jueves, 16 de abril de 2009

Mensajera

Después de que la mescalera y yo tomamos asiento en la sala, en el atardecer de ese día, de repente, me sentí profundamente cargado de emotividad. Mis emociones debieron haber preparado a mi cuerpo. Pero también tenía que considerar el hecho de que, con la práctica del ensoñar, había aprendido a entrar en un estado de quietud total. Podía desconectar mi diálogo interno y quedarme como si estuviera en el interior de un capullo, atisbando hacia afuera a través de un agujero. En ese estado yo podía, si lo quisiese, soltar un poco del control que poseía y entrar en el ensueño; o bien conservar ese control y permanecer pasivo, sin pensamientos y sin deseos. Sin embargo, no creo que ésos fuesen factores significativos. Pensé que la mescalera y sus hermanitas habían sido catalizadoras y que mis sentimientos especialmente hacia ella misma crearon las condiciones para ver.

La mescalera rió tímidamente cuando dijo lo que pensaba.

"No estoy de acuerdo contigo. Yo creo que lo que pasa es que tu cuerpo ha empezado a recordar".

¿Qué quieres decir con eso?

Hubo una larga pausa. La mescalera parecía luchar por decir algo que no quería, o bien luchaba desesperadamente por encontrar la palabra adecuada.

"Hay tantas cosas que sé, sin embargo ni siquiera sé qué es lo que sé. Recuerdo tantas cosas, que al final termino sin recordar nada. Creo que tú te encuentras en la misma situación".

Le aseguré que, si eso era así, no me daba cuenta. Ella se negó a creerme.

"En verdad, a veces creo que no sabes nada. Otras veces creo que estás jugando con nosotros. Celestino me dijo que él mismo no lo sabía. Ahora me estoy volviendo a acordar de muchas cosas que me dijo de ti".

¿Qué es lo que significa que mi cuerpo ha comenzado a recordar?

"No me preguntes eso. Yo no sé qué será lo que se supone que debes recordar, o cómo se recuerda. Nunca lo he hecho, de eso estoy segura".

¿Hay alguno entre los aprendices que me lo podría decir?

"Ninguno. Creo que yo soy como una mensajera para ti, una mensajera que en esta ocasión sólo puede darte la mitad del mensaje. Y ya que mencionas a los aprendices..."

Se puso de pie y los llamó. Acto seguido salieron los mescaleros de un cuarto: Yolanda, Pablo, Fernanda, Efraín, Juanito, Trini y sus dos hermanas, Norma, Magaly y Fidencio. Me saludaron y les correspondí el saludo. Pero en vez de emocionarme al verlos, me sentí indiferente. Recordé que tras lo sucedido, no podía quedarme con ellos mucho tiempo, así es que pedí que nos sentáramos a compartir todo lo que sabíamos. La mescalera fue inflexible.

"Tenemos que esperar. Tenemos que darle a nuestros cuerpos la oportunidad de proporcionarnos una solución. Nuestra tarea es recordar, no con nuestras mentes sino con nuestros cuerpos. Todos nosotros lo entendemos así".

Me miró inquisitivamente. Parecía buscar una clave que le dijera que yo igual había comprendido la tarea. Reconocí hallarme completamente desconcertado, ya que yo era efectivamente un extraño. Yo estaba solo, y ellos se tenían los unos a los otros para darse apoyo.

"Este es el silencio de los mescaleros” dijo riendo Magaly, y después añadió con un tono conciliatorio: "Pero este silencio no quiere decir que no podamos hablar de otras cosas"

"Tal vez debamos volver a nuestra vieja discusión de perder la forma humana".

Noté que en Yolanda había irritación en sus ojos. Le expliqué detalladamente que, en especial cuando se trataba de conceptos extraños, a mí se me tenía que clarificar constantemente sus significados.

"Exactamente, ¿qué quieres saber?"

Todo lo que me quieras decir.

"Gaspar me dio a entender que perder la forma humana trae la libertad. Yo creo que es así. Pero no he sentido esa libertad, todavía no".

Hubo otro momento de silencio. Obviamente, la mescalera calculaba mi reacción.
¿Qué clase de libertad es ésa, Yolanda?

"La libertad de recordarte a ti mismo. Gaspar dijo que perder la forma humana es como una espiral. Te da la libertad de recordar, y esto, a su vez, te hace aún más libre".

"¿Por qué no has sentido aún esa libertad?" Preguntó Norma.

Pablo, en cambio, chasqueó la lengua y alzó los hombros. Yolanda parecía renuente a proseguir la conversación. La mescalera me tocó el hombro y me dijo, mirando a los demás.

"Estoy atada a ti. Hasta que tú pierdas tu forma humana y puedas recordar, yo no podré saber cuál es esa libertad. Pero quizá tú no puedas perder tu forma humana a no ser que primero recuerdes".

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