jueves, 20 de diciembre de 2007

El viaje definitivo

Cierto día me encontré con Juanito Mescalero. Tenía tanto qué revisar en mis asuntos atrasados, que no hallaba la manera de decirle que estaba completamente abrumado y que no tenía ganas de conversar con él. Sin embargo, decidí darme un respiro, aunque con el pendiente de que estaba perdiendo el tiempo, porque sentía que ya me había distraído demasiado.

"¿No que sabías comprimir el tiempo, Mescal?" Resoplé y decidimos caminar mientras él se desahogaba con sus comentarios. Sinceramente, me puse en el lugar de aquellas personas a las que recurría para también deshagorme. Nunca había tomado en cuenta el estado de ánimo de mis interlocutores, pero por alguna extraña razón me pasó por la mente aquellas frases tan trilladas de mis amigos: Por algo pasan las cosas y No hay mal que por bien no venga. Es decir, que mi desatino contralado provocaba cierto comentario que mi interlocutor necesitaba.

"¿Alguna vez, te asustó don Gaspar?" Me preguntó Juanito Mescalero, y yo intenté recordar con mayor detalle alguna escena semejante. Si alguna vez lo hizo, lo olvidé completamente. Juanito por el contrario me dijo que días después de su reclutamiento, don Goyo le dio un espanto terrible. Me comentó que cierto día, don Goyo le había pedido a Juanito que fuera a limpiar el terreno que iban a utilizar para una fiesta. Su tarea era recoger todas las ramas que podrían servir de leña, y desempedrar el lugar donde iban a estar los invitados. Juanito confesó que él siempre ha sido una persona chocante, que todo mandato le desagradaba, pero como se trataba de su maestro, no tenía otra opción que obedecerle. Juanito a regañadientes levantó cada leño y lo llevó a una vieja troje que tenía don Goyo, al lado de una casita improvisada. Al cabo de dos horas de desempedrar y recoger los leños, Juanito se atrevió por primera vez a estudiar el terreno de don Goyo.

Descubrió una vereda entre un monte alto, y al mismo tiempo a una persona que venía caminando hacia el terreno. Juanito entrecerró los ojos para poder identificar a la persona. Desconfió rápidamente, porque el lugar no era muy accesible para la gente del pueblo; tal especulación lo hizo correr hacia la casita y tomar un machete, en caso de que se tratase de algún bribón. Vio aquel bulto caminar tambaleante, quizá se trataba de algún borracho. Juanito tragó saliva, el ente estaba ya a 800 metros de distancia de él, y cuando Juanito estuvo a punto de preguntarle que quién era, el ente sin dejar de caminar, poco a poco comenzó a elevarse, como si estuviera amarrado con hilos invisibles y de repente alguien lo alzara. Juanito cayó de espaldas, y estupefacto no pudo dejar de ver cómo aquel ente se elevaba y se perdía entre las nubes. El ser surcó el cielo como un pájaro y de repente desapareció. Juanito no dejaba de temblar. Se dio cuenta que se había orinado los pantalones. Cuando pudo incorporarse escuchó a sus espaldas el reproche de don Goyo.

"Y a fin de cuentas, ese acto era el vuelo de un mescalero". dijo con alegría Juanito Mescalero. Recordé algo acerca de aquel vuelo que todo mescalero puede realizar, pero jamás en mi vida había visto a don Gaspar elevarse y surcar el cielo. Sin embargo, le confesé a Juanito que había tenido sueños y ensueños acerca de ese vuelo, y que incluso me transformaba en un moyote.

"Es tu deseo de convertirte en un mescalero viajero". Aquel concepto lo había escuchado por parte de Loreto, cuando la fui a visitar a Oaxaca. Ella lo había definido como un tipo que nunca subestima o sobreestima nada. Un luchador callado y disciplinado, cuya elegancia es tan extrema que nadie, no importa cuánto se esfuerce por ver, encontrará la costura donde se une toda esa complejidad.

"Se nota, Mescal, que siempre has estado pensando en tu viaje definitivo. Don Goyo me comentó una vez que la meta total de nuestro sendero es prepararnos para el enfrentamiento con el viaje definitivo, el viaje que todo mescalero tiene que emprender al final de su vida. Me dijo que a través de nuestra disciplina y resolución, los mescaleros somos capaces de retener nuestra conciencia y propósito individua­les después de la muerte. Para los mescaleros, el estado idealista y vago que el hombre moderno llama «la vida después de la muerte» es una región concreta repleta de asuntos prácticos de un orden diferente al de los asuntos prácticos de la vida cotidiana, y que sin embargo tienen una practicalidad funcional semejante".

Comencé a reírme por la seriedad que había ostentado Juanito en su explicación. Me miró y me dijo que al parecer yo no sabía nada, absolutamente nada de los mescaleros, o bien, me hacía el tonto al respecto. Sonreí y le dije que posiblemente ocurría eso, que me había olvidado de todo, en pocas palabras, me había bloqueado. No obstante, aquel concepto de ser un viajero, don Gaspar me lo reprochó en una ocasión, dos días antes de que él se fuera de este mundo, para que yo pudiera cambiar mi modo de vida.

"Te he dicho una y otra vez que los mescaleros viaje­ros son pragmáticos. No están involucrados en sentimentalismo o nostalgia o melancolía. Para ellos sólo existe la lucha, y es una lucha sin fin. Si crees que has venido aquí a encontrar paz, o que éste es un momento de calma en tu vida, estás equivocado. Esta faena de pagar tus deudas no está guiada por ninguna sensación que tú conozcas. Está guiada por el senti­miento más puro, el sentimiento del viajero que está a punto de sumergirse en el infinito, y que justo antes de hacerlo, se vuelve para dar las gracias a aquellos que lo favorecieron.

"Te tienes que enfrentar a esta tarea con toda la gra­vedad que merece. Es tu última parada an­tes de que te trague el infinito. De hecho, si el viajero no está en un estado sublime de ser, el infinito no lo toca por nada del mundo. Así es, no te restrinjas, no te ahorres ningún esfuerzo. Empuja, despiadada pero elegantamente, hasta el final
".

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