martes, 7 de abril de 2009

Anacrónico

Se la encontró caminando. Falda negra, blusa blanca, cargando varias bolsas y su laptop. Iba con premura hacia el pálido edificio, debido a la cita vespertina con el preceptor, calculada en la impuntualidad. Él dejó de pensar en la antítesis de Armando Castillo: Me esfuerzo por olvidarte/y sin querer te recuerdo. No dudó al verla y corrió hacia ella.

Turbó la concentración de avance, y sin crear una nueva síntesis de lo que le había sucedido semanas atrás, le preguntó si podía ayudarle a hacer más ligera su carga. Ambos comprimieron el tiempo. Y sus miradas se cruzaron. Él tenía la mirada agradable, ella la mirada hosca. La pregunta feneció lentamente entre sus alientos, sin permitir plantear aquella lejana hipótesis. ¡Te he dicho que no me interceptes, traigo prisa!

Él le dijo con timidez: sólo quería platicar contigo; pues no traía el ánimo para decirle que necesitaba una prótesis para reemplazar aquel espíritu perdido por las heridas amorosas. No hay tiempo, será en otra ocasión, y lo sabes. Sólo quería saber una cosa. ¿Quieres que te lo diga? No, pero… Entérate de una vez, porque tú y yo lo sabemos bien. Y con una diátesis activa le dijo: no nos convertimos en Nauallis para tener un futuro; nos convertimos en Nauallis porque no tenemos elección…

Y descomprimieron el tiempo. Él quedó impactado y sus palabras incomprensibles sonaron a pura metátesis. La brisa circuló entre sus cabellos. Ella le dio la espalda y caminó hacia el edificio. Él se quedó de pie, viendo que se aleje. Y yo sentado desde aquella antigua fuente, reprobé la escena de la que había sido testigo. Retomé de nuevo mi lectura, mientras el sol se ocultaba, y él se alejaba ahora del lugar jugando con la epéntesis de su destino.

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