miércoles, 16 de enero de 2008

Confianza & Humildad

Recuerdo que en mis años de infancia, mi padre solía llevarme a la biblioteca y dejarme deleitar con los libros y con las imágenes "espeluznantes" de aquellas páginas; a esa edad sentía que el mundo comenzaba a revelarse. Disfrutaba cada fin de semana leyendo un libro, y si no podía finalizarlo, mi padre los solicitaba y los llevaba a casa... Sin embargo, sucedió un tremendo cambio en aquella rutina: Mi padre se fue de casa para continuar su preparación... y yo me quedé en casa jugando con las piedras, mi único medio para seguir ejercitando mi imaginación. A su regreso, yo ya había perdido el gusto por los libros, no obstante, sólo un regalo pudo quizá revivirme... un libro, y que aún tengo hacinado en mi biblioteca, pero que sigue ahí: El libro de la imaginación, una antología de cuentos que realizó Edmundo Valadés.

Esto es sólo un pequeño recuerdo. Sí, lo sé... lacónico. Pero que responde muchos enigmas, cuando me siento al borde de la cama, y descubro que tengo un libro en las manos. Ahora sé que para poder apaciguar mi mente, decido escribir. Lo que sea, no importa el tópico. O también, en ocasiones, darme una buena dosis de mezcal, provoca el mismo aliciente. Escribir para mí, a veces, es un escape a un mundo inverosímil en el que yo suelo convertirme en un mescalero. Quizá mi mente se está pudriendo de tanta estupidez, pero así soy yo, y me fascina esta idea.

Aún así, escribir, además de cubrir mis ansiedades, es mi adiestramiento. Es parte de mi vida; es mi medio con el que busco cumplir escrupulosa e impecablemente, todas las complejas prácticas que requieren de disciplina y un tremendo esfuerzo y que, si logro culminarla, me consumiré con un fuego interno que me hará desaparecer de este mundo, libre y sin dejar huella alguna.

En mi adolescencia, era un ser incomprendido por mis semejantes. Era necio (aún no sé si lo sigo siendo); odiaba a la gente por cualquier cosa, e incluso me quejaba por cualquier cosa. El resto de mis compañeros insiste que aún sigo siendo esa persona. Aún no he destilado todo ese peso de actitud. Soy un ser inseguro, desconfiado... la confianza... Sí, esa palabrita que sigue resonando en mi cabeza. Y ahora que lo recuerdo, en mis inicios, Loreto me comentó acerca de aquel sustantivo abstracto... Me dijo que la confianza es fundamental en un mescalero, y que la confianza que nosotros debemos ejercer no es la misma a la que posee un hombre común, pues el hombre común al andar "prendido" del mundo y "enganchado" a sus semejantes, busca la certeza en los ojos de quien lo mira actuar y cree que eso es confianza en sí mismo.

El mescalero, en cambio, tras cumplir con todos los requisitos de su sendero, se convierte en un hombre disciplinado, y así, tiene un objetivo muy claro, ya que busca la impecabilidad en sus propios actos y sentimientos: esto es la humildad. Mientras que el hombre común está enganchado a la gente y "manosea" al mundo; el mescalero sólo depende de sí mismo. La confianza implica conocer las cosas con certeza total; la humildad implica ser impecable en los propios actos, pensamientos y sentimientos, porque todo lo que somos y hacemos depende de nuestro poder personal.

Es así que al final, un mescalero toma su destino, sea el que fuere, con la máxima humildad. No como base para quejarse, sino como base para librar sus batallas y aceptar sus desafíos. La humildad del mescalero no es como la humildad del pordiosero. El mescalero no se postra a los pies de nadie, pero al mismo tiempo no permite que nadie se postre a sus pies. El pordiosero al menor pretexto se postra a los pies de quien cree es superior a él, y sin embargo, cuando encuentra a alguien inferior a él, exige que se postren a sus pies.

La humildad depende de la impecabilidad, que es ya no estar enganchado a sus semejantes.

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