lunes, 8 de junio de 2009

El ensoñar de una mujer

En aquel parque, la mescalera y yo comenzamos a discutir lo que había sucedido tras ensoñar. De inmediato nos fue obvio que había temas centrales que especialmente don Gaspar había enfatizado, por ejemplo, el acto mismo, el cual comienza como un estado único de conciencia al que se llega concentrando el residuo consciente que se conserva (aun cuando uno está dormido) en los elementos o los rasgos de los sueños comunes y corrientes. El residuo consciente es adiestrado a través de ejercicios de no-hacer. La mescalera y yo estuvimos de acuerdo que un auxiliar esencial del ensoñar era un estado de quietud mental, que don Gaspar había llamado detener el diálogo interno. Para enseñarme cómo lograrlo, don Gaspar solía hacerme caminar durante kilómetros con los ojos fuera de foco, fijos en un plano unos cuantos grados por encima del horizonte, a fin de realzar la visión periférica. El método fue efectivo por dos razones. Me permitió detener mi diálogo interno después de años de práctica, y entrenó mi atención. Al forzarme a una concentración en la vista periférica se reforzó mi capacidad de concentración, por largos periodos de tiempo, en una sola actividad. Después, cuando logré controlar mi atención y ya fui capaz de trabajar por horas en cualquier tarea (algo que antes nunca pude hacer), don Gaspar me dijo que la mejor manera de entrar en ensueños era concentrándome en el área exacta en la punta del esternón. Dijo que de ese sitio emerge la atención que se requiere para comenzar el ensueño. La energía que necesita uno para moverse en el ensueño surge del área 3 ó 4 centímetros bajo el ombligo. A esa energía le llamaba la voluntad, o el poder de seleccionar, de armar. En una mujer, tanto la atención como la energía para ensoñar, se origina en el vientre. "El ensoñar de una mujer tiene que venir de su vientre porque ése es su centro. Para que yo pueda empezar a ensoñar o dejar de hacerlo, todo lo que tengo que hacer es fijar la atención en mi vientre. He aprendido a sentirlo por dentro. Veo un destello rojizo por un instante y luego ya estoy fuera". Señaló la mescalera. Le pregunté que cuánto tiempo le toma llegar a ver esa luz rojiza. "Unos cuantos segundos. En el momento en que mi atención está en mi vientre, ya estoy en el ensoñar. Nunca batallo, nunca jamás. Así son las mujeres. Para una mujer la parte más difícil es aprender cómo empezar; a mí me llevó un par de años detener mi diálogo interno concentrando mi atención en el vientre. Quizás ésa es la razón por la que una mujer siempre necesita que otro la acicatee. "El naualli me ponía en la barriga piedras del río, frías y mojadas; para hacerme sentir esa área. O me ponía un peso encima. Me hacía cerrar los ojos y concentrar la atención en el sitio donde yo sentía el peso. Por lo regular me quedaba dormida. Pero eso no lo molestaba. Realmente no importa lo que uno hace en tanto la atención esté en el vientre. Por último aprendí a concentrarme en ese sitio sin tener nada puesto encima. Un día empecé solita a ensoñar. Como siempre, comencé por sentir mi barriga, en el lugar donde el naualli había puesto el peso tantas veces, luego me quedé dormida como siempre, salvo que algo me jaló directo adentro de mi vientre. Vi un destello rojizo y después tuve un sueño de lo más hermoso. Pero tan pronto como quise contárselo al naualli, me di cuenta de que había sido un sueño común y corriente. No había modo de contarle cómo había sido. Del sueño yo sólo sabía que en él me sentí muy feliz y fuerte. El naualli me dijo que yo había ensoñado. "A partir de ese momento ya nunca más me volvió a poner un peso encima. Me dejó hacer mi ensoñar sin interferir. De vez en cuando me pedía que le contara cómo iban las cosas, y me daba consejos. Así es como se debe de llevar a cabo la instrucción del ensoñar".

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