martes, 1 de enero de 2008

El espíritu de un mescalero

En el camino del mescalero hay un momento en que éste se debe despedir del mundo de sentimientos y afectos que lo acompañaron durante toda su vida. El maestro le enseña al aprendiz a ir soltando, poco a poco, todas aquellas cosas a las que el aprendiz se aferra; sin embargo, siempre quedan algunas cuantas que el aprendiz debe guardar, unas cuantas que le proporcionen, en los momentos necesarios, alegría y bienestar. Pero llegado el momento, también estas cosas se deben soltar. Al ya no vivir aferrado a los sentimientos de la vida cotidiana se le llama perder la forma humana. Por eso, como un mescalero sabe lo que está esperando, no quiere nada. Mientras espera deleita a sus ojos con todo lo que contempla del mundo; un mescalero cuando mira al mundo, ríe.

Perder la forma humana no es asumir una actitud superficial de indiferencia o negligencia ni de enajenación o soledad. Es más un sentimiento de lejanía, una especial capacidad de vivir todo intensamente pero sin tener pensamientos. Las acciones de las personas ya no tienen valor porque no existen expectativas. En un mescalero sin forma humana ya no hay lugar para los celos, la tristeza, las envidias, los enojos, los amores o las pasiones humanas; éstas nos impiden ser libres. El no tener forma humana no implica ser sabio, pero sí poder detenerse un momento antes de actuar.

La contemplación es una excelente herramienta que permite pulir la conducta; la contemplación es una conducta especial que está determinada por ciertos principios; es una conducta agazapada, furtiva y engañosa, que tiene como objetivo dar una sacudida mental al aprendiz. Algún alucinógeno tendría el mismo efecto, sólo que, por una parte, con muy alto costo para el cuerpo y, por otra, se puede perder en el camino. Contemplarse es el método que diseñaron los mescaleros para despertar la esencia, usando su propia conducta de manera astuta y sin compasión.

El mescalero debe tener conciencia de la muerte, pero con desapego; con ello llega la sobriedad y la belleza. En lo único que tiene certeza es que deberá morir, por lo que, en consecuencia, actúa: tiene paciencia sin dejar de actuar, acepta sin ser estúpido, es astuto sin ser presumido o fantoche, y puede, sobre todas las cosas, llegar a no tener compasión al no entregarse a la importancia personal.

La recapitulación, en apariencia, es recordar lo vivido, pero en realidad es una técnica muy refinada y compleja que desarrollaron los mescaleros para despertar la esencia. La recapitulación comienza en el esfuerzo por recordar los eventos más importantes de la vida, para después recordar todos esos eventos con detalle y en una continuidad. Después se debe hacer un esfuerzo para revivir nuevamente cada uno de esos eventos; que el cuerpo recuerde y reviva lo que sintió en esos momentos; que la esencia despierte en el lugar preciso en el que estaba cuando ocurrieron los eventos que se están reviviendo; a esto se denominó acordarse.

Lo contrario a tenerse lástima a sí mismo es no tenerse compasión. El tener una idea muy exaltada de sí mismo produce, como consecuencia, una gran importancia personal. Esta les estorba, les hace rudos, vanidosos y pretenciosos; pero, además, la importancia personal viene acompañada de la compasión por uno mismo. Cuando la importancia personal se estrella con un tirano o con el mundo que insiste permanentemente en no ajustarse a los pensamientos, la importancia personal se convierte en la conmiseración por uno mismo. Cuando un mescalero desplaza su importancia personal, en su vida cotidiana dejan de existir los odios, los enojos, los resentimientos y adquiere el desatino controlado que fluye suavemente.

El torbellino de la vida cotidiana (angustia, preocupaciones, posesiones, frustraciones, miedos, etc.) ocupa toda la atención y no permite darse cuenta que uno está unido con todo lo demás. Es así que un mescalero es un ser impecable en sus actos y sentimientos, de gran flexibilidad, de recursos fluidos, de gustos y conducta refinados; en síntesis, es un ser cuyo trabajo es pulir todos sus bordes cortantes y una de las más importantes es su conducta. Un mescalero siempre está atento contra la natural brusquedad de la conducta humana.

La humanidad hace mucho tiempo tenía su centro en lo abstracto y por eso, el mescalero debe luchar inflexiblemente para regresar a ese centro. Los mescaleros y los hombres comunes no necesitan maestros, guías o ayudas. Todo empieza en ellos, está en ellos y termina en ellos. Lo importante es que el individuo esté consciente de sus posibilidades, que posea una disciplina férrea, que mantenga un esfuerzo sostenido y un intento inflexible. Su campo de batalla está en el mundo cotidiano y el enemigo a vencer es él mismo.

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