jueves, 2 de abril de 2009

Desencuentro

“Tú disparas para encontrarte. Yo lo hago para desaparecer. La perfección es perderse. Para perderse hay que amar, sino amas, tú rompes, asesinas, y nadie te ama. Porque cuando crees que das, en realidad estás tomando”.

El segundo maestro del revólver.
(El Topo. Alejandro Jodorowsky. 1970)

Entre la Biblia, el Bhagavad Gita, el Corán, el Tao-Te king, el Popol-Vuh, y la Pistis Sophia… seguía leyendo aquel capítulo 10 del libro de Navarro: el budismo. Subrayaba cada dato interesante e importante, mientras la brisa marina corría en la planta baja de Rectoría. Sentía que el calor se disipaba. Miré la hora y me percaté que eran las 3.30 pm. El personal salía poco a poco del edificio. Y me di cuenta de que ella no salía. Pensé que no era el momento adecuado. Quizá el tiempo que yo estaba comprimiendo, lo hacía a la inversa y aplazaba el sin sentido del universo. El azar se sorteaba en las sombras de los árboles raquíticos y en el sonido de las piezas de ajedrez que al lado mío, disputaban una lucha en la Modorra de decepcionantes comentarios de unos analizadores de viejas lecturas: ¿Lees? Y la chica respondió: Algo. Sabes que los romanos se referían al necio como “testa-duro”… no testarudo… qué aburrición. Pero aún así, yo prestaba atención a esa pequeña, queda y prepotente conversación en el que se exponía la efímera ignorancia de la fémina.

Escoré las hojas y continué la lectura… Sidharta Gautama (Buda, el Iluminado) [caso curioso] no quiso tener un retrato, incluso pidió a sus seguidores que desistieran de defender su imagen. Por eso la imagen de Buda aparece de diferentes formas, y se le representa con diversos símbolos, siendo los más comunes la rueda, las huellas, su estupa o túmulo sagrado y el árbol de la iluminación.

Miré nuevamente la hora. Las 5 pm. Ya nadie recorría el camino de la salida a casa. Y entonces, la vi pasar. Blusa morada, jeans, una enorme bolsa donde cargaba quién sabe qué. Le pregunté desde su posición mimética de columnas y losas naranjas. y su mirada lejana me encontró. Supongo que me había descubierto en lontananza. Y fue una aglomeración de insistencias la que hizo implosión en mi mente: Date a odiar. Es la única manera de que ella te olvide. Repróchale todo. Que te odie totalmente. Un Naualli es el peor ser sobre la Tierra. ¿Odiarme? ¿Por qué? ¿Qué gano? Deja de preguntar. ¿Quieres desaparecer? A veces los seres a los que tienes encadenados en tu pensamiento desean con tanto ahínco ser liberados. Un aprendiz también tiene el deseo de liberar sus mejores momentos. Tú ya no encajas en el ejemplo, pero ya tienes que levantarte nuevamente. ¿Me lo pides a mí? Y dejó de mirarme. Caminó al lado de un tipo a rayas verdes que le hacía sombra: ¡No me interceptes, aléjate por el día de hoy!

Escoré las hojas de nuevo, al verla desaparecer en una charla a banca barnizada, bajo un árbol de hojas secas. Subrayé mientras leía que la cosmología se fundamenta en la creencia de que el cosmos no es permanente ni creado. Que en la cima del cosmos se encuentran cuatro reinos sin forma de la pureza mental, y por debajo están los reinos de forma pura, donde moran los dioses. Estos dioses están presentes en la vida cotidiana budista, pero no son estáticos (no son propiamente dioses, sino seres sobrenaturales), no crean sino permiten lo eterno; ellos mismos se encuentran sujetos al renacer y a la tarea de buscar la iluminación

Desaparecer. Darme a odiar a ese ser al que había soñado en un desencuentro filosófico, mientras esperábamos en un paradero de autobús. ¿Por qué platicamos como si en verdad nos conociéramos? Es raro, porque en este mundo todos somos desconocidos. Y se alejó como si la vida tuviera una razón de ser, una razón absoluta en la que forzosamente tienes que vivir. Muchas revelaciones, muchas explicaciones... el sueño fue muy extenso; hasta pienso que lo que se reflejó fueron todas las cosas que me habían contado. Fue un desencuentro filosófico... sobre nuestra existencia; sobre nuestras quejas; sobre nuestro rol en este mundo donde todos son misteriosos... desconocidos y actúan como si se conocieran. Tanta gente circulando en una ciudad: tocando el claxon, mentando la madre, dejando pasar a otras la calle, compartiendo el mismo transporte, sonriendo a un extraño... Todas esas cosas que finalmente seguirán desconocidas, pero que provocarán compartir el mismo mundo como tú y yo lo estamos haciendo ahora mismo. ¿A partir de dónde somos conocidos... totalmente? Ni siquiera conozco a mis padres tal como yo pienso que son. Ni siquiera conozco a esa gente que platica conmigo, y los denomino como amigos, compañeros y maestros. ¿No te parece tan indescriptible esa manera de vivir? ¿A partir de dónde nace la confianza? ¿Cómo podemos tolerar o compartir nuestra existencia con desconocidos en el mismo universo?

Y descomprimí el tiempo.


Será en otra ocasión.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Como una vez señalaron: Tanto pedo, para terminar cagando aguado...