viernes, 5 de junio de 2009

Voluntas umbilici

"De verdad que te estás muriendo de tristeza. Esa es buena señal, nagualito. No sé si tu cuerpo lo hace a propósito o tú lo estás haciendo conscientemente, pero bien que sabes que necesitas tales momentos para ir perdiendo tu forma humana. Pero, viendo bien las cosas, conscientemente estás por los suelos. Estás en un peldaño de pesimismo y te tambaleas. Caerás y yo no seré quien te levante. A ver, dime, cómo está eso de que tu mundo ha sido muy injusto. Si mira que has sido dichoso de conocer el único sendero que nos ha dado la razón de existir en este mundo misterioso. De plano que todo lo que has aprendido se te está olvidando. Has de tener memoria a corto plazo, nagualito. O quizá estás rehusando llegar hasta la meta final. Dime, qué haces. Por qué te gusta derrumbarte tu solito. Por algo me dejaron junto a ti, pero no para que me cuides, sino para que yo cuide de ti".

Tomé a la mescalera de las manos. Estábamos en un lugar lleno de densa bruma; yo yacía en una superficie gélida. Con las pocas fuerzas que encontré articulé algunas palabras: ¿Dónde estamos? La mescalera entrelazó sus dedos con los míos, estaba acuclillada frente a mí; luego se inclinó hasta tener sus labios en mi oído derecho: "Disparamos nuestros cuerpos de ensueño. Yo te seguí hasta aquí, pero luego te vi desfallecer hasta encontrarnos en este mundo brumoso. No tengo idea de dónde nos has traído". Miré para percatarme de la descripción de la mescalera. No tenía idea de cuándo sucedió tal cosa para caer en este lugar.

Te fallé, mescalera. No hice caso de tus comentarios. Actué precipitadamente, y este es el resultado de mis actos. Me he resignado a aceptar mi destino. "¿Pero qué sucedió, nagualito?" Le comenté lo que había sucedido con Hilda. La mescalera se sonrió y me abrazó. Quedé en su regazo mientras ella me acariciaba el cabello. Lo tenía húmedo. "Ya, ya. Olvida lo que sucedió. Sí te diste por vencido, pero porque sabías muy bien que no ibas a tener éxito. Te dije que el optimismo que traías brillando, no era tuyo, sino generado…" La interrumpí, preguntándole cuándo utilizaría mi propio optimismo. La mescalera suspiró y me dijo que no me aferrara más a ese mundo común. Ella estaba, o más bien, estaría al final conmigo. Grité de dolor.

La mescalera con su mano había atravesado la superficie donde se ubicaba mi ombligo. Algo que apretaba en mi interior me provocaba un fuerte dolor. "¿Qué hiciste exactamente?" Le mandé un mensaje disculpándome por mi acto precipitado, por lo que hice… "Qué patético eres…" Algo me decía que lo que apretaba la mescalera era mi voluntad. "Tienes que perder la forma humana… pero antes de eso, llévame a un lugar que no sea este de bruma…" Mescalera… recordé una conversación con don Gaspar acerca del amor: solía decirme que el problema era que nadie quería realmente amar a alguien, sino que todo el mundo quería ser amado. Y mientras recordaba veía el rostro de la mescalera; por un instante vi la cara de Hilda. Sus ojos, su nariz, su sonrisa… era ella. Musité el nombre de Hilda. Sin embargo, la mescalera seguía removiendo con su mano mi interior, como si con ello sintonizara un canal de televisión, pues al dejar de apretarme, sentí el calor del sol de mediodía. El bochorno del calor era insoportable. Ella estaba sentada en la banca y mi cabeza sobre su regazo. Estábamos en aquel parque en donde nos vimos por primera vez.

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