viernes, 7 de diciembre de 2007

Concepto

La cabeza me daba vueltas. No tenía ganas de enfocar mi vista en ninguna parte. Cerrar los ojos nada más colaboraba en crear pequeños destellos que al final me ilustraban los miles de proyectos que tenía aún pendientes. Muy adentro de mí mismo sabía que tenía cierto coraje, pero cuando lo definí, terminé aplicando la paciencia que necesita todo mescalero. Era increíble, al final una voz interna me señaló que mi camino seguía extendiéndose hacia el infinito, y que para poder alcanzar ese sueño tan preciado, me tomaría quizá toda la vida.

Sacudí la cabeza y me dije que no quería volver a hacer carreras contra el tiempo. A pesar de que se aproximaba el fin de un nuevo ciclo, y con ella la entrega de cuentas, decidí salir a la calle para buscar alguna señal que me auxiliara. No la encontré. Caminé por toda la avenida, sumiso en mis pensamientos de que todo lo que me estaba ocurriendo era por alguna razón. Me percaté que aquella oración la había escuchado ya tropecientas veces en toda la semana, y que terminé aplicándola para apaciguar mis actos.

Una camioneta verde avanzaba al lado de mí. No tenía ganas de darme cuenta de quién se trataba, así que sólo la miré de soslayo, cuando de repente alguien me gritó. Sentí como si alguien me hubiera despertado de un sueño tan profundo. Fue Norma. Pablo iba manejando. Me subí en la parte trasera y saludé como siempre. Me preguntaron a dónde me dirigía, y les dije que me sentía como el Judío errante. Pablo se reía de mi nuevo atributo, mientras que Norma se dio la vuelta y me preguntó que no había entendido. Le dije que no se preocupara, que eran cosas de mitología. "Ah, tú y tus cuentos interminables..." Cuando dijo aquello, recordé en el concepto que Pablo me encerraba, y luego como si hubiese regresado en mí, escuché lo que me había gritado Norma cuando me encontraron: "¡Cuenta cuentos!"

Pablo me indicó, que como yo no tenía ningún lugar a dónde ir, que mejor los acompañara a realizar algunos asuntos, mientras definía mi destino. Accedí, pero en cada dependencia que tenía que ir Pablo, Norma y yo nos quedábamos en la camioneta. Le comenté a Norma, al ver que se tardaría Pablo, que alguien me había dicho una vez que yo me dedicaba a realizar cuentos interminables con un sólo propósito... "Sí. ¿Crees que no lo sé? Te lo dijo Alvina. Me lo contó Pablo." Me sorprendí. Aquella jovencita estaba quizá enterada acerca de lo que era un mescalero. Sin más, le pregunté si conocía el concepto de lo que era un mescalero. "Sí, también lo sé. Pero ser un mescalero es mucho más que un mero concepto".

"¿De verdad?" Estaba impresionado.

"Sí. Ser un mescalero es un modo de vida. Es lo único que puede detener el miedo y el único canal del que puede servirse un practicante para dejar circular libremente el flujo de su actividad. Sin este concepto es imposible superar los obstáculos de tu camino".

Asentí. Tenía una buena definición acerca de un mescalero. Recordé que don Gaspar lo definía como un luchador por excelencia. Que en realidad ser un mescalero era un estado de ánimo; un ánimo en el que cualquier hombre podía introducirse. El mescalero era, en síntesis, una unidad de combate tan afinada para la lucha en su entorno, tan extraordi­nariamente alerta que, en su forma más pura, no necesitaba nada superfluo para sobrevivir. Un mescalero no tenía necesidad de regalos, ni de ser apoyado con palabras o con actos, ni de recibir consuelo o incentivos. Todas esas cosas estaban incluidas en la propia estructura del mescalero. El resultado final de esa estructura es un luchador que luchaba solo y que extraía de sus propias silenciosas convicciones todo el impulso que precisaba para seguir adelante, sin quejas, sin necesidad de reconocimiento.

Personalmente, encontraba fascinante el con­cepto de mescalero, al tiempo que me parecía una de las cosas más aterradoras con las que jamás me había topado. Pensaba que, de adoptar ese concepto, llegaría a esclavizarme sin tener el tiempo o la disposición para protestar, analizar o quejarme. Quejarme había sido un hábito de toda mi vida y, la verdad, habría luchado con uñas y dientes con tal de no renunciar a él. Pensaba que quejarse era propio de un hombre sensible, valiente y directo que no titubea en defender sus actos ni en decir lo que le gusta y lo que le disgusta. Si todo eso iba a convertirse en un orga­nismo luchador, corría el riesgo de perder más de lo que podía soportar.

Y don Celestino me dijo una vez que en cuanto se acepta esta premisa, por muy livianamente que sea, se tiende un puente que salva el abismo entre nuestro mundo de los asuntos coti­dianos y algo que tenemos enfrente y que no tiene nombre; algo que está perdido en una niebla, que parece no existir; algo tan tremendamente difuso que no puede utilizarse como punto de referencia, pero que está allí, innegablemente presente. También afirmaba que el único ser de la Tierra capaz de cruzar ese puente era el mescalero: silen­cioso en su lucha, imparable porque no tiene nada que perder, práctico y eficaz porque tiene todo que ganar.

"Y sin embargo, para pasar desapercibido actúas ante tus semejantes como una persona estúpida y quejona. ¿Qué ganas con hacer que la gente piense que eres sensible? Si eres un desalmado y odioso." Me dijo Norma como si hubiese leído mis pensamientos. Le pregunté si lo había hecho. "No seas estúpido, todo tu definición me la dijiste en voz alta". La miré y le dibujé una sonrisa hipócrita. Me bajé de la camioneta y decidí irme caminando a casa para terminar mis asuntos. "Oye, ¿a dónde vas?"

"A seguir actuando como tonto. Nos vemos después."

0 comentarios: