"Las razones del mescalero son muy simples, pero de extremada finura. Rara vez tiene el mescalero la oportunidad de ser genuinamente impecable pese a sus sentimientos básicos. Tú me has dado tal inigualable oportunidad. El acto de dar, libre e impecablemente, me rejuvenece, renueva en mí la idea de lo maravilloso. Lo que obtengo de nuestra relación es en verdad algo de tan incalculable valor para mí que estoy irremediablemente endeudado contigo".
La noche comenzaba a ser reveladora en todos los aspectos. Después de una buena dosis de anécdotas que le sucedieron a don Celestino en su viaje a Mérida, Yucatán; yo le conté acerca de la maravillosa ciudad de Matamoros. Por un lado el viaje de ida y la estancia en aquella ciudad, me hizo una enorme reconfortación. Mis sentidos se agudizaron, y sentía que me había conectado con todo el ambiante del lugar. Sin embargo, le confesé a don Celestino que tras el viaje de regreso, no me sentía tan inadaptado como me suele pasar cada vez que viajo. Don Celestino chasqueó la lengua; no tenía ninguna respuesta a mi extraña sensación. No obstante, le conté que aquel viaje de alguna forma me había afectado demasiado, porque ahora me siento con una extraña irresponsabilidad.
Don Celestino rió, no por la actitud que yo había definido, sino porque me recordó lo que le contó una vez don Gaspar cuando se dirigían a Catemaco. Don Celestino respiró profundo y con una sorprendente imitación, la voz de don Gaspar fue revivida: "Soy el naualli; desperté tu esencia con el brillo de mis ojos. Los ojos de todos los seres vivientes pueden despertar las esencias, sobre todo si están enfocados en la voluntad. Bajo condiciones normales la gente enfoca los ojos en el mundo, en busca de comida, de refugio, de protección, o en busca del amor".
Le señalé a don Celestino que don Gaspar se burlaba constantemente de mi búsqueda de amor. Nunca olvidó una respuesta ingenua que le di cierta vez al preguntarme él qué buscaba yo en la vida. En aquella ocasión, don Gaspar, me había estado guiando hacia la admisión de que yo no tenía metas claras en mi vida. Pero bramó de risa al oírme decir que yo buscaba amor. Le pregunté a don Celestino, ya que mencionaba aquella escena, si los mescaleros podían hipnotizar a la gente con la mirada. Con una enorme carcajada, me dijo que en realidad lo que yo quería saber era otra cosa: si podía hipnotizar a las mujeres con mi mirada, pese a que mis ojos no estaban enfocados en la voluntad, sino en el mundo, en busca de amor.
"Lo que te interesa es la paradoja del mescalero, sin embargo, la válvula de seguridad de los mescaleros consiste en que cuando llegan a enfocar su ojos en la voluntad, ya no les interesa hipnotizar a nadie. No obstante, para mover con el brillo de sus ojos la esencia propia o una ajena, los mescaleros tienen que ser despiadados. Es decir, deben estar familiarizados con el sitio donde no hay compasión. Esto es en especial cierto para los nauallis".
Dijo que cada naualli desarrolla una forma específica de no tener compasión. Tomó mi caso como ejemplo y dijo que mi configuración me hacía ocultar automáticamente mi falta de compasión tras la máscara de un hombre que se entrega fácilmente a todo.
"Los nauallis son muy engañosos. Siempre dan la impresión de ser lo que no son, y lo hacen tan bien que todo el mundo les cree, hasta los que mejor los conocen."
"Realmente no comprendo por qué dice usted que soy engañoso".
"Te presentas como un hombre que se da a todo. Das la impresión de ser generoso, de tener gran compasión. Y todo el mundo está convencido de tu autenticidad. Hasta jurarían que eres así".
"¡Pero así es como soy!"
El rumbo que estaba tomando la conversación era desastroso y quise poner las cosas en claro. Aseguré, con vehemencia que yo era sincero en todo cuanto hacía. Lo desafié a que me diera un ejemplo de lo contrario y él me dio uno. Dijo que yo, compulsivamente, trataba a la gente con una generosidad injustificada, dando una falsa imagen de mi desenvoltura y franqueza. Yo argumenté que esa franqueza era mi modo de ser, pero él me replico con una pregunta: ¿por qué exigía yo siempre a la gente con quien trataba, sin decirlo abiertamente, que se dieran cuenta de que yo los engañaba? Le respondí que él estaba errado y el, riéndose, señaló el hecho de que, cuando no captaban mi juego y daban por auténtica mi supuesta franqueza me volvía contra ellos con la misma fría falta de compasión que trataba de ocultar.
Sus comentarios me causaron una gran inquietud, pues no podía refutarlos. Guardé silencio. No quería mostrarme ofendido.
"No quiero ser grosero, pero necesito saber más de esto. Me molesta inmensamente lo que usted me acaba de decir".
"Haz que tu esencia se despierte. Muchísimas veces te habían mencionado de las máscaras de los nauallis y del no tener compasión. ¡Acuérdate! Y todo te será claro".
Me miraba con franca expectativa. Debió de haber notado que yo no podía acordarme de nada, pues continuó hablando sobre las diferentes maneras en que los nauallis escondían su falta de compasión. Dijo que su propio método consistía en someter a la gente a una ráfaga de coerción oculta bajo una supuesta capa de comprensión y racionabilidad.
"¿Y las explicaciones que usted me da? ¿No son acaso resultado de una auténtica racionabilidad y del deseo de ayudarme a comprender?"
"¡Pero así es como soy!"
El rumbo que estaba tomando la conversación era desastroso y quise poner las cosas en claro. Aseguré, con vehemencia que yo era sincero en todo cuanto hacía. Lo desafié a que me diera un ejemplo de lo contrario y él me dio uno. Dijo que yo, compulsivamente, trataba a la gente con una generosidad injustificada, dando una falsa imagen de mi desenvoltura y franqueza. Yo argumenté que esa franqueza era mi modo de ser, pero él me replico con una pregunta: ¿por qué exigía yo siempre a la gente con quien trataba, sin decirlo abiertamente, que se dieran cuenta de que yo los engañaba? Le respondí que él estaba errado y el, riéndose, señaló el hecho de que, cuando no captaban mi juego y daban por auténtica mi supuesta franqueza me volvía contra ellos con la misma fría falta de compasión que trataba de ocultar.
Sus comentarios me causaron una gran inquietud, pues no podía refutarlos. Guardé silencio. No quería mostrarme ofendido.
"No quiero ser grosero, pero necesito saber más de esto. Me molesta inmensamente lo que usted me acaba de decir".
"Haz que tu esencia se despierte. Muchísimas veces te habían mencionado de las máscaras de los nauallis y del no tener compasión. ¡Acuérdate! Y todo te será claro".
Me miraba con franca expectativa. Debió de haber notado que yo no podía acordarme de nada, pues continuó hablando sobre las diferentes maneras en que los nauallis escondían su falta de compasión. Dijo que su propio método consistía en someter a la gente a una ráfaga de coerción oculta bajo una supuesta capa de comprensión y racionabilidad.
"¿Y las explicaciones que usted me da? ¿No son acaso resultado de una auténtica racionabilidad y del deseo de ayudarme a comprender?"
"No. Son el resultado de no tener compasión".
Argüí que mi propio deseo de comprender era auténtico. El me dio unas palmaditas en el hombro, y afirmó que mi deseo de comprender era auténtico, pero no mi generosidad. Dijo que los nauallis ocultan automáticamente el no tener compasión, aun contra su voluntad.
1 comentarios:
Eres de los míos, Mescalero... tu energía y la mía caminan por el mismo sendero, aunque no juntas por supuesto.
Y la referencia obligada basada en el Maestro Nagual Don Carlos Aranha Castaneda demuestra tu limpia sabiduría...
Agradezco el encontrarte...
Publicar un comentario