarlo con hechos."

"¿Y cómo consideras que debe actuarse en tal caso?"

"Te sugeriré algo que no estás obligada a llevar a cabo. Se trata de que vayas tú sola al lugar donde naciste. Nada te resultará más fácil. Ve y prueba fortuna, sea cual sea el resultado."

"
Pero esta sugerencia es impracticable. No guardo buenos recuerdos de allí. No lo dejé en buenas condiciones."

"Tanto mejor. Las fuerzas superiores estarán contra ti: por eso he escogido tu lugar natal. Las mujeres eluden las preocupaciones, y cuando tienen que enfrentarse a ellas, se desmoronan. Demuéstrame que no eres así."

"¿Y qué sugieres que haga una vez allí?" Me preguntó.

"Que seas tú misma, que hagas tu trabajo. ¿Dices que quieres ser maestra? ¡Pues lo eres! ¿Hay algo más sencillo?"

Años después, siguiendo mi sugerencia, volvío por fin su ciudad natal. Había ido para emprender las maniobras necesarias que le permitirían descubrir si poseía los recursos ocultos sin los cuales no podría seguir en el mundo naualli. El acuerdo de emprender el viaje en solitario fue obtenido casi a la fuerza. Con palabras firmes y gestos decisivos le hice saber que en ninguna circunstancia debería pedir consejo a nadie durante su viaje. Le advertí que mientras estudiaba, que no utilizara los recursos de la vida académica mientras se encontraba entregada a su tarea. No debía pedir subvenciones, tener supervisores académicos ni siquiera requerir la ayuda de parientes y amigos. Debía dejar que las circunstancias señalasen el camino a seguir. Y una vez que lo hubiera tomado, tenía que sumergirse en él con el ardor de las mujeres que emprenden el camino del mescalero.

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viernes, 4 de abril de 2008

Energía del infinito

"Podemos considerar el cuerpo como un organismo biológico o como una fuente de poder. Todo depen­de del estado en que se encuentra el inventario en nuestro almacén; el cuerpo puede ser duro y rígido o manejable y flexible. Si nuestro almacén está vacío, el cuerpo también lo está y la energía del infinito puede fluir a través de él".

Me contó Loreto mientras caminábamos entre enormes pinos, rumbo al pueblo de San Andrés, Putla, para continuar el entranamiento de los últimos días. Loreto aprovechó para contarme más acerca de la energía del mescalero, un minuto o segundo nunca se desaprovecha. Loreto reiteró, entonces, que a fin de vaciarnos debemos hundirnos en un estado de profunda recapitulación y dejar que la energía fluya sin trabas a través de nosotros. Sólo en un estado de quietud, subrayó, podemos dar rienda suelta al vidente dentro de nosotros y puede la energía impersonal del universo trans­formarse en la fuerza muy personal de la voluntad.

"Al vaciarnos lo suficiente de nuestro anticuado y estorboso inventario, la energía viene a nosotros y se reúne en forma natural; al aglutinarse lo suficiente, se convierte en poder. Cualquier cosa puede anunciar esa conversión: un ruido fuerte, una voz baja, un pensamiento que no es de uno, una inesperada ola de vigor y bienestar."

Loreto puso énfasis en el hecho de que, a fin de cuentas, no importaba que el poder descendiese sobre nosotros en un esta­do despierto o en los sueños; resultaba igualmente válido en ambos casos, aunque este último es menos definido pero más potente.

"Lo que experimentamos estando despiertos, en términos de poder, debe ponerse en práctica en los sueños y el poder que experimentamos en los sueños debe usarse al estar despiertos. Lo que cuenta realmente es estar consciente, sin importar que se esté despierto o dormido. Lo que cuenta es estar consciente".
Loreto guardó silencio por un momento, antes de comu­nicarme algo que me pareció completamente irracional.

"Estar consciente del tiempo, por ejemplo, puede alargar la vida de un hombre por varios cientos de años."
"Eso es absurdo. ¿Cómo es posible que alguien viva por tanto tiempo?"
"Estar consciente del tiempo es un estado especial de la conciencia que nos impide envejecer rápidamente y morir en pocas décadas. Existe la creencia, trasmitida por los antiguos mescaleros, de que, si fuéramos capaces de usar los cuerpos como armas o, para decirlo en términos modernos, si vaciáramos nuestros almacenes, podríamos deslizarnos fuera del mundo para andar en otros mundos".

"¿A dónde iríamos?"
Loreto me miró, sorprendida, como si yo debiera conocer la respuesta.
"Al reino del no ser, al mundo de las sombras. Se cree que, una vez vacío nuestro almacén, nos tornaríamos tan ligeros que podríamos volar por el vacío sin que nada entorpe­ciera nuestro paso. Entonces podríamos regresar a este mundo jóvenes y renovados".

Un carro de carga pasó cerca de nosotros y nos saludó, al parecer ya estábamos cerca del aserradero de San Andrés.
"Por el momento sólo es una creencia, ¿verdad, Clara? Una leyenda trasmitida desde la antigüedad".
"Por el momento sólo es una creencia. Pero es sabido que los momentos, como todas las cosas, pueden cam­biar. Hoy en día, el hombre más que nunca necesita renovarse y experimentar el vacío y la libertad".

Me pregunté cómo se sentiría ser tan vaporoso como una nube y flotar por el aire sin nada que obstruyera mis ires y venires, luego mi mente pisó el suelo otra vez y me sentí obli­gado a afirmar:
"Toda esta conversación acerca de estar consciente del tiem­po y pasar al mundo de las sombras, me resulta imposible de aceptar o de entender. No forma parte de mi tradición o bien, como tú dirías, no forma parte del inventario en mi almacén".

"Sí, así es. ¡Esto es sobrenatural!"

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martes, 1 de abril de 2008

La voz del espíritu

Días antes de partir de Oaxaca, Loreto me llevó a pasear a la Sabinera. Nos sentamos en un enorme sabino y escuchamos la quietud del lugar. Me dijo que tras todo los ejercicios que debe practicar un mescalero, tendría que aprender a descubrir la voz del espíritu.

"Todo tiene una forma, pero además de la forma exterior existe una conciencia interior que rige las cosas. Esta conciencia silenciosa es el espíritu. Es una fuerza que abarca todo y que se manifiesta de diferente manera en diferentes cosas. Esta energía se comunica con nosotros".

Dijo Loreto, y después me pidió que me quedara en calma y sereno; que respirara profundamente, porque iba a enseñarme cómo usar mi oído interno. Porque es con el oído interno que se puede perci­bir los mandatos del espíritu.
"Cuando respires, deja que la energía escape por tus orejas."
"¿Cómo hago eso?"
"Al exhalar, fija tu atención en los agujeros de tus orejas y usa tu intento y tu concentración para dirigir el flujo."

Observó mis movimientos por un momento, corrigiéndome en el proceso.
"Exhala por la nariz, con la boca cerrada y la punta de la lengua en el paladar. Exhala silenciosamente".

Después de tratar de hacerlo varias veces sentí que se me des­tapaban los oídos y se me despejaban los sinus. Luego me dijo que frotara las palmas de las manos una contra otra hasta ponerlas calientes y que me las colocara encima de las orejas, con las puntas de los dedos casi tocándose en la parte de atrás de la cabeza. Seguí sus instrucciones. Loreto sugirió que me masajeara las orejas ejerciendo una suave presión circular; luego, con las ore­jas aún cubiertas y los dedos índice cruzados sobre los medios, debía darme repetidos golpecitos detrás de cada oreja chasqueando el índice al unísono. Al chasquear los dedos es­cuché un sonido como el de una campana amortiguada, que reverberaba dentro de mi cabeza. Repetí los golpecitos diecio­cho veces, según me instruyó Loreto. Al retirar las manos observé que percibía con claridad incluso los ruidos más tenues en la vegetación circundante, en tanto que antes todo había sido uniforme y amortiguado.

"Ahora, con los oídos despejados, tal vez puedas escuchar la voz del espíritu. Pero no esperes un grito desde lo alto de los árboles. Lo que llamamos la voz del espíritu es más bien una sensación. También puede ser una idea que de repente irrumpe en tu cabeza. A veces es como un anhelo por ir a algún sitio vagamente familiar, o por hacer algo también vagamente familiar".

Quizá fue su poder de sugestión lo que me hizo percibir un suave murmullo a mi alrededor. Al empezar a prestarle más atención, el murmullo se convirtió en unas voces humanas que hablaban a lo lejos. Distinguí la risa cristalina de mujeres y una voz de hombre, un rico barítono que cantaba. Escuché los sonidos como si el viento me los llevara por ráfagas. Me esforcé por entender qué decían las voces, y entre más escuché al viento, más me exalté. Una energía exuberante en mi interior me hizo levantarme de un salto. Me sentía tan feliz que quise jugar. Sin darme cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a cantar y saltar hasta quedar completamente exhausto.

Cuando por fin fui a sentarme al lado de Loreto, estaba su­dando, pero no era el sudor sano del ejercicio físico. Se parecía más al sudor frío del agotamiento. Loreto también estaba sin aliento por tanto reír de mis payasadas. Había conseguido hacer el ridículo total al brincar.

"No sé qué se me metió".
"Describe lo que te sucedió, porque sino me veré obligada a considerarte un poco... pues, loquito, si sabes a qué me refiero".
Le conté que había escuchado risas y cantos obsesionantes que de hecho me impulsaron a levantarme.
"¿Crees que estoy volviéndome loco?"
"Yo en tu lugar no me preocuparía por eso. Tus cabriolas fueron una reacción natural al escuchar la voz del espíritu".
"No fue una voz; fueron muchas voces".
"Ahí vas de nuevo, el joven Perfecto que todo lo interpreta literalmente".

Explicó que el tomar todo en un sentido literal es un artículo de consideración en nuestro inventario y que debemos estar conscientes de ello para evitarlo. La voz del espíritu es una abstracción que no tiene nada que ver con voces, pero es posible que a veces las escuchemos. Dijo que en mi caso, puesto que fui educado como devoto católico, mi propia forma de readaptar mi inventario sería convertir al espíritu en una especie de ángel guardián amable y protector que me cuida.

"Pero el espíritu no es el guardián de nadie. Es una fuerza abstracta, ni buena ni mala. Una fuerza que no tiene interés alguno en nosotros, pero que a pesar de ello responde a nuestro poder. No a nuestras oraciones, fíjate bien, sino a nues­tro poder. ¡Recuérdalo la próxima vez que te entren ganas de rezar por perdón!"
"¿Pero no es el espíritu bueno y clemente?"

Loreto afirmó que tarde o temprano desecharía todas mis ideas preconcebidas acerca del bien y el mal, Dios y la religión, para pensar sólo en términos de un inventario por completo nuevo.
"¿Quieres decir que el bien y el mal no existen?"
"Es en este punto que mis compañeros y yo diferimos del orden establecido. Te he dicho que para nosotros la libertad significa estar libre de lo humano. Y eso incluye a Dios, el bien y el mal, los santos, la Virgen y el Espíritu Santo. Creemos que un inventario no humano constituye la única libertad posible para los seres humanos. Si nuestros almacenes han de perma­necer llenos hasta el tope con los deseos, sentimientos, ideas y objetos de nuestro inventario humano normal, entonces ¿dón­de está nuestra libertad? ¿Ves a qué me refiero?"

La entendía, pero no con la claridad que hubiese deseado, en parte porque aún me resistía a la idea de renunciar a lo humano en mí, y también porque aún no recapitulaba todas las ideas religiosas preconcebidas que me había trasmitido la educación católica. Asimismo, estaba acostumbrado a no pensar nunca en nada que no me afectase directamente. Mientras trataba de encontrar fisuras en su razonamiento, Loreto me sacó de mis especulaciones mentales con un golpecito de la punta del dedo en mis costillas. Dijo que iba a mostrarme otro ejercicio para detener los pensamientos y percibir las líneas de energía. De otro modo seguiría haciendo lo mismo de siem­pre: estar cautivado con la visión de mí mismo.

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