viernes, 22 de febrero de 2008

3 enigmas

Para entonces ya era casi de noche. De pronto, don Celestino señaló hacia algo que se movía al nivel de los ojos. En el crepúsculo parecía ser un bulto, quizá un mujer que caminaba alrededor del lugar en el que estábamos sentados.

"Ten mucho cuidado, tú eres muy exagerado. No te agites. Deja que Celestino te guíe y no desvíes tu mirada de ese punto que se mueve".

Definitivamente, lo que se movía era una mujer. Al enfocarla, pude distinguir con claridad todos sus detalles. Seguí sus pasos seductivos hasta que pude ver cada parte de aquel ser como esencia, comenzaba a brillar. Reconocí su rostro, y comencé a reír. Era una huizache.

Me desconcentré repentinamente, y sentí unas miradas hoscas detrás de mí. Me volví y descubrí que había toda una hilera de gente alineada al otro lado de la piedra labrada. Supuse que la gente de los alrededores, sospechosos al vernos en el lugar por todo el día, había llegado con la intención de hacernos daño. Reconocí sus intenciones al instante.

Don Gaspar y don Celestino, sin ponerse de pie, se deslizaron al suelo. De allí, los dos me dijeron al unísono que me bajara de inmediato. Nos alejamos de la piedra labrada sin volvernos a mirar si la gente nos seguía. Ninguno de los dos habló, mientras caminábamos rumbo a una extraña choza. La luna estaba en plenilunio, así que nos iluminaba el camino. Intenté comentar algo, pero don Gaspar me hizo callar con un feroz gruñido, llevando un dedo a sus labios. Cuando llegamos a la choza, don Celestino no entró, sino que siguió caminando mientras don Gaspar abrió la puerta y me empujó adentro.

"¿Quiénes eran esas personas?"
"Esos no eran gente".
"Vamos, don Gaspar no me venga con esas. Sé que eran gente como usted y yo, los vi con mis propios ojos".
"Claro que los viste con tus propios ojos, pero eso no significa nada. Tus ojos te engañaron. Esos no eran gente como tú y yo, y te estaban siguiendo. Celestino tuvo que alejarlos de ti".
"Si no eran gente, ¿qué eran entonces?"
"Ah, ahí está el misterio. Es un misterio del resplandor de la conciencia y no puede resolverse con raciocinios. Ese misterio sólo se puede presenciar".
"Déjeme presenciarlo entonces".
"Pero ya lo hiciste, dos veces en un día. En este momento no recuerdas lo que has visto, sin embargo lo recordarás cuando vuelvas a encender las emanaciones que resplandecían cuando estabas viendo el misterio al que me estoy refiriendo. Mientras tanto, volvamos a nuestra explicación. Los videntes saben que en verdad todos los seres vivientes luchan por morir. Lo que detiene a la muerte es estar consciente de ser. Este es uno de los primeros enigmas, y que aún no has logrado despertar. Ya te hemos hablado de los tres enigmas, y de los que ya te hemos enseñado a dominar".

"¿Cuáles son esos tres enigmas?"
"No te hagas pendejo. Estoy hablando del enigma del corazón, y el enigma del espíritu. El enigma del corazón te lo enseñó Alvina cuando comenzabas a comprender el cambio drástico. El enigma del corazón son los siete principios que no quieres aplicar. Lo que te puede convertir en un mescalero contemplador".
"¿Y el enigma del espíritu?"
"De verdad que no eres más que un animal. El enigma del espíritu es la acción que puede realizar todo mescalero a través de su única arma: la voluntad. Loreto y yo, te hablamos de la voluntad en toda tu formación. Y ahora el enigma que te toca conocer es el enigma de la mente. Debes saber que los videntes tienen que ser seres metódicos, racionales, parangones de sobriedad, y a la vez deben rehusar todas esas cualidades para poder ser completamente libres y abrirse a las maravillas y misterios de la existencia.
"Sólo un sentimiento de suprema sobriedad puede tender un puente entre las contradicciones. Antes de que me digas cualquier babosada, al puente entre las contradicciones, lo puedes llamar como quieras, arte, sobriedad, amor, o incluso gentileza, gracia".

Don Gaspar comentó que en la especie humana la razón debería abundar, pero que en realidad es muy escasa. La mayoría de los seres humanos eligen la absorción en sí mismos. Afirmó que para que pueda haber interacción entre los seres vivientes, la conciencia necesita un grado de absorción en sí misma. Pero con la excepción del hombre, ningún ser viviente tiene un grado tal de absorción en sí mismo. Al contrario de los hombres de razón, que ignoran el impulso de las emanaciones, los individuos absortos en sí mismos usan esos impulsos y los convierten en una fuerza que agita aun más las emanaciones en el interior de sus esencias.

Al observar todo esto, los videntes llegaron a una conclusión práctica. Vieron que los hombres de razón llegan a vivir mucho más, porque al no hacer caso del impulso de las emanaciones, aquietan la agitación natural del interior de sus esencias. Por otra parte, al usar el impulso de las emanaciones para crear una mayor agitación, los individuos absortos en si mismos acortan sus vidas.
“¿Qué ven los videntes cuando contemplan a seres humanos absortos en sí mismos?”
"Los ven como descargas intermitentes de luz blanca, seguidas por largas pausas de opacidad".

Don Gaspar dejó de hablar. Hubo un fuerte golpe en la puerta de la calle que me hizo saltar. La puerta se abrió de par en par y don Celestino entró, sin aliento. Cerró la puerta al entrar. Él estaba cubierto de sudor.
"Estábamos hablando del enigma de la mente".
"El enigma de la mente sólo sirve con lo conocido. Vale madre con lo desconocido".
"Eso no es del todo correcto, el enigma de la mente funciona muy bien con lo desconocido. Lo bloquea; lo niega con tanta ferocidad que, al final, lo desconocido no existe para el enigma".
“Pero si abro la puerta ¿podría el enigma de la mente bloquear a lo que va a entrar?”
"La tuya y la mía no podrían, pero la de este muchacho sí. Vamos a tratarlo".

Don Celestino se puso de pie, fue a la puerta y la abrió de un golpe. Saltó a un lado y al instante entró una ráfaga de viento frío. Don Gaspar y don Celestino se colocaron junto a mí. Ambos me miraron con asombro.

Yo quería cerrar la puerta. El frío me hacía sentirme incómodo. Pero cuando me moví hacia ella, don Gaspar y don Celestino saltaron frente a mí y me escudaron.
“¿No notas que hay algo extraño en el cuarto?” me preguntó don Celestino.
"No, no noto nada". Salvo el viento frío que soplaba por la puerta abierta, no había nada extraño allí.
“Cuando abrí la puerta entraron unos seres muy raros. Qué, ¿a poco no los ves?”
Había algo en su voz que me decía que esta vez no bromeaba. Y yo no veía absolutamente a ningún ser extraño. Los tres salimos caminando de la casa, cada uno de ellos estaba pegado a mi costado. Don Gaspar cerró con una cadena y candado la puerta de la choza. Luego mientras caminábamos, me empujaron para caer de bruces, y desperté en mi habitación.

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