sábado, 29 de diciembre de 2007

U patul máak

El trabajo, las vacaciones, las fiestas de fin de año... en vez de disfrutar, sentí que el mundo se me venía encima. Programé un pequeño escape de una semana al norte del país. Con la conciencia de que dejaré el trabajo pendiente, me dirigí a la terminal de autobuses. Tenía ganas de ver paisajes, de ver el desierto, por eso no quería realizar el viaje por avión. Para mi sorpresa, me encontré a don Celestino sentado viendo a un mendigo que estaba en la entrada de la terminal. Fingí no haber visto a aquel mescalero, e hice fila para comprar mi boleto. Cuando llegué a la taquilla y obtuve mi boleto, al virarme, Yolanda me estaba esperando: "Así que te vas el 4 de enero..." No sé por qué pero di una larga explicación a todo lo que tenía que hacer allá y del por qué no quería toparme con un mescalero. "Es inevitable..."

Busqué con la vista a don Celestino, pero ya no estaba. Quizá se había marchado. Yolanda me dijo que mientras yo compraba mi boleto, don Celestino había abordado su autobús. No me quiso decir a dónde se había dirigido. Antes de seguir avanzando le pregunté por la razón de estar conmigo. "Tu viaje... Tú mismo... Hay un pensamiento que no te deja en paz..."

Asentí, pero dije que no tenía ganas de hablar acerca de eso. Yolanda sonrió misteriosamente.

"Haces bien, porque seguirías afirmándote a ti mismo, justificando tu mundo. Tu problema son las mujeres..." Me quedé con la boca abierta. Sólo los mescaleros tenían esa capacidad: penetrar en los sentimientos de los demás. Yo, sin embargo, en vez de analizar, creo que terminaba involucrado emocionalmente con los sentimientos de mis amigos.

"Sí. Te has puesto a recapitular tu mundo... tu intento de alcanzar el amor. Por eso estoy aquí. Nunca has tenido una joven hermosa a la que consideres tu musa, será acaso por tu estúpida actitud, o porque tienes miedo... No. Descartemos esa idea, quizá no sea el miedo. ¿Te has preguntado por qué no has logrado conseguir a una mujer... tu mujer ideal? Bueno, una de las respuestas, es porque un mescalero no puede compartir con una mujer... digamos, normal... que no cumpla con los requisitos de una Huizache. Sí, la única compañera de un mescalero es una Huizache. En caso de que el mescalero no quisiera estar acompañado, porque se siente a gusto con su soledad, no siente nada al respecto y no la busca..."

"Prefiere el celibato... ¿No es así?" Yolanda asintió y la sonrisa burlona no se le borraba de la cara. Había algo que no tomaba en cuenta, la misión que Loreto me había dado en Oaxaca: Buscar a la Huizache.

"Tu cuerpo sabe que para poder iniciar tu búsqueda, tienes que perder la forma humana. La forma humana es una fuerza, ¿sabes? Todo en el mundo es una fuerza; un rechazo o una atracción. Para ser atraídos o rechazados debemos ser como una vela, como un cometa al viento. Pero si tenemos un agujero en el centro de nuestra luminosidad, las fuerzas pasan a través de él y jamás nos afectan. Así que un mescalero debe deshacerse de la forma humana si quiere cambiar, realmente cambiar. De otra manera, las cosas no pasan de ser una conversación sobre el cambio, como en tu caso. Es inútil creer o esperar que sea posible cambiar los propios há­bitos, y eso tú lo sabes. No se cambia un ápice en tanto se conserva la for­ma humana. Un mescalero sabe que no puede cambiar; es más: sabe que no le está per­mitido. Es la única ventaja que tiene un mescalero sobre un hombre corriente. El mescalero jamás se decepciona al fracasar en una tentativa de cambiar. Pablo y yo somos los únicos que hemos perdido la forma humana. Fue una gran suerte para nosotros el perderla cuando nuestro maestro aún estaba entre nosotros. Tú pasarás una época horrible. Es tu destino. Quien­quiera que sea el próximo en deshacerse de ella, me tendrá a mí por única compañía. Ya lo lamento por aquel a quien le corresponda".

"¿A qué viene todo esto, Yolanda? Tengo un encuentro pendiente con una sombra, y la misión de encontrar a una huizache..." Me sentí tan furioso que me di cuenta, que realmente ese no era yo. Algo estaba ocurriendo en mí. Yolanda asintió y me dijo que mi actitud se debía a esos recuerdos que tanto recapitulaba.

"Natalia, nunca te hizo caso, y cuando tuviste la oportunidad de decírselo, descubriste que en realidad era nada. Paloma, se lo dijiste, pero ella tenía novio (aunque a decir verdad, te dijo eso para que no te sintieras mal, ya que en verdad no estaba interesada en ti). Cecila S., qué chica, estuviste tan perdido que Mario H. se dio cuenta y los dos jugaron a competencias. Obviamente, el que tenía mayor esperanza con Cecilia S. era Mario H.; ¿Quién más? Son de las chicas de las que te has enamorado perdidamente, ¿no es así? Pensabas que cubrían los requisitos de la Huizache... y luego... ¡ah, sí! Lidia... Me olvidaba de ella. Las demás fueron para que te des cuenta de que no, mi querido mescal, no, ninguna es una Huizache. Suprime el recuerdo, muchacho".

"Sabes, Yolanda. Llegué a pensamientos graves, y es que en mi mundo, hasta que no tenga esa fuerza, no podré obtener mi premio: la libertad. Así que como me dejaron en este mundo, seguiré caminando solo, aprendiendo a través de los demás. Compartir mis pequeñas victorias, es un síntoma de una persona vanidosa. Ya lo decidí. Cuando el llamado venga a mí, me encontraré con la sombra. Cuando pierda mi forma humana, buscaré a la huizache. Y mientras sucede todo eso, yo iré a disfrutar del desierto..." Le dije y me alejé de Yolanda. Escuché que me deseó un buen viaje, y que me seguirán esperando para seguir en el camino del mescalero.

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